-¿Cómo vamos a salir de aquí?
-Mon chéri, no lo sé.
Fausto la aprieta contra sí. Costado con costado. Son espectadores de un suceso poco habitual, y menos veces visto: el fenómeno de la excarcelación. Pero quedaba el paso de la liberación. Los asesinos, los despiadados ejecutores de esta trama criminal traficante de esclavos, seguían arriba quienquiera que fuese.
A Fausto le cuesta creer que sólo los africanos estuvieran implicados. Charlotte decía que siendo el capitán tan estúpido y distraído, por qué no. Él añade que el personal de limpieza o mantenimiento, tarde o temprano descubriría lo que estaba pasando. Ella responde que quizás también ellos participaran en el negocio. Así todo sería más fácil y el resto de la tripulación, capitán incluido, quedarían al margen. Que te digo yo que aquí hay alguien más en el asunto que yo te respondo que no hace falta que sí que no que ninguno se percata de que la mar ya se ha calmado el motor se pone en marcha para sobresalto de todos. Una de las mujeres grita y otras le hacen el coro; tal vez por susto o miedo a ser descubiertos. Alguien ahí arriba se ha activado: los carceleros podrían aparecer en cualquier momento.
La del grito, como perro apaleado asustado corre a refugiarse en la bodega. Su comportamiento instintivo cataliza el de las compañeras, que la siguen; lo que a su vez deja a los hombres desconcertados y solos en mitad de la pasarela. En minutos, todos han reingresado a su prisión. Quedan fuera boquiabiertos, Fausto, Charlotte y la niña. Más acostumbrados a estos bruscos cambios de guión: para algo debía servirles la experiencia de otros viajes.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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