Y el dúo recorre el improvisado salón de baile de una cantina a media ocupación. De un extremo al otro de una mesa a la contraria de deseo en deseo entre los cruces de miradas y el fuego a discreción de las envidias. Del enfado comprensivo de sus amigos a la serena complacencia del abuelo.
“But never comes late/She´d never bother/With people she´d hate/That´s why the lady is a tramp...”
Y el viudo de la disputa conyugal que nadie conoce siente un escalofrío de nostalgia. Tal vez una punzada de rencor diminuto: cuando se conocieron sonaba esa misma canción. Un café decadente para solitarios extraviados e inagotables buscadores de turbulencias emocionales.
Él pertenecía al segundo grupo su mujer, la suicida que se arrojaría por la borda pocos años más tarde antes muerta despechada que abandonada otra vez, al primero.
“Hates California/It´s so cold and so damp/That´s why the lady/ That´s why the lady...”
Y la pareja cruza otra diagonal entre la española morena menos gruesa más tranquila desde sus encuentros con el griego, y la polaca que gritaba “Pégale, pégale” a su marido en el tumulto. Claro que cuando la bronca sus alaridos no destacaron especialmente y siempre quedará la duda de si los ánimos eran para ésta o su rival, que lo tenía bien cogido por el cuello mientras le atizaba unos derechazos que le rompieron la nariz. El polaco marido enclenque poco podía hacer bajo cien kilos de bollo suizo, así que, sí, siempre quedará la duda “Pégale, pégale, pégale”, quien a quien.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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