martes, 31 de diciembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LXXXXVII (novela corta, de momento)



-Ah… Ahora entiendo por qué no estabas asustada durante la tormenta.

-Claro. Ya las he vivido de pequeña. El día que la drogadicta vendió el barco lloré sin consuelo toda la noche.

-¿Y que decía tu madrastra?

-¡¿Eso!? ¡Que a ver para qué queríamos la balsa de madera! Estúpida ignorante. Un velero maravilloso al que subió sólo una vez en el atraque. Decía que le mareaba… El opio era lo que la tenía tonta, idiota por completo. Bueno, más de lo habitual. Pero ella se estaba metiendo todos mis recuerdos por la vena.

-Lo que no entiendo… Es igual, pregunto demasiado.

-No, no pregunta. No me importa. Dice que hablar cura, pero no termino yo de creerlo…

-Pues no entiendo que siendo tú su hija no heredases nada.

-Al final resultó que la estúpida no lo era tanto. Engañó a mi padre para rehacer el testamento a su favor. Yo me quedaba como usufructuaria de la mansión principal, pero ya se encargó bien ella de hacerme la vida imposible. Así que me largué. O el próximo día que me la encontrara tirada en el suelo en su charco de chute lo mismo era capaz de estrangularla.

-¿Lo harías?

-¿El qué?

-¡Ahogarla!

-No sé… Creo que sí. ¡La odiaba tanto! Hubiera sido para mí una liberación.


A Fausto se le iluminó el rostro. Y un gran peso que no le dejaba respirar se le quitó de encima: asesinato por salvación. Eso es lo que le había ocurrido a él. No tuvo opción como no la habría tenido ella de seguir en esa casa. ¡Su casa! Asesinato por salvación: nadie quedaba libre de perpetrar uno si aparecía la necesidad. Al final, el asesinato como tantos otros crímenes sólo era una cuestión de oportunidad.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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