Él se queda mirándola, alejarse rápidamente en dirección popa. O en dirección aire nuevo, que también podría ser. No sabe qué pensar, no hay amor pero sí sexo. Había compenetración pero es más física que intelectual. Hay convergencia de voluntades, pero tal vez es por la situación, las circunstancias excepcionales de sus vidas temporalmente atrapadas en un entorno tal vez de riesgo. Estaban juntos por el deseo y la necesidad. Claro que ambas cosas unen mucho mientras no cambien las condiciones ambientales. Pero verla caminar, de espaldas, es una imagen agradable, seductora. Apetecía ir tras ella para establecer contacto, algo así como: <
Cuando ella desaparece por la escotilla de máquinas, él se gira ciento ochenta grados, tratando de escudriñar en el final de la pasarela algo interesante oculto entre la mortecina luz. Cree adivinar alguna forma, o silueta. Pero siendo incapaz de identificarla se resigna a una espera silenciosa. Excepto el ronroneo lejano del grupo electrógeno, el resto es un espacio mudo sólo roto por ocasionales ecos espectrales. En este punto oye un golpe. Procede de unas tres bodegas más adelante. Atentamente, escucha. Inmóvil, silencioso, pensando que quizás haya confundido la dirección y sea Charlotte rebuscando su palanca en la sala de máquinas. Otro golpe y su consiguiente reverberación entre el acero, seguido de algo parecido a un correteo de ratones, claramente en dirección proa; nada que ver con los movimientos de ella. Es sin lugar a dudas otro escenario.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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