PANADERÍA
Mira pensativa su café
cortado: está frío.
Y cuarto mes sin
trabajo, ¡pasa el tiempo tan rápido!
–Se dice mientras
recoloca su sujetador de tetas modelo envidia.
Dos hijos en edad de
gastar y un marido en edad de matarse a trabajar,
con sueldo corto no hay
quién viva.
¡Maldito cabrón debería
abandonarlo! –se aconseja sin asomo de culpa
ni valor para tomar decisiones
complicadas.
O que le complicarían
la vida pues ¡qué otra cosa con dos hijos de puta a las espaldas!
Se los podría dejar a él:
los trata con cariño y puede manejarlos pero no le da la gana.
Más que nada, por
joder.
Y ya que hablamos, de
joder sabe mucho de follar lo justo.
Perdió el interés al
comprobar, no sin espanto,
que el matrimonio exigía
amante único guste o no.
Hace veinte minutos que
no escucha a su amiga. Ella,
la que finge ser su
amiga pero que la invita todas las mañanas a desayunar
porque el centro de estética
no abre hasta las diez,
habla y habla sin parar
de gilipolleces y problemas del ciudadano ausente:
aquel que no ve las
angustias de los otros ni las padece.
Consecuencia feliz de
un gran capital en cuenta corriente.
O no corriente y más
singular.
Con marido en buena
posición sin trabajo propio e hijos a buen recaudo,
en colegio internos de
país extranjero, por los idiomas y tal,
lo que lamenta son sus tetas
modelo envidiosa.
El miedo al bisturí y
la alergia brutal a los anestésicos.
De no haber sido por
este par de desdichas caídas del cielo para amargarle la vida,
ya habría resuelto su
conflicto existencial. Con que se amarga la vida.
Busca consuelo en la
mascarilla y masaje diario de su esteticién
de confianza… de las de
casi toda la vida.
Esta sí que la trata
como merece.
Y le depila las ingles
de tal forma que la estremece:
nunca había tenido
dudas sobre sus preferencias de placer intenso, pero quién sabe.
Tal vez vaya siendo
hora de probar. Al marido lo ve poco,
y cierto es que cada día
le apetece menos. Verlo, y de lo otro.
¡Ay, perra vida! –se dice
en un suspiro que arranca del olvido a la perra de su amiga,
la de las tetas tamaño
envidia.
Sí, ¡qué zorra! –le responde
con inusitada firmeza.
Queda a ambas saber de
qué, o de quién, están hablando.
Más o menos lo que
ocurre cada día a estas horas, a las nueve,
en el primer café de la
mañana.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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