domingo, 8 de julio de 2012

MELÉ






MELÉ


Con  el pánico acelerado que produce el zumbido de las abejas
corriendo a tu espalda
he amanecido desnudo entre cascotes y cristales.
Y aun siendo la mañana limpia y fresca
tan alta está la hierba que no puedo verla.

He sido un escritor de cuentos infantiles para adultos toda mi vida.
Siempre me reprocharon que el final feliz era mentira:
me pasé a las novelas de terror sangriento.
Ahora llaman a mi escritura
hiperrealista.
Y por eso no gusta.
En adelante dejaré que cada cual escriba su final.
Así yo no tengo que pensar y mis lectores se dejan engañar.
Sólo por ellos.

Miento a los demás diciendo:
¡poseo un lugar privilegiado donde me retiro a descansar!
Ellos no se lo creen. Y yo
estoy tan acostumbrado a mis fraudes que ya no me duelen:
no es mi lugar privilegiado. Y tampoco descanso.

Hoy debería ser un día perfecto:
sol, pocas nubes, arena, mar, pulpo, gaviotas, silencio.
Y al final del pasillo la paz esperando en una butaca.
Muy cómoda. Por eso es la paz.
Voy a acercarme hasta ella
a ver si podemos entablar una conversación poco agitada.
La última vez que lo intenté acabamos a hostias.
Porque aunque cómoda la paz siempre ha sido
terca y agresiva.
Para tener paz, hay mucho que luchar.

Dejaré para mañana lo que tenga que hacer hoy.
No sólo será más urgente
sino que me dará un tiempo extra para quitarme de encima obligaciones.
Y no se note.

Mi vecino se ha metido a constructor sin tener puta idea.
No sabe qué es un ladillo: qué cara es la buena y para qué sirve tanto agujero.
Al principio lo admiré por su valentía. Yo,
que entre un clavo y un martillo dudo quién pega a quién.
Ahora que ha terminado la caseta de los perros
sospecho de su capacidad intelectual.
Ha decidido rentabilizarla yéndose a vivir a ella con toda la familia.
Al menos, no necesitará calefacción:
el calor animal el más natural.

Entre abejas cuentos pulpos obligaciones vecinos y perros
sé que hoy será otro día más en que ignoro si voy
vengo
o tan solo me quedo.



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