DICCIONARIOS
Siempre
quise escribir un diccionario.
Dar mi opinión
personal al significado de las cosas. Significarme,
vamos.
Que el
resto del mundo vea conceptos en las palabras,
sólo por mí
descubiertos.
Si todo
tiene un significado,
¿existe
mejor forma de dar a la vida sentido,
que dándoselo
a las palabras por las que nos guiamos?
Había encontrado
el camino de dar a la mía contenido.
Cito ejemplos.
Amor:
-Estado
tontorrón del pensamiento que no aporta nada interesante.
O este
otro:
-Enfermedad
de gravedad indeterminada que tiende a remitir con el tiempo.
En ocasiones
cronifica y el sujeto enamorado permanece ajeno al mundo
sin
remedio.
Con definiciones
tales me aseguraba yo la forma de salvar el tipo cada día.
Y no añorar
lo que sin duda es un peligro. En este caso, era el amor.
Mi existencia
había dado un vuelco con el sistema:
me permitía
resolver muchos problemas sin tener que afrontarlos.
Cambiando
su significado, desaparecían.
Otro ejemplo.
Desesperanza:
-Mecanismo
intuitivo de autodefensa por el que el individuo renuncia
a toda
posibilidad de cambio. Protegiéndose así contra el estrés y la ansiedad
posteriores
a la alteración de su entorno.
En la letra
F di con una definición especialmente satisfactoria
para algo
que hasta ese día me tenía profundamente deprimido.
Felicidad:
-Trastorno
mental propio del cerebro humano
sin
correlación en el resto de primates, lo que sugiere
algún error
evolutivo,
caracterizado
por la obsesión que en el enfermo produce la permanente
e inútil búsqueda
de una abstracción inexistente.
Su peor
efecto secundario conocido hasta la fecha se define con el nombre
de Infelicidad.
Puede arrastrar al paciente hasta la muerte por autolisis.
Releía cada
mañana mi diccionario personalizado
para poner
orden en todas mis cosas. Y todo iba perfecto
hasta que
llegué a la letra M. Por el medio, más o menos.
M de medio
y de más y menos. Será por algo que me atasqué.
Tuve un
primer amago de tragedia con la letra G. De gilipollas.
Me pasó tan
rápido por la mente la imagen de mí mismo como muestra,
que decidí
saltarme el capítulo entero.
He de
reconocer que esto me dejó un gran vacío,
y como no
había llegado a la V no lo pude remediar
cambiándole
el sentido.
Pero, como
he dicho, le peor llegó con la M.
M de
mediocre. M de merluzo. M de memo.
De maula de
mínimo de majadero.
En todas y
cada una de estas palabras se repitió el efecto gilipollas.
Así bautizado
con tanta persistencia.
Aparecía yo
y sólo yo. Sin darme tiempo a corregirlas.
Llevo seis
años metido en mi despacho.
Los pies
han enraizado en la tarima
y de los
dedos crecen ramas. De las ramas, hojas.
En las
orejas anidan las arañas
y las
hormigas me han comido los ojos.
Éstos no
los echo de menos. Nada había que ver:
me tapiaron
la ventana para que no distrajera las obras de la autopista.
Yo, que creí
haber encontrado la respuesta a todas mis preguntas
el camino
para la evasión de todo compromiso
la solución
a todos los conflictos,
descubrí en
mi mediocridad la razón de mi completa sinrazón.
No pude
seguir.
Sería,
pues, verdad.
¡Qué se le
va a hacer!
© CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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