HUMANIDADES ENFRENTADAS
Arrojé la maleta al suelo con rabia nada más poner los pies en la habitación.
Un botones-chico-para-todo-baboso se me había quedado mirando en el pasillo después de indicarme el número de puerta: <
En realidad, el fingido amable joven quería su propina. Por eso se quedó mirándome con cara de lelo. Después de entregarme la llave me devolvió la maleta añadiendo: <
La mano se le quedó abierta y la sonrisa helada cuando le dije gracias dando un portazo. Sabía que había estado mirándome el culo toda la maniobra: coge maleta, por aquí sígame pase ha tenido un buen viaje de dónde viene se quedará con nosotros mucho tiempo deseo que su estancia sea agradable llámame no lo dude estamos para servirla, devuelve maleta.
Y digo que me había mirado el culo porque su rostro de bobo se reflejaba en los cristales del ascensor. Envejecidos y demodé como todo el hotel: no me podía costear nada mejor. En realidad, éste tampoco pero quise darme un último capricho antes de sucumbir al hundimiento del cambio.
Aquel veintitrés de marzo de mil novecientos noventa y nueve fue el primer día del resto de mi vida, que no diré de mierda porque mi madre me exigió tanto ser bien hablada que aún hoy, treinta años y un día después con edad de cadena perpetua, me cuesta trabajo desprenderme de ese corsé educativo. ¡Jodida burguesa educación!
Fue por mi madre, y mi padre, y mi país y su falta de oportunidades de cambio y de futuro, que abandoné la tierra que me parió.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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