SERVICIOS PÚBLICOS
La cantimplora rebotó
escaleras abajo hasta llegar del cuarto piso al segundo.
A falta de un rellano
para alcanzar lo que sería el primero.
Con el peso apropiado
los golpes precisos la gravedad tirando
y el azar ayudando casi
diría empujando,
llegó en lo que se llama
un pis pas.
Arriba, un niño
llorando. Por la rabia y su cantimplora.
A la puerta de casa:
buhardilla en la zona
vieja de la ciudad.
Achicharrante en verano
heladora en invierno.
Entre ambos extremos,
mucho descontento.
E infelicidad y
tristeza y soledad y millones de malos momentos.
Ahí dentro la vida no
era fácil para nadie:
la madre mal empleada
el padre pluriempleado los hermanos explotados.
Aun así, de todos lo
peor para él.
Solo sin su cantimplora
se sentó en la escalera sin atreverse a llamar a la puerta.
Completa desolación
hecha carne temblorosa y amoratada.
En su cuerpo las marcas
de la vida, de la mala vida que no todas son iguales.
En la cantimplora sus
sueños:
Que mi mamá no me pegue
que mi papá esté en casa que mis hermanos vuelvan.
Que no haya habas para
comer que éstas me dan arcadas.
Que reviva el pollo
muerto en la caja.
Que encuentre mi camión
de bomberos
y me dejen ver un poco
la tele.
Que hoy pueda dormir en
mi cama y esta noche tenga algún rato de paz.
Que mañana no me
despierte:
no quiero ver más este
mundo de tormento y miseria.
La cantimplora rompió
el tapón con los golpes.
Boca abajo, fueron
cayendo las canicas de goma y los sueños.
Bolitas unos y otras
que alcanzaron el portal y la calle.
Afuera:
barrenderos municipales
recogiéndolo todo. Y maldiciendo:
¡Mira que es sucia la
gente!
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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