“The Lady Is A Tramp” parece un tema apropiado para la ocasión. El astuto Rajit, psicólogo por observación del invariable y predictible comportamiento humano logra así un doble objetivo: que las protestas no las oigan los demás y que no se entiendan entre ellos mismos. Siendo estos amigos el mayor grupo unido de todo el pasaje, podrían manipular y arrastrar al resto con relativa facilidad. Y qué mejor causa para el amotinamiento que un pésimo café de desayuno. Había que neutralizarlos rápidamente o podrían hacerse con el control de la situación. Y para él, a esa mierda de barco podrían prenderle fuego, pero su cantina… Su cantina no la gobernaba otro que él: dueño señor y tirano en aquel espacio único. Fregó retretes paredes suelos y platos mucho tiempo antes de que otro camarero taiwanés le diera una oportunidad para mostrar a los demás su talento.
Fue en un garito de comida, en Ceylán, atestado de clientes, inundado por los malos olores humo en la cocina y grasa en el suelo, que el taiwanés tuvo a bien morirse de un susto a la hora de más jaleo. La ocasión idónea para que el malayo del agua y jabón pasara al primer puesto de responsabilidad. Apartó de un empujón al muerto bajo la mesa de preparación y se hizo con el poder. Los clientes, más preocupados por la temperatura de su comida la dosis de especies y la sobredosis de salsas, ni se enteraron. Cuando el dueño del garito apareció por el local una semana más tarde a embolsarse las ganancias menos lo sisado, como un mafioso, el mafioso que era, y se encontró al muerto en la cámara de la verdura, dijo al malayo: <
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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