Tatjana se estremece recordando aquellos últimos meses en la ciudad. Poco antes de embarcar. Con nuevo nombre, es ahora otra discreta y educada pasajera más que prefiere no ser vista ni oída. Mientras se evade en los recuerdos y el horizonte de otro día luminoso.
Cuatro días han pasado desde que Fausto y Charlotte hicieran su descubrimiento. Y mientras los secuestrados morían bajo sus pies ellos trataban de idear un plan para liberarlos sin provocar una guerra entre los bandos. Seguramente la tripulación tendría armas para situaciones imprevistas, pero en el bando de los japoneses no había más que debilidad y horror: con ambos, no se gana una pelea. Además, quedaba la duda fundamental: ¿qué partido tomarían el resto de pasajeros? En medio de esa incomunicación, de esa confusión de lenguas y mezcla de intereses, incluso del gran desinterés que sentían los unos por los otros, difícil sería que cada cual no defendiera la causa más importante: la propia.
Así, Fausto sostiene la teoría de que en su noble propósito de liberación con toda probabilidad se quedarán solos. Con dos armas una linterna y una flauta para defender al nutrido grupo de mal nutridos que difícilmente podrán hacer algo más que arrojarse a pecho desnudo contra sus captores y morir en su defensa como escudos humanos de sí mismos.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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