jueves, 12 de julio de 2012

FILOSOFÍA






FILOSOFÍA


Aquel filósofo de medio pelo no me dio la enhorabuena
el día que conoció mis habilidades en el campo de la cosmética.
Hijo de agricultores sin tierra para el que la trabaja, él, no yo,
había pasado sus años mozos entre sotanas plegarias abusos y sables.
Su precipitada madurez por novelas de caballerías
ensayos sobre el origen primate de dios y libros de filosofía kantiana.
De todo ello hizo una mezcolanza con la que formó su carácter.
Su mal carácter.

Casado al último intento con una viuda amante del transfuguismo y el esperpento
tuvo dos hijos hembras y una hija varón.
Análisis genéticos posteriores
confirmarían que la razón de este cruce de sexos provenía del desinterés de la madre,
frívola superficial como nadie,
y la profunda confusión del padre.
Atento siempre a lo que no había que estarlo y alejado de todo lo importante.

Con los años averiguó que para todo era tarde, también para él:
optó por refugiarse en un claustro patrimonio material de Launesco.
Defensora como cualquier gran entidad de solo lo material.
La policía lo detuvo por atentado cultural contra la humanidad.
Diez años pasó entre rejas antes de ser expulsado:
descubrieron sus carceleros que vivir a la sombra había sido su pasión
y disfrutaba elaborando teorías acerca de la involución del hombre
y sus costumbres antropofágicas.
La cárcel era para sufrir, no disfrutar. Por esto lo echaron.
Se dijo que por humanidad.

De vuelta a la calle retornó a su mundo irreal
de análisis equivocados sobre el origen divino de todo lo humano
y a su filosofía matemática de bolsillo vacío.
Deambuló largo tiempo por plazas redondas buscando una esquina
y callejones sin salida donde se perdió.
Obstinado defensor del no retroceso
se dejó los puños golpeando la pared del fondo.
Un perro flaco sin pedigrí,
que por no tener no tenía ni pulgas,
lo sacó de aquella encerrona lamiéndole las heridas.
Al tiempo que la vecina hijaputa del primero
le escupía y la basura le tiraba encima.
Pero este hecho no fue relevante.

De nuevo entre el gentío abstraído, el gentío y él,
recuperó la locura de cuestionarse bobadas para dar con respuestas idiotas.
En un banco de piedra a la sombra de un magnolio de plástico
escribió un tratado de malas costumbres que fue un éxito de ventas.
Firmando libros en unos pequeños almacenes con aspiraciones de grandes
me lo encontré yo.
¡Enhorabuena! –me dijo.
¿Por qué? –respondí perplejo.
He leído tu trabajo. Es malo, por eso lo recomiendo. Hay que promocionar
la incultura. Por ella se llega a la anticultura, y por esta a la contracultura.
Que es la amenaza de todo sistema y el inicio de su desestabilización.
¡Eres un revolucionario! Nos vemos a la salida.

Le esperé, no apareció.
Me dijeron que harto de escupir mala sangre con tanto ignorante
había ido al servicio y se coló por el retrete.
Dejó un mensaje en el espejo: ¡Disculpen, ya llego tarde!

Nunca supimos a qué.










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