Repartieron hielo cortaron leña transportaron ganado picaron carbón vendimiaron por techo y comida trapichearon con alcohol alimentos y tabaco intercambiaron patatas por sedas en oriente a relación de ocho kilos por uno. Los compatriotas los llamaban listos los asiáticos tontos. El tiempo dio la razón a estos últimos: cuando explotó la hambruna los asiáticos humildes comieron patatas los compatriotas acomodados comieron la seda. Y no fue lo mismo: se atragantaron con ella.
Sumando esfuerzos cruzaron todas las barreras de los contratiempos. Hasta la penúltima. Después de ésta, una pelea entre Liberto el indeciso violento y otro cliente subido de orgullo y grappa determinó el futuro del club: dejar que Liberto se pudriera en la cárcel o rescatarlo del olvido la amargura y la perpetua. Resultó que el chulito de la grappa era hijo de un rico banquero con cargo en el gobierno. No se sabe si fue el primer puñetazo o el último lo que le dejó idiota para siempre idiota, testigos bajo sospecha oficial apuntan que ya lo era antes de la pelea, pero loco por el desenlace papá poderoso activó todos los resortes a su alcance para encarcelar y liquidar al psicópata. Así lo bautizó la prensa, sensacionalista y no, por indicación expresa de papá.
Puesta en marcha la maquinaria represiva del poder y sus medios de comunicación oficiales a sueldo, Liberto no tuvo opciones. En treinta y tres horas estaba preso y torturado con una confesión firmada por intento de asesinato, al idiota, y otros doce no esclarecidos que le encalomaron; la policía idiota para ocultar su incompetencia. Liberto nunca más vería la calle. Ni a sus tres amigos, que no iban a permitirlo.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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