Ese era su verdadero cuerpo: bonito cuidado deseable. Si no fuera porque la gula y el abandono lo habían cubierto con kilos de sebo fundente a baja temperatura. Probablemente cuajado durante más de una década. En su caso había que saber mirar bajo la piel y nunca mejor dicho.
Los africanos cuyo nombre impronunciable habían cambiado por la expresión Alter y Ego al leerla en un periódico donde envolvieron un día el bocadillo, con esmero y atención secan el cuerpo de la yacente mientras Babis no cesa su inútil masaje cardiaco combinado con la respiración asistida: besos abusones de tornillo a los ojos de su rival que alternativamente grita:
-¡Dejar ya de meterla mano sobones! –O un:- ¡Si ya está muerta la zorra pa qué seguís!
La envidia, la envidia. Como si la hubiera oído tras uno de estos insultos la morena se incorpora súbitamente y arroja un vómito de agua con algo viscoso y espeso: una medusa que flotaba por allí absorbió la desesperada. El golpe anafiláctico la paralizó, no el agua tragada. Y en cierto modo salvó pues el consiguiente laringoespasmo bloqueó la entrada de líquido a los pulmones.
El brusco movimiento asusta a cuidadores y curiosos. Y decepciona a apostantes que ya habían comenzado a reclamar sus ganancias. Este renacer deja un empate técnico que no beneficia a nadie: la igualdad de resultados no reparte capital.
Así las cosas, viéndose desnuda rodeada por dos negros y un griego barrigón con babas en la cara, sobre la cama de vete a saber qué aprovechado quizás metiéndole mano mientras ella estaba ausente transitoria, la españolita sobresaltada arremetió con la fuerza de sus kilos repartiendo tortazos a los, según ella, acosadores.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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