Aún así, se impone la clausura emocional y salvo los niños, desconocedores de estos trances para adultos en edad de mejorar, y el anciano, harto ya de lo mismo, cada cual volvió a su espacio. Excepción hecha del griego a quien su compañero de cuarto relegó al pasillo. Seguramente pacto entre camaradas a beneficio de quien se beneficiaba a la amante de turno. No sobraban las oportunidades de tener un escarceo en alta mar, y no sería el compañero de cuarto quien lo estropeara. Hoy por ti con suerte mañana por mí. Besos, el griego sin cama ni cuarto temporalmente, con unas mantas que le prestó el camarero se habilitó un camastro de urgencia sobre ocho sillas del comedor. Cuatro frente a otras cuatro. Ahí pasaría la noche.
Fausto y Charlotte disimularon su carencia de daños en la batalla naval reabriendo la herida de ella en el pie. Estrategia que les dejó libres de sospecha y enemigos, nadie podría acusarles de cobardía por no participar en la pelea; tampoco de provocación pues realmente no se involucraron. Una forma sensata de evitar el conflicto con ambos lados. Charlotte pensó que esa noche de reflexión y derrota sería apropiada para una segunda expedición a las entrañas del barco: lóbrego y asqueroso lugar encierro de muchos secretos.
Acordaron la hora de costumbre, en esta ocasión con cámara. Luna negra cielo negro amenazando lluvia. Fausto escudriñando el lugar de las apariciones. A las tres horas veintitrés minutos ve una sombra semidesnuda. Tenía que ser la niña porque a los demás ya los tenía controlados.
-¡Mira mira! ¡Ahí está otra vez!
-¿Qué? ¿Qué es lo que está?
-¡La niña! ¡La muchacha de otras veces! ¡Fíjate ahí! ¡Pegada a la cadena del ancla! ¿No ves una sombra’
-Yo no veo nada.
-¡Sígueme!
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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