“Wondering in the night/What were the chances/We´d be sharing love/Before the night was through...”
Fue la falta de acierto sumada al exceso de confianza lo que dejó a Geert sin trabajo. Fue la falta de escrúpulos y el exceso de apetito por el dinero lo que dejó a Bleecker, su compañero de viaje, sin el suyo. Comenzó pidiendo más propinas como botones y carga-bultos a los clientes. Siguió por robárselas directamente de la cartera y las maletas. Continuó deslizando sus blancos guantes de botones en la caja registradora. Pasó a ser un experto en abrir cajas fuertes de las habitaciones de los clientes. Decepcionado con sus pobres contenidos dio el salto a la del banco. Tres veces la reventó hasta que la policía pobremente equipada malamente preparada sobradamente resentida por sus fracasos dio con el sospechoso por casualidad: un sello de cincuenta céntimos de Benín.
Reservado por costumbre y huidizo por nacimiento, él no nació se escurrió del vientre de su madre, Bleecker encontró en la filatelia su mundo interior. Y exterior: vivía literalmente rodeado de sellos y matasellos. Pasatiempo que no todos conocían pero sí una de las señoras de la limpieza. Acusada por la policía de limpiar, era obvio, la caja fuerte, rápidamente acusó ella al aficionado cuando la prueba de cargo apareció en la escena, del crimen, en forma de sello. Una paradoja semántica que una prueba con tan poco peso acabara teniendo tanto.
Al inspector jefe necesitado de un éxito noticiable le faltó el tiempo para convocar una rueda de prensa y cantar el descubrimiento definitivo. A Bleecker le faltó tiempo para desaparecer, y tras unas semanas ocultándose por pensiones de mierda y burdeles de gloria, emergió de la oscuridad con un billete de barco comprado por Geert, su amante: acababa de ser despedido.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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