MELÉ
Con
el pánico acelerado que produce el zumbido de las abejas
corriendo a tu espalda
he amanecido desnudo entre cascotes
y cristales.
Y aun siendo la mañana limpia y
fresca
tan alta está la hierba que no
puedo verla.
He sido un escritor de cuentos
infantiles para adultos toda mi vida.
Siempre me reprocharon que el final
feliz era mentira:
me pasé a las novelas de terror
sangriento.
Ahora llaman a mi escritura
hiperrealista.
Y por eso no gusta.
En adelante dejaré que cada cual
escriba su final.
Así yo no tengo que pensar y mis
lectores se dejan engañar.
Sólo por ellos.
Miento a los demás diciendo:
¡poseo un lugar privilegiado donde
me retiro a descansar!
Ellos no se lo creen. Y yo
estoy tan acostumbrado a mis
fraudes que ya no me duelen:
no es mi lugar privilegiado. Y
tampoco descanso.
Hoy debería ser un día perfecto:
sol, pocas nubes, arena, mar,
pulpo, gaviotas, silencio.
Y al final del pasillo la paz
esperando en una butaca.
Muy cómoda. Por eso es la paz.
Voy a acercarme hasta ella
a ver si podemos entablar una
conversación poco agitada.
La última vez que lo intenté acabamos
a hostias.
Porque aunque cómoda la paz siempre
ha sido
terca y agresiva.
Para tener paz, hay mucho que
luchar.
Dejaré para mañana lo que tenga que
hacer hoy.
No sólo será más urgente
sino que me dará un tiempo extra
para quitarme de encima obligaciones.
Y no se note.
Mi vecino se ha metido a
constructor sin tener puta idea.
No sabe qué es un ladillo: qué cara
es la buena y para qué sirve tanto agujero.
Al principio lo admiré por su
valentía. Yo,
que entre un clavo y un martillo dudo
quién pega a quién.
Ahora que ha terminado la caseta de
los perros
sospecho de su capacidad
intelectual.
Ha decidido rentabilizarla yéndose
a vivir a ella con toda la familia.
Al menos, no necesitará
calefacción:
el calor animal el más natural.
Entre abejas cuentos pulpos
obligaciones vecinos y perros
sé que hoy será otro día más en que
ignoro si voy
vengo
o tan solo me quedo.
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