TAREAS DOMÉSTICAS
Él plancha su ropa de trabajo,
del trabajo de ella,
mientras ella da queja a
sus amigas del trabajo que le cuesta
separarse de él.
Decía con poca credibilidad
y mucha exageración que la planchaba:
él a ella.
En realidad era al revés.
Él compró la tabla,
de planchar,
para posar su órgano,
sintetizador YAMAHA
3000,
en los conciertos por
el país y el mundo que le quisiera contratar.
Ella compró la plancha,
por el afilado de un extremo,
para tirársela.
Había hecho lo propio con
platos sartenes cazuelas cubiertos y fuentes.
O fallaba la puntería o
fallaba el arma:
con frecuencia antes de
alcanzar su objetivo, se rompían.
Si bien poco claro tenía
ella sus objetivos,
sí había hecho de él su
gran enemigo.
Con la plancha al fin
le abrió un día la cabeza,
ella a él,
para entenderlo mejor.
Nunca supo qué pensaba
qué deseaba qué era aquello que le gustaba:
le rompió la cabeza.
Quizás debió buscar en
el corazón. Ya era tarde se paró.
Cayó la sangre rojo
tomate sobre el órgano.
Teclas negras y blancas
escurriendo gotas espesas
de trabajador
incansable hombre devoto marido voluntarioso amante fiel.
Envidiado por otras
ellas al padre ejemplar.
Ella,
la planchada,
cogió el cuerpo lo tiró
en el sofá encendió el televisor pasó la fregona
y se marchó al cine. El
cine es evasión.
En el trayecto se
encontró con la vecina del tercero:
cotilla como pocas y
amiga del difunto como ninguna.
¡¿Dónde vas sin tu
Joaquín?!
¡A ver una película!,
necesitaba salir.
¡¿Y él?!
¡En casa viendo la tele
y tirado en el sofá! ¡Hombres,
qué te voy a contar!
Ya, ya.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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