RECURSOS HUMANOS (relato corto)
Aquel
hombre de pies romanos, piernas largas, torso de atleta, espalda de nadador, fuertes
brazos, manos de percusionista, cuello de cisne, nuca de seducido, culo de
bailarín y miembro de estríper, llamó a la puerta de la Agencia Oficial Para El
Deporte Malsano. Buscaba su oportunidad, como todos, y había reunido méritos
como ninguno.
Hijo de una
cupletista lesbiana colgada del sadomaso, colgada del cuello hasta que dejó de
cantar y respirar, y de un aprendiz de pirómano que practicaba con su propio
cuerpo y no tenía un centímetro de piel sin quemaduras de tercer grado, o de
primero que nunca supe qué era grave o muy grave, había crecido entre los
desprecios de padres, los vicios de hermanos y los consentimientos de unos
abuelos agotados de tanto criar hijos para perderlos. Sin referentes por tomar ni
ejemplos que seguir, se guió por instinto. Y por las fotos de los calendarios
colgados de la pared a los que llamó familia.
La chica
playboy del mes de mayo del 69 era su madre. La eligió por el lunar que tenía
en medio de la cara. Aunque la cara en la foto ni se veía.
De un
almanaque dedicado a los caballos pura sangre sacó la muerta imagen de su
padre. Aquel rompió las dos patas delanteras en el Grand National del 73, una
tragedia. Sin reparación posible, lo mataron antes de salir del hipódromo. Por humanidad,
dijeron.
Con los
hermanos fue más audaz. El museo de arte fashion más fashion de la ciudad, y el
más transgresor del momento, sacó en el 78 un calendario resumen de sus doce
exposiciones más erráticas y rompedoras. Rompedoras con el cliché de los tiempos
y las normas, era su eslogan promocional.
La instalación
de enero con mangueras de riego y abrelatas era su hermano mayor. Decía que
siempre había sido un ejemplo.
La pieza
colgada del techo en mayo que dejó ojipláticos a propios y extraños era su
hermana del medio. El así llamado artista por él mismo y la autocrítica
especializada había ahorcado a una jirafa por las patas traseras, argumentando que
no tenía cuello suficiente para hacerlo. Fue un éxito y se vendió en $100 millones.
Sin duda, la hermana del medio era su ángel y su estrella.
Distinto papel
tenía el pequeño de esa familia de acróbatas. Echado a perder por las malas
compañías, había tomado la fotografía de septiembre en un calendario de catástrofes
del 79: la erupción inesperada de un volcán relámpago en el centro de
Manhattan. No hubo un solo rascacielos que no fuese arrodillado ante semejante
coloso enfurecido. Literalmente, vomitando fuego por la boca.
Con el
resto de la familia fue menos concreto. La compañía de ferrocarriles trasatlánticos
editó un calendario en enero del 80 con fotografías blanco y negro de viejas
locomotoras obsoletas. Él dijo que aquellas máquinas eran sus tíos y primos. Y
no había más personas para reunirse en navidad.
Cuando oyó
su historia vital el subdirector de la agencia le dijo:
- ¡Queda contratado de inmediato! Nadie mejor
que usted conoce a las personas y necesitamos mejorar nuestras relaciones
exteriores. Tenemos serios problemas con el doping en los deportistas. Ya no se
meten y están hundiendo la economía mundial.
Aquel hombre
de los fuertes brazos y largas piernas se levantó de una silla hecha con
solicitudes de empleo y dijo:
- No me interesa el puesto. Sólo quería saber
por qué no aceptaron a mi hermano, que era mucho mejor que yo. Su negativa le
hundió tanto la autoestima que terminó comprando drogas en las calles.
De su bolso
para viajes sin retorno sacó un revolver antireglamentario y le metió dos
tiros. Uno por cada ojo.
- Esto, para que cuando mires, ¡veas!
© CRISTOPHE
CARO ALCALDE
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