HOLAS
-Hola.
-Hola.
-Te he visto desde el
pinar y he bajado corriendo. Creí que te pasaba algo.
-Qué va. Sólo estoy dando patadas a las olas.
-¿Por qué?
-Cazo pulpos.
-¿Qué?
-Bueno, lo intento.
-¿A patadas?
-Sí. ¿No sabías?
-No. ¿Cómo lo haces?
-Sabes que los pulpos
son cefalópodos, así que tienen cabeza y pies directamente conectados. ¿No?
-Visto así.
-Creí que se
confiarían. De pies a pies, ya sabes.
-¿Y funciona?
-No. Sólo era una
teoría. Tenía hambre, había que intentarlo.
-Y además de dar
patadas, ¿qué otra cosa piensas hacer hoy?
-Tengo en proyecto un
barco de arena.
-Eso me gusta.
¿Necesitas ayuda? Se me da bien trabajar con la arena.
-Sólo si prometes una
cosa.
-¿Qué?
-No me pidas venir
conmigo cuando lo acabe.
-¿A dónde vas?
-Estoy cansado de este
lugar. A cualquier parte.
-Pero aquí vivimos
bien. Tenemos lo necesario para ser libres.
-Libertad y felicidad
son cosas distintas. ¡Malditos pulpos! ¡Qué listos son! Yo quiero conocer el
mundo. Lugares donde vivir sea diferente. Oportunidades. Incluso quiero una
familia.
-¿Yo no te basto?
-¿Tú? A ti no te
conozco. ¿Quién eres? Ni siquiera sé de dónde has salido.
-Ya te he dicho que
estaba en el pinar.
-¿Cómo sé que no me
mientes? Llevo veinticinco años aquí solo. Y nunca he visto a nadie.
-Porque no sabías dónde
mirar. Siempre buscando, siempre mirando al suelo. Yo a ti te he visto muchas
veces, desde arriba. Vivo en las copas de los árboles. Me voy mudando según me
canso.
-Podrías haberme hecho
una señal.
-¿Para qué? No me
hubieras creído. Como ahora.
-Es cierto, no te creo.
Me vuelvo a casa. Estoy harto de dar patadas.
-¿Tienes algo de cenar?
-¿Por qué? ¿Tú sí?
-No. Por eso. Tengo
hambre, llevo años comiendo hojas y piñas.
-Bueno, entonces puedes
venir. Ayer me sobraron unos cuantos caparazones de cangrejo. Suficientes para
una sopa. Mi especialidad es la sopa de cangrejo huérfano al aroma de roca
caliza caramelizada con frutos de bajamar. Todo ello sobre un lecho de espuma
de ola nitrogenada a punto de nieve.
-¿Altitud?
-Nieve de glaciar. He
probado con otras de alta montaña pero se funden antes de veinte minutos. La de
glaciar dura horas.
-Ah, por eso. Entonces
está bien.
-Sígueme, vivo cerca.
-Lo sé. Conozco el
camino. Te visto desde los árboles, ¿recuerdas?
-¿Has visto a alguien más?
-No. Estamos solos.
-Lo suponía. ¿Cómo
fuiste a parar ahí?
-Me arrojaron de un avión
en pleno vuelo.
-¿Secuestro?
-Una apuesta.
-Ah. Qué poco estilo.
-Unos decían que podía
volar. Otros que no.
-Y fue que sí.
-En realidad no, pero aterricé
como pude en el pinar. Y hasta hoy. Tú en cambio parece que naciste aquí.
-Así es. Pero nada más
hacerlo me abandonaron a mi suerte. He sobrevivido con lo mínimo porque soy
duro de romper. Sé de muchos que quedaron en el camino. Murieron por accidente
o depredadores. Llámalo suerte, llámalo destino. Según tus creencias. Pasa, ya
hemos llegado.
-¿Sabes? Siempre quise
visitar tu casa. Te veía desde los árboles y sentía envidia. Me preguntaba cómo
sería vivir a ras del suelo.
-Nada especial, ya ves.
Aunque existe la ventaja de no lastimarse mucho cuando te caes. No como tú.
-Quiero ir ahí arriba, ver
el mar desde lo más alto. Como te veo hacer todas las noches. Ah, qué hermoso
es esto. Desde aquí se domina toda la isla.
-Tanto como dominar…
-Con vistas a los
cuatro vientos. En el pinar, entre tanta rama ni veo el bosque, ni el mar. En cambio
desde este punto el horizonte es tuyo. Limpio, azul, plano. Ahh.
-O turbio, gris y
montañoso los días de tormenta. Con olas golpeando hasta el techo.
-¿Y este faro? ¿Por qué
no lo enciendes?
-No funciona.
-Es una pena. ¡Resulta
tan romántico!
-Todo lo contrario. Si lo
hiciera la isla se llenaría de turistas. Pesca inútil deportiva, submarinismo
invasivo, surfistas molestos. Barbacoas bajo tus pinos…
-¡Sería horrible! No lo
había pensado.
-Así es, horrible.
-Parece muy antiguo.
-Del dieciocho. Estuvo ocupado
por piratas holandeses argentinos hasta el diecinueve, que lo abandonaron. Mi familia
se instaló aquí y ahora vivo yo. Solo, como supongo ya sabes.
-Perdona, pero tengo
hambre.
-Es verdad, lo siento. Vamos
abajo y preparemos la cena.
-¡Qué bonito tienes
esto!
-¿Te gusta?
-Mucho. Me recuerda a
los restaurantes puerto riqueños de Manhattan. Hubo un tiempo en que viví allí.
Hermosos aquellos años.
-La nostalgia es
hermosa. No los años. ¿Cómo fue que llegaste a esta parte perdida del mundo? No
sería otra apuesta.
-No. Mi familia perdió
aquel apartamento en el crack del veintinueve. Así que el padre aprovechó la
circunstancia para convencer a todos de que su futuro estaba en otra parte. Más
claro y mejor cuanto más lejos.
-¿Y por qué la apuesta?
-El problema es que
trató de ahogar sus frustraciones con alcohol. Apostó con el piloto del avión
en nuestro rumbo al nuevo mundo.
-Vaya, cuánto lo
siento. Pero tú al menos has viajado. Yo no conozco nada que no sea esta
maldita isla.
-¿Sabes?, casi mejor. No
todo lo que ocurre por ahí es digno de ver. Algunas cosas es mejor olvidar.
-Pásame esa cazuela. ¿Por
ejemplo?
-Aquí tienes. Las guerras.
La segunda fue terrible.
-¿En qué época fue
aquello?
-Finales treinta
primeros cuarenta.
-Ahora entiendo, dame
aquella sartén por favor, por qué terminó aquí un objeto enorme y extraño, todo
pintado de gris, humeante. Parecía perdido. Se hundió a media noche entre
explosiones, gritos y lamentos.
-A eso lo llaman barco
de guerra.
-La sopa ya está, pero
te voy a hacer algo especial. En honor a tu compañía.
-Yo te ayudo tú mandas.
-Haremos un suflé de
erizos con escamas de tiburón y espinas de lamprea sobre crema de langosta
vieja alimentada con algas enriquecidas.
-¿Crema de langosta?
-Sí, no puedo evitarlo,
me caen mal. Tan engoladas, tan petulantes. Todas se creen la estrella del mar.
-Las estrellas de mar
son las estrellas de mar, ese puesto ya está ocupado, no cabe discusión.
-Trata de hacerle
comprender eso a una langosta. No existe nada como ellas.
-¿Y no te sientes un
poco caníbal?
-¿Caníbal? En absoluto.
Es mi forma de demostrarles cuánto las aprecio.
-Claro. ¿Te paso la
sal?
-No es necesario. Uso agua
de mar.
-¿Vino blanco?
-Tampoco. Cuando la
materia prima es fresca y de calidad, sobran los sabores ajenos al producto.
-Estoy de acuerdo. Yo hago
un puré de piñones recién cogidos que no necesitan nada más.
-Lo que yo digo. El producto
es lo primero. Toma, escurre esto.
-¡Que buena pinta
tiene! Ya está. Voy poniendo la mesa. ¡Hace tanto tiempo que no cenaba con
nadie!
-Aquí enseguida
termino. Te vas a chupar los dedos, tú que puedes.
-Yo envidio de ti cómo
te mueves bajo el agua. El tiempo que aguantas. Subes a la superficie
como si nada, y otra vez para abajo.
-Cada cual tiene sus
habilidades. En cambio yo soy incapaz de subirme a un árbol. Nunca tendré tu
agilidad ni rapidez. Además, padezco vértigos.
-Pues es una pena. Pensaba
invitarte mañana para que conozcas mi casa.
-Esto ya está. ¡A
cenar!
-Uhm, qué bien huele. Y
una presentación magnífica. Tenías razón, cuando el producto es fresco… No
tiene competencia. Ni en el mejor restaurante neoyorquino sirven esta calidad.
-Espera a probarlo.
-Ahh, delicioso. ¿Tus ojos
son marrones?
-No, los tuyos son
marrones. Los míos negros.
-Vaya, te has fijado. Me
halagas.
-Por supuesto. Soy un
gran lector de novelas de pasión.
-¿Sabes?, se me ocurre
una forma perfecta de terminar esta encantadora velada.
-Tú dirás. No has
probado el suflé.
-Después de cenar,
llenamos dos conchas de erizo con agua de mar y subimos a la terraza del faro. Ahí
hacemos el amor bajo la luz de las estrellas.
-La idea es sugerente. Pero
olvidas algo importante.
-¿Sí, qué? Dímelo, dímelo
que lo arreglo enseguida.
-Que tú eres una
ardilla, y yo soy un bogavante.
-Ahg. ¡Qué falta de
romanticismo! Sabía que no tenía que haberme bajado de aquel pino: ¡me enamoro
con tanta facilidad!
© CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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