martes, 24 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 20



Planeando cientos de estrategias y discursos que le iba a espetar a la divina en toda la jeta y al ausente de su marido. Pensé mil cosas que decir y ninguna buena. Esos cincos años de humillación y agravios no habían dejado en mí sino cicatrices y malos recuerdos. Durante mi larga estancia a la sombra, al fin y a la postre no era más que un preso con permisos extraordinarios, me di cuenta entonces de que nada positivo había recibido de esa familia. Los cuatro estaban al mismo nivel de indeseables, y lo peor es que no era probable que mejorase, más al contrario. Esa educación, no confundir con mala educación, esa educación en la maldad en el agravio la vejación la soberbia y el desprecio a los demás, estaba germinando en la siguiente generación, los niños, en forma de sujetos antisociales, psicópatas y excluyentes. Para los muchachos la sociedad que no pertenecía a su alta sociedad estaba hecha de escoria. Y esto teniendo en cuenta que su realidad era clase media acomodada, ¡qué hubiera sido de tener apellido ilustre y posición!

Imaginé entonces que los nuevos hijos bien podrían degenerar en adolescentes violentos que queman mendigos en cajeros automáticos, que dan palizas a borrachos. Que roban a abuelas en las calles y violan a niñas no buscando placer sexual sino el sometimiento, la deshonra y el ultraje. El placer del dolor a los demás. Los vi rapándose la cabeza, poniéndose brazaletes negros y odiando al resto del mundo hasta aniquilarlo. Pero lo que más asco me dio fue el hecho innegable de que yo había estado cuidando a esos monstruos en lugar de ahogarlos en la bañera, como era mi deber de buena compañera y ciudadana.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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