lunes, 23 de julio de 2012

CASTILLO






CASTILLO


Revisando viejas fotos de mis trabajos forzados
no siento orgullo, ¿debería?,
por esos malditos años.
Otros son los que piensan que la obra fue de importancia.
Para mí, importantes fueron dolor y tristeza.
De poco sirvió aquel esfuerzo si perdí lo que más quería.
No lo que más me quería: por entonces era mi perra.
También ésta se fue: se le rompió el corazón.
Cosas tiene la vida, se nos rompió el corazón a los tres.

Voluntario forzoso me presenté a una tarea imposible.
Increíble fue en el papel, porque yo la hice posible.
Protestas sólo quedaron. Quejas porque sí y también.
Algún grito, muchos desagrados y más de un injusto reproche.
Y la fiera noche para dormir agitado. Entre pesadilla y cansancio.

Puede que con algo de ingenio, un poco de mucha fuerza
y un buen puñado de excusas para cuando no lograrlo pudiera,
convertí el fracaso en triunfo dándole el enfoque adecuado.
Ése, fue mi mayor éxito.
En esto me he hecho un experto.
Como pato soy que corren nadan y vuelan, siendo en nada un maestro.
Siempre tuve la duda de si era mejor ser pato o cisne.
Cisne por culminante, hermosura y porte. Pato por habilidad e ingenio.

Pasado ha un largo tiempo. Hoy sólo me quedan recuerdos
de tan penoso y descomunal empeño,
penoso porque no hubo un día en que amaneciera contento,
y un puñado de imágenes en papel amarillento.
¡Tanto nos castigó el sol!
Y el frío bajo cero de invierno. Y la humedad y el viento.
Tan solo mi perrita y yo supimos lo qué era aquello.

Hoy pienso que no fue acertada aquella decisión davidiana:
condenado estoy a mantener en pie a este Goliat muerto.

Preso me siento dentro.
Como esclavo trabajé al hacerlo.

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