FRANQUICIAS
Mira que a
lo largo de mi vida he hecho yo grandes negocios.
Primero
cuando compré la luna, para una amada egoísta.
Me
denunciaron por apropiación indebida.
De
patrimonio público.
No me fue
mejor con mi hotel de los suicidas:
todos
marcharon sin pagar la cuenta.
Con el
tráfico de armas tuve un momento de respiro.
Se vendían
como churros aquellas ametralladoras para niños.
Para
dispararlas y para matarlos.
Aprendieron
tan rápido y fueron tan eficientes
que pronto
quedé sin clientela.
Aún hoy
debo indemnizar a esos grandes egoístas:
los padres
resentidos.
Ya en la
bancarrota y con otro nombre
abrí una
tienda de empeños.
El problema
surgió cuando comencé a aceptar corazones y almas:
llené las
calles de descorazonados y desalmados.
Me quemaron
el negocio.
Cambié de
producto e inicié la importación de hielo ártico.
Con dos
grandes barcos y una tripulación de exconvictos
arrancábamos
enormes pedazos de ese oro blanco;
yo lo vendía
en las bolsas internacionales.
Se complicó
el negocio cuando atrapados en el hielo
aparecieron
los restos de una civilización perdida.
Que como se
puede ver no estaba tan perdida, sólo atrapada.
Una oenegé
oportunista
defensora
para la galería de los pueblos en vías de desaparición
me demandó.
Por atentado ecológico y lesa humanidad.
Cambié de
identidad y atravesé el mundo siguiendo la ruta Julio Verne.
Para comenzar
de nuevo.
Aprendí de
los errores, decidí apostar por ellos:
monté un
circo sólo con enanos.
Esperando que
crecieran y forrarme con el milagro.
Todos enfermaron
y murieron.
La autopsia
revelaría que acostumbrados a las humillaciones
murieron por
mi falta de ellas: no alimenté su baja autoestima.
Siempre hay
un pariente querido cuando se trata de dinero:
me llovieron
las reclamaciones económicas.
Una por
cada familiar afectado, y muy unido, a su enano respectivo.
Con tanta
fiera humana rugiéndome, consideré que lo mío eran las fieras.
En una
enorme granja las crié de todas las especies y razas,
conocidas y
alguna desaparecida.
Una pareja
de cada.
La idea era
vender los cachorros a cualquier cliente potencial:
el mundo
entero.
Incluso construí
mi propio barco de madera,
y en una charca
de grandes dimensiones habituaba a las criaturas
a los
viajes trasatlánticos.
Y traspacíficos
y trasíndicos.
La iglesia,
siempre noble defensora de la libertad y el orden,
dos antagónicos
por definición,
interpuso
una queja contra mí por plagio
en la sociedad
general de autores y ladrones.
Se parecía
mi proyecto demasiado al arca de Noé,
y ésta ya
estaba registrada.
Tuve que
regalarles el negocio para compensar los royalties no abonados.
Soy perseverante
aunque desafortunado:
ando dándole
vueltas a otra idea que también será un fracaso.
Esta vez no
quiero hacerlo solo:
no nos
repartiremos las ganancias. Sí las consecuencias.
¿Quieres
ser tú mi nuevo socio?
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