PREMIOS
Alba, Alba la de las tetas
grandes talla revienta y el vestido al vuelo
a ver si el aire me levanta la
falda y alguien se fija en mis piernas,
interrumpió la reunión anunciando
a los presentes que había ganado.
Un premio.
A grito en pecho decía: ¡He
ganado, he ganado!
Y a pesar de que la palabra
ganado saliendo de su boca
era una evocación inevitable, por
evidente, y quizás algo mal oliente,
repitió: ¡He ganado he ganado!
Llenándosele el espíritu de
triunfo y éxtasis. Y esa gran boca de babas.
Aquel día nada se le puso por delante.
Y sí todo por detrás.
Empezando por los reunidos:
ateneístas sin reconocimiento
ansiosos por alcanzar la gloria.
La gloria de Alba, que nunca
llega.
Retirándose el sudor con su
pañuelo de cuello,
un fular de lycra comprado a saldo en el chino del barrio,
tomó aliento y repitió como si
estuviera rodeada de sordos:
¡He ganado! ¡Qué ilusión!
Los no sordos pero sí envidiosos hieráticos
se levantaron de sus sillas de
ponentes:
aspirantes a éxito, eternas
promesas, vanidosos, engreídos y fracasados en general.
Uno tras otro se acercó a la
premiada según el protocolo para estos momentos:
¡Enhorabuena! ¡Qué alegría! ¡Sabía
que un día lo ibas a lograr!
¡Qué suerte! ¡Lo merecías! ¡Lo
tenemos que celebrar!
Y ocultando los verdaderos
sentimientos:
¡Maldita sea la zorra que te parió!
¡Qué injusta es la vida!
¡Qué tendrás tú que no tengo yo!
¡Si mi obra es mejor que la tuya!
¿A quién se la has chupado que me
he olvidado yo?
Pasado el momento brillante y
oscuro cada cual se fue a su sitio:
ellos a rumiar rencillas y a
criticar con más saña la obra del día.
Ella a festejarlo en la plaza del
pueblo.
Ahí, donde se reúnen cada año por
la feria de ganado.
Y actuando de ejerciente invitaba
a cualquiera a una cerveza de barra.
Con la jarra en una mano y el
barril en la otra
por cada trago un hurra. Por cada
jarra un salto.
Por cada ronda: ¡Soy la mejor en
este campo!
Campo de ganado y cardos.
Al cabo de la tarde, con más obstinación
que devoción
y más cansancio que voluntad,
pisoteando borrachos pasó por allí
un peregrino perdido.
Preguntó al primer tirado:
-
¿Qué fiesta es esta? ¿Alguna tradición que no venga en las guías?
-
No. –balbuceó un tumbao-. Que han premiado a la señora.
-
¿Y por qué? –insistió el peregrino.
-
Nadie lo sabe. –contestó el borracho entre hurras y tragos.
-
¿Y ella?
-
Ella tampoco. –remató el tirao.
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