OFERTAS DE VERANO
Kilómetros de arena a
los cuatro vientos y ni una sombra donde protegerse de esta bomba de calor
radioactivo que es el sol. Yo que buscaba turismo de aventuras, deporte de alto
riesgo, emociones singulares, esas cosas… se me ha ido la mano con la
experiencia. ¡Qué calor! Y cinco gotas de agua para cruzar este desierto. No
saldré de aquí vivo. Ni muerto, porque nadie va a perder su tiempo y su energía
en rescatarme.
Mi familia no sabe
dónde estoy, entre otras cosas porque no tengo familia. Casi mejor, ni sufren
ni me hacen sufrir. Mis amigos ya no me prestan atención. Tantos son los líos
en los que con los años he caído que se aburrieron de mí; no les culpo. A la
embajada no le voy a interesar. Menos ahora que persiguen un nuevo acuerdo
comercial: ellos quieren más petróleo, los árabes más dinero. Difícil arreglo.
Claro que siempre queda la opción de mejorar la oferta regalándoles nuestras
mujeres, como dijo el primer ministro. Y si él lo dice, muchos obedecen.
Incluso la oposición por una vez está de acuerdo. Será porque tienen más
oposición en casa y esto les motiva. Eligen oponerse a su propia oposición. Es
lo que tiene oponerse por sistema: uno se vuelve previsible.
Así que aquí estoy
muerto de sed, en breve será literal, y de aburrimiento. Esto peor, dadas las
circunstancias, si yo buscaba turismo de aventura. Pocas cosas aburren más que
un final adelantado. Y éste está predicho en los oráculos más groseros: la
aventura del desierto acabará contigo. Final previsto, me falta motivación, por
tanto.
Si al menos fuera el
desierto de Sonora, o el mar de dunas de Brasil, o el desierto de Atacama en
uno de sus episodios floridos, podría dar por válida la desventura. Pero no. Un
desierto cualquiera del que no recuerdo ni su nombre. Sin interés turístico,
fotográfico, paisajístico. Ni siquiera está en medio de una importante ruta
comercial, donde podría avistar alguna caravana cargada de dátiles y miel. O
kalashnikov y polvo de amapola, porque el comercio es el comercio. Nada hay de
exótico o interesante que de aquí pueda contar. Tampoco podré.
Como alternativa a la
desecación sobre la parrilla de arena se me ocurre hacer un agujero donde tal
vez estuviera más fresco. La contraindicación, siempre hay alguna en cualquier
ocurrencia, es que a mayor esfuerzo mayor hidratación. Con sólo cinco gotas,
acabaría rápido mi reserva hídrica. A partir de ahí, a esperar la muerte en el
agujero.
Claro que esta opción
tiene el indiscutible beneficio medioambiental: el viento barrería arena sobre
mi cuerpo hasta taparlo y desaparecer de la vista. De la vista de nadie, pero
de la vista al fin y al cabo. No sería una desagradable intrusión estética en
un idílico paisaje de paz duradera y dunas cambiantes. Algo así decía el
folleto promocional de la agencia de viajes donde compré este viaje definitivo.
“Paisaje de paz y dunas”, aquí no mentían, no podré demandarles por
incumplimiento de contrato.
Aún no sé por qué me
dejé convencer, si lo que yo buscaba era agitación y estrés. Adrenalina y
dopamina para compensar mi tedioso trabajo de administrativo en una agencia de
distribución. La mía es la parte aburrida, porque la agencia distribuye todo lo
imaginable, sin reparos morales ni barreras comerciales. Menos aún legales: éstas
se franquean rápido.
En la agencia lo mismo
enviamos hielo a Alaska que barcos de pesca al mar de Aral o equipos home
cinema al Sahara. ¿No hay un festival de cine?, pues toma equipo para fardar en
la jaima sin agua ni electricidad. Lo importante es vender por cualquier vía
cualquier cosa. Armas de juguete al ejército israelí; uranio empobrecido a Irán,
más barato dónde vas a comparar; hamburguesas a McDonald’s; sobrecitos de sal a
Salt Lake City. Mejor cuanto más improbable el éxito. Incluso se está pensando
abrir una nueva línea de negocio que suministre amantes a las amantes de políticos
y empresarios de moral distraída. Forma parte de un cursillo acelerado para
comprender la psicología de la deslealtad. Distintos estudios infieles de
mercado pronosticaron el éxito de la idea. Pero yo me aburría, sólo números,
nada de acción. Por eso necesito estos episodios de riesgo extremo.
Bueno, he de tomar una
decisión, agujero o ruta.
A quién quiero engañar,
voy cavando el agujero.
En realidad fue la
chica del café con pastas y licor de menta la que me convenció de este viaje
sin retorno. Yo había entrado en la agencia cautivado por la oferta de quince días
nada incluido en el cuerno de áfrica, luchando por sobrevivir. La agencia
proporcionaba la llegada, nada más. Una compañía de aeronaves en quiebra y alta
siniestralidad ofertaba el vuelo extra low cost. Esto era literal: el cliente era
arrojado desde el aire para ahorrar tasas de aeropuerto y personal de tierra. El
guía que abrió el primer salto tuvo suerte con el paracaídas: primer uso, equipo
completo. No así su acompañante de asiento: le faltaba la anilla de apertura e
hizo un descenso vertiginoso. Le adelantó a toda velocidad dándole una envidia
inconfesable, hasta que se despachurró contra el suelo. Lo confesó más tarde
sin por ello sentirse culpable. Una vez en tierra, el propósito no era otro que
salvar el pellejo. La zona era un hormiguero de tribus en constante lucha
contra el intruso y contra ellos mismos. Pero estaban de acuerdo en una cosa: todas
daban muerte al extranjero.
Yo buscaba tensión dramática
pero mientras ojeaba tontamente un catálogo tras otros esperando ser atendido,
tropezó conmigo la del café con pastas y licor de menta. Entre disculpas,
sonrisas dulces de menta dulce y miradas de alto riesgo, me engatusó para hacer
este viaje prometiéndome que lo haría conmigo. Sabía que mentía pero necesitaba
creerme su mentira poética para limpiar mi realidad numérica.
Paz y dunas.
Lo que no sabía porque sonrisa
dulce lo omitió, era que el avión te arrojaba en medio del desierto con un
parapente viejo, una piña colada y una cantimplora de juguete. En la parte
inferior del parapente pude leer un mensaje publicitario: “Agencia de viajes La
Secreta. Garantizamos que no lo contará.”
Vale, esto ya está. Me quedan
cinco gotas. Parece que se acerca una tormenta de arena. Echo de menos un libro
de visitas donde recomendarlos. No abunda la gente que cumple lo que ofrece.
© CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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