A PLENO PULMÓN
Y nos amargaremos la
existencia los unos a los otros para ocultar
la verdad de los
hechos:
la frustración por los
hechos que no han ocurrido.
Y nos gritaremos e
insultaremos y mentiremos para no enfrentarnos
al verdadero enemigo
que se esconde en nosotros.
En todos y cada uno.
Con calumnias
canalladas y trampas desviaremos el odio, el vacío y el tedio,
que no nos deja ver más
allá de lo que nos permiten los miedos.
Que nos atemoriza y ata
y a veces remata.
Que nos ahoga y nos
roba los días el aliento y el alma.
Que no nos libera ni
podemos soltarlo.
Que nos hemos quedado enganchados
a este carrusel de estupidez y rencillas.
De recelos sospechas y
rabias.
Acudiremos a cada
encuentro cargados de piedras.
Lapidaremos a aquel que
se oponga a lo que desde aquí pretendemos:
no otra cosa que poder
perpetuarnos.
El sitio que ocupamos
no nos pertenece ni lo ganamos honradamente,
pero no nos importa. Lo
que cuenta es el poder que de nuestras decisiones,
equivocadas la gran
mayoría,
brota. Y sobre todos
los demás, rebota.
Serán los debates una
pelea de gallos, a picotazos y sangre.
Un encuentro de cerdos,
comiendo y cagando en el mismo metro cuadrado.
Durmiendo mataremos a
nuestros hijos recostados en el lodazal de la ciénaga
que llamamos casa del
pueblo.
Una familia de ratas
socavando con galerías y túneles
los frágiles cimientos
de la razón y el sentido;
común y de todas las
cosas que tienen alguno.
Un nido de víboras
enroscadas unas a otras para no dejarnos huir,
que cada uno tiene su
momento de lucidez o agonía,
y necesita escapar de
este pozo con muertos vivientes
para poder respirar y
creerse un muerto más vivo que el resto.
Serán los encuentros
sólo desencuentros.
Serán lo que ninguno
queremos pero,
al no saber solucionar
nuestros propios conflictos,
a aniquilarnos estamos
condenados y, quizás así,
poder simular que hemos
logrado algo:
Destruir al banco
contrario.
Cuando pase este tiempo
de navajas dudas y rabias,
nadie dirá que servimos
para algo.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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