TOMANDO EL SOL
Éramos niños acomodados de familias ricas con posición e influencias.
Con todo a nuestro
favor para triunfar:
destino a la cima del
mundo.
De no ser por algún
miedo ocasional a las alturas,
y alguna debilidad poco
conveniente nada confesable.
Vivíamos en
urbanizaciones cerradas con seguridad privada.
Nuestra exclusividad,
selecta.
Disponíamos de policía
obediente llegada la necesidad o la urgencia.
Hospitales de pago.
Escuelas trilingües con profesorado nativo.
Centros de
entrenamiento, deportes, ocio, servicios, transportes;
tronío de élite sólo apto
para aristócratas.
High quality, superior
o excelente, para los más pudientes.
Todo iba según
trayectoria y programa hasta que al mundo exterior
le dio por partirse en
dos. En dos cientosmilpedazos.
Clases ajenas a la
nuestra, sic, todas;
y a sí mismas llamadas
desfavorecidas,
arrebataron el mando a
los que tenían el mando.
Desprotegido quedó
nuestro propio poder al mando.
Sin blindaje nuestra
ciudad en el mundo.
Derribaron los muros
que nos aislaban de la muchedumbre con su vorágine.
Su furia descontrolada
su rabia de años y su sed de venganza.
También su hambre:
Entraron a saco para
expoliar y matar. Culpándonos de su absoluta miseria
y total falta de
oportunidades.
Capturados la mayoría,
a golpes aniquilados.
Quienes huimos fue por fortuna;
y una vía de escape
que bloquear no
supieron: red de alcantarillado privada.
También nuestras
inmundicias merecían tratamiento de lujo.
Tras cinco kilómetros
de galerías pasadizos y túneles,
bien iluminados, con
aire acondicionado y vaporizadores de perfume,
alcancé la salida ya
metido en el mar.
Afuera, un muelle secreto
y lanchas salvavidas
con munición guías de
viaje equipos de descanso ropa de Armani y comida.
Lo indispensable para
sobrevivir al que sería nuestro más largo viaje:
tres años y un día esquivando
oleajes por océanos del mundo.
No queda puerto en que atracar
ni ciudad en pie donde refugiarse.
No hay espacio para
esconderse. Y renacer.
Quién sabe si
prosperar.
Las provisiones
escasean, hemos comenzado a devorarnos.
Pero siendo gente
decente, cada uno come sus órganos
o miembros que tenga repetidos.
A nadie se le ocurrió
que quizás tuviéramos que buscar alimento
por medios que nos eran
propios. Aunque impropio de nosotros mismos.
Aquí no hay artes de
pesca que sirvan
ni manual de
supervivencia ni servicio que nos atienda.
A veces, cuando por
error nos acercamos a la costa
y veo los cuerpos
tumbados en la playa,
me dan ganas de
mezclarme.
Pero no sé si están
felices bajo el sol o felizmente muertos.
De momento vamos
resistiendo, aunque no sé qué será peor:
si morir de hambre,
devorados, ahogados,
o contaminarse.
Con ellos, los ajenos.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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