XYZ
La suya no fue sino
otra historia más de abusos y sometidos
en que las autoridades
pertinentes, e impertinentes,
codiciaban algo que era
suyo: riquezas, tierras, esposa.
Puede que hijos, pues
cuando se trata de desear lo ajeno
los límites de la
cordura la tolerancia la decencia o la perversión
desaparecen.
Él se defendió con
valentía cuando llegó el primer pelotón de policías
obedientes dispuestos a
quitárselo todo:
dos huyeron malheridos
el restó cayó abatido.
En legítima defensa, de
él.
A la codicia no
satisfecha le sigue muy de cerca la venganza:
otro deseo siempre
alerta.
Con los dos emisarios
supervivientes volvieron otros veinte.
Veinte a uno no es mal
número, para los veinte.
Tuvo que fugarse.
No tuvieron sí lo
hicieron:
matar a toda su
familia.
Que la venganza
travestida de justicia no tiene freno ni rival.
Proscrito y solo en
este mundo de envidiosos y cobardes,
legitimado para tomarse
la justicia por su mano,
formó una banda de
asesinos y se lanzó al crimen sistematizado
contra todo lo que
fuera un asomo o sombra de sistema.
El pueblo, de falsos e
hipócritas le aplaudió.
Y a escondidas le
espiaba para cobrar la recompensa.
Siempre sobreviven los
cobardes, y tienen hijos.
Mueren jóvenes los
valientes, sin tiempo para la descendencia.
El mundo se ha llenado
de chusma indeseable.
Cayó su banda en una
emboscada,
traicionada por
antiguos y amables vecinos.
Los abatieron a tiros.
Cuenta la leyenda que
el suyo fue un final épico.
Que de los veinte a uno
que les dispararon
quedaron tres a cero
para contarlo.
Cuentan que cuenten
ahora lo que cuenten,
nada será cierto.
©
CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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