COMUNITARIOS
En casa de la vecina
ecologista queman incienso para alegrarse el día.
Y espantar a las moscas
con el menor daño colateral.
Molestas por el
desaire, éstas piden ayuda a sus parientes más próximos:
los elefantes.
Con cuatro pisotones
pusieron orden y a cada uno en su sitio.
Del tamaño de una mosca
quedó la vecina el marido la suegra el amante,
el amante de la suegra,
y los hijos. Los hijos
del amante de la suegra de la vecina.
Dos calles más arriba,
en la calle que no
podía tener otro nombre que calle de arriba,
en el número seis vive
un matrimonio de ancianos jubilados
sin hijos ni perros ni
gatos ni familia que les quiera:
a los perros y gatos.
Pero sí gallinas y dos
cabras.
Y un huerto de los de
antaño.
Malviven con lo que
producen, que para comprar
con la pensión no les
llega.
El calor lo pone el
monte, la leña del monte.
La luz, el sol. El agua
un arroyo.
El entretenimiento unos
viejos libros que ella conserva
de cuando era maestra.
Él se los lee que ella
no puede que lo que no conserva es la vista.
Juntos y aislados
esperan con resignación el día de autos.
Ese en que su huerto se
llene de autos pisándolo todo,
con familiares que no
los quieren y amigos que los olvidaron,
para acompañar o
presenciar que la mala leche nunca se sabe,
su último adiós y
viaje.
Pared con pared con el
camposanto.
Será breve el viaje,
por tanto. No aburrirá a esos fieles infieles.
A la salida del pueblo,
junto al meandro que hace el arroyo
y que nadie sabe por
qué le llaman barranco de los arroyos,
en una fea casa de
ladrillo desconchones y aluminio,
viven dos exiliados:
ingleses retirados del
trabajo por un golpe de suerte.
Indemnización
millonaria por intoxicación alimentaria
que no les dejó secuelas
pero sí les arregló la vida
cuando estuvo en un
trance de causarles la muerte.
Saludan con la cabeza
al pasar, que hablar no hacen.
No porque no sepan sí
porque no quieren:
el idioma de su
graciosa majestad no tiene rival.
De costumbres no raras
pero sí desacostumbradas al entorno en que viven,
esperan con ansia las
fiestas patronales.
Únicos días en que
salen de casa,
y dejan de una puta vez
de tejer patchwork y jugar al scrabble.
La comunidad de vecinos
de Pueblo Perdido
no es comunidad ni quieren
ser vecinos ni les gusta vivir en el pueblo.
Quien más quien menos,
quien mucho más, ha caído ahí por error.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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