VIAJE CULTURAL
¡Ahh, Italia Italia.
Paese dell´amore!
Ay, mi amor. Siempre
quisimos venir a Italia, ¿verdad mi amor?
-No lo sé, si tú lo
dices.
Sí, lo digo yo.
¿No lo recuerdas? Marcó
el azar nuestro rumbo a Italia nada más conocernos. Al final va a ser cierto
que todos los caminos llevan a Roma. Dando un rodeo, pero bueno.
Te refrescaré la
memoria, te noto distraída. Fue en una feria de productos italianos. Yo vendía pasta,
siempre fui un tipo normal y la pasta es el producto italiano más normal en
todo el mundo. Pensé que no me sería difícil colocarlo. Nunca tuve más
pretensiones que una vida sencilla, una mujer poco complicada, y tal vez unos
hijos que no fueran excesivamente egoístas. Sabio consejo de mis amigos, gente
clara, sin aspiraciones imposibles. Aficionados al polo, la barbacoa, el arroz
tostado, los helados de gelatina y los refrescos de licor. Como yo.
Bien es cierto que a mí
se me fue la mano con el licor durante un tiempo. Duros aquellos años que pasé
en el infierno. Pidiendo en la acera para cartones de vino. Fumando colillas
secuestradas a los cubos de basura. Robando cartones para dormir.
Recibiendo palos de
policías y palizas de neonazis: vigilantes del metro en su mayoría. Mis amigos,
ahí. Como tú, fuerte mi amor. Hasta que un día vi la luz, en mitad de la noche.
De mi noche eterna. La luz me dijo “Nella Mia Casa”, y me di cuenta de la
situación. Italia otra vez. ¿Lo ves?
En la puerta del
infierno un camillero, trabajador eventual para una empresa de seguridad
privada. Cubría las incidencias de un partido de fútbol de alto riesgo: Italia
contra Madagascar. Perdió Italia, pero para mí fue otra señal. Junto a Nella
Mia Casa, la inspiración definitiva de que tenía que cambiar.
Siete meses de abstemia
más tarde averigüé que mi señal era el nombre de un bar, qué insultos tiene la
vida, con sus grandes letras de neón en medio de la calle. Tal vez fue por eso que
cambió mi destino. Desde entonces siempre quise visitar Italia. Y tú conmigo.
Se convirtió en la meca de un borracho recuperado. Y de su acompañante
complaciente. Como tú.
Porque no olvido que
todo ese tiempo estuviste ahí, mi amor, a tu lado. En tu casa. En ese pisito de
la calle General Smith que heredé de una tía abuela sin hijos ni primos, casi,
ni hermanos. El mismo que me quitaste sin remordimientos cuando me viste caer
en el infierno. Tú ya tienes tu casa, ¡toda la calle es tuya! Me dijiste con
una sonrisa abierta como una ventana a la plaza de toros desde donde veías
gratis las corridas. Sí, tú veías todo gratis mientras yo no veía ni mi rostro
reflejado en los escaparates. Corridas fuera y dentro. Conciertos, festivales,
no te privaste de nada. Todo para ti era una fiesta, mi amor. Más desde que yo
me marché. Al infierno. ¿Me marché yo o me echaste tú?
Por eso al regresar fue
tan fácil encontrarte. Simplemente llamé a la puerta de mi casa, y abriste.
Como si nada. Igual que si hubiera bajado a por el pan. Siempre a tu lado, ya
lo he dicho. ¿Lo recuerdas? Aquel fue un momento único, irrepetible.
-No sé, si tú lo dices.
Sí sí, lo digo yo.
Claro que en este punto puede que tengamos alguna diferencia de opinión. Lo
normal en una larga vida juntos. Incluso mis amigos los sencillos han tenido
épocas… complicadas. ¿Quién lo diría, verdad? Tan simples ellos, tan difíciles
sus vidas. El trabajo de aventurero de uno, de cazatalentos otro.
Cazafantasmas, cazafortunas, cazadores todos ya sabes. Ni siquiera al
cazafortunas le fue bien, no encontró ninguna el pobre muchacho, porque era un
muchacho cuando esto ocurrió, y se tiró por la ventana gritando: ¡No hay
fortuna que valga una vida! ¡A la mierda todo!
Sí, quedó hecho una
mierda aplastada en la acera. Tanto que tuvimos que recogerlo en bolsitas de
cacas para perros. Y pagarlas. Tú me ayudaste con tu habitual cara de asco,
pero una vez más, estabas ahí, que es lo que importa. Protestando con amor.
Porque amor no nos faltó, ¿verdad mi amor?
-No lo sé. Si tú lo
dices.
Sí sí, lo digo yo. Que
mía ha sido la iniciativa de este viaje. Mía como el pisito que me robaste,
como la moto que regalaste. A ese frutero soplapollas que te reservaba las
mejores naranjas. Y las manzanas, y los pomelos y las ciruelas y los plátanos.
A ti, que no te gustaban los plátanos.
Tanta fruta de repente,
creí que te ibas a volver vegana, monotemática esquelética anoréxica. Bien es
cierto que lo que más te interesó de aquel frutero mamarracho era su plátano. Decías
alimentarte sólo de plátano en ese tiempo. Así, en singular. Debió llamarme la
atención el matiz, la ausencia del plural más llamativa de cuantas se te han ocurrido. Y hubo muchas, mi
amor. Ausencias, digo. Además, nunca te habían gustado los plátanos. Ni las
ciruelas ni los pomelos ni las manzanas ni las naranjas. La fruta era para los
pájaros, decías con convicción quebrantable.
También aquí tuviste
razón: un pájaro te subía fruta que yo comía y para ti el plátano. Pero aquello
también pasó, ¿verdad mi amor?
-No lo sé, si tú lo
dices.
Sí sí, lo digo yo. Que mía
ha sido esta idea como mío el piso como mía la moto como mío el cuarto de fruta
lleno que yo cenaba al volver a casa, que tú no querías que ya estabas plena. Como
mío el coche que despeñaste por conducir colgada de cocaína. Que comprabas
vendiendo mi colección de sellos a mitad de precio al camarero imbécil del
restaurante Palermo en la plaza del barrio. ¿Ves un amor?, otra vez Italia en
el horizonte.
Y no tan imbécil el
camarero que se hizo con mis sellos baratos y revendió caros. Tanto que compró
el restaurante y lo amplió hasta convertirlo en el más grande de la ciudad. Tú me
llevabas engañado, fingiendo que te gustaban las pizzas. A ti que decías ser un
alimento para estudiantes y vagos. No sospeché nada porque siempre fui un
hombre sencillo, sin complicaciones. Sin una mente retorcida dada a la intriga
y la desconfianza. Nada raro vi en que hicieras la misma pregunta al camarero
imbécil reconvertido en dueño del restaurante más grande de la ciudad, ¿tienen
mozzarella?
Una obviedad tratándose
de un italiano que no tuve en cuenta. La contraseña para efectuar el trato. Minutos
después fingías una necesidad fisiológica y te ibas a los lavabos donde
cambiabas tu cuerpo por cocaína. Él te metía por todas partes y tú te metías el
polvo blanco hasta enharinarte completamente el cerebro. Blanco nuclear, como tu
ropa.
Juntos hacíais del
cuarto de baño una gran nube de polvo, de polvos para más exactitud. Esto lo supe
cuando mi amigo cazafantasmas el sencillo atrapó una secuencia sonora completa
en una de sus noches cacofónicas. Todo lo guardan las paredes. También tus
correrías. ¿Verdad mi amor?
-No lo sé, si tú lo
dices.
Sí sí lo digo yo. Que mía
ha sido esta proposición de venir a Italia como mío el piso la moto el cuarto
la colección de sellos el coche y el Rolex de oro. Que ofreciste a mi amigo
cazafortunas el sencillo a cambio de quitarme de en medio y quedarte con todo. Lo
que aún me quedaba y que no era mucho. Sí mi amor, me lo dejó escrito en una
carta que me fue entregada después de su suicidio. No diré que me partiste el
corazón porque no sería cierto. Y porque ya me lo habías roto antes tantas
veces que estaba hecho pedazos. Pero sí te digo que hemos venido hasta aquí
para arreglarlo. Podríamos decir, reconciliarnos.
El amor lo puede todo,
¿verdad mi amor que me vas a compensar? Que todo ese daño gratuito tu enorme
generosidad va a reparar con una acción también enorme. Qué digo, gigante. No más
destrozos, no más heridas. Ay, mi amor, cómo he esperado este momento. Ningún recuerdo
del pasado empañará el instante redentor que me vas a regalar. ¡Soy tan feliz! Feliz,
¿me has oído?
Sabía que dentro de ti
había un gran corazón. Que tú no eras ese monstruo egoísta manipulador
mentiroso desleal e hipócrita que decía mi amigo cazatalentos el sencillo. Ni tampoco
la peor víbora que mi amigo aventurero el sencillo afirmaba haber visto en sus
vueltas al mundo. ¡Diez, nada menos!
Yo la conozco, respondía.
Yo sé que un día me va a regalar una alegría tan extraordinaria que nada de lo
que me contáis tendrá importancia. Que su gesto de gratitud será… épico.
Ese día ha llegado,
¿verdad mi amor? ¿Me oyes? Te noto distraída.
-No sé…
No te preocupes si te
sientes confundida, es el efecto de la sobredosis. Pero descuida, no dejaré que
hablen mal de ti igual que si fueras una jodida yonqui. Tu nombre permanecerá
en la memoria de todos como la gran mujer que fuiste. Hoy vas a hacer algo
memorable.
Por eso hemos venido. ¡Por fin Italia! ¡Italia! Paese dell´amore! Si te soy sincero, no
ha sido fácil subirte hasta aquí arriba. Pesabas igual que un maldito saco de
patatas. Y eso que nunca he cargado uno, pero debe ser muy pesado, eso seguro. No
importa, ya está hecho. Es preciosa la vista desde aquí arriba, ¿verdad mi
amor? A la bahía de Portofino nada menos. Además he tenido que arrastrar esta
silla. Pero ahora que te veo ahí atada, dando cabezazos, sé que ha merecido la
pena el esfuerzo.
Mejor será cuando
suelte los frenos y te lance por la pendiente. A toda velocidad descontrolada
colina abajo en dirección a ese promontorio. Será un perfecto trampolín para
que saltes al vacío, y vueles. Y vueles como la mariposa que soñaste ser y no
pudiste. Y vueles como la piedra que has sido a mis espaldas.
Y te estrelles contra
ese precioso yate de allí abajo. No te decepcionará, se ve pequeño desde aquí
pero compáralo con los demás. El más grande, tú no mereces otra cosa mi amor. Siempre
quisiste navegar en un lujoso barco, ¿verdad? ¡Pues ahí lo tieeeneees!
¡Por fin tu mayor ilusión
hecha realidad!
Y la mía.
¿Verdad mi amor? ¿Mi amor?
¿Me oyeees?
© CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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