martes, 23 de abril de 2013

TOMANDO EL SOL



          TOMANDO EL SOL


          Éramos niños acomodados de familias ricas con posición e influencias.
Con todo a nuestro favor para triunfar:
destino a la cima del mundo.
De no ser por algún miedo ocasional a las alturas,
y alguna debilidad poco conveniente nada confesable.

Vivíamos en urbanizaciones cerradas con seguridad privada.
Nuestra exclusividad, selecta.
Disponíamos de policía obediente llegada la necesidad o la urgencia.
Hospitales de pago. Escuelas trilingües con profesorado nativo.
Centros de entrenamiento, deportes, ocio, servicios, transportes;
tronío de élite sólo apto para aristócratas.
High quality, superior o excelente, para los más pudientes.

Todo iba según trayectoria y programa hasta que al mundo exterior
le dio por partirse en dos. En dos cientosmilpedazos.
Clases ajenas a la nuestra, sic, todas;
y a sí mismas llamadas desfavorecidas,
arrebataron el mando a los que tenían el mando.
Desprotegido quedó nuestro propio poder al mando.
Sin blindaje nuestra ciudad en el mundo.
Derribaron los muros que nos aislaban de la muchedumbre con su vorágine.
Su furia descontrolada su rabia de años y su sed de venganza.

También su hambre:
Entraron a saco para expoliar y matar. Culpándonos de su absoluta miseria
y total falta de oportunidades.
Capturados la mayoría, a golpes aniquilados.
Quienes huimos fue por fortuna; y una vía de escape
que bloquear no supieron: red de alcantarillado privada.
También nuestras inmundicias merecían tratamiento de lujo.

Tras cinco kilómetros de galerías pasadizos y túneles,
bien iluminados, con aire acondicionado y vaporizadores de perfume,
alcancé la salida ya metido en el mar.
Afuera, un muelle secreto y lanchas salvavidas
con munición guías de viaje equipos de descanso ropa de Armani y comida.
Lo indispensable para sobrevivir al que sería nuestro más largo viaje:
tres años y un día esquivando oleajes por océanos del mundo.

No queda puerto en que atracar ni ciudad en pie donde refugiarse.
No hay espacio para esconderse. Y renacer.
Quién sabe si prosperar.

Las provisiones escasean, hemos comenzado a devorarnos.
Pero siendo gente decente, cada uno come sus órganos
o miembros que tenga repetidos.
A nadie se le ocurrió que quizás tuviéramos que buscar alimento
por medios que nos eran propios. Aunque impropio de nosotros mismos.
Aquí no hay artes de pesca que sirvan
ni manual de supervivencia ni servicio que nos atienda.

A veces, cuando por error nos acercamos a la costa
y veo los cuerpos tumbados en la playa,
me dan ganas de mezclarme.
Pero no sé si están felices bajo el sol o felizmente muertos.

De momento vamos resistiendo, aunque no sé qué será peor:
si morir de hambre, devorados, ahogados,
o contaminarse.
Con ellos, los ajenos.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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