domingo, 7 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 186



La breve conversación, con espantosas revelaciones pero modulado tono, relajó el paralizante miedo que en el grupo de hombres no les dejaba abandonar su encierro. Carentes de la crucial información que la niña proporcionaba a las mujeres, con gestos chapurreos y dibujos en la pared hechos con la única tinta disponible, la sangre, desconocían por completo la situación más allá de sus mamparos. Qué nuevos peligros de muerte aguardaban al reo que aun estando preso y moribundo quiere defender su vida. Con temor pesadez y desconcierto, sale uno tras otro por la reducida escotilla de inspección. En unos minutos, la pasarela se llena de desarrapados que, mirándose enfrentados ambos grupos de hombres y mujeres, son la cruel estampa de la desesperación. Muchos, ellos y ellas, rompen a llorar; bien sea por una libertad inesperada, bien por encontrar la razón de su tormento, o muchas razones. Los grupos se mezclan y surgen espontáneamente los abrazos. La necesidad de calor humano y comprensión es más fuerte que el asco.


Fausto y Charlotte se apartan, es su caso contrario. Él pasa su brazo por los hombros de de Charlotte y, como una pareja que mira a sus niños en el parque, observan no sin satisfacción el resultado de sus investigaciones, de su curiosidad. De su afán por saber. Muchos pasajeros hay en ese barco, pero ninguno ha llegado donde ellos. En ese momento sublime de libertadores que marca toda una vida, otros como ellos estaban simplemente durmiendo. O quizás rumiando su mala suerte: abandonar la tierra en busca de futuro. A estos japoneses, en cambio, los arrancaron de su tierra para robarles su futuro.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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