-Pues no. Pensé que lo había guardado en algún lugar raro. O que estos hermanos míos lo habrían tirado por ahí. Pero nunca en ti. No recuerdo habértelo prestado, y como desapareciste.
-Así fue. Me lo prestaste. Por eso te lo traigo. Te lo debía.
-Ha pasado mucho tiempo…
-Sí. Si me abres te lo subo.
-Oye mira, tengo que irme a trabajar. Y antes debo ocuparme de mis hermanos. Mejor otro día.
-Será un minutito. Te lo doy y me marcho.
-No, no. Mis hermanos están peor y… Ya sabes cómo es esto.
-Ya… Bien, me das tu número y te llamo para quedar en otra ocasión…
-¿Sabes?... Mejor deja tu número en el buzón y ya te llamo yo. Si eso.
-Como quieras.
-Adiós.
Decepcionado y confundido, la caída de ojos de Jabes resulta perfecta. Y la conclusión no puede ser más demoledora: se da cuenta de que la condena de treinta años y un día, fue otro error judicial…
De su conciencia.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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