domingo, 22 de junio de 2014

HUMANIDADES ENFRENTADAS, parte 10



Este discurso me soplaba el señor abogado cada vez que me entregaba el sobre. Pronto descubrí, porque el servicio no es tonto y se entera de todo y lo que no lo husmea, que era él quien manejaba el tema económico y los sobres. Era un abogado después de todo, y ya se sabe que estos a menudo cruzan la frontera de lo legal siempre de lo ético. El señor recibía visitas más que sospechosas y mucho más que inoportunas en ocasiones, sólo para entrar al despacho a intercambiar sobres como cromos de fútbol infantiles. Parecía un juego de niños: te cambio tu sobre molón lleno de documentos raros por el mío guay repleto de billetitos mira qué jeta tiene el rey en esta foto. Yo me enteraba de sus maniobras sencillamente poniendo la oreja. Y porque al ser yo un personaje tan infravalorado durante tanto tiempo un día dejas de existir. Para el señor abogado, pues la divina me seguía dando por saco. Pero él… Él no. Yo desaparecía durante veintinueve días hasta el treinta en que me entregaba un nuevo sobre blanco con dinero negro de sus muchas operaciones ilícitas, el mismo discurso exculpatorio y vuelta a empezar.


Mi vida transcurría en esa casa de españolitos cabrones con mucha pena y ninguna gloria. Pero mi meta de licenciarme como sacamuelas sin ayuda paterna, porque tampoco podían, era tan poderosa que soporté con estoicismo bajezas humillaciones insultos y canalladas. De la madre y sus niños de los niños y su madre, que para esto rivalizaban con gusto.

Un día el niño mayor ya con nueve años comenzó a insultarme. <<¡Eh, tú! Basura sudaca. Da saltos o empiezo a pegarte.>> <<¿Para qué quieres que salte?>> -pregunté llenitos mis ciento cincuenta y seis centímetros todos ellos de ingenuidad. <<¡Para verte las bragas!>> -respondió el hijo puta de crío.


No acepté y la hubiera dado un bofetón de buena gana en su cara de niño bobo de no ser porque perdía el trabajo.

© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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