POR ORDEN JUDICIAL
Octavio iba a firmar
aquel documento momentos antes de que la madre de todas las dudas, la
conciencia, le atravesara el pensamiento igual que un tiro de gracia:
definitivo.
En el suelo un bolso
verde de viaje. A diferencia de otros casos en momentos de tensión extrema, no
le pasó la vida entera antes sus ojos, pero sí los últimos 4 años 20 meses 9
semanas y 10 días. Era un comienzo, y un final. Arrancando en el mismo instante
en que escribió su número de teléfono en una servilleta de la cafetería El
Acantilado donde últimamente desayunaba. Por fin parecía tener la suerte de
cara, se dijo aquel día en que Elodie, la camarera pelirroja sonriente y guapa
además de otras bondades evidentes, accedió a intercambiarse ambos números de
teléfono.
Octavio el menor de
ocho hermanos, de ahí el nombre, nunca lo tuvo fácil. Su madre murió a los
cinco meses, edad de él no de la madre, y en las espaldas de un conductor de
autobús comarcal, comarcal la línea rural el chófer, recayó la responsabilidad
de criarlos a todos. Todos chicos. Suerte que los dos mayores pronto empezaron
a trabajar en la misma empresa de autobuses y esto mejoraba algo la situación
económica.
No lo suficiente.
Su padre tiró la toalla
tirando el autobús lleno de pasajeros y a él mismo por un barranco: 48 muertos
más los polizontes no declarados. Como represalia social, la sociedad no puede
vivir sin castigar culpables o inocentes, los hermanos fueron dispersados por
casas de acogida y a él lo internaron en un colegio seminario. Se hizo mayor demasiado
pronto.
A Octavio el colegio de
los curas le fue bien y mal. Bien porque reforzó su disciplina, si esto era
posible, más porque el aislamiento robó su adolescencia y parte de la juventud.
Recuperó la libertad saltando un día por la ventana de su celda dormitorio en
un tercer piso tras una agria disputa con un cura obsesionado por las damas.
El juego de damas al
que Octavio le vencía siempre. No podía aceptar aquel cura que Octavio sin
haber conocido dama, de las de verdad, fuera un experto en la materia. La
materia del juego.
Ocho meses de juerga
borracheras y varias bofetadas más tarde, de mujercillas haciéndose pasar por
damas, puso freno a aquella recuperación acelerada del tiempo perdido. Y empezó
a trabajar.
Sus estudios de
teología le enseñaron que la voluntad del hombre es una cuestión de fe. Lo
aplicó a rajatabla como dinamitador oficial en una empresa de construcción,
sólo obra pública. Cuando el proyecto de carretera tropezaba con un muro de
roca, Octavio echaba mano de su férrea voluntad y la volaba a la voz de ¡Ya!,
perforándola con dinamita. El último trozo de roca hecha piedras y polvo fue a
caer sobre el tejado de una cafetería de playa: El Acantilado.
Allí tuvo que ir
Octavio obligado por su jefe a pedir excusas y ofrecerse en lo que fuera
menester a modo de compensación. Tal sumisión hizo gracia a la camarera
pelirroja, que sólo amaba la cafetería por las propinas, y surgió eso que
llaman bonita amistad. De ahí al número de teléfono pasaron dos semanas, y
ningún bofetón. Esta vez sí, la suerte y no las tortas, de cara.
10 meses 20 películas
60 descubrimientos 83 cenas y 267 polvos satisfactorios más tarde se casaron.
No por la iglesia, la pelirroja era protestante protesta, protestaba incluso de
ser protestante, y Octavio ya había superado el protocolario plazo de espera al
dios del permanente retraso.
La boda sencilla los
amigos pocos la familia menos. La suya dispersada, la de ella no se sabe que no
lo cuenta.
Un año pagando
alquileres les pareció aportación suficiente al bolsillo del casero. Las
propinas habían aumentado desde que Octavio terminó la nueva carretera, la
empresa de Octavio; acceso impecable a la playa para vecinos y turistas
despistados. Todo comodidad ningún respeto al medio ambiente: eran otros
tiempos; como hoy pero antes. A Octavio sus buenos oficios con el encendedor y
la mecha rápida le proporcionaron un gran ascenso acompañado de una pequeña
mejora de sueldo. ¿Lo compramos? ¡Lo compramos! Se dijeron el uno al otro
frente a la valla publicitaria: “VISITE NUESTRO PILOTO”.
Descubrieron ese día
que el piloto no era un hombre ni una luz roja en estado de emergencia, era un
piso de 58 m2. Pequeño, pero la falta de espacio lo compensaba generosamente su
precio de mansión. Era lo que había, tómalo o sigue con el alquiler. Además
había dicho el señor ministro que ese era un país de ricos. De repente la
especulación urbanística había enriquecido a la población y ellos sin
enterarse.
Con algo de esfuerzo, sería
un lugar para vivir siendo felices. O al revés, ser felices y vivir; el orden,
el orden sí altera el resultado. Él rompió su cerdito de barro para ocasiones
especiales, ella su lata decorada para ahorros extraordinarios, vaciaron los
bolsillos y juntaron cien monedas de plata. Para llenar el cofre con monedas de
oro acudieron a la gruta de los piratas. Por allí, en el acantilado.
Puertas abiertas
alfombra roja todo sonrisas falsas facilidades. Un banco cualquiera les dio las
monedas que faltaban, más otra bolsa para imprevistos. Así, medio escondida
como contrabando. ¡La mar está llena de piratas! –les dijo el director con
sonrisa de Pedro Navaja y parche de bucanero.
A cambio del cofre, del
cofre de oro, recibieron tres llaves y una hoja de reclamaciones dirigida al
maestro armero. Pero en el cofre no sólo oro, también sus vidas con una cadena.
Con la bolsa de los
imprevistos pagaron impuestos licencias y contratos de suministro. Nada sobró,
razón tenía el director. ¡La mar, llena de piratas! Les atracaron en cada
oficina. Pero la voluntad de ser feliz es más fuerte que la recompensa:
siguieron intentándolo.
Él seguía volando
rocas, cada vez más grandes cada vez más riesgo. Un poquito más de dinero, cada
mes.
Ella sonriendo a madres
envidiosas de su buena silueta, a solteras envidiosas de su buen marido, a
maridos envidiosos de no ser su marido, a solteros perdidos a solteras
aburridas a viejos más muertos que vivos. A niñas petardo a niños
insoportables. Petardos casi más grandes que los reventados por su marido. El
bueno formal trabajador ejemplar. Amante incansable.
Tres años pasaron para
comprar la última lámpara de techo. Sin vacaciones sin lujos innecesarios ni
derroches, amueblaron la casa. A veces la felicidad viene en una caja de
cartón, tiene forma de lámpara, se coloca en el techo e ilumina la habitación
sin ser encendida. Por esto lo llaman felicidad, a lo otro, electricidad. En
común tienen ambas que hay que pagar.
También por la casa: 36
mensualidades, 1000 días devolviendo monedas al banco de los cincuenta
ladrones: dos por cada una prestada. Tres años yendo al trabajo, él en un
todoterreno de empresa. Ella en Alfa de segunda mano. Bello y barato. Él por
caminos de tierra, de piedras voladas y no: ella por la carretera de playa
impecable. ¿Te gusta conducir?
Algo así debía ir
pensando aquel conductor bemeuvista serie 3M cuando le embistió por detrás.
Volaron ella y su Alfa por el acantilado mientras la radio del coche cantaba
“Life is chance, life is a change”. Un estribillo apropiado. Octavio perdió
toda esperanza cuando al décimo día de búsqueda encontraron el Alfa. Y la
pelirroja en su interior arrugada, pero con una inesperada sonrisa. ¿Quizás
murió feliz?
Seis meses después
llegó la primera carta del banco sintiéndolo mucho apremio de embargo gracias
por su confianza siempre fuimos su banco. ¡Piratas! –escupió Octavio en el
papel con firma digital-. ¡La vida está llena de piratas!
Y él sólo no podía
pagarlos a todos. Menos cuando la obra pública echó el freno, para ayudar a los
bancos, y su empresa el cierre. Sin nadie a quien recurrir, la felicidad
definitivamente había volado. Por los aires. 4 meses más tarde tenía enfrente a
dos cuervos en legal representación de la manada de carroñeros: buitres quebrantahuesos
y cuervos. Bancos justicia y gobierno. ¡Qué rápido es todo cuando se desmorona!
–pensó.
Octavio iba a firmar
aquel documento momentos antes de que la madre de todas las dudas, la
conciencia, le atravesara el pensamiento igual que un tiro de gracia:
definitivo.
En el suelo un bolso
verde de viaje. A diferencia de otros casos en momentos de tensión extrema, no
le pasó la vida entera antes sus ojos, pero sí los últimos 4 años 20 meses 9
semanas y 10 días.
El documento no era
otro que le desahucio de su casa a favor del banco. ¡De aquellos piratas estos
abordajes! –se dijo recuperando la gravedad filosófica de sus años de
monasterio. La suerte unas veces viene de cara, otras te hostia la cara. Pero
Octavio ya había recibido demasiadas a lo largo de su vida. Pensó que era el
momento de ser justo, y devolverlas.
Dos semanas antes de
que llegaran los cuervos apoyados por un ejército de carabineros se había hecho
con un arsenal de cartuchos de dinamita y fuegos artificiales. ¡Para una
barbacoa! –le dijo a su amigo de la tienda de explosivos donde se suministraba
en tiempos de trabajo. Con todo aquel material había perforado el piso de ricos
antes empobrecidos ahora: todos debéis hacer un esfuerzo estaba por encima de
vuestras posibilidades, corrige el nuevo ministro al ministro anterior.
-¡Pero no ha recogido
sus cosas! –exclamó el cuervo más alto.
-El banco sólo demanda
la casa, no sus pertenencias –añadió el cuervo bajo.
Octavio iba a decirle
que los piratas querían la casa y su vida entera de esclavo, pero lo cambió
por:
-En la bolsa llevo lo
que necesito. Don de voy el resto sobra.
-Usted sabrá –respondió
el cuervo alto con la seguridad del obediente.
Octavio les devolvió el
documento sin firmar, y dijo:
-Esperen un momento,
tengo en este bolso mi última oferta.
-¡No caballero! ¡Ya no
se puede! ¡El tiempo para negociar ya pasó, perdió su casa!
-Sí, sí puedo, esperen
un segundo y verán cómo tengo razón.
Octavio se agachó y
abrió la cremallera. Dentro del bolso una servilleta de papel con un número de
teléfono, tres llaves, un emblema de Alfa, y un telemando.
-Mi última oferta –dijo
antes de pulsar el botón rojo. Un piloto rojo.
Los cartuchos de
dinamita estratégicamente colocados explosionaron según el orden diseñado por
Octavio para que todo el edificio se viniera abajo. Al mismo tiempo, trozos de
pared, de cristales, de ladrillos, salían despedidos hacia el exterior como
metralla, alcanzando a los carabineros que no habían sido atrapados por la
explosión. Sin tiempo de reaccionar, tan confiados estaban los cincuenta que
acudieron para entregar una orden de desahucio a un desgraciado.
Coches patrulla, árboles,
coches aparcados, todo quedó bajo la inmensa nube de polvo y escombros; productos
colaterales de una voladura inteligente. Entre el denso humo, una secuencia
perfecta de fuegos artificiales elevándose en el cielo. Azules, ocres,
amarillos, verdes, púrpura, rojos. Lluvia de color propia del gran espectáculo
de acoso y derribo al que los grandes carroñeros habían sometido a Octavio. Tras
años de experiencia, él les ofreció su mejor obra.
Cuando cesó el
concierto pirotécnico, la nube marchó con el viento y volvió el silencio. En medio
de aquel campo de batalla, de un David enfurecido contra un Goliat desmedido,
un sencillo gorrión fue a posarse sobre la montaña de cascotes. Piando, quedó
mirando el nuevo escenario.
Quizás pensara anidar
en él.
© CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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