miércoles, 8 de agosto de 2012

DICCIONARIOS



DICCIONARIOS


Siempre quise escribir un diccionario.
Dar mi opinión personal al significado de las cosas. Significarme,
vamos.
Que el resto del mundo vea conceptos en las palabras,
sólo por mí descubiertos.
Si todo tiene un significado,
¿existe mejor forma de dar a la vida sentido,
que dándoselo a las palabras por las que nos guiamos?
Había encontrado el camino de dar a la mía contenido.
Cito ejemplos.

Amor:
-Estado tontorrón del pensamiento que no aporta nada interesante.
O este otro:
-Enfermedad de gravedad indeterminada que tiende a remitir con el tiempo.
En ocasiones cronifica y el sujeto enamorado permanece ajeno al mundo
sin remedio.

Con definiciones tales me aseguraba yo la forma de salvar el tipo cada día.
Y no añorar lo que sin duda es un peligro. En este caso, era el amor.
Mi existencia había dado un vuelco con el sistema:
me permitía resolver muchos problemas sin tener que afrontarlos.
Cambiando su significado, desaparecían.
Otro ejemplo.

Desesperanza:
-Mecanismo intuitivo de autodefensa por el que el individuo renuncia
a toda posibilidad de cambio. Protegiéndose así contra el estrés y la ansiedad
posteriores a la alteración de su entorno.

En la letra F di con una definición especialmente satisfactoria
para algo que hasta ese día me tenía profundamente deprimido.
Felicidad:

-Trastorno mental propio del cerebro humano
sin correlación en el resto de primates, lo que sugiere
algún error evolutivo,
caracterizado por la obsesión que en el enfermo produce la permanente
e inútil búsqueda de una abstracción inexistente.
Su peor efecto secundario conocido hasta la fecha se define con el nombre
de Infelicidad. Puede arrastrar al paciente hasta la muerte por autolisis.

Releía cada mañana mi diccionario personalizado
para poner orden en todas mis cosas. Y todo iba perfecto
hasta que llegué a la letra M. Por el medio, más o menos.
M de medio y de más y menos. Será por algo que me atasqué.
Tuve un primer amago de tragedia con la letra G. De gilipollas.
Me pasó tan rápido por la mente la imagen de mí mismo como muestra,
que decidí saltarme el capítulo entero.
He de reconocer que esto me dejó un gran vacío,
y como no había llegado a la V no lo pude remediar
cambiándole el sentido.
Pero, como he dicho, le peor llegó con la M.
M de mediocre. M de merluzo. M de memo.
De maula de mínimo de majadero.

En todas y cada una de estas palabras se repitió el efecto gilipollas.
Así bautizado con tanta persistencia.
Aparecía yo y sólo yo. Sin darme tiempo a corregirlas.

Llevo seis años metido en mi despacho.
Los pies han enraizado en la tarima
y de los dedos crecen ramas. De las ramas, hojas.
En las orejas anidan las arañas
y las hormigas me han comido los ojos.
Éstos no los echo de menos. Nada había que ver:
me tapiaron la ventana para que no distrajera las obras de la autopista.

Yo, que creí haber encontrado la respuesta a todas mis preguntas
el camino para la evasión de todo compromiso
la solución a todos los conflictos,
descubrí en mi mediocridad la razón de mi completa sinrazón.
No pude seguir.

Sería, pues, verdad.
¡Qué se le va a hacer!


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


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