DES-ILLUSION
Ella
llevaba una camiseta sencilla cubriéndole hasta llegar a los riñones.
Y el pecho
dos tallas por encima desbordado.
Los pantalones
colgando hasta ese punto definido
que separa
atrevimiento de mal gusto.
No quería
olvidarse de ser joven:
22 años dan
para ese derecho irrepetible.
Si no fuera
porque empujado por ella delgada rubia inglesa
iba el niño
que le había hecho las tetas grandes.
16 meses y
mamando el condenado.
Maldito el
hijo de su padre. Y su padre.
Iba a su
izquierda. El padre del bebé y de otro niño de dos años.
Colgando del
cuello como cuelgan a los ahorcados.
Como ponen
peso a los ahogados:
Daddy I want this daddy I like that.
No le oía,
el padre al niño.
Compañero por
la fuerza de la madre.
Maldita sea
la madre que te parió hijo me tenéis harto los dos.
Ahora los
tres.
A él también
le caían los pantalones, no por moderno ni por joven.
Sí por
falta de dinero.
Un cinturón
es un capricho, depende del momento.
Y cuando el
dinero escasea los problemas abundan. El amor huye,
que el amor
es cobarde y no soporta los conflictos.
Cuando aparecen,
siempre pierde.
La de la
camiseta corta juventud recortada caminaba airada.
Que no
airosa.
Enfadada con
la vida por haber corrido tanto
sin darle
tregua a respirar.
Descargando
sus frustraciones y sus iras sobre el joven ya sin serlo
compañero por
la fuerza de las cosas y las leyes.
El del
pantalón sin sujetar y bien sujeto por el cuello
por un niño
que vino al mundo sin haber sido invitado
le contesta
asqueado:
maldita seas
tú tus manías y tus hijos.
Estos jóvenes
ya quemados sin haberse hecho mayores
no llegarán
a viejos cogiditos de la mano.
Cómo
lograrlo,
si ahora
que es su mejor momento no intercambian besos.
Sí, eso sí,
escupitajos.
La ilusión
es un punto de partida
que en
ocasiones no abandona la casilla de salida.
©CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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