THE QUEEN & THE FLY
Una mosca roja suicida silenciosa fue a estrellarse contra el
canto de la copa
justo en el momento en que la reina,
de la fiesta y del país,
iba a tomar su último trago.
Siete copas antes ese incidente hubiera sido un hecho anecdótico.
Puede que humorístico y curioso.
Sin mayores consecuencias, en todo caso.
Tres vasos de chardonnay, cuatro de pineau
y dos docenas de ostras número uno más tarde,
el incidente era una acción grave. Muy grave. De extrema gravedad.
Acción enemiga.
Incorporándose con la ayuda de tres de sus cuarenta y tres
sirvientes,
personas todas ellas cuidadosamente seleccionadas por un comité de
selección,
seleccionado a su vez por una desconfiada junta selectiva
seleccionada previamente por el nada fiable equipo de gobierno
escrupulosamente seleccionado en día par de año par por la reina
madre y padre,
ésta, que de todo sabía y ejercía, pronunció las famosas últimas
palabras
que harían de ella un personaje para la historia:
“Qué se puede esperar de un país incapaz de detener a un insecto
que en caída libre atente contra su reina.
Así las cosas, despreciados súbditos,
mejor será entregar las llaves de la ciudad y del armero al
enemigo.
Que este pueblo ingrato y egoísta,
mansamente y humillado cabizbajo,
desfilará ante el muro de la victoria de los otros.
Y con voz apagada de sirviente acobardado para no molestar al
pelotón
dirá
fuego.
Confiando en que la buena puntería del verdugo acierte de pleno
y os evite un sufrimiento merecido.”
Dicho aquel breve discurso, calló la reina.
Y cayó al suelo fulminada por una apoplejía.
Los libros de historia del resto del mundo
dirían que fue por culpa de una mosca
adiestrada atacante en plena guerra fría.
Los que se estudian en las escuelas del país:
que por exceso de trabajo.
Hubo desfile fúnebre y súbditos llorando desconsolados.
©CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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