-No sé… ¿Qué tal la carne?
-Bien. Algo dura, y de sabor que no sabría identificar si es pollo o cerdo. Este malayo cocina bien. Aunque sigo pensando que le sobran especias… Anulan el auténtico sabor de la comida, ¿no te parece?
-Quizás sea eso lo que busca. Que no sepas qué comes.
-¿No saber qué comes? ¿Y qué objeto tiene eso? Prueba, prueba este trozo. Mira, no tiene nada de grasa. Es raro: grande como la ternera, grasiento como el cerdo, seco como el pollo… ¿Será algún animal de caza que no haya probado nunca?
-¡Ay, que no! ¡Quita eso de mi vista!
Fausto piensa que bien puede ser un trozo de muslo, de hombre por encima de los cuarenta. Y no lo puede soportar. Vuelve a sentir náuseas.
-Pero… ¿Qué te ocurre? Qué raro estás. ¿Eres vegetariano?
-No, no. No es eso. No pasa nada. Un mareo, sólo un mareo. Me ha quitado el hambre.
-Bueno, te cambio mi fruta por tu plato. ¿Hace?
-Sí, sí. No hay problema. Todo para ti.
-¡Uhm!… Qué bien. ¿Sabes? El sexo me da hambre. ¿A ti no?
-Pues… No lo había pensado. No sé.
-Claro, como tú no has terminado…
-No, no es por eso. No tiene importancia.
-Sí para mí. Pero ya le pondremos remedio.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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