Treinta años y un día buscando el puto libro y cargando merecidamente con la jodida imputación. Por eso no abandona a su mujer, porque ella es la responsable de su error y él se castiga y mortifica voluntariamente soportando a esa zorra irresponsable. Sabe que es una zorra, no es metafórico. Y no sería un buen periodista de investigación si no lo hubiese descubierto.
Sin embargo, tanta investigación no le sirvió para dar con el puñetero libro en treinta años. 360 meses, 1.565 semanas, y 10.958 días de acusación hora tras hora sin perder un minuto. Y ahí estaba. Ante sus ojos, en una humilde feria del libro de un pequeño pueblo con más pasado que futuro, donde había parado por capricho de la puta de su mujer en su viaje hacia el otro lado del país buscando una residencia de ancianos lo más alejada posible para encerrar a los abuelos y tirar la llave; en espera de que mueran trincar la herencia y pulirla intentando arreglar lo que por méritos propios no fue capaz. La belleza juvenil es efímera y no da para mucho. Los abuelos son los padres de ella ya se ha dicho que es una gran puta.
El hombre del puesto vuelve a preguntar extrañado, no ha vendido un libro en toda la semana porque nadie lee y es comprensible:
-¿De verdad quiere el libro, caballero?
-¡Que le he dicho que sí, hombre! ¡Hágame caso a mí! ¿No ve que él todavía está en las nubes? Así no puede pensar. Envuélvamelo y dígame cuánto le debo. ¿Me regala un marcapáginas?
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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