FILOSOFÍA
Aquel filósofo de medio pelo no me
dio la enhorabuena
el día que conoció mis habilidades
en el campo de la cosmética.
Hijo de agricultores sin tierra
para el que la trabaja, él, no yo,
había pasado sus años mozos entre
sotanas plegarias abusos y sables.
Su precipitada madurez por novelas
de caballerías
ensayos sobre el origen primate de
dios y libros de filosofía kantiana.
De todo ello hizo una mezcolanza
con la que formó su carácter.
Su mal carácter.
Casado al último intento con una
viuda amante del transfuguismo y el esperpento
tuvo dos hijos hembras y una hija
varón.
Análisis genéticos posteriores
confirmarían que la razón de este
cruce de sexos provenía del desinterés de la madre,
frívola superficial como nadie,
y la profunda confusión del padre.
Atento siempre a lo que no había
que estarlo y alejado de todo lo importante.
Con los años averiguó que para todo
era tarde, también para él:
optó por refugiarse en un claustro
patrimonio material de Launesco.
Defensora como cualquier gran entidad
de solo lo material.
La policía lo detuvo por atentado
cultural contra la humanidad.
Diez años pasó entre rejas antes de
ser expulsado:
descubrieron sus carceleros que
vivir a la sombra había sido su pasión
y disfrutaba elaborando teorías
acerca de la involución del hombre
y sus costumbres antropofágicas.
La cárcel era para sufrir, no
disfrutar. Por esto lo echaron.
Se dijo que por humanidad.
De vuelta a la calle retornó a su
mundo irreal
de análisis equivocados sobre el
origen divino de todo lo humano
y a su filosofía matemática de
bolsillo vacío.
Deambuló largo tiempo por plazas
redondas buscando una esquina
y callejones sin salida donde se
perdió.
Obstinado defensor del no retroceso
se dejó los puños golpeando la pared
del fondo.
Un perro flaco sin pedigrí,
que por no tener no tenía ni
pulgas,
lo sacó de aquella encerrona lamiéndole
las heridas.
Al tiempo que la vecina hijaputa
del primero
le escupía y la basura le tiraba
encima.
Pero este hecho no fue relevante.
De nuevo entre el gentío abstraído,
el gentío y él,
recuperó la locura de cuestionarse
bobadas para dar con respuestas idiotas.
En un banco de piedra a la sombra
de un magnolio de plástico
escribió un tratado de malas
costumbres que fue un éxito de ventas.
Firmando libros en unos pequeños
almacenes con aspiraciones de grandes
me lo encontré yo.
¡Enhorabuena! –me dijo.
¿Por qué? –respondí perplejo.
He leído tu trabajo. Es malo, por
eso lo recomiendo. Hay que promocionar
la incultura. Por ella se llega a
la anticultura, y por esta a la contracultura.
Que es la amenaza de todo sistema y
el inicio de su desestabilización.
¡Eres un revolucionario! Nos vemos
a la salida.
Le esperé, no apareció.
Me dijeron que harto de escupir
mala sangre con tanto ignorante
había ido al servicio y se coló por
el retrete.
Dejó un mensaje en el espejo: ¡Disculpen,
ya llego tarde!
Nunca supimos a qué.
No hay comentarios:
Publicar un comentario