CASTILLO
Revisando
viejas fotos de mis trabajos forzados
no siento
orgullo, ¿debería?,
por esos
malditos años.
Otros son
los que piensan que la obra fue de importancia.
Para mí,
importantes fueron dolor y tristeza.
De poco
sirvió aquel esfuerzo si perdí lo que más quería.
No lo que
más me quería: por entonces era mi perra.
También ésta
se fue: se le rompió el corazón.
Cosas tiene
la vida, se nos rompió el corazón a los tres.
Voluntario
forzoso me presenté a una tarea imposible.
Increíble
fue en el papel, porque yo la hice posible.
Protestas
sólo quedaron. Quejas porque sí y también.
Algún
grito, muchos desagrados y más de un injusto reproche.
Y la fiera
noche para dormir agitado. Entre pesadilla y cansancio.
Puede que
con algo de ingenio, un poco de mucha fuerza
y un buen
puñado de excusas para cuando no lograrlo pudiera,
convertí el
fracaso en triunfo dándole el enfoque adecuado.
Ése, fue mi
mayor éxito.
En esto me
he hecho un experto.
Como pato
soy que corren nadan y vuelan, siendo en nada un maestro.
Siempre
tuve la duda de si era mejor ser pato o cisne.
Cisne por
culminante, hermosura y porte. Pato por habilidad e ingenio.
Pasado ha
un largo tiempo. Hoy sólo me quedan recuerdos
de tan
penoso y descomunal empeño,
penoso
porque no hubo un día en que amaneciera contento,
y un puñado
de imágenes en papel amarillento.
¡Tanto nos
castigó el sol!
Y el frío
bajo cero de invierno. Y la humedad y el viento.
Tan solo mi
perrita y yo supimos lo qué era aquello.
Hoy pienso
que no fue acertada aquella decisión davidiana:
condenado
estoy a mantener en pie a este Goliat muerto.
Preso me
siento dentro.
Como
esclavo trabajé al hacerlo.
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