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ROMAN vs COPPERPLATE
-Tengo que corregir aquella falta de una vez. Ya no puedo más con el peso de esta carga y he de soltar lastre. O no viviré tranquilo.
-Ni morirás. Desde que te conozco no has parado de buscar. Incluso a mí me has contagiado con tu desazón.
-Perdona. No sabía que
-¿Qué? ¿Que fuera tan evidente? ¿Por qué te crees que me enamoré de ti?
-Pues… Ahora que lo preguntas no lo sé.
-¡Claro! Porque nunca me miras a los ojos cuando te hablo.
-La verdad es que tampoco lo sé yo. Y sí, sí que lo hago. Es esta caída de párpados lo que desconcierta. Sabes que la gente se confunde.
-No, la gente evita preguntar pero
-Señores, tenemos que cerrar. ¿Desean algo o puedo bajar la persiana?
-Sí. Aquí el caballero quiere este ejemplar. ¿Me lo envuelve?
-Como guste señora. Buena elección. ¿Es para regalo?
-¿Lo es, mi vida?
Jabes queda bloqueado con la pregunta. Regalo… No, no. No es un regalo no puede serlo si es una deuda. Las deudas siempre son deudas en tanto no se resuelven. Y cuando llega ese momento son deudas arregladas pagadas canceladas… Pero nunca un regalo, nunca un gesto generoso del deudor. Más bien lo contrario.
Todo esto y más lleva Jabes pensando largo tiempo. Cargando con la culpa de esa deuda cuyo peso y gravedad aumenta de año en año. Tanto tiempo hace de aquel día en que la deuda nació que casi ni lo recuerda. Pero casi porque ahora que lo tiene delante esos recuerdos han saltado de los oscuros rincones de la memoria a la vítrea pared de su retina de ojos, los distraídos de la caída de párpados, como un puñetazo letal: una maza de 400 kilos a más de 30 kilómetros por hora tuercen algo más que los párpados a cualquiera. Este es el golpe que lo tiene noqueado.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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