-¿Cómo?
-A golpes.
-Ah, sí. Los golpes. ¿Y por eso crees que hay alguien dentro?
-En esta bodega no sé, pero sí más adelante. En todo caso, mejor estar en guardia.
-Vaya, tienes una gran habilidad para asustarme. ¡Eh, pero qué haces con el revólver en la mano!
-Te lo he dicho, por si acaso.
-¡Merde!
-¿Quieres hacer el favor de iluminar por ahí dentro? Y baja un poco la voz. Te repito que no estamos solos.
-Sí… ¿Y saben que estamos aquí sólo con caminar? Bien, como digas. Veamos qué hay aquí dentro.
Charlotte mete el foco de luz en la bodega atravesando su negrura de hollín como una lanza. Ésta se clava en la pared metálica del fondo sin que ningún cuerpo interrumpa su trayectoria. Después la arrastra hacia el suelo y con ella va barriéndolo: suciedad, herrumbre, un charco de agua. La escotilla de carga no cierra bien, gotea. Rebota la luz desde el charco a todas direcciones, perdiendo energía e intensidad. Paredes sucias, oxidadas. Lo de antes.
-Aquí no hay nada.
-¿Estás segura?
-Sí. Ya puedes guardar tus armas. Aparta ese tubo de en medio. ¡Mon dieu, relájate! Te digo que esto está vacío.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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