viernes, 24 de julio de 2009

HILANDERO


HILANDERO


Devanadas con paciencia las hebras del tiempo
aparté en un cesto los hilos servibles.
Hilé un ovillo para tejerme un abrigo.

Largo fié el objetivo:
del abrigo al jersey, del jersey la bufanda.
De la bufanda manopla.

Enfundada mi mano en una manopla muy suave
saludé al mundo con mi último adiós.

Será la montaña más alta y helada
el lugar donde instalaré mi morada.

Camuflaré mi presencia, vacía,
con el vasto paisaje, vacío.
No habrá disonancias.

Hay tanto por lo qué pensar
que no sé si quiero.

REPOSO


REPOSO


Mecido suavemente por las olas del miedo
he esperado tranquilo el retorno del sueño.
La dulce sensación de que, esta noche,
puedo descansar.

Llegará el día en que no abra los ojos.
Llegará el día en que yo sea otro.
Déjame dormir.

miércoles, 22 de julio de 2009

20ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

- ¿El caballero querrá tomar algo? –dijo el camarero con cierta impertinencia.
Augusto sacudió la cabeza como en un intento de sacudirse también los recuerdos de aquel día en que su vecina se quemó cuando ellos eran niños. Ese señor antipático, un poco estrafalario y bastante inoportuno le había arrancado de uno de esos pasajes en los que Augusto se abstraía de la vida... de los demás y, abandonado a sus pensamientos, era capaz de permanecer viajando, recordando, soñando, hablándose solo, durante largos períodos de tiempo.
Él no necesitaba la compañía de las gentes, la conversación de los demás, ni siquiera su presencia física. Todo ello, el mundo que le rodeaba, lo sustituía con facilidad por otro alternativo, impredecible y aleatorio. Pero propio.
¿Qué quería conversación? Las voces que, en ocasiones, literalmente le hablaban por los cuatro costados le mantenían en una animada charla. ¿Qué quería silencio? Las voces se callaban y podía concentrarse en el bullir, el ir y venir de sus ideas. ¿Un viaje? Los recuerdos de los sitios visitados se mezclaban con las fantasías de los lugares por él imaginados y un paisaje, un mundo único se descubría ante él. ¿Un poco más de excitación? Música, no necesariamente a todo volumen, era el LSD que le lanzaba por los vericuetos accidentados, dispersos e imprevisibles de su imaginación. Desbocado se abría paso entre sombras de rostros desfigurados, con las cuencas vacías y en continua mutación, que llenaban su cabeza cuando estaba sobreexcitado; fantasmas compañeros de viaje que, como flashes o destellos psicotrópicos, aparecían por su mente sin poder él controlarlos.
- ¡Eh?... Una Voll-Damm por favor.
El camarero dio media vuelta sin limpiar siquiera la mesa de los anteriores clientes. Augusto le siguió con la mirada, clavándosela por la espalda y sin perder ripio de todos sus movimientos. Vio que los pantalones, aparte de mal planchados, le quedaban cortos; que estaba a punto de soltársele el lazo del delantal y que aquel camarero necesitaba un corte de pelo además de una cura de adelgazamiento. Éste, rebuscó entre las cámaras intentando dar con la marca de cerveza, pero como no la halló, desapareció por el fondo del local.

19ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com


tapándose los ojos; y en medio de las dos, en un contraluz hermoso y dramático, Vero, su hija.
A Augusto le dio un brinco el corazón; su boca, de normal sellada, permanecía abierta dejando entrever dos palas separadas, salientes y blancas; sus ojos como platos más que por la impresión, por el espasmo. ¡Vero estaba desnuda!
Gritaba de dolor porque se había quemado con la leche hirviendo que su madre cocía todas las mañanas; curioseando en la cazuela se la había echado toda encima.
Las miradas de Vero y la suya se cruzaron pero ninguno dijo nada; ella, porque el terror de ver cómo todo su cuerpo era una ampolla sólo le permitía gritar; él, porque la excitación de la secuencia de acontecimientos era un golpe de emoción tan fuerte que no quiso que nadie le descubriera siendo testigo de un hecho tan irrepetible, ¡tan emocionante!, como el que estaba viviendo. Para Augusto, tanto el furtivismo de la visión como ésta en sí misma le produjeron un inusitado placer. La mezcla de espionaje, con lo que ello tenía de perverso y oscuro, dolor, gritos y un cuerpo desnudo de mujer fue un revulsivo tan potente que casi se mareó.
Pero resistió. Permaneció observando, en silencio, extático, mientras Vero, que era sólo un año mayor que él, gritaba muerta de dolor y de vergüenza e incapaz de gesticular palabra coherente alguna que delatara "a los mayores" su presencia.
Él, que entendía la imposibilidad de defenderse que sufría Vero, aprovechó esta debilidad para agotar al máximo el acontecimiento, apurar hasta el último segundo la sublime imagen que a sus ojos desmesurados ofrecía el cuerpo desnudo de aquella chica; enrojecido e hinchado, con la piel que se arrugaba y se rompía por momentos; con el rostro descompuesto: todo él un puro grito. Vero era un lamento agónico y asfixiado; un suplicio interminable. Un tormento insoportable y expiatorio por unos pecados no cometidos.
Observó mudo y sin perder detalle cuánto dolor es el ser humano capaz de soportar. Allí estaba Vero, paralizada por el sufrimiento, ¡pero viva!
Oyó que su abuela decía algo y temeroso de que ésta le descubriera dio media vuelta y se fue escaleras arriba con el mismo silencio con el que había bajado. Una vez en casa, se dirigió a su desván y allí, aliviado, cerró los ojos.

18ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

“LA CAZUELA.”


- ¡Ahhhh! ¡Ayayayayy! ¡Ay! ¡Ay! ¡Ay! ¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá!
- ¡Qué pasa Vero! ¡Qué pasa! ¡Ya voy!
María movió sus casi ochenta kilos con la mayor celeridad de que era capaz. Corrió todo lo que pudo por el largo pasillo y llegó hasta la cocina que estaba en el otro extremo de la casa.
-¡Dios mío! ¡Qué has hecho! ¡Qué has hecho Vero!
- ¡Ayyyy! ¡Ayayayayy! ¡Ayyyy! ¡Ay ¡Ay! ¡Ay!
Los gritos se oían, detonaban, por el patio de la casa; ascendían abriéndose hueco entre la mezcla de olores a frituras y a jabón; sorteaban tendederos, geranios, ropa íntima, ropa pública, y entraban desgarrados por la ventana para desparramarse, como en un desmayo, con toda su fragilidad e insuficiencia por el recibidor.
La abuela, espontánea y resuelta, adivina de la desgracia, bajó presurosa al primer piso pues allí era de donde arrancaba aquel demoledor lamento. Tal fue su determinación que por esta vez no se cambió de bata ni se quitó las zapatillas.
Por esto Augusto la siguió: pensó que si ella había salido de casa en zapatillas era porque no iba muy lejos, y a ese no muy lejos él también quería ir.
Bajó las escaleras con sigilo, nervioso porque se había concedido un permiso que no había solicitado, excitado e intrigado por los gritos que cada vez sonaban con más fuerza. Recorrió el último rellano casi a oscuras hasta que alcanzó la raya de luz que salía por la puerta de la casa de María. Se acercó despacio, asustado por la congoja y la angustia que los gritos delataban y, mirando por la rendija que su abuela había dejado al no cerrar, contempló, con el privilegio y la cercanía de una butaca de platea, toda la escena sin que nadie se apercibiera.
Allí estaba su abuela, con una toalla chorreando agua entre las manos, a la izquierda María, que no hacía otra cosa que decir <¡Dios mío! ¡Dios mío!>

17ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

su curiosidad. Esas personas que siempre han de girar la cabeza para ver quién habla, llora, ríe, cae.
Con la llave puesta las cosas eran diferentes y sabía que podía olvidarse del mundo; refugiarse en ese ostracismo voluntario. Oculto de las miradas y del ruido, sin apenas luz y con el aire justo. Incluso la música, su música, se oía lejana; y tan débil que parecía agonizar.
El desván era su pecera y en él podía pasarse horas; si no fuera por las necesidades más elementales, días enteros.
- Cuando muera, querré hacerlo aquí –dijo. Y cerró los ojos.

16ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

zapatos, la ropa, y cuidadosamente la metió en el armario. Desde que su abuela no estaba, su atención hacia el aseo doméstico había cambiado de forma radical. Quizá se sintiera por primera vez responsable de su propia vida lo que provocó ese giro.
Calzado con zapatillas domésticas se dirigió a su pecera.
Le gustaba tener peces: mascotas que no pedían caricias, ni contacto, ni tiempo para jugar, ni educación. Sólo comida. Y a veces ni eso. Augusto compraba con entusiasmo especies que se devoraban entre sí sólo por el placer de verlas comerse unas a otras. Después... la calma.
Por la noche, cuando todo dormía, él observaba sus peces, hipnotizado por el frenético movimiento en el más absoluto silencio. Solo mirarlos; no era necesario decirles nada y ellos tampoco necesitaban a nadie.
“And the glory of the Lord shall be revealed.
And all flesh shall see it together, for the
mouth of the Lord hath spoken it.”
Augusto miraba los peces y se preguntaba si ellos entenderían la música, ¡qué diferente sería el sonido a través del agua! ¿Cómo se oirían ese fugato, el acompagnato, el aria? ¿Podría sentirse el mismo estremecimiento? ¿La misma inquietud? ¿O perdería toda su fuerza y en lugar de música parecería toda la obra un barullo sin sentido? Un patio de porteras con la música estruendosa e insustancial de un tiovivo de fondo.
<¡Un día he de traeros una piraña!> –se decía con frecuencia. Pero la certeza de que esa orgía caníbal apenas iba a durar unos minutos le disuadía de hacerlo.
Permaneció observándolos durante un buen rato. Por fin se dio la vuelta y se encaminó hacia la estancia de la casa que él más apreciaba. Se agachó para abrir la puerta, entró y cerró con llave. Esto último lo hacía siempre. Aunque ahora su abuela ya no estaba para interrumpirle él no había perdido la costumbre; es más, si no lo hacía estaba inquieto temiendo siempre que alguien pudiera descubrirle. , pensaba en voz alta. Y él odiaba, además de a los que estropeaban lo prestado, a los fisgones, a los cotillas incapaces de controlar

GUERRA

GUERRA


1,2,3. ¡Fuego!
1,2,3. ¡Fuego!
1,2,3. ¡Fuego!

Cayeron las bombas sobre la casa.
De Antoan.

3,2,1. ¡Fuego!
3,2,1. ¡Fuego!
3,2,1. ¡Fuego!

No quedó nada.

3,2,1. ¡Fuego!

Tampoco Antoan.

Avanzaban los carros de combate.
Arrasaban los campos sembrados de cereal.
Aplastaban los campos sembrados de cadáveres.
¡Fuego!

Muertos bajo las cadenas.
Muertos en el horizonte.
Muertos en los campos.
Muertos en los carros.

Sólo quedan los muertos.
Un hermoso final.

MATCH POINT

MATCH POINT


Punto de encuentros y desencuentros
De facilones te quieros.
De seremos amigos:
ni eso nos queda.
Relaciones como campanas
De Gauss.

De amores a tres bandas
De traiciones calculadas
De mentiras consentidas
En grupo, ¡todos a una!

Perdidos en un mundo partido
Solitarios explorando sin brújula y guía.
Caminamos arrastrando los pies
en yagas
cargados con un pasado errático.
sobre las brasas de los días.
Inmóviles ante el futuro incierto.
Llorando lágrimas saladas y amargas.
Lágrimas de sangre.

Confundimos amor con sexo
Y a éste nos entregamos sin compromiso
ni preaviso.
Usamos y tiramos amantes
Rehuimos la verdad, abrazamos
una mentira que no cesa
una ilusión tan falsa como aquello que decimos.
Vendiéndonos como seres magníficos
brillantes, atléticos.
Ocultando miserias y trampas en un chat
también multibanda.


Inmersos aún en la tempestad que provocó el naufragio
Queremos a alguien que sea la cura perfecta y completa:
hazme reir, viajar. Hazme el amor.
Mintámonos, digamos cuánto nos queremos.
Para comprobarlo, follemos. En silencio
Con la mente lejana. Ausente.
No sintamos nada.

Pero siguen clavados los arpones del pasado
Negamos la hemorragia masiva. Desangrándonos.
Sigue el estómago retorcido e inapetente.
La garganta seca y anudada.
La mirada perdida. Vacía.
El vacío. El vacío.

Ellas esperan un príncipe cantor.
Ellos una hermosa sirena.
Siempre jóvenes y de eterna sonrisa.

Dame, dame lo que no te ofrezco.
Y recuerda, no te pertenezco.
Este es sólo un punto de encuentro.
Dame, dame la mano. Vamos a jugar.
Vamos a contar mentiras.
Vamos al MATCH.

SENSIBILIDAD

SENSIBILIDAD


Ayer me di un fuerte golpe en la cabeza.
No me dolió.
Los años han hecho de mi un ser
y estar

Ausente.

MUDANZA

MUDANZA


Jessica abandonó a su marido.
Era inevitable.
Le entregó media vida.
En tiempo, trabajo, amor, sexo.
No recibió ni un beso.
A cambio.

Jessica preparó su mochila.
Gerard con desprecio miraba.

Lo de siempre.

Volverás, no puedes apartarte de mi.
Te equivocas.
Antes debí haber puesto fin.

Como siempre.

En la mochila pocas cosas.
Jessica se había propuesto cambiar.
De marido, casa, ciudad, vida.
De ella misma.

En su corazón un gran peso.
Quizás, el remordimiento.
Por todo lo que había decidido enterrar.
Al marido, la casa, ciudad, vida.

En su esperanza, un gran alivio.
Por fin, un respiro.
Libertad, descanso. Ilusión.

Jessica se había propuesto cambiar.
Se abrió la piel, de abajo a arriba.
Una nueva mujer se escondía dentro.
Aún sin hacer.

Sufrió mucho, sangró sin parar.
El tiempo cicatrizó las heridas.
Algunas, nunca lo hicieron.

La nueva Jessica
era una mujer muy sensual.
No obstante.

Despertó:
en las mujeres la envidia
en los hombres, deseo.
En su rostro, una bella sonrisa.

PERDEDORES II

PERDEDORES II


Catherine era una contorsionista
muy lista. Y pesimista.
Se ganaba la vida mintiendo
Fingiendo.

Robaba, engañaba, burlaba.
Al mundo, a ella.

Le acompañaba su hija.
También muy lista. Y optimista.
Será la edad:
pronto para desconfiar de todo.
También robaba, no obstante.

Juntas hicieron equipo.
Unión duradera y próspera.
Hasta que los capturaron:
a Catherine la policía
a la hija una novia.

Las dos perdieron.
La policía maltrató a Catherine.
La novia, a su hija.

Oficialmente en el club de los perdedores.
Ellas también.

Ya eran miembros desde el día que nacieron.
Siempre lo supieron.
Aceptarlo, no querían.

sábado, 18 de julio de 2009

QUIEBRA



QUIEBRA


Hay un extraño en ti
alguien desconocido
que sí surgió del frío:
el que ha quedado entre los dos.
Islas empujadas por nuestra propia deriva
continental.

Tu espectro se desplaza al rojo.
El mío al azul.
Somos universos paralelos.
Ajenos.
Tenemos nuestra propia dimensión.

Te miro, veo un extraño en ti.
Cuando lo veo.

¿Dónde quedaron los sueños?
Todos los sueños.
Dónde los ansiados proyectos

¿Dónde te apeaste de este tren?
Cuando. Por que.

Cuándo las promesas ya no lo fueron.

Por que, con tus malos modales
vaciaste nuestra caja de caudales.
Ahorros de toda una vida.

No fue el dinero lo que llevaste
La confianza, esa sí derrochaste.
No era ésta un cheque en blanco.

No, no lo era.

viernes, 17 de julio de 2009

IMPREVISTOS


IMPREVISTOS


Tocaba la charanga
en el centro de la plaza.
Melancólico acordeón
Arrastrado saxofón
Quebrada la voz de la cantante.

Se aproximaron John y Roxan
por casualidad.
Quizás.

Con el suave balanceo del baile
él le tocó el culo.
Con la brusca interrupción de la sorpresa
ella le dio una hostia.

Se alejó John desconcertado.
Y enfadado.

Corrió Roxan tras él.
Agarrándole del brazo
con la brusca interrupción de la sorpresa
ella le estampó un beso.
Avieso, travieso, intrusivo, agresivo.

Quedó John desconcertado.
También enfadado.

jueves, 16 de julio de 2009

CAROLAIN

CAROLAIN


Carolain era una enfermera sin prestigio.
Anoréxica, anosgármica y apática.
Ejercía de funcionaria sin funciones.
¡Qué bajas pasiones!

Casada con un borracho y jugador
trabajaba de portero.
Automático.
También apático.

Carolain se amancillaba con un camionero:
tramposo y aventurero.
Gordo y con poco pelo.

Él se la llevaba por carreteras
caminos, veredas.
Entre pinchazo y pinchazo, se la follaba.
Perdón, la malfollaba.
Da igual, ya he dicho que era anosgármica.

Juntos eran Pin y Pon.
Bonny & Clyde.
El Gordo y el Flaco. La flaca.

Pareja de golpes
De dar golpes
Ridícula. Hacían gracia.

Un día planearon su último asalto.
Sería un gran banco.

Hubo suerte
se estrellaron.
Quedó colgando el camión de un puente.

En un lado Carolain:
atrapada de un tobillo, cabeza abajo
agonizó con las vergüenzas al aire
un largo rato.

Gritando al vacío como una histérica:
lo que era.

Sólo un perro la oyó
Y no se entusiasmó.

En el otro su camionero
Atravesado por un hierro
Murió ensartado como un chorizo.
Asado.
Lo que era.

Los niños les tiraron piedras.
La prensa fotos.
Las moscas pusieron huevos.
Un pájaro les sacó los ojos.

Carolain, y su camionero,
fueron recordados largo tiempo
por toda la ciudad.

Se contaron historias
Escribieron sus grandes hazañas.
Todo patrañas.

Carolain era una vulgar criatura.
Su camionero, un vulgar ladrón.
A veces, sólo algunas veces,
se hace justicia.

DESPEDIDA

DESPEDIDA


Mirando al techo amaneció Angie
A su lado, Philip.

Ella, buscando respuestas:
entre marcas de gotelé y grietas en el yeso.
Lugar equivocado.

Angie estaba perdida
¡Desde hacía media vida!

Philip, en cambio
lo que se hacía era el dormido.

Él sí tenía respuestas
No quería decirlas,
por incorrectas.

Angie se levantó
Había dormido desnuda y esta vez
sí le importó.

Enroscó a su cuerpo el tubo de la aspiradora.
Le asfixiaba, pero prefería la constricción
de cada dia
a una libertad desconocida.
El humo de cien cigarrillos quemados
a un soplo de aire fresco, no viciado.

Angie tenía miedo
dormía con luz encendida.
Pero eran siempre rojas.
Esto sí que la asustaba.
Por nada.

Quiso apagarlas Philip,
nada más conocerla.
Siguió ella encendiéndolas.

Pánico a no tener pánico.
Mejor vivir con el miedo de siempre
que con la ausencia de éste.
Miedo a no tener miedo.

Miedo a ser feliz, a intentarlo.
Miedo a todo lo nuevo.
Y por todo lo viejo.

Angie escribió una nota
Muy breve, de despedida.
La colgó en la pared.
Se marchó silenciosa.
Huyó.

Desapareció con un
cariño no te merezco.
Lo de siempre:
No sois vos, soy yo.

Philip se hizo el dormido.
Sin leerla,
supo su contenido.

Aquella noche la pasó perdido
Deambuló por toda la ciudad.

De bar en bar:
para olvidar, para encontrar.
De banco en banco:
para descansar.
Farola a farola:
para escribir, y leer
los Post It que le dejó Angie.

Nunca supo la verdad
Por que Angie había huido.
No lloró Philip, pero
sí volvió a quedar vacío.

TRIBULACIONES


TRIBULACIONES


Malo que hable conmigo
¡Todos los días!

Peor que me conteste.
¡A cada idea!

Inconcebible que una parte se enfade.
Desquiciante que la otra la agreda.

Terrible que ambas se enzarcen.
Al final, lo de siempre:
sangre, miembros, vísceras.
Por todas partes.

Lo peor, recogerlo todo.
Juntar de nuevo los pedazos.
No sé, quizás haga con ellos un muñeco
No será de trapo.

VACACIONES


VACACIONES


Poco es el tiempo que nos queda
Para vernos.

Ninguna las ganas
De soportarnos.

Se acabará pronto este infierno:
el de estar juntos
las vacaciones de verano.

DILIGENCIA


DILIGENCIA


Tiraban los caballos de la carreta de la vida.
Desbocados, furiosos, asustados.
No pararon hasta llegar al precipicio.

Se tiraron los caballos con la carreta de la vida.
Angustiados, orgullosos, aliviados.
No descansaron hasta golpear con el fondo
del precipicio.

miércoles, 15 de julio de 2009

15ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com



A pesar de ello, encontró más estimulante no tocar las antiguas pertenencias, siempre le llamó la atención que los objetos de una persona una vez muerta pasan a ser "sus pertenencias", que recogerlas. Era como pasearse por la muerte, como si el hecho de no alterar nada conservara latente esa presencia de los que ya no están. Y ese sentimiento frío y perturbador fue más fuerte que el olvido, de modo que, quizás llevado por la inercia, recogió de su abuela el testigo del ritual diario de limpiar para no usar. Pero sí para sentir. Creyó en ese momento entender lo que durante tanto tiempo había juzgado estéril: el recuerdo a través de los objetos como un intento de mantener vivos a los muertos. Le pareció que ésta era una clase de inmortalidad, quizás la única para no desaparecer completamente: y el recuerdo en la memoria de los demás.
–se preguntaba cada vez que entraba en ese mundo de fantasmas que era .
Cerró la puerta de una patada, metió la llave nuevamente por el interior de la cerradura, era la única forma de no olvidarlas, y sin quitarse siquiera la chaqueta se dirigió hacia su equipo de música. Lo encendió y “El Mesías” de Handel llenó la vivienda. Un escalofrío, como le ocurría siempre, le recorrió el cuerpo y bloqueó su ira.
Sabía que la música era su calmante y su excitante. Por ello se refugiaba en ella cada vez que necesitaba a alguien leal y noble en quien confiar. Si había alguien, o algo, capaz de hacerle cambiar su estado de ánimo de forma radical y fulminante era la música.
Con ella era capaz de pasar del infierno al cielo, de la desgracia a la dicha, de la tristeza infinita a la alegría más intensa, del odio... casi al amor. Pero mayormente ocurría lo contrario. Y convertirse en un monstruo antes de darse la vuelta. Por suerte, solo su abuela conocía este oscuro rasgo de su carácter. <¡Un día te va a traer la ruina!>, le dijo en una ocasión; pero inmediatamente se arrepintió. Tal fue la mirada dura y negra que él le dirigió.
Ya con el corazón a sesenta pulsaciones y la química de su cerebro reformulando nuevas sustancias recuperó la paz y la tranquilidad que necesitaba. Se quitó los

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parecían perfectos. El que más le costó fue el ocho, se le iba al hacer el bucle y la salida era desastrosa. Los comparaba y veía que el suyo le quedaba barrigudo, desmañadamente inclinado. Con la práctica consiguió enderezarlo pero nunca alcanzó el sublime rizo del maestro.
Una vez que al difunto se lo llevaron, la abuela no le permitió entrar en esa habitación. Sólo ella, para limpiar lo que ya estaba limpio; pero sin cambiar nada de sitio. Incluso la tinta se secó en el tintero porque nadie le puso su tapita de plata. Y la pluma vertió su última mancha sobre un papel... lleno de números.
A Augusto no le quedó más remedio que acatar la orden porque sabía que su abuela, que fue tajante en pocas cosas, cuando le prohibió algo lo hizo de forma definitiva. Inflexible. Y a él ésta fue la primera de las tres cosas que su abuela le negó.
Del difunto, aparte de sus números, Augusto sólo recordaba la cara... cuando ya estaba muerto. Le miró con curiosidad, casi con satisfacción. La caja tenía un cristal y él se asomó para descubrir un rostro amoratado, al que parecía que le había desaparecido la carne. Piel, hueso, una nariz afilada, unos labios caídos, unas mejillas contraídas... Todo era distinto y parecía más pequeño. Por alguna extraña razón, de repente el difunto se había consumido.
Ésta era otra de las injusticias de la memoria: años que pasaron juntos para terminar siendo recordado por su cara buida.
Sin embargo, a pesar de la impactante imagen, él sonrió. Un muerto más, un competidor menos. La abuela ya era toda para él. Sabía que podía hacer con ella lo que quisiera. Como siempre, pero más.
El cuarto, que durante años fue suelo sagrado, tenía la mejor luz. Una ventana al patio y otra a los tejados: al ser la casa la más alta de cuantas la rodeaban, se mirase por donde se mirase siempre había tejados. Y desde el mismo día que la abuela murió él lo profanó. Paseándose con delectación por la nueva tierra conquistada. Todos estaban muertos, había vencido. Haría lo que le diese la gana con cada objeto, cada rincón; cada estancia de la casa.

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habitaciones, quedaban a la derecha; también abuhardilladas, con ventanas diminutas que daban únicamente a los tejados de las casas colindantes.
Por encima de todos ellos y a lo lejos se veía un campanario con una cruz de hierro. A él ese pequeño trozo era lo que más le fascinaba de toda la vista. No sabía si por su solemnidad, su enhiesta, arrogante presencia; o tal vez por la asociación que el tañido doliente, lúgubre, luctuoso de un repique tan melancólico provocaba en su cerebro. Y cuando doblaban a muerto Augusto cerraba los ojos y se dejaba llevar: nota, pausa, nota descendente, pausa, nota final, pausa. Reinicio. Para él era como un balanceo, una canción de cuna, la nana que había escuchado desde pequeño a cualquier hora del día. Tranquilízate niño, pausa, tranquilízate niño, pausa, tranquilízate niño. Reinicio. Ningún otro estimulante tenía la fuerza, el poder, el hechizo de las campanas cuando doblan a muerto. Relajante como un paseo en barca, repetitivo como una mecedora, anímicamente demoledor como la soledad perpetua. Cuando alguien moría él se alegraba porque sabía que otra sesión sufriente-musical venía a continuación.
La abuela, que calladamente de todo se daba cuenta, esto también lo sabía. Y sentía una satisfacción inconfesable ya que esos días que había música en el campanario Su Nieto estaba en casa. En silencio, encerrado en su habitación o en el desván, pero en casa. Ella escuchaba con atención intentando descifrar el mensaje oculto que Su Nieto captaba en cada campanada y, aunque nunca lo consiguió, esto suplía sobradamente la falta de conversación porque sentía que aquello era como si estuvieran hablando. Por eso cuando vio que la vida se le iba no le importó que él no estuviera porque –pensó-. Y esta fue compañía suficiente para su último viaje.
Quedaba una última habitación en esa casa. La salita que el difunto también utilizaba como despacho. Con su mesa, toda tan oscura y tan brillante que parecía . La abuela puede que pasara más horas limpiándola que el difunto usándola: contable para una agencia de transportes. De él Augusto sólo copió sus números. Tenían tanta fuerza, el trazo era tan rápido, seguro; definitivo de principio a fin. Se pasaba tardes enteras imitándolos porque le

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mujer salió de su casa bufando como una fiera porque no había sido capaz de arrancarle a la abuela un castigo ejemplar para el salvaje.
Se lo mereció cuando a aquel profesor cobarde y brutal le destrozó el coche en venganza por haber roto una vara de avellano -¡en la espalda del chiquillo!-.
A Augusto le crió, le educó, a su manera eso sí; le mantuvo, le costeó sus caprichos, sus estudios, sus cosas: la abuela.
Por ello, cuando llegó el último suspiro, el aliento final, éste no fue para arrepentirse de sus pecados ante un cura, proceloso y terne como todos, al que se le negó la visita; tampoco para un ser todopoderoso que no había visto nunca y mucho menos cuando realmente hizo falta: <>. La última luz de una vela que se extinguía, el último latido de un corazón roto, la última mirada de unos ojos ya opacos fueron para Su Nieto. Aunque éste no estuviera allí para verlo.
No importó. Esto, seguro que ella también se lo perdonó.
A Augusto se le cayeron las llaves al suelo, le ocurría con frecuencia; de hecho, cada vez que cogía algo sin concentrarse en lo que estaba haciendo, lo que fuera se iba al suelo.
Resopló enfadado, ganas le dieron de darles una patada como hacía en muchas ocasiones, las agarró con fuerza y abrió la puerta.El recibidor era grande, demasiado para la superficie total de la vivienda. A su izquierda un pasillo, cuyo techo iba descendiendo, daba acceso al desván: abuhardillado, oscuro, silencioso, aislado; casi sellado. Enfrente, una amplia cristalera recogía la luz que entraba por el patio y, literalmente, la metía en la vivienda. Al menos, vivir en el último piso tenía esa ventaja: la poca luz de que disponía el edificio era casi toda para él. Esto último, por sí solo, era razón suficiente para que él se sintiera a gusto en aquella casa. A continuación un baño, pequeño y con el sitio justo para un plato de ducha que la abuela siempre quiso reformar. Por supuesto la obra no se llevó a cabo porque: - A mi chico le gusta como está. ¡De mayor va a ser un romántico!- La cocina: alargada, desnuda, y las

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“LA PECERA.”


Un portal estrecho y mal iluminado del que arrancaba una escalera más angosta si cabe. La huella de cada peldaño un vago recuerdo de la forma y el color original: no es que éstos tuvieran desgaste, es que tenían baches. Las paredes, hinchadas y despellejadas por la humedad; el hueco de escalera apenas una chimenea, un tubo de luz que difícilmente alcanzaba el rellano del primer piso en la mejor hora de sol. Ochenta y seis escalones, cuatro rellanos, tres puertas. Esto es todo lo que tenía que recorrer Augusto cada vez que iba a casa: cuarto piso de un edificio de casi cien años.
Lo heredó de su abuela, a la que, sin embargo, no prestó nunca atención. Era, primero: demasiado pequeño y demasiado distraído para hacerlo; después: demasiado mayor y demasiado egoísta. <<¡Cosas de chiquillos!>> <<¡Cosas de la edad!>> Justificaba ella cada vez que su nieto - el único- le negaba un beso. Y una disculpa siguió a otra según los años fueron pasando. La abuela lo perdonaba todo. Las burlas, los chantajes, las patadas, los golpes, los gritos, los enfados, el desorden, las infantiles rabietas que se transformaron en violentos estallidos de cólera, las amenazas verbales y físicas... Todo estaba bien, -porque era un chiquillo-, -porque era su único nieto-.
Estuvo bien cuando con cinco años volvió un día a casa lleno de arañazos de su primera pelea seria con un niño gitano. Estuvo bien cuando se quemó la mano con la estufa de la clase, aquellas antiguas de leña, porque -quería que le vendaran algo-. Estuvo bien cuando a los seis años ya fue expulsado por mala conducta. Cuando se burlaba del profesor cada vez que éste le lanzaba el cepillo de borrar y erraba el tiro. No es que el profesor fuera malo tirando, es que él era bueno esquivando. –¡Es de relisto mi chico!- Fue casi divertido escuchar a aquella ridícula señora quejarse de que su nieto, ¡Su Nieto!, -le había tirado una piedra que le había pegado en el hombro. –Pariente de la Juani tenía que ser, son unas locas-, pensó una vez que aquella

martes, 14 de julio de 2009

10ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

- ¿Entonces me dejas el libro?
Ella, con los sentimientos todavía en clara contradicción, tampoco anduvo muy rápida de reflejos y se dejó llevar por la inercia de la nueva situación, de modo que asintió.
- ¿Y cómo quedamos?
- Hay un bar que tiene mesas, así como para estar un rato charlando, en la calle que baja paralela a esta. No me acuerdo ahora de cómo se llama.
- No importa –interrumpió él sacando pecho -. Ya lo encontraré. ¿Te parece bien mañana a las once?
- No, no. Mañana no. Mejor la semana que viene. El miércoles... a las cinco.
- ¿De la tarde?
- ¡Hombre! –esta vez ella sí que lo utilizaba con propiedad y eso le fastidió aún más. Tenía que haberle dicho mujer -. ¡No va a ser a las cinco de la mañana!
En realidad sí que podía a la hora y el día que él había propuesto, pero no le dio la gana de aceptar. Hubiera sido como claudicar, perdonarle a cambio de nada. Olvidarse de su ofensa sin que éste se hubiera disculpado siquiera. Aunque casi lo que más rabia le daba era que seguramente él ni se había enterado. Y cuanto más pensaba en ello más se enfurecía, de modo que optó por terminar aquella estúpida conversación con un seco ¡Adiós!
Él se quedó en la acera, observándola. Estudiando su forma de andar, cómo cogía los libros, cuánto balanceaba los brazos al caminar y si miraba hacia el cielo o al suelo; la ropa que llevaba, los zapatos, si éstos eran baratos o de calidad; por qué lado los desgastaba más: el exterior, el interior... Incluso el color y el corte de pelo. Cosas que frente a ella no había sido capaz de captar con la necesaria profundidad. Datos imprescindibles para la creación de su nuevo personaje. Ya tenía la mirada, la forma de hablar, muchos de sus gestos, pero faltaba darle forma al cuerpo. Medidas. ¿Y las manos? ¡No se había fijado en las manos! ¡Se había comportado de forma tan estúpida que ni siquiera había reparado en las manos! ¿Tenía los dedos largos? ¿Se mordía las uñas? Esto último para él era un defecto, físico y mental, imperdonable.
Augusto se enfureció terriblemente. Dio media vuelta y se marchó. Caminaba apretando con fuerza la mandíbula y los músculos se le marcaban en la cara. Tal era su enfado que hasta le dolía la garganta de rabia. Esa rabia que normalmente era incapaz de controlar.
Dobló la esquina y entonces cayó en la cuenta de que tampoco sabía su nombre.
- No importa –se dijo -. El nombre ya se lo pondré yo.

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secretos porque sé que no lo escribió para nadie. Me convierto en una clase de confidente póstuma.
Él se dio cuenta de que había metido la pata, así que rectificó:
- ¡Hombre! Quiero decir que hay gente que se pasa. Le dejas algo y a lo mejor tardan en devolvértelo meses; si es que lo hacen. O te dicen que se lo han prestado a otra persona a la que tú igual ni conoces y empiezas a perderle la pista...
Ella odiaba que dijeran <> cuando se habla con una mujer y estaba en el punto de retirarle su ofrecimiento sin contemplaciones cuando el tercero en discordia, el librero, nuevamente les interrumpió:
- ¡Se cierra! ¿Queréis algo o no? Que lleváis aquí media mañana.
El tono áspero, el vocabulario disuasorio y la premiosidad del mensaje ni les sorprendió ni ofendió, pero lo que verdaderamente resultó molesto de esos modales fue el repentino silencio que se hizo en la tienda al apagar bruscamente el equipo de música. A ella porque fue como si le taparan la boca justo en el momento en el que iba a contestar a algo que la había puesto furiosa; a él porque no soportaba que se cortara una canción –cualquier canción, esto era irrelevante- sin ir bajando lentamente el volumen. Si se hacía como a él le gustaba, la música, que previamente había inundado todos los circuitos cerebrales, iba desapareciendo lentamente, como una esclusa cuando se vacía: despacio, un proceso perfectamente calculado; permitiendo que el cerebro también se fuera desalojando con lentitud; dando paso al silencio el cual va llenando el vacío que deja el sonido mientras se desvanece. Una sucesión, un cambio de escena suave, bien enlazado. Pero si aquél se efectuaba de forma inesperada no había continuidad, no existía esa transición porque la misma esclusa había reventado, liberándose atropelladamente de su contenido. Para Augusto el librero había cometido la mayor de las tropelías: interrumpir chapuceramente un momento musical.
Salieron de la tienda y no habían puesto el segundo pie en la calle cuando el chirrido de la persiana metálica falta de grasa terminó por hacer añicos una ocasión que podía haber sido mágica; o nefasta, que nunca se sabe. Desconcertados por el contratiempo, él no acertó a decir otra cosa que:

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- ¿Y qué es lo que buscas?
- “El collar de la paloma”. ¿Lo tienes?
- ¡Pues claro! Con ese título, ¿quién se resiste a comprarlo? Si lo quieres no tengo ningún inconveniente en dejártelo.
- Ya que te ofreces... Prometo no destrozártelo. Odio que la gente te devuelva en mal estado las cosas que prestas. Además de que les estás haciendo el favor terminas reparando el estropicio.
Augusto, a quien los encuentros inesperados le arrollaban como una locomotora al viajero despistado, necesitaba su tiempo para recoger todos los miembros y reintegrarse. No obstante, le gustó oírla hablar. La observaba con detenimiento mientras ella movía los labios, los ojos, la cabeza... Saltaba de una zona de interés a otra y atrapaba, robaba, gestos, movimientos, miradas que iba archivando en su cerebro y con todo ello recomponía una persona que tal vez no tuviera mucho que ver con ella, pero de esto último él no era consciente. Augusto no reconocía a las personas tal y como eran. Su cerebro no funcionaba así, no identificaba a los individuos por mera comparación.
Esta cara y este nombre están archivados en tal o cual sitio de mi cabeza y corresponden “a” porque se parecen “a”. No. Él CREABA a las personas en su mente, surgían como un holograma y a partir de ese momento se establecía una comunicación esquizofrénica que no podía detener. - Pues a mí no me importa. ¡Total, ya los he leído! ¿Para qué son las cosas sino para usarlas? Casi me da hasta grima cuando descubro que alguien va de super-perfecto y supercuidadoso. Con lo entrañable que es cuando ojeas un libro viejo y descubres que está lleno de anotaciones y reseñas. Igual era de tu tío o tu abuelo y leyendo con atención lo que ha escrito casi puedes conocer a esa persona. Comentarios acerca de lo que pensaba o le preocupaba; fechas que quizás fueron importantes para él o alguno de su familia; su letra... Es algo que me encanta. Y las ideas que pasan por la cabeza de la persona que lee, cuando son apuntadas, son como si algo de ella quedara para siempre. Es fantástico. Yo guardo todos los libros de mi abuelo y cuando releo lo que él escribió parece que me estuviera contando sus

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cuando una mano le tocó en la espalda al tiempo que una voz desconocida le preguntaba:
- ¿Qué tal tu brazo?
Augusto se volvió e inmediatamente reconoció la voz y el personaje: era ella. No la había vuelto a ver desde que se rompió el antebrazo y de esto hacía ya casi cinco meses.
- Bien, bien –contestó él con la prodigalidad comunicativa de la que hacía gala ante cualquier imprevisto como, sin duda, era el caso.
- ¿Qué te dijeron en el hospital?
- Nada, se me habían roto los dos huesos de esta parte del brazo. Por eso me dolía tanto. Me escayolaron, después una temporada con el cabestrillo... Lo de siempre; pero ahora ya está bien.
- Oye, que ese libro no lo tengo. Ya te había dicho yo que me parecía que no estaba –interrumpió el librero bruscamente al tiempo que pasaba por en medio de los dos sin disculparse siquiera.
- Siempre digo que no voy a volver pero no sé qué tiene esta tienda que cada vez que necesito comprar un libro éste es al primer sitio al que vengo –añadió ella en voz baja una vez que el energúmeno se había reincorporado a su banqueta tras la caja registradora.
- Y que lo digas –continuó Augusto demostrando ser capaz de hilar no sólo una conversación sino cuatro palabras seguidas.
- ¿Te has fijado? ¡Siempre está leyendo el periódico! ¿Cómo puede leer únicamente la prensa deportiva? ¡Rodeado de libros como está! Si yo trabajara aquí creo que hasta dormiría en la tienda.
- ¿Te gusta mucho leer?
- ¿Qué si me gusta? ¡Me pasaría el día comprando libros! Y leyéndolos, claro. Tengo docenas, yo creo que cientos de libros.
- Pues yo ando detrás de uno pero aquí no parece que lo tengan. Tendré que mirar por ahí. Aunque me aburre eso de ir de tienda en tienda –Augusto había comenzado a soltarse.

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“EL COLLAR DE LA PALOMA.”


Oiga, estoy buscando un libro al que hace referencia Ortega y Gasset, pero llevo un rato mirando y no lo encuentro. ¿Puede decirme si lo tiene?
- ¿¡Si me dices cuál es!?
- ¡Ah! Claro. Se titula “El collar de la paloma”.
- ¡Uyyy! No sé. ¿Ese es de un tal Ibn Hazm o algo parecido, no?
- Sí, creo que sí.
- Voy a mirar, pero me suena que está descatalogado desde hace tiempo.
El librero, un hombre gordo, maleducado, con barba de tres días y al que el último oficio que le podía encajar en este mundo era el de regentar una librería, se alejó con desgana y rascándose paladinamente la nuca. Augusto le observaba, descubriendo en él la inconfundible muestra de desaseo y abandono en el trasero de sus pantalones vaqueros.
Caídos y desgastados hasta el extremo, delataban la despreocupación y abulia que ese hombre mostraba por todo; incluidos los clientes. Augusto, que sentía un odio visceral por los pantalones vaqueros, se preguntaba si tendrían ellos algo que ver en la desaparición de los libreros de toda la vida. <>
En verdad, lo único que le atraía de esa tienda no era otra cosa que la música. Parecía que el dueño sí tenía para esto último el buen gusto que le faltaba con todo lo demás. Y para Augusto pensar en “El collar de la paloma” al tiempo que oía a Supertramp cantando “Even in the quietest moments” le producía una sensación místico-alucinógena que de alguna forma le enganchaba a aquella tienda que, por lo demás, no valía nada.Inmerso en este ditirambo de proporciones frenopáticas estaba él, meditando acerca de la indeterminada importancia de la tela vaquera en nuestra sociedad,

FIESTA


FIESTA


Por una vez, sí,
todo es blanco o negro.
Y también rojo.

Blanco negro rojo
sacudiéndose por las calles.

Fiesta de excesos
de sangre sudor pocas lágrimas.

De alcohol orines vómitos
Hurtos robos agresiones.
Sí, también violaciones.

Alguna muerte.

A Joan un cuerno le atravesó la garganta.
Nos dejó sin habla.
A Paul
el pulmón.
Nos dejó sin aire.

Lloraron las plañideras púberes
sensibleras y frágiles.
Lloraron el tiempo que tarde en correrse
el rímel.

No hay control, fuera normas
inhibiciones.
Arriba las bajas pasiones.
Abajo las buenas maneras.
¿Será por falsas?

Todo vale, todo sea por
¡la fiesta!

Bárbaros salvajes orcos.
Corriendo contra orcos.
Bestias acosando a los toros.

Fiesta para los patacos
Los intelectuales.
Los solitarios acompañados
Los solitarios solos.

Los ancianos y sus recuerdos.
Los niños y sus sueños.

Ganadores y perdedores.
Conquistadores y conquistados.
Canallas y pagafantas.

Fiesta hoy.
Vergüenza
tal vez mañana.

domingo, 12 de julio de 2009

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filtrado a través del subconsciente recuperaban su sentido y alcanzaban esos espacios sensoriales que nos pasan inadvertidos... a la razón.
No sin esfuerzo recorrieron los tres kilómetros de senda y calles que les separaban hasta llegar al hospital y allí ella se despidió. Tenía una tarde muy atareada y, como todo lo que ella podía hacer ya lo había hecho, decidió marcharse.
Y así fue; aunque no sin antes recordarle un: <<¡Que te mejores! ¡Y no te vuelvas a subir a los árboles!>>
El se quedó pensativo, movió insulsamente la cabeza e, incapaz de pronunciar una frase que fuera medianamente inteligente, se volvió hacia el médico que había comenzado a auscultarle.
Ella desapareció.



















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Fue imposible evitar las miradas, no había nadie más y a ella le llamó la atención que aquel individuo estuviera tirado en el suelo; después de todo no parecía un mendigo ni un borracho, así que alguna razón –de peso, por qué no decirlo- habría.
Augusto dudó un momento, no en vano, su aparente seguridad quedaba en entredicho al encontrarse en aquellas circunstancias, pero después de un primer e inútil intento por incorporarse no tuvo más remedio que aceptar la derrota y reconocer que requería ayuda.
Volvió a mirarla y esto fue suficiente para que ella entendiera que probablemente ese hombrecillo que tan penosamente se movía en el suelo la necesitaba. Así que, con una justificada desconfianza se acercó.
- ¿Te ocurre algo? –preguntó ella.
- ¡Bah! ¡Que me he caído del árbol! –contestó Augusto.
- ¿Y necesitas que te ayude?
Receloso:
- Me temo que sí porque me duele mucho este brazo y creo que voy a necesitar ir al médico. Y desde aquí hay una buena caminata.
- Ya lo creo. A ver, dame esa mano que te acompaño al hospital. Es mejor que entres por el servicio de urgencias para que te hagan radiografías y lo que sea necesario al momento.
Ella extendió su mano y él la asió, primero suavemente y luego con fuerza, y se incorporó. En su interior los sentimientos eran contradictorios; por un lado el fastidio, el bochorno, la tremenda humillación que suponía para él que un extraño, una extraña peor aún, le descubriera en tan embarazosas circunstancias: asaltando un árbol ajeno y tirado en el suelo como castigo.Por otro, su repentina presencia, su voz: balsámica y amable; el contacto, obviamente cálido y suave de su mano, su seguridad y firmeza al incorporarle... eran mensajes subliminales que a todo buen receptor no pasaban inadvertidos. Códigos sonoros, químicos y olfativos que viajaban encriptados entre las palabras, las miradas y los gestos más abiertos, pero que por algún desconocido proceso de

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“EL ÁRBOL.”


Augusto se miró las manos, y su color, parecido al carmín sólido que en ocasiones utilizaba en su paleta, le trajo a la memoria el de las cerezas. Especialmente aquellas con una piel más oscura, gruesas, carnosas, que nunca supo de qué clase eran pero que, con seguridad, alguna tenían pues hacía tiempo que se había resignado al hecho irrefutable de que, para todo, había clases.
Fue por las cerezas que la conoció. A él le encantaban; por eso, de vez en cuando se permitía alguna licencia y, o bien las compraba por cajas en el mercado o, mejor aún: asaltaba algún árbol del camino y se daba uno de esos atracones como solía hacer cuando era niño. Le gustaba comer y comer, dudando en su glotonería de si tragar o no los huesos. Sin importarle en absoluto la más que probable indigestión que venía después.
Por eso estaba subido en aquel árbol, aunque veintiocho años no se puede decir que sea una edad muy apropiada para ir subiéndose a los árboles ajenos. Agilidad y respeto a la propiedad, preferiblemente por este orden, aconsejaban lo contrario, pero... tenían un color, ese color, ¡tan llamativo y tentador!; que era difícil sustraerse al festín de devorarlas.
Sin embargo, esta vez el árbol le devolvió la agresión y en cuanto Augusto confió en una rama de las que aquél se pudo desprender, la sacrificó y al romperse arrastró con ella al intruso. Cinco metros de caída, no libre sino acompañado de una preciosa rama cargada de cerezas, que dieron con los huesos de Augusto y de la fruta en el duro y reseco suelo de un barbecho en agosto.
Tonta fue la caída pero no por ello falta de consecuencias: rotura de cúbito y radio y, aunque en ese momento no lo sabía, ya sentía el dolor agudo trepándole por el brazo.
Así que allí estaba él, entre ayes y resoplidos, creyéndose solo en medio de un campo que sí era de alguien, dolorido, torpe y enfadado, cuando ella apareció distraída y oportuna entre las zarzamoras que casi cerraban el camino.

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I. “APROXIMACIÓN.”

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“EL AMOR ES ROJO PASIÓN.”


























Christophe Caro





LÍO

LÍO


Encontré a Jessica en el fondo del abismo:
quería abrir un estanco.
Yo, abandonar el ciclismo:
cansado de dar vueltas,
de ver girar siempre la misma rueda.

Confundida ella
Perdido yo,
nos liamos.
No quedaba alternativa.

Lío de pies
de piernas, manos.
Lío de amores,
perdón,
lío de sexos.
El amor se quedó en el abismo.

Pronto nos arrancamos pedazos.
Nos desliamos.

Déjame, no me persigas.
Estoy hecha un lío.

Jessica se enredó en su propio ovillo.
Yo,
quedé tirando del hilo.

viernes, 10 de julio de 2009

ENCIERRO

ENCIERRO


He corrido delante de vacas
Mansos
Toros.

Aún no sé por que.


Las vacas estaban locas
Lo mansos, eran muy cansos.
Los toros, pocos.

Aún no sé por que corrí.


Ningún bicho fue para tanto.

martes, 7 de julio de 2009

LOS AMANTES

LOS AMANTES

Óleo sobre lienzo, 81 x 60 cm.



UN BUEN DÍA

UN BUEN DÍA


Ayer asistí a mi funeral.
No fue nadie. Casi,
ni yo.

Nunca me gustó pedir ayuda.
Tampoco para mi entierro.

Autosuficiente siempre
Yo construí el féretro.
Yo cultivé las flores.
Con mis manos hice el agujero.

En mi carretilla paquetera
trasladé la caja.
Arrastrándome
me llevé yo.
Y me enterré.

No hubo lágrimas fantasma.
No hubo corazones rotos.
No hubo penas finitas.
Solo yo. Todo yo.

Faltó un detalle:
olvidé mi panegírico en el despacho.
Dejé todas mis loas en la alcoba.
Escribí un epitafio muy zafio.
En un pequeño espacio.

Desde la siniestra oscuridad de mi caja
Oí los golpes de la tierra sobre la tapa.
El estruendoso telón desplomándose
tras el último acto.

Aplaudieron los enemigos
desde la distancia.
Olvidaron los amigos
la asistencia.

No seré recordado por toda la obra.
No era ésta grandeza suficiente.
Es el último acto el que perdura en la memoria.

Partí de este mundo con la misma soledad en que viví.
Lloré cuando nací.
Se agotaron estas lágrimas con los años de torpezas y fracasos.
Ya no lloré cuando morí.

Tampoco quedaba nadie por quien hacerlo.
Acabó por fin esta vida insulsa y sin sentido.

Por una vez tuvo sentido, fue real,
el vacío.


Por fin, llegó el día.
Sólo quiero descansar
del tormento de vivir.

sábado, 4 de julio de 2009

CARAMELO AMARGO

CARAMELO AMARGO


Entre el humo y los escombros de edificios ardiendo
Surgió Thérèse como un espectro.
Con su abrigo rojo sangre.
Con sus zapatos rotos
mirando al cielo.
Baja en autoestima. Sin energía.

Harapienta como un mendigo.
Llorando como una niña abandonada.
Sólo quería morir.

Fue en la Plaza Trafalgar.
El décimo año de la última gran guerra.
Malherida, agotada. Muñeca rota.

Hui de su cruce de miradas.
No quise ayudarla.
La perseguí hasta robarla, acosarla.
Dijo haberse perdido.
Era la última en toda la ciudad.

En el bolsillo un puñado
¡de migajas!
Había olvidado lo que era ser feliz.
Toda su vida combatiendo.

Derrotada, ofreció:
te daré mis migas
si prometes ayudarme.

Entre sorprendido y ofendido
Asentí.

Le mentí.

Le quité las migas.
Le quité el abrigo.
La violé.
Y al final
también le quité la vida.

viernes, 3 de julio de 2009

CARAMELO

CARAMELO


Entre la niebla de edificios y museos
surgió Thérèse como un lienzo moderno.
Con su abrigo de paño rojo
de caramelo.
Con su pantalón vaquero.
Ceñido al cielo.
Baja en calorías. Sin azúcar.

Pizpireta como un ardilla.
Sonriente como una niña.
Parecía feliz.

Fue en la plaza Thyssen.
También ejercía de baronesa.
Femenina, presumida y coqueta
pude evitar los cruces de miradas:
no quise.

En cambio
la perseguí hasta desnudarla.

Dijo haber ido de compras.
Me mostró una bolsa llena
¡de corazones!

Por eso era feliz.

Arrebatada, ofreció:
Te daré uno si prometes no romperlo.

Entre sorprendido y rendido
Asentí.

Fui afortunado
Aún lo conservo.