viernes, 17 de agosto de 2012

HOLAS (relato corto)



HOLAS

-Hola.
-Hola.
-Te he visto desde el pinar y he bajado corriendo. Creí que te pasaba algo.
-Qué va. Sólo estoy dando patadas a las olas.
-¿Por qué?
-Cazo pulpos.
-¿Qué?
-Bueno, lo intento.
-¿A patadas?
-Sí. ¿No sabías?
-No. ¿Cómo lo haces?
-Sabes que los pulpos son cefalópodos, así que tienen cabeza y pies directamente conectados. ¿No?
-Visto así.
-Creí que se confiarían. De pies a pies, ya sabes.
-¿Y funciona?
-No. Sólo era una teoría. Tenía hambre, había que intentarlo.
-Y además de dar patadas, ¿qué otra cosa piensas hacer hoy?
-Tengo en proyecto un barco de arena.
-Eso me gusta. ¿Necesitas ayuda? Se me da bien trabajar con la arena.
-Sólo si prometes una cosa.
-¿Qué?
-No me pidas venir conmigo cuando lo acabe.
-¿A dónde vas?
-Estoy cansado de este lugar. A cualquier parte.
-Pero aquí vivimos bien. Tenemos lo necesario para ser libres.
-Libertad y felicidad son cosas distintas. ¡Malditos pulpos! ¡Qué listos son! Yo quiero conocer el mundo. Lugares donde vivir sea diferente. Oportunidades. Incluso quiero una familia.
-¿Yo no te basto?
-¿Tú? A ti no te conozco. ¿Quién eres? Ni siquiera sé de dónde has salido.
-Ya te he dicho que estaba en el pinar.
-¿Cómo sé que no me mientes? Llevo veinticinco años aquí solo. Y nunca he visto a nadie.
-Porque no sabías dónde mirar. Siempre buscando, siempre mirando al suelo. Yo a ti te he visto muchas veces, desde arriba. Vivo en las copas de los árboles. Me voy mudando según me canso.
-Podrías haberme hecho una señal.
-¿Para qué? No me hubieras creído. Como ahora.
-Es cierto, no te creo. Me vuelvo a casa. Estoy harto de dar patadas.
-¿Tienes algo de cenar?
-¿Por qué? ¿Tú sí?
-No. Por eso. Tengo hambre, llevo años comiendo hojas y piñas.
-Bueno, entonces puedes venir. Ayer me sobraron unos cuantos caparazones de cangrejo. Suficientes para una sopa. Mi especialidad es la sopa de cangrejo huérfano al aroma de roca caliza caramelizada con frutos de bajamar. Todo ello sobre un lecho de espuma de ola nitrogenada a punto de nieve.
-¿Altitud?
-Nieve de glaciar. He probado con otras de alta montaña pero se funden antes de veinte minutos. La de glaciar dura horas.
-Ah, por eso. Entonces está bien.
-Sígueme, vivo cerca.
-Lo sé. Conozco el camino. Te visto desde los árboles, ¿recuerdas?
-¿Has visto a alguien más?
-No. Estamos solos.
-Lo suponía. ¿Cómo fuiste a parar ahí?
-Me arrojaron de un avión en pleno vuelo.
-¿Secuestro?
-Una apuesta.
-Ah. Qué poco estilo.
-Unos decían que podía volar. Otros que no.
-Y fue que sí.
-En realidad no, pero aterricé como pude en el pinar. Y hasta hoy. Tú en cambio parece que naciste aquí.
-Así es. Pero nada más hacerlo me abandonaron a mi suerte. He sobrevivido con lo mínimo porque soy duro de romper. Sé de muchos que quedaron en el camino. Murieron por accidente o depredadores. Llámalo suerte, llámalo destino. Según tus creencias. Pasa, ya hemos llegado.
-¿Sabes? Siempre quise visitar tu casa. Te veía desde los árboles y sentía envidia. Me preguntaba cómo sería vivir a ras del suelo.
-Nada especial, ya ves. Aunque existe la ventaja de no lastimarse mucho cuando te caes. No como tú.
-Quiero ir ahí arriba, ver el mar desde lo más alto. Como te veo hacer todas las noches. Ah, qué hermoso es esto. Desde aquí se domina toda la isla.
-Tanto como dominar…
-Con vistas a los cuatro vientos. En el pinar, entre tanta rama ni veo el bosque, ni el mar. En cambio desde este punto el horizonte es tuyo. Limpio, azul, plano. Ahh.
-O turbio, gris y montañoso los días de tormenta. Con olas golpeando hasta el techo.
-¿Y este faro? ¿Por qué no lo enciendes?
-No funciona.
-Es una pena. ¡Resulta tan romántico!
-Todo lo contrario. Si lo hiciera la isla se llenaría de turistas. Pesca inútil deportiva, submarinismo invasivo, surfistas molestos. Barbacoas bajo tus pinos…
-¡Sería horrible! No lo había pensado.
-Así es, horrible.
-Parece muy antiguo.
-Del dieciocho. Estuvo ocupado por piratas holandeses argentinos hasta el diecinueve, que lo abandonaron. Mi familia se instaló aquí y ahora vivo yo. Solo, como supongo ya sabes.
-Perdona, pero tengo hambre.
-Es verdad, lo siento. Vamos abajo y preparemos la cena.
-¡Qué bonito tienes esto!
-¿Te gusta?
-Mucho. Me recuerda a los restaurantes puerto riqueños de Manhattan. Hubo un tiempo en que viví allí. Hermosos aquellos años.
-La nostalgia es hermosa. No los años. ¿Cómo fue que llegaste a esta parte perdida del mundo? No sería otra apuesta.
-No. Mi familia perdió aquel apartamento en el crack del veintinueve. Así que el padre aprovechó la circunstancia para convencer a todos de que su futuro estaba en otra parte. Más claro y mejor cuanto más lejos.
-¿Y por qué la apuesta?
-El problema es que trató de ahogar sus frustraciones con alcohol. Apostó con el piloto del avión en nuestro rumbo al nuevo mundo.
-Vaya, cuánto lo siento. Pero tú al menos has viajado. Yo no conozco nada que no sea esta maldita isla.
-¿Sabes?, casi mejor. No todo lo que ocurre por ahí es digno de ver. Algunas cosas es mejor olvidar.
-Pásame esa cazuela. ¿Por ejemplo?
-Aquí tienes. Las guerras. La segunda fue terrible.
-¿En qué época fue aquello?
-Finales treinta primeros cuarenta.
-Ahora entiendo, dame aquella sartén por favor, por qué terminó aquí un objeto enorme y extraño, todo pintado de gris, humeante. Parecía perdido. Se hundió a media noche entre explosiones, gritos y lamentos.
-A eso lo llaman barco de guerra.
-La sopa ya está, pero te voy a hacer algo especial. En honor a tu compañía.
-Yo te ayudo tú mandas.
-Haremos un suflé de erizos con escamas de tiburón y espinas de lamprea sobre crema de langosta vieja alimentada con algas enriquecidas.
-¿Crema de langosta?
-Sí, no puedo evitarlo, me caen mal. Tan engoladas, tan petulantes. Todas se creen la estrella del mar.
-Las estrellas de mar son las estrellas de mar, ese puesto ya está ocupado, no cabe discusión.
-Trata de hacerle comprender eso a una langosta. No existe nada como ellas.
-¿Y no te sientes un poco caníbal?
-¿Caníbal? En absoluto. Es mi forma de demostrarles cuánto las aprecio.
-Claro. ¿Te paso la sal?
-No es necesario. Uso agua de mar.
-¿Vino blanco?
-Tampoco. Cuando la materia prima es fresca y de calidad, sobran los sabores ajenos al producto.
-Estoy de acuerdo. Yo hago un puré de piñones recién cogidos que no necesitan nada más.
-Lo que yo digo. El producto es lo primero. Toma, escurre esto.
-¡Que buena pinta tiene! Ya está. Voy poniendo la mesa. ¡Hace tanto tiempo que no cenaba con nadie!
-Aquí enseguida termino. Te vas a chupar los dedos, tú que puedes.
-Yo envidio de ti cómo te mueves bajo el agua. El tiempo que aguantas. Subes a la superficie como si nada, y otra vez para abajo.
-Cada cual tiene sus habilidades. En cambio yo soy incapaz de subirme a un árbol. Nunca tendré tu agilidad ni rapidez. Además, padezco vértigos.
-Pues es una pena. Pensaba invitarte mañana para que conozcas mi casa.
-Esto ya está. ¡A cenar!
-Uhm, qué bien huele. Y una presentación magnífica. Tenías razón, cuando el producto es fresco… No tiene competencia. Ni en el mejor restaurante neoyorquino sirven esta calidad.
-Espera a probarlo.
-Ahh, delicioso. ¿Tus ojos son marrones?
-No, los tuyos son marrones. Los míos negros.
-Vaya, te has fijado. Me halagas.
-Por supuesto. Soy un gran lector de novelas de pasión.
-¿Sabes?, se me ocurre una forma perfecta de terminar esta encantadora velada.
-Tú dirás. No has probado el suflé.
-Después de cenar, llenamos dos conchas de erizo con agua de mar y subimos a la terraza del faro. Ahí hacemos el amor bajo la luz de las estrellas.
-La idea es sugerente. Pero olvidas algo importante.
-¿Sí, qué? Dímelo, dímelo que lo arreglo enseguida.
-Que tú eres una ardilla, y yo soy un bogavante.
-Ahg. ¡Qué falta de romanticismo! Sabía que no tenía que haberme bajado de aquel pino: ¡me enamoro con tanta facilidad!


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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