UNIONES
Ella no era más que una enanita estirada
cuando encontró la horma de su zapato.
Horma pequeña, por tanto.
Solitaria de oficio, esposa por vocación,
recorría burdeles aceras agencias de compañía por contratación
de contactos y desencuentros.
Ella era la clienta perfecta: permanentemente insatisfecha.
¡Qué caro me sale esto del amor! –decía entre dientes
y sorbos de Martini, palpitaciones infundadas, promesas de
matrimonio
no cumplidas.
¡Fueron tantos los que al verla de cuerpo entero,
que era solo medio cuerpo del otro medio se olvidaron en la sala
de partos,
desertaron!
Había tirado la toalla,
por ver si al hacerlo atrapaba al hombre de su vida, más que nada.
Él había revolucionado el mercado,
de calzados para geishas renegadas,
cuando decidió que había llegado el momento de cambiar.
De marca, de calzado y de pies.
Pensó en plantillas para elefantes maltratados
En el mercadeo de la madera clandestina,
de selvas a desforestar, con árboles por extinguir,
para multinacionales sin fronteras ni dueños que encarcelar,
ni leyes que respetar.
Juntos formaron una alianza:
La Unión Para Los Reaparecidos.
¡Habían estado huidos tanto tiempo!
Su unión fue un gran éxito comercial:
ganaban afiliados día a día.
Pero más noche a noche, es cuando se nota que la casa está vacía.
Extrañamente, han puesto el cartel de completo.
Murmuran, las lenguas envidiosas que mal hablan siempre que
pueden,
que es porque se han enamorado.
Él, del medio cuerpo que a ella le falta.
Ella, del número impar de sus zapatos.
Dice hoy el cura homosexual y bebedor que los casó,
que nunca ha visto romper tantas fronteras el amor.
Dice el primer ministro que estudiarán reforzar esas fronteras.
Y analizará qué hay en todo esto de ilegal.
Para enviar a su guardia nacional.
© CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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