Levanta a los críos hazles el desayuno llévalos a la escuela haz lo comida esto no me lo dijo en la presentación limpia la casa corre a la escuela a recoger las criaturas dales de comer come si puedes devuélvelos al colegio sigue limpiando la casa recógelos del colegio llévalos e extraescolares llévatelos al parque a pasearlos como a perros y como pitbull se hostiaban a la primera ocasión corre a casa con los energúmenos cúrales las heridas escucha la bronca de la madre luego del padre a la cama sin cenar. Ellos no, yo. Al día siguiente vuelta a empezar.
La divina tampoco me dio más uniforme que el que tenía puesto, así que debía lavarlo por la noche, secarlo, plancharlo y perfecto para la mañana siguiente. Ni que mis comidas de una hora más tarde que los amos-sí-bwana se debían a que yo recogía la mesa, y comía las sobras. Nunca generosas todo lo contrario. La comida del convento hubiera sido una poderosa razón para ingresar en la orden. Nunca probé unas tetas de monja como en ese lugar. El postre, no de las otras. Y es que había probado muchas y me las metía en la boca ansiosa hasta atragantarme. Hablo del postre, no de las otras. Que ya he dicho que a mí me pone la carnaza de gimnasio hipertrofiada de testosterona. Qué le voy a hacer no pediré perdón por ello.
Las anécdotas en casa de los galleguitos de mierda son tantas que no me da lengua para contarlas. Una vida entera podía estar largando y no acabaría. Cuando se pasa mal los días se estiran como chicle. Como estiraba yo el dinero del sueldo, pues después de dieciséis eternas horas de trabajo, incluso más, seis días a la semana mínimo veintiséis días al mes, recibía en mano un sobre del marido con seiscientos cincuenta euros. Me di cuenta de que no alcanzaba por mucho la categoría de mil eurista: yo era mierdaeurista. Con cama y comida no te puedes quejar aquí tratamos bien a la gente no somos unos explotadores racistas.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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