miércoles, 30 de diciembre de 2009

CAPITANES INTRÉPIDOS

CAPITANES INTRÉPIDOS


Arthur me sobresaltó de madrugada.
Con una llamada.
Una decisión inesperada. Un aviso:
dejaba mujer e hijos.
Coche trabajo y piso.

Hacía una nueva apuesta:
por el amor verdadero. Decía.
Esto, hace tiempo lo sentía.

Ilusionado como un niño
Emocionado como un Papá Noel
Decidido como el Capitán Trueno que llevaba dentro.
Arremetió como un buldócer contra los cimientos de su vida.

En pie no quedó una sonrisa.
¡Con tantas que disfrutó!

Exiliado en casa compartida,
y con partida,
y para dos partida,
fundó una comunidad de pocos miembros.
Otra vez dos. Y muchos riesgos.

A las afueras de su ciudad paraíso castillo refugio
acechaban las hienas de la realidad:
los buitres del banco reclamando viejos contratos
los tiburones de la custodia compartida.
Otra vez partida.
La anaconda de su ex con el abrazo eterno de la pensión
la escolopendra succionadora de su salario.

En poco tiempo, comenzó a rozar lo estrafalario.
Desvaneciéronse la ilusión, la emoción y el sueño.
Le tembló la decisión.
Se tornó indecisión. Y miedo.

Queriendo huir, cayó al cinturón de agua que abrazaba su castillo.
Por el amor verdadero.
Los cocodrilos de los errores,
bien alimentados con la abundancia de las equivocaciones,
de él nada dejaron.

Se perdió Arthur en la quimera de una vida nueva.

Arthur quiso aprovechar el último tren
y a él subirse pretendió.
En un traspiés, aquel furioso mercancías lo arrolló.
Fue afortunado, lo peor estaba por llegar.


IMPROVISATION

IMPROVISATION


El perro del vecino siempre ladra cuando estoy en casa.

El sillón del dentista es menos confortable que diabólico.

La mujer de tu mejor amigo se insinúa por aburrimiento.

A los hijos de los demás sólo los soportan los demás.

Tengo que aprender a rescindir contratos:
de hermandad, de cooperación, de malos tratos.

Mueve las caderas la camarera, y no será por afición.
¿Mala costumbre tal vez?

UNICEF ha abierto una delegación en Plutón.
¿Será porque ya no es un planeta y necesita protección?

Me agarro a la botella cuando quiero pensar con claridad.
A la botella de lejía.

El pelo de la mujer de mi jefe es óptimo para un anuncio de champú.
También lo era el de Eva, la judía, e hicieron con él tela de saco:
para el gran desembarco.
Del resto, del cuerpo, mejor ni hablamos.

Con las escamas de mi última mudanza he hecho una crema exfoliante.
¡Qué redundante!

Tiene un culo bonito esta librera.
No se lo digo, pero sabe que lo pienso y se sonroja.
Y emociona y entusiasma.
Nada como su sonrisa vertical.

La abuela de mi sobrino ha decidido poner fin a tanto desatino:
desheredó a sus hijos y hoy me veo en la miseria.
Desvaneciéronse los sueños de riqueza fácil.
Siempre queda el consuelo de la pobreza. Duradera.

Caminante no hay camino, se hace camino al andar.
Pues vaya putada, si además de caminar debes hacer el camino.

La felicidad es un estado tontorrón del alma que no aporta nada interesante.

La importancia de un problema es inversamente proporcional
a la gravedad de sus adyacentes.

Lo mejor del amor es que se trata de una enfermedad con clara tendencia a remitir.

Haremos un esfuerzo para escucharnos los unos a los otros.
Que empiecen ellos:
nuestro discurso es mucho más interesante.

Joan tiene ilusión por abrir una escuela para niños.
Para niños soldado.

Detrás de cada artista se esconde un exhibicionista narcisista.

Hay una vacante de leñador en el Monte del Olvido.
Pero nadie recuerda cómo llegar.

Varios estudios científicos avalan la existencia de elevada actividad biológica
en el mar muerto.
Fueron rechazados por considerarse una incongruencia semántica
inaceptable.

Tras cada minuto de improvisación hay miles de horas de ensayo.


sábado, 19 de diciembre de 2009

ISHAM


ISHAM


Añoro aquel tiempo de propaganda y falso positivismo,
de revuelta y crédulo anarquismo,
cuando, panfleto en mano y a falta de un buen salario,
quemábamos la ciudad empezando por el ayuntamiento:
el poder más cercano.

Seguíamos por los cuarteles y reventábamos las iglesias.
Con todos su feligreses.
Divino ese poder tan lejano.

Echo de menos las noches de difuntos rompiendo lápidas
Y el gong del monje tibetano
Y su falso gregoriano.

Y las túnicas azules de todas las damas haciendo del día la noche
Paseando entre fantasmas.

Hermoso ver las jaurías de perros como lobos acechando la ciudad.
Vengándose por los años de torturas y mal trato.

Drogados como niños soldado patrullábamos las calles y matábamos
haciendo de la tiranía bendición.

Aumentaron nuestros seguidores, nos hicimos fuertes.
Pusimos orden.

Redactamos leyes, aplicamos sanciones.
Encarcelamos disidentes.
Fusilamos intelectuales y artistas:
gente de la peor calaña.

Entregamos puestos de responsabilidad a analfabetos y lerdos.
Fue la victoria de los catetos.

Cambiamos la vida, la sociedad, el mundo.
Y de todo culpamos a los otros:
los necios son siempre los demás.

Desmontamos en un lustro generaciones de avances y esfuerzo,
particular y colectivo.

Todo lo que estaba bien terminó
Lo mal empeoró.
Lo peor se hizo costumbre y carne.

Manipuladas las referencias del pasado
imposible distinguir el bien del mal.
El fin de todo el sistema,
de su corrupción su blasfemia y su retórica,
estaba cerca.

Y a este fin dedicamos la victoria.

El anarquismo se hizo poder y este poder se devoró a sí mismo.
Era el triunfo total, el final del final.
Pero en todo plan hay un saboteador.

Se llamaba Angie:
ocho años, piel blanca, ojos negros, pelo corto, labios mulatos.
Manos de arpista.

Y lo peor: mirada de esperanza.

Con el vestido ensangrentado de su madre degollada
hizo una bandera.
Hizo y la izó.

En lo alto de una iglesia abandonada.

Desde aquel campanario sin campanas
pronunció un discurso sin palabras.

Los convocados sordos, los oradores mudos, los guías ciegos.
La siguieron.

Acampados en una tierra que nadie había prometido
crearon la comunidad del perdón.
Y todos, incluso yo, fuimos exculpados.

Veinticinco años de aquello
hoy reina en este mundo de hadas y genios.

Hace ya, mucho tiempo, sale el sol cada mañana.

A veces me pregunto dónde estuvo nuestro error.
Otras,
bendigo todo aquello que falló.

martes, 15 de diciembre de 2009

DESPASITO



DESPASITO


Abriéndose camino entre campos de zarzas y cardos
descubrí un pequeño erizo.
Caminando, despasito, despasito.

Estimulado por la intriga y la curiosidad
me acerqué a saludarlo.

Acostumbrado a las agresiones de propios y extraños
sacudió su espalda en legítima defensa.
Clavando varias púas en las yemas de mis dedos.

El erizo resultó ser una eriza.
Y yo…

Yo terminé erizado.

VISITA

VISITA


Hoy han llamado a la puerta unos señores muy raros.

Vistiendo todos de negro
esto no es extraño,
me han ofrecido la carta de libertad para mi pueblo.

Y esto sí que es bizarro:
mi pueblo es mi capital, mi principado y mi estado.

Y solo vivo yo.

¿A quién,
y cómo,
voy a liberar?

CRUCEIRO


CRUCEIRO


Bajo un cruceiro del camino,
de Santiago, de Joaquín o de Fermín da lo mismo.
todos llevan a la nada,
o al abismo,
quemé el raído fardo de mis sueños.

No merecía la pena seguir con una carga tan pesada.

Y tan inútil.

PARABRISAS


PARABRISAS


He pasado la mañana conduciendo.
Y bebiendo.
Por aquello de morir joven y dejar un bonito cadáver.

Abriéndome paso entre el agua del parabrisas:
helada, racheada. Obstinada.

Imágenes borrosas tras las diagonales aleatorias,
paralelas,
casi conspiratorias,
de una lluvia imposible.

Distorsión de la realidad
Refracción caprichosa de una luz de baja intensidad:
fotones en colisión de derrota.

Aturdimiento de los sentidos
Enlentecimiento de las ideas
Descomposición existencial
Fatiga emocional.

He pasado la mañana conduciendo y bebiendo.
Por aquello de que tal vez viendo doble
fuera capaz de ver la solución a tanto viajar y no ver.

Inútil ha sido el intento:
por más que he utilizado el limpia
estaba la lluvia en mis ojos.

POEMA


POEMA


He pensado en escribirte una canción.
Comenzaría así:

“Querida Milagros, llevo tres días aquí.”

Ya sabes, como aquella canción nuestra,
tan bonita, de la fila.
De El Último De La Fila.

Y terminaría así:

“Maldita Milagros, he visto tu cuerpo enterrado por aquí.
Por fin, me he librado de ti.


CONTABLE


CONTABLE


En la cuenta de resultados y valores:
positivos y negativos,
de objetivos y pérdidas,
he anotado los años que pasé mirando al techo,
al horizonte, al cielo.
Delante y detrás.
Lo por llegar y lo malgastado.

Rebuscando entre los clasificados de falsas oportunidades
Por las cloacas del desempleo
La despensa vacía del hambre
Y los cajones llenos de la desesperanza
Las estanterías con el polvo de los libros nunca leídos,
o mal entendidos.
Los armarios apolillados con el abandono de tres generaciones.

En el análisis pormenorizado de los números en dos colores,
tras la drástica auditoría elaborada por los inspectores de los otros,
ha aparecido un déficit insalvable que nos arrastrará
a la bancarrota de las ilusiones.
A la quiebra de todo el sistema con los proyectos más osados.
Volveremos, pues, al punto de partida.
Al inicio de esta vida en permanente huida.
Al origen de todas las cosas y razones.

Pero nada será como esperabas.
No superarás el atentado a las vías de desarrollo.
El mal está ya hecho.

Déjate de chorradas, y huye.

domingo, 6 de diciembre de 2009

SOBRECUMPLIR

SOBRECUMPLIR


Rellené un pomo vacío con mermelada de ciruelas
Lo guardé en una gaveta a la espera de mi geba.

He pasado la mañana ordenando tarecos de otra vida
Para esta ya sobrecumplí el plan y nadie se enteró.

Me he enroscado como una serpiente
en torno al cuerpo de mi sombra,
o mi luz.
Que ya me están entrando dudas.

No pedí ni me di pista. No hizo falta:
me la dieron.
Aprendí rápido:
me adueñé de cuanto filo que pude.

Cogidos de la mano cantamos el Queridos Amiguitos
Embullaítos pasamos la noche entre retozos,
quejíos, y soplíos.
Y no sacamos billete para Madagascar.
Al contrario, con la copa de zumo de guayaba en mano
gritamos:
¡Esto está de pinga!

Me desconcierta la contradicción de ver la luz,
y la esperanza,
en el fondo de unas cuencas Tierra Cassel
y unos ojos carmelitas.

Escucho con atención, admiración,
y a veces duelo,
la conversación de unas manos de pianista genetista.
Y a veces duele.
Cuando hablan desde el recuerdo:
revolución o muerte.
Y Saturno se hizo carne y vistió de uniforme.

Lo primero: devoró a sus propios hijos.
Lo segundo: no llegó.
Por suerte.

Aún hoy recojo lágrimas traicioneras,
e inesperadas,
en un buchito.
La pérdida de los otros en bolas de cristal.
Y de sal.
Renuncia obligada a la vida que no debió ser.
Que no se debió vivir.
O malvivir.
De todo aquello
ha de renacer otro ser.

En él,
el buchito,
colocaré la flor de la ilusión,
también la esperanza.
Y en forma de alianza
crearemos nuestra propia minoría étnica.

Sin caudillos, libertadores, salvapatrias,
redentores, mesías ni clarividentes de la verdad absoluta.

Tanto dolor,
tanto dolor,
para nada.

Acondicionaremos un refugio,
en el corazón de un castillo,
en mitad de la nada.

Pero esta nada
será distinta,
porque será el centro de todo.


sábado, 5 de diciembre de 2009

ESPÍAS

ESPÍAS


Hoy es un buen día para pasear al perro
Correr por el parque
Leer bajo las siluetas Top Model de los abedules.
Ver a las criaturitas,
de dios y de sus padres,
romperse la cabeza en los columpios.

Las madres gritando,
histéricas.
los tumultos de gente,
desquiciados,
las ambulancias a la carrera,
descontroladas,
la policía cortando el paso,
abrumada.

He dicho que hoy podía ser un buen día
cambiaré esto último:

Los niños sonriendo.
Las madres hablando,
solo de ellos,
con el resto del mundo.
La gente distraída,
entre brisas de otoño y sol de primavera.
Las ambulancias en el garaje.
La policía de paseo,
distraída,
descuidando su labor de sabotaje:
ciudadano.

Casi sin darme cuenta he iniciado el camino
de la liberación,
mental y física,
de la prisión de encontrarse a uno mismo.

Qué paradoja:
en un espacio cerrado,
¡hallarse tan perdido!

He esperado, he visto, he querido.
He desesperado por lo visto y malquerido.

He buscado en ninguna parte.
Sacudido el cesto de los muñecos con forma de doctrina,
pretensiones de letanía y espíritu de antífona.

He encontrado lo que no esperaba
espiando entre las rendijas de las persianas.
Hallado lo insólito
fisgando entre las grietas de cercados y vallas.

Familias enteras mortificándose,
en torno a un pavo,
el día de acción de gracias.

No daremos las gracias por todo lo que nos fue robado.

Fantaseé hasta la enajenación
con un mundo mejor.
Pura ilusión.

El mundo no era más que una bola de plástico
mal iluminada.
Y yo una mota de polvo atrapada entre fotones
y partículas de rayos gamma.

Se ha hecho la luz
dijeron los conserjes entre miedos y preces.

Hoy puede ser un buen día para salir de la cueva.
Terminar la hibernación
recomponer los huesos del cuerpo.

Encontré una placa de Petri
que escondía las coordenadas de la felicidad.
Junto a ella
un daguerrotipo con el rostro de una desconocida,
un poco mística, un poco empírica,
clavando sus ojos azules.
Vaya por dios, esto no se hace.
Tirabuzones infinitos en una maraña de rizos.

Casi, creí sentirme atrapado.
Sin duda, otro buen lugar para pasar el invierno.

¿Quién eres tú?, preguntó
.
Cien años más tarde
no sé qué responder.


martes, 1 de diciembre de 2009

PERCHAS



PERCHAS


Desde que colgué mi uniforme de bombero
a veces torero, a veces toro
he perdido el norte surfeando entre partículas de inexistencia.
Llevo en mi maleta un puñado de botellas,
ya vacías,
y media docena de agendas,
por llenar.
No están los compromisos donde deben.
Sólo beben, no me ven.

Camino dando patadas al balón de la estulticia
raquetazos a la pelota de los pelotas
puñetazos a los que hacen la puñeta
escopetazos a los que sin dar la cara escapan.
No son bastantes.
Me quedé sin cartuchos hace tiempo
ahora les tiro piedras.
Es la vida de la guerra
o la guerra de la vida.
Nunca sé qué es lo primero.

Desde que colgué mi hábito de monje
en el ropero de la abuela,
alcanfor por todas partes,
he sentido la necesidad de cambiar de hábitos.
Menos bostezos, menos rezos. Menos tropiezos.
Más horas son las que estoy despierto sin quererlo
más los días desoyendo lamentos,
propios y ajenos.

Desde que colgué mi disfraz de cocinero,
en esto he de reconocer que nunca fui pionero,
echo de menos las asa durillas de disgustos
las manos de pianista,
un poco flauta, un poco flautista,
las vísceras de carne cruda de enemigo:
troceado, desmembrado. Bien picado.

Desde que renuncié a mi bata de profesor de imbéciles
casi añoro las discusiones banales
sobre asuntos superficiales
en la siempre incómoda compañía de los idiotas.
Nunca me sentí libre rodeado de fronterizos
al síndrome de Down y la parálisis cerebral.

Desde que me deshice de mi delantal de pastelero
echo de menos la vida dulce, almibarada
fácil, regalada.
Los años con cobertura de chocolate
los días de vainilla
excitantes momentos de gelatina
nerviosa, bailarina. Cristalina.
Aquella transparencia nunca volverá.

Desde que arrojé a las vías mi gorra de jefe de estación
echo de menos el poder del silbato
el gobierno que sobre las vidas de los otros
ejercían mis banderolas agitándose
contra el fondo gris de las paredes.
Interrumpiendo despedidas,
cortando besos, abrazos.
Algún sollozo.
Marcando los tiempos de salida hacia el adiós.
No hay mayor satisfacción que la de separar a dos.

Desde que me dio por hacerme preguntas
no cesa de crecer el vacío que dejan las respuestas
a medias.
Los silencios que arrastra la verdad camuflada.
Nuevas preguntas que siempre son evitadas.

Pequeña es la sociedad de los librepensadores
inmenso el universo de la carne de cañón.
Otra vez troceada. Bien picada.

Terminemos de una vez con tanta soflama inútil.


miércoles, 25 de noviembre de 2009

BORRÓN




BORRÓN


No sé por que, hoy me ha dado por ponerme contento
dejarme, por fin, de tanto tormento.
Voy a aprovechar este raro momento.

Daré un beso a mis pesadillas
Meteré a mi novia en la lavadora
Regaré a mis amigos
Sacaré las plantas a dar una vuelta.
Teñiré mi pelo de verde hechizado
y lo secaré con el tubo de escape
de un camión a barlovento.

Descorcharé mis botellas de nueces
y prepararé una gran fiesta
con mermelada de champán
frutos secos de caviar
y mucho orujo de amor.

Joder, esto sí que abrasa.

Rociaré mi cuerpo con loción de gasolina y pegamento
y el coro del manso ganado hará las voces con un eco perfecto.
Es lo que tiene rodearse de buenos profesionales.

No sé por que
pero hoy me ha dado por levantarme contento.
De seguir así,
terminaré por sentirme feliz.
Y a esto
juro por la cruz del gato atropellado
que no estoy acostumbrado.

Esperaré a que se me pase
Ya me siento mareado.

RENOVATIO



RENOVATIO


Hoy es el primer día del resto de mi vida.
Vaya novedad.

Esa vida, la anterior, acabó ayer.
Cerré la última maleta y la arrojé al mar.
Desde el acantilado más agresivo y alto que encontré.
No quería verla volver.

Caprichos de la marea. Que marea.

Hoy he mirado al sol a los ojos.
Cara a cara.
No sentí que me abrasara.
¿Me habré endurecido con tanto mal nacido?
Y mal nacida. Que siempre se me olvida.

Hoy he dado las últimas brazadas en este océano de amargura.
Y aunque exhausto, arribé a la costa entero.

Conseguí zafarme de arpones y tiburones.
Y tiburonas. Que siempre se me olvida.

Hoy he sellado las tumbas donde enterré todos mis fracasos.

Con once palos preparé unas cruces.
En cada centro clavé al Pato Donald y al resto
de personajes de todos mis tebeos.
Nada era tan importante como para ponerse serio.

Con mi disfraz de chamarilero he montado un rastro
en mitad de la playa.
Curioso, que lo que menos vendo sean toallas.

¡Corazones de plástico!
¡Sonrisas de azúcar!
¡Besos de caramelo!
¡Garrapiñadas de felicidad!
¡Abrazos en carne viva!

Compren, compren damiselas compren.
Aprovechen la oferta especial
A la venta por no usar.

Con los bolsillos llenos
de agradecimientos y afectos
montaré una papelería que sea destilería.

En los papeles destilaré cartas de amor.
Llenaré botellas,
con ellas,
que habré vaciado de un trago.
Y no lanzaré al mar.

Arrojándolas al pozo de los malos deseos
tiraré una cerilla y disfrutaré con el fuego.

Catarsis de renovación.

Y es que no hay nada como la lumbre
para sentirse acompañado.

Nada como el fuego para renacer purificado.

¿Cómo no se me había ocurrido antes?

lunes, 23 de noviembre de 2009

ESPAÑOLITO





ESPAÑOLITO


Españolitos altivos
decidme en el alma de quién son esos olivos.
Vaya, empezamos mal. Ya me he vuelto a equivocar.
Toma segunda:

Españolitos cautivos
decidme en el alma a quién vendisteis los olivos.
Para no trabajar, que las peonadas os las pagan igual.

Españolito de fiesta y siesta
de pandereta, toros y fútbol.
Españolito de feria y patria querida,
ésta, sólo entre los vasos de vino.
Olvidadizo distraído y gritón,
que derrochas tu vida entre cervezas y el home cinema

Artista de circo, farandulero y bribón.
Un poco bohemio y un poco ladrón.
Pícaro sin remisión.

Españolito apocado y quejumbroso
que reniegas de tu pasado porque te sientes reaccionario.

Ahorcaperros pelagatos quemagansos
emborrachaconejos lanzacabras…
¡Adelante, que todo es por tradición!
Y de éstas sí que eres un gran defensor.

Que a la tortura de toros lo llamas fiesta
y a la ópera cosa de otros.

Españolito que defiendes valores sin valor a defenderlos.
Que ocultas tu bandera, pero al cruzar la frontera
avergonzado dices ser… español.
Y a renglón seguido expiante añades:
¡esta ronda la pago yo!

Que cuando sales al mundo suspiras
¡suspiras por la comida!

Españolito que no sabes idiomas
pero que haces de tu lengua provinciana
el bastión de tu última frontera.

Españolito que con ahínco y bravura
te doctoraste en la universidad
de la vida en el bar.
Máster en mus, tute y brisca.
¡Y venga allá otra partida!
Españolito sin gobierno y desvergonzado.
Siempre mal gobernado.
Comecostas quemamontes turbialagos ciegabarrancos.
Que metes un río en una botella de vidrio
te la bebes, la meas, y encima bromeas.

Españolito de acampada libre, hoguera gitana
guitarra flamenca y fiestas de madrugada.
Que a donde vas te oyen aunque no te escuchen.
De alianza de civilizaciones con los marginales del mundo
pues nadie más sienta a tu lado.
¿O fuiste tú el que eligió el banco equivocado?
Otra vez, los complejos otra vez.

Españolito del fundamento y sin fundamento.
Del tú ve tranquilo que no hay prisa y yo te espero.
Que has hecho de la televisión tu credo.
Que te acuestas con tu Gran Hermano,
y ya sois once,
y despiertas con Belén Esteban.
Y comes y desayunas.

Españolito que mientes en las encuestas
Y dices ser el que más fornicas.
También dices no ser racista,
así que aquello no lo tendremos en cuenta.
Que rezas a la Virgen mientras te cagas en Dios.
Que te santiguas igual que apuñalas.

Españolito creativo
que has desarrollado el único cáncer que no mata
y no te deja vivir:
el de la envidia.
Inventor de la idea menos copiada:
aquella de “que inventen otros”,
que yo prefiero dormir.

Españolito que ya no haces huelga
por ser prima hermana del paro.
Que el sindicato ya no te arropa
y el empresario
bueno, ese te sigue desmenuzando.

Españolito de píldoradeldíasdespués
que está todo controlado.
Metadona siempre a mano.
Por eso mismo.

De índices de productividad a niveles de funcionario:
no joda señora y vuelva mañana,
¿no me ve con el café en la mano?

Españolito que cada lunes demuestras ser un As.
Un As en la lectura del Marca y Sport.
Que con inusitado coraje defiendes tu color en el partido:
¿blanco o blaugrana?

Españolito cañí. De chotis, coplilla rápida
y paquito el chocolatero.
Cantabodas chupafarias sudacamisas muerdecopas.

De mirar la vida desde el burladero.
Pasota irresponsable y desentendido.
Que a tus hijos acusas, de eso mismo.
Y vehemente afirmas, entre tú y ellos,
mediar un abismo.

Españolito de cruz colgada y catecismo.
Que limpias iglesias lo mismo que furgones blindados.

De prensa rosada, cocina fácil, algo de ciclismo:
hoy te has levantado cultural.

Campeón del ajedrez a cuatro manos.
Dos para aprender a mover
Dos para mejor defender:
a puñetazos.

De romería ebria y revienta caballos.
Que te santiguas y alborotas al Cristo
del Rosario.
¡Con qué pasión!
Y no hay cristo que lo entienda
y a la buena fortuna se enmienda.

Y más vale que de ti nos libre
y nos atienda.

Españolito pendenciero soñador fanfarrón y mujeriego:
con ellas con las que más sueñas.
El hambre, que pone pan donde sólo hay piedras.

Obsesionado por las antigüedades
por deshacerte de ellas
cambiándolas constantemente por unas compras
“nuevas”.

De izquierdas por comunión y derechas por convicción.
Que compartes bienes ajenos lo mismo que defiendes los propios.
Aquí, aquí sí que tienes convicción.
Defensor de la igualdad, la paridad y el castigo:
¡A por el más competitivo!

Garrote y hoguera al pensador de primera.

Ya lo decía el poeta:
por cada buen pensador
hay diez que embisten mejor.

Ecologista a tiempo parcial, educador arrepentido.
Misionero por evasión, solidario por diversión.
Pacifista por miedo. Quijote por imitación.
Especulador por contagio.
Cigarra de nacimiento que trabajas cuando no queda otra.
Hormiga por equivocación.
Monógamo por obligación.
Padre por la subvención.
Y agricultor ganadero cineasta pastor.
Primitivo es tu sector primario
salvo para trincar del erario.

Evasor de impuestos por devoción.
Republicano en sueños. Monárquico por imposición.
¿O quizás por comodidad? Tal vez por Constitución.

Españolito frustrado, con crisis de identidad.
Perdedor en las últimas guerras
que el desierto entregaste en bandeja.
Desconsolado bajo la mesa corriste a refugiarte.
Oculto en tu casa hoy mascullas tu mala fortuna.
Ahora,
la Selección te ha devuelto la honra robada.
¿No será mal defendida?

Españolito de casta
de la que no se desgasta:
la sana virtud de no hacer uso de nada.

Españolito de raza
de cruce de razas
unidas por la misma cadena:
la que aún te condena a compartir territorio.
Territorialmente marcado por rencillas de hermanos.

Españolito de sangre
de gotas de sangre
en tapias y olivares
dime
dime en el alma cuándo
y por que
dejaste de creer en ti mismo
e hiciste del hedonismo
tu bandera.

Y ésta, esta sí que ondea.
No cambiarás nunca:
¡qué ufano la ondeas!

lunes, 16 de noviembre de 2009

SANTANDER



SANTANDER


Iza en Puerto Chico la bandera, roja y gualda,
el cuerpo de bomberos.
¡Manda huevos!
Al poeta Pepe Hierro que mira a la bahía
se le taladra la cabeza con tamaña estupidez.
E hipocresía. Y cobardía.

Gime el viento entre los mástiles de atraque.
Noche y día. Retorcido.
Gime y no se agota.
Tal vez llora.

Limpian las gaviotas la autovía
picotean la carne del último accidente:
una joven muy tierna.

Los concesionarios de automóviles tienen más luz de noche:
para impresionar a los clientes,
que de día:
por su ausencia.

Tiempos de crisis total.
Total, los valores hace años se perdieron.
Y a nadie le importó.

Devorado es el paisaje por excavadoras,
especuladores y ayuntamientos.
Sedientos de capital fácil y rápido.
El otro capital, el humano,
también se perdió hace años,
triturado por la ignominia y la incultura.
Y la desfachatez.
Tampoco importó.

Visite piso piloto en ayuntamiento piloto
de una España sin piloto.
Son tiempos de desgobierno
en el país de la fanfarria y cuchufleta.

Contamina las marismas Ferrocantábrica
y los miles de habitantes,
mal acomodados,
en urbanizaciones fantasma para durmientes indiferentes.
Trocean las marismas las paralelas de hierro
los polígonos irregulares del puerto, Heras y Muriedas.

Pájaros de acero cabizbajos cuatro patas
duermen el sueño del gigante prisionero.
Del abandono y el olvido.
Duermen y sueñan con los barcos que cargaron.
En un ayer hoy muy lejano.
¿Otra vez la crisis?

Invade la Hierba de la Pampa las cunetas, prados y montes.
Conquista el conquistado. Con retardo.
No ha olvidado.

Desgarra la noche el maquinista afilador
con su tren de vía estrecha y frenos de cuchillo.

En el barrio Las Acacias poco ha cambiado:
siguen su lento doblegar los edificios.
Doblegados por invadir un lugar que no les corresponde:
esos terrenos, eran del mar.
Hoy todos se inclinan humillados.
Y se culpan especuladores, ayuntamiento,
técnicos. Unos a otros.
La culpa será de las excavadoras,
no cuentan con buenos abogados.

Voy a Santander y me voy. Voy y vuelvo.
Limpio zapatos en la plaza del Ayuntamiento
vendo periódicos en la plaza de toros.

Y el buen gobierno se deshace del Caudillo
ecuestre y cagado:
de palomas.

Es buena la coartada para, también,
deshacerse de los locos y borrachos
que dormitan en sus bancos.

Violenta se azota la bahía contra el dique
enterrados en su fango dos siglos de basura.

Retroceden las vacas,
antes sagradas,
por los valles de Cabuérniga, Pas y Soba.

Sobaos, quesadas y cocidos lebaniegos
para matar el hambre.
Orujos para matar el frío.
Paciencia para matar el hastío.

Vengo de Santander y me vuelvo.
Buenos son los buenos momentos.
Tomemos un vaso de leche con bizcocho.
Y paseemos por Comillas
Porque allí, espera la universidad
Y Gaudí.

Son tantas las ocasiones en que...
poco más quiero pedir.

domingo, 15 de noviembre de 2009

ANTEPASADO



ANTEPASADO


La abuela Luchina hacía punto de cruz,
¡qué cruz!,
en el mirador de la salita:
vistas al mar de los Sargazos
al Negro y al Muerto.

Descomponen los petroleros la línea perfecta del horizonte
allá donde el azul se tiñe de gris y el gris quiere ser azul sincero.

Todo es difuso y en esa confusión vence el mentiroso.

Nacida en Ruanda su nieta argentina
tañía el bazok y Luchina lloraba:
tapaba su sonido el serial favorito de la abuela.

Murió su marido acribillado en un atraco,
era él el que robaba.
Los hijos en un accidente aéreo:
amerizaje forzoso en medio del Índico.
Indicaron mal la ruta al piloto, el hijo.

Cargada la avioneta como iba,
cinco mil kilos de sobrepeso:
cocaína.

Su mujer, la nuera desgraciada,
puesta hasta arriba de rayas y cruces,
anotó mal las coordenadas.
Tal vez faltó coordinación.

Quedó la nieta como un estúpido recuerdo
de una familia de imbéciles.

Tarada y lenta como una persiana de madera.

Atormentada por la soledad
y desesperada por la escasez
se quitó la vida,
Luchina,
con las agujas de coser.
Lo mejor que pudo hacer.
Para la mierda que hay que ver.

Mundo de ignorantes, necios, lerdos,
tramposos y corruptos.
Psicópatas de vocación y oficio,
sin diagnosticar.

Ayer visité la tumba de Luchina.
Le dejé un gorrión que maté por el camino.
A ella le hubiera gustado,
¡volar!,
para dejar antes este mundo.

REFRANES



REFRANES


No creas todo lo que cuenten
Ya lo hago yo por ti.

Desconfía de todo lo que oyes
Ellos siempre mienten.
¿Sólo ellos?
Y ellas.
Brujos, brujas, da igual.
Cuentistas y alabarderos:
la verdad enroscada en una mentira.

Conversan y se arruman los eucaliptos animados por el viento.

Conocí a Johnny Guitar en los vagones del metro.
Maloliente y harapiento
vivía atormentado por el éxito.
Por su falta de él.

Dudé aquella mañana de abril
entre tirarme por el balcón o a la criada.
Opté por lo segundo
al menos da la opción a repetir.

Desde la azotea de mi casa,
un quinto piso sin ascensor y mal iluminado,
veo todo lo que no quiero:
putas vacas y gansos
revolcándose en la misma hierba.
De todos me quedo con los gansos.
¡Al menos ellos se la fuman!

En mi novena conferencia sobre el amor y la muerte,
mucho más vivo esto último, no admite comparación,
no puede evitar besar a aquella señora tan bella.
Resultó ser mi editora
nunca he hecho un trato mejor.

Encandilado por las deudas
y agobiado por un viaje de oferta
he colgado mi alma de cartón en Ebay.
La puja resultó desierta:
¡ya todo el mundo tenía una!

No entiendo por que le llaman atardecer
si siempre llega puntual.

El colmo del mar es estar todo el día de resaca
cuando solo bebe agua.

Un día he de terminar todo esto.
Yo también soñé con gasolina.

NOSTALGIA



NOSTALGIA


Recuerdo las veces que tuve tu vida en mis manos
lamento no haberlas aprovechado.

Recuerdo el tiempo que pasamos juntos.
Días difíciles de un pasado cabizbajo.

Recuerdo aquella cena especial para una noche perfecta.
La cena no tuvo nada de especial
y la noche resultó muy imperfecta.

Recuerdo los insultos, las humillaciones.Los malos tratos.
Algunas violaciones.
Ya he dicho que no disfruté aquella oportunidad:
la de tu vida en mis manos.

Recuerdo miles de promesas, de propósitos de enmienda.
De no volverá a suceder.
Ah, de esto, de esto ¡sí que puedo dar fe!

Recuerdo los viajes a ninguna parte
en obligado silencio.
La lluvia en el parabrisas lo mismo que en mis mejillas.

Recuerdo los años que compartimos,
la época del descontento.
Pero, ¡ah!,
no oíste de mí un solo lamento.

Recuerdo haberte querido
tal vez mucho, tal vez poco.
Tal vez… un solo momento.

Recuerdo las noches de ballet, de teatro.
De ópera.
Recuerdo haberlas soñado,
pues conmigo no compartiste ninguna.
Recuerdo haberte soñado
que eras otra persona.

Recuerdo las clases de piano
aquellas cuerdas tan finas.

Recuerdo la cuerda del Re. Esto es, una Recuerda.
Re de que hasta aquí hemos llegado:
con dos vueltas a tu garganta.

Te oí suspirar las seis notas
excepto la que te ahogaba.
Si no aprendiste mi nombre,
cómo recordar el del piano.

Recuerdo tus ojos blancos
Tu cara morada
Tu lengua hinchada.

Recuerdo volver a vivir.
Hacer la maleta
Y partir.

jueves, 5 de noviembre de 2009

REFLEXIONES



REFLEXIONES


Paseando entre psicópatas y enfermos,
los segundos peor que los primeros,
he explorado un mundo que agoniza.
Y asfixia, y corrompe y se corrompe.

Arranca el cocodrilo,
siempre,
el brazo pródigo del cuidador.
También esto es alimento:
aunque no renovable este consumible.

Antes morir de inanición que perder
la ocasión de doler.

El abrazo del oso y la serpiente
guardan idéntico final:
el final del amor. Siempre con dolor.

Hoza el jabalí los campos y cultivos.
Busca alimento y abrigo.
Haga lo que haga, sabe que siempre
es perseguido.
Por el lobo:
el hombre. El peor enemigo:
bien armado, agazapado, traidor escondido.
No revelo nada nuevo.

Paseo entre animales por el bosque de hayas profundas
De robles pacientes
De viejas acacias de espinas.
Largas, finas. Indolentes.

Entre arbustos de viburnum y parviflora
se ocultan los animales de mi vista.
De cuatro patas y dos.
Se alejan los de cuatro
atacan por las espalda los de dos.
Tampoco esto es nuevo.

Tenemos en común tan pocas cosas
que resulta extraño haber compartido un solo momento.

De todo lo vivido, tal vez sólo quede el desprecio.

Paseando entre psicópatas y enfermos
digo adiós a los primeros
escucho sereno a los segundos.
No lavaré sus pies, ni besaré sus manos
No cuidaré a los que me hirieron
No, hasta ahí no llega mi perdón.

Paseo en silencio por el bosque.
Qué más da lo que vea y se oculte.

Sólo nos queda el silencio
entre pisadas sobre hojas quebradas.

Muere conmigo
Y olvida.

martes, 3 de noviembre de 2009

LUNAS ROTAS

LUNAS ROTAS


Vi ayer a la Condesa pasar
Casi pisarme.
No me reconoció.

Yo era el mendigo que duerme
y habla y calla y canta y defeca
al fondo del callejón.
Con barba de varios meses
y ropa de varios años.

Iba la Condesa orgullosa y desafiante.
Como siempre.

Abrigo del mejor paño inglés
Pañuelo de seda italiana
Cancarrias de ámbar polaco:
el de la sangre de esclavos.

Patética ausente y voluminosa.
Como nunca.

Un mono la perseguía.
A saltos, gritando, pajillero y tropical.
Lo habitual.

Dicen las malas lenguas
que en brazos del mono lascivo
la arrogante Condesa ha caído.

Doy fe
de que así ha sido.
Los descubrí una mañana de julio.
Extraña porque nevaba.

De aquello han pasado tres años.
Al principio
muchos besos, abrazos, sexo.
Lo de siempre.

Después llegaron las trampas
las burlas y los secretos.
A ambos por parte de ambos.
Los odios y malos tratos.
Lo esperado.

Dios no los crió
pero ellos sí se juntaron.

Adiós a los buenos ratos.
Deambula la Condesa por su reino de hadas:
perdidas y alucinadas.
Colgando de su pasado:
De flores en los tejados
De perros de mil colores,
con antenas y alas,
De burros de caramelo
y cerdos surfeadores.
Azules. Buenos conversadores.

Se habla la Condesa sola
Se habla, ¡y se responde!

Se ama y adora como ninguna.
En casa, dice, la espera la luna.
La cara oscura de los lunáticos.

Decidle
si como a mí la veis mendigar
que a tiempo se lo advertí:
lo peor
¡está por llegar!

CAESAR

CAESAR


Conocí Al César en el Madrid de los locos:
algunos más que otros.

En plena semana neurasténica, narcoléptica.
Algo etílica.

Venía de conquistar las lejanas tierras del norte:
allende los hielos perpetuos
los osos extintos y las focas albinas.

En plena semana antipsicótica, esquizofrénica.
Algo maníaca.

Reunidas todas las eminencias y los aspirantes a serlo.
De mi mano iba una, mente sobresaliente, en discreto silencio.

Portaba El César un estandarte a dos caras:
por una un drapeau con cruz roja yacente.
Y cuatro flores para cuatro cuadrantes.
Por otra una distorsión,
rayada,
en blanco y azul.
Con una estrella,
apagada,
sobre un triángulo de sangre y tormento.

Presente y pasado de una vida de lucha.

En el escudo de El César una inscripción:
Juramento Hipocrático del sanador anulado.
Algoritmo de una declaración de intenciones,
revolucionaria y antirevolución:
por falsa y carcelaria.

Marcado por la hambruna
Despreciado por los poseedores de las llaves que abren todas las celdas
Ignorado por cobardes y asustadores de niños
Rescatado de la inanición in extremis por una MIG- 26:
también contrarrevolucionaria y libertaria.

Conocí a El César en el Madrid de un otoño encapotado
bajo una niebla húmeda y fría.
Como todas.
En plena semana TAC y TOC, y TIC-TAC,
pero más obsesiva compulsiva presurosa y nerviosa
que nunca.

Juntos compartimos mesa vino y mujeres.
El vino sabor a roble.
Las mujeres a mar caribeño:
con perlas en el ombligo y curvas en marejada.
La mesa una Kupela varada:
en tierra adentro seis marineros.

Aficiones surrealistas colgaban de las paredes
delirios de renovada cocina tapizaban blancos manteles.

Juntos compartimos sonrisas: chispazos de felicidad.
Carcajadas: estruendos de libertad.
Abrazos: necesidad de confraternizar.
Algún dolor: ataques de sinceridad.
Orujos: escupitajos de fuego en las gargantas resecas.
Por tanto gritar.

Hablamos largas horas,
de niño a niño,
de hombre a hombre,
de ebrio a ebrio.
En presencia de una mujer:
la discreta eminencia que nos llevó a conocer.

Arrebatados por el vino sangre de toro:
el de sabor a madera,
y la libertad de una tierra neutral:
neutralmente esquiva de toda responsabilidad,
nos batimos en duelo.
Sobre la arena del ruedo.

Inevitable,
¡con tanta sangre de toro corriendo por nuestras venas!

Él vistió de torero
contemporáneo y moderno:
botas, cazadora y vaquero.
No podía ser de otro modo.

Yo de toro a por todo:
avieso, resabiado y fiero.
Ejemplo de antidisturbios.

Él dispuesto a hacer arte.
Yo con afán de dar muerte
de atravesarle la idea,
también contemporánea y moderna,
de que hay más arte en la arena,
tórrida erótica,
de playa desinhibida fugitiva.

De caliente toalla con senos erguidos al viento
que se abraza y gime y retoza
con el beso largo de lengua
de su lejano mar cristal caribeño.

Rehusó El César entrar a matar.
Rechacé yo la idea de darle puntazo,
en la cuarta izquierda costal:
entrada letal a un corazón en vías de desarrollo.

Brindamos en su lugar.
Brindamos por la amistad
por volvernos a visitar.
También por la libertad:
la de poder gritar la verdad.

Marchó El César volando
sin prisa y con algo de duelo
a su refugio lejano y afrancesado,
nada amanerado,
de soledad.

Partió con aires de fortaleza.
Sin duda de ahí su grandeza.
De fortaleza asediada asaltada conquistada expoliada arrasada.
Recuperada reconstruida y vestida.
Con una nueva mirada,
inesperada,
de una niña en la ventana de la torre más alta.

Tiene hoy El César el corazón dividido,
migratorio, algo huido.
Tal vez partido.
Navega por el Atlántico
sigue la corriente de El Niño
El capricho de su destino:
a veces calor, a veces frío.

Hoy recuerdo con afecto a El César.
Será por los fármacos,
mezclé la medicación.
Desayuné disulfirán con una botella de vodka.
Me inyecté IMAOS con paroxetina.
¡Esto sí que es revolución!
Interior.


que si El destino
Los viajes
El Niño
Y la Niña
Los osos
Los hielos
Y la Discreta Eminencia
quieren
nos volveremos a ver.

miércoles, 14 de octubre de 2009

ESPEJISMOS

ESPEJISMOS


Patrullando entre las rocas de este acantilado violento
descubrí los restos del último naufragio:
objetos y vísceras encarcelados en sus grietas de cuarzo.

Salvada del hundimiento encontré una bitácora.
Y su cuaderno y sus notas.
Y sus notas a pie de nota.
Mensajes ocultos de un hundimiento anterior al hundimiento.

Reconstruí con ellos el último capítulo
de una historia plena de aventuras.
Y desventuras.

Descubrí una vida atormentada
perdida en el abismo.
El mismo que engulló aquel barco a la deriva.

Allí estaba escrita
fragmentada y dispersa
la carta del adiós definitivo.
Palabras enredadas entre doctrinas de chamanes y curanderos
Ideas copiadas a falsos profetas
Sueños importados en el todo a cien de la prensa quincenal
Catálogos de fin de semana inolvidable en paraje de ensueño,
con sueños de pesadilla que no se mencionan.
Hilachas de otro mundo es posible con un mañana mejor
Consejos para ser feliz servidos por periodistas fracasados
Tentaciones de aventura en los confines de la tierra
impresas en catálogos de barrio
Medidas drásticas de cambio animadas por consejeros de sillón
Soflamas, cantinelas y cuentos de hadas para ingenuos sin personalidad
Cantos de sirena que solo cantos son:
el abrazo letal que te paró el corazón.

Con estos retazos he escrito una novela que ya conocía
reconstruido una historia vivida y perdida.
Con ella guardada en un cofre de maderas innobles
preparé un funeral.

Asistieron el chamán, el curandero, el profeta,
el periodista mentiroso, el editor fracasado, el libertador enjaulado.
El clérigo oportunista.
Toda la corte de cuentistas y estafadores de sueños.

Ellos te mataron. Yo te enterré.
Pero el duelo no fue compartido.

Sigo patrullando el acantilado de la soledad
aguantando los embistes de unas olas furiosas
en permanente estado de azote y desgaste.

Sólo tengo que esperar,
sé que la zozobra de quienes navegan en solitario
traerá a esta costa un nuevo naufragio.

Supervivientes de lejanos fracasos,
con el viento esperanza llenando sus velas ajadas.
No moriré en el intento.

lunes, 12 de octubre de 2009

40ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

granito cuidadosamente escogido por el marmolista y los que pagan. Esto, si dos estacas de madera que devorará la intemperie no nos recuerda anónimamente, poniendo, como nada mejor puede hacerlo, cada cosa en su sitio.
- ¡Pues sí, Angélica! ¿Te parece mal?
Ella se levantó enfadada y sin hacer el mínimo esfuerzo por ocultar ese estado de bienaventuranza, preguntó:
- ¿Y tú? ¿Cómo te llamas tú?
- Augusto.
- ¡Pues no parece que sea un nombre de presidentes, precisamente! –remachó al tiempo que se daba media vuelta- ¡Lo que tiene una que oír! ¡Y además, hueles mal! –apuntilló; y se fue.
"Pero sí de emperadores" –se dijo Augusto; indiferente ante su enojo pero profundamente dolido por la referencia a la colonia; sabía que lo había dicho únicamente para molestarle. No obstante, disfrutó viéndola alejarse: caminar con garbo; otra vez el vestido ondulando; con la mochila colgando de la mano, casi arrastras; ese pelo negro... Sí, le daba personalidad. Había hecho bien cambiándose el color. Una anagogía hasta que desapareció. Tenía genio, demonios; aunque esto no siempre fuera motivo de orgullo. Augusto creía que con frecuencia se confundía genio con carácter cuando, en realidad, en muchas ocasiones no fuera más que un exceso de mala leche y falta de control o de respeto. Una razonable prudencia le hacía dudar, estar siempre alerta, con esas personas a las que, en cambio, todo el mundo alababa, incluso perdonaba sus excesos; justificándolos siempre con un: "¡Es que tiene un genio!". Como si esto fuera algo a imitar o valioso.
Había que estar alerta, por lo tanto; no fuera a convertirse ese “característico rasgo” en la pesadilla diaria que no hay quien soporte.
Augusto vio que “El Collar” seguía encima de la mesa. "Al menos no se lo ha llevado" –pensó mientras se incorporoba- "Un día yo te regalaré un collar, ya verás".
Lo recogió y ya estaba abriendo la puerta del bar cuando oyó que el camarero le llamaba.
"¡Qué querrá este pesado!" –masculló mientras se acercaba a la barra.
- ¡Ehm! Si no te importa... son setecientas cincuenta.

39ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com



- ¡Oh! Ya está perfectamente, tranquila. Me hiciste un gran favor. Si no es por Valerié, igual todavía estoy debajo de aquel árbol.
- ¿Qué Valerié? –preguntó ella sorprendida.
- ¡Tú! –Augusto estaba desconcertado.
- ¿Y por qué me llamas así? –replicó notoriamente molesta.
- ¿Cómo quieres que te llame? ¿No te llamas Valerié?
- ¿¡Quién te ha dicho eso¡?
- Nadie. Lo supuse.
- Pues antes de suponer por qué no preguntas. –Como un crescendo su indignación y sorpresa crecían hacia un peligroso clímax final.
- No me hace falta preguntar. Suelo tener buena maña con los nombres.
Augusto mentía nuevamente. Era un auténtico desastre con los nombres de las personas. En realidad no es que tuviera mala memoria, todo lo contrario; es que los demás le importaban un bledo y por ello sus nombres no le decían nada especial. Por ello, cuando alguien atraía su atención, en la configuración mental que él se hacía de las personas también buscaba en los archivos de la memoria el nombre que más encajaba con el modelo. Y el de ella, sin duda, era Valerié.
- ¡Pues te has colado! ¡Me llamo Angélica! –machacó ella secamente.
- ¿Angélica?
Tal fue la expresión de sorpresa y desagrado que ella lo sintió como un insulto. Después de todo, qué hay más importante, para la mayoría de los mortales, que su propio nombre. La representación esquematizada, resumida, densa como la materia oscura aunque no tanto como esa otra materia, más oscura, de la que estamos hechos, que el nombre. Un puñado de símbolos, ininteligibles para otras culturas, detrás de los cuales se esconde lo mejor y lo peor, sobre todo esto último; lo que somos. Fonemas por los que siempre volvemos la cabeza; orgullo de nuestra existencia, bandera de nuestra patria más querida: nosotros. Futileza, a ser posible con mayúsculas, de nuestra efímera vida cuyo propósito final no es otro que el de convertirse en adorno lapidario mientras no nos desahucien de nuestra última morada. Y lo que quedamos: un fino trabajo de talla grabado con oficio en un

38ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com



normalmente, una persona despierta. El mundo estaba lleno de imbéciles a los que ni siquiera ver un cerdo volar les llamaba la atención.
- Sí. Estaba harta de las mechas. Ahora quiero mi color natural.
Ella había reencontrado el equilibrio y el tono ya no era tan agresivo. Sus estados de ánimo cambiaban con demasiada facilidad y a cada pregunta, a cada respuesta, un sinfín de alternativas se presentaba. Verdaderos laberintos emocionales; auténticas galaxias de sentimientos cruzándose y chocando entre sí en un universo de posibilidades. Liberando ingentes cantidades de energía y modificando el rumbo de las ideas de forma permanente e imprevisible.
- Me gusta el negro. Odio el rubio de bote, el pelirrojo de bote. Odio el bote en general.
- ¿Y el negro de bote? –preguntó ella quisquillosamente y cuestionándose si “odio” era una de las palabras favoritas de su vocabulario.
Augusto dudó antes de contestar; cómo no iba a hacerlo. ¿Había otra trampa en esa pregunta? Seguro. Pero, ¿no acababa de decir que ése era su color natural? ¿Por qué, entonces, mostrar esa actitud ofensiva? Como no acababa de dar con la clave optó por tirar por la calle de en medio.
- Si no se nota mucho... El problema es que la mayoría de los tintes descubren enseguida el color auténtico del pelo en la raíz. Pero si es negro esto no se nota tanto.
A esta respuesta balsámica poco había que objetar así que su pulso alterado volvió a calmarse. Sin embargo, añadió:
- No, te lo preguntaba porque, aunque mi pelo es negro, como antes tenía mechas caoba han tenido que teñírmelo de mi color para eliminarlas. Si no, hasta que desaparecen pasa mucho tiempo y ya me tenían frita.
Augusto disimuló su alivio bebiendo el último trago de cerveza. Esta vez no se había colado. Ella se fijó que bebía con la mano izquierda y supuso que era zurdo; reparó entonces en su accidente y le preguntó:
- ¿Qué tal tu brazo? Ni me he acordado, lo siento.

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Observó sus muñecas: finísimas. Tanto que pensó que cualquier correa de reloj necesitaría agujeros extra. Aquellas no eran grandes, pero tampoco podía decirse que pequeñas y sus dedos ligeramente largos le recordaban a las “bailaoras” cuando cierran el puño. Las falanges: correctas; y las uñas... ¡intactas! ¡No se mordía las uñas! ¡Bien! No las llevaba pintadas y esto le decepcionó un poco. Unas uñas pintadas añadían un punto de agresividad a unas manos que, por otro lado, podrían parecer demasiado inofensivas. Alas de paloma con garfios en cada cañón; la suave caricia de la pluma y el temor y el peligro de una uña bien afilada. Dulzura, dolor. Amor y muerte. Augusto entendía que en cada gesto de amabilidad y cariño quedaba un sitio para la violencia y el sufrimiento: viajeros indiscutibles del mismo barco en permanente noche de tormenta; caras de esa infalsificable moneda que lleva al entendimiento... o a lo contrario. Donde hay un ruego, queda una exigencia; donde la concordia, el conflicto. Polizontes descontrolados de ese inmenso y fragoso carguero que es la mente y su conducta.
Se había cambiado el pelo. Definitivamente, estaba preciosa. Aunque le repugnara su colonia; al fin y al cabo, tampoco tenía la culpa.
Ella percibió una atención demasiado obsesiva y se sintió incómoda.
- ¿Qué miras? –preguntó con brusquedad.
Augusto desconectó de su viaje en solitario y, al igual que ocurre con un apagón, su mente, y el brillo de sus ojos, se oscurecieron velozmente.
Ella, más que cruzarse, se tropezó con esa mirada y, sin poder evitarlo, dejó que se colara. Algo había en esos ojos tan oscuros que reclamaban su ternura y su miedo a la vez. Había visto esa expresión en alguna parte, en alguien... tal vez un animal. Pero no recordaba dónde ni en qué o en quién. Sugerían piedad, pero con una voz siniestra y un tono autoritario; una mirada desoladora de quien se reconoce atrapado en un abismo. ¿Pero cuál? Una expresión dura, forjada con el machamartillo del dolor. Pero, ¿por qué?
- ¡Oh! ¡Nada! –contestó él- ¿Te has cambiado el pelo, verdad?
Se ha fijado, pensó ella. Le gustaba que las personas se dieran cuenta de las cosas; esto demostraba, cuando menos, un cierto grado de inteligencia y,

36ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com



- ¡Ahí está! El musgo que tú dices a mí recuerda a la humedad. Es que me repugna, de verdad. ¡Antonio!, antes de traerme el té, ¿puedes echar un poco de ambientador? ¿Por favor?
Antonio, siempre dispuesto, contestó:
- ¡Marchando un rociado de Paco Rabanne! –y así lo hizo. Con tanta energía que más que ambientar fumigaba.
Como este episodio de los olores había dejado a Augusto un poco traspuesto, nunca hubiera contado con un conflicto tan “de narices”, le pareció que lo más oportuno era pasar rápidamente a otro tema. Así que optó por la pregunta más fácil:
- ¿Y “El guardián entre el centeno”? ¿Lo has leído? Está bien –insistió queriendo enterrar con ello un asunto tan perfumado y, de paso, demostrar que él también leía, y no cualquier cosa; al menos eso pensaba.
- Creo que sí. Y me parece que me aburrí muchísimo.
Él sentía cómo se le iban cerrando todas las puertas. A cada paso que daba caía en una nueva trampa. ¿Era coincidencia o había algo más? ¿Podía tener Valerié tanta mala leche como para llevarle la contraria porque sí? ¿Era así de retorcida o él la llevaba por el camino equivocado? ¿O quizás era ella la que le llevaba a él?
- ¡Lo mismo para la señora! –el camarero sirvió el pedido y produjo una interrupción que, por esta vez, era bienvenida.
Ella hizo un ademán de retirar la taza usada pero el camarero se adelantó.
- ¡Gracias! –dijo Antonio con una sonrisa y fijándose que la Voll-Damm “del señor” estaba por la mitad. Sin añadir nada más, dio media vuelta y se marchó a seguir con la limpieza de las botellas.
Augusto que, aunque agradeció el inciso, se temía otros ocho asaltos de ese tal Antonio, no se lo podía creer cuando éste desapareció con una celeridad insospechada. Al mismo tiempo, el movimiento que ella había hecho le había dejado atrapado: <<¡Sus manos!>> -se dijo. Casi se había olvidado de que éste era un tema pendiente y, aprovechando el punto muerto que el té había traído, pensó que era una buena ocasión para no perder detalle al respecto.

viernes, 9 de octubre de 2009

ESPEJUELOS


ESPEJUELOS

Atrapada en una sociedad manchada por el verde
y aterrorizada en el olivo
nació un cisne de hermosa planta
y elegantes maneras.

Atento observador desde la rama más alta
picoteaba aceitunas:
las mejor elegidas.
Arrojando los huesos con discreción y candor
estudiaba las hojas de su alrededor.

Creció el cisne, desarrolló grandes alas.
Batiendo con fuerza abandonó,
brevemente,
el olivo.

En la pata un anillo, en el anillo un ovillo.
Del ovillo un hilo:
diez mil kilómetros tejidos con fibra de caña.
Amarga.

Longitud necesaria para alcanzar otra rama
también la más alta,
de un baobab.
Abrió allí el cisne los ojos
deslumbrado por el amplio horizonte.
Por primera vez, pensó:
dejando la Habana se Ghana.

Volvió el cisne al olivo
ya no era el mismo.

Volaron los años
viajó el cisne con ellos.
Siempre atados del hilo.
Del olivo al abedul de los hielos
Del abedul al pehuén, ahuehuete, arahuaney.
De ahí, ¡quiero visitar cada rama que en este mundo hay!

Otra vez al olivo.

Sin más aceitunas que poder engullir
llegó la hora, el por fin,
de partir.

En mitad de la tempestad de la mitad del océano
picó el cisne con rabia aquel hilo.

Las nubes más negras cargadas de plomo
descargaron con furia una lluvia de balas.
Rayos de fuego hirvieron las olas
y olas gigantes amenazaron su vuelo.
Con gritos de truenos en la noche del miedo.

Herido, mojado, exhausto y hambriento
halló el cisne refugio,
también el más alto de la casa más alta,
en un palomar.
Con una escalera,
toda de madera,
para bajar de aquel burladero
y su soledad.

Acicaladas las plumas
sanadas heridas
sacudió el cisne la cabeza desde el campanario.
Desplegando las alas proyectó una gran sombra
que cubrió la ciudad.

Mudos quedaron los gusanos del suelo,
paralizados,
tal vez por la vergüenza y el miedo.
Ignorantes de un mundo que muere a pedazos:
salvajes mordiscos de enormes escualos.

No tiene el olivo alas suficientes
y los que vuelan en hojas pronto caen al suelo.
De agua sangre salada.
Noventa son las millas atormentadas.

Observa el cisne con ojos amables
no puede esconder su mirada de hielo:
ha visto sufrir, y morir, y sufrir.
Gritar, y pedir, y llorar.
Y negarse a vivir sin la menor dignidad.
¡Cuántas veces habrá que morir,
¿sólo de pie?
para no vivir arrodillado!

Abre el cisne su pico y sonríe.
Hay esperanza en alguna parte,
escondida,
en algún momento,
inesperado. – Se dice.
Hay pocas lágrimas no derramadas.
¿Fueron,
tal vez,
aquellas despedidas las últimas?

Quedarán los abrazos en el vasto remanso
de los traidores, los desterrados.

Bajo el ala de falsas izquierdas
escondía el cisne un objeto
con cristales y aumentos.

Con voz poderosa desveló la sorpresa:
¡traigo espejuelos, para este mundo de ciegos!

Caminando torpón,
por algún hueso roto,
se vio entre las calles afanándose un pato:
picoteaba gusanos.
De esos cabizbajos,
y aterrados.

Quedose mirando al cisne y el cisne al pato.

Tendrás que bajar y llevarme contigo –dijo éste.
Ya ves que subir yo no puedo.

Juntos, regalaron miles de espejuelos.
De martillos
Y de bocas de goma.

Para los ciegos
Los sordos
Y los mudos.

Curados, alzaron el vuelo.

domingo, 4 de octubre de 2009

35ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

- No sé –Augusto inhaló sin demasiado entusiasmo ante lo comprometido de la situación; dos casi extraños oliendo el aire como chuchos no le parecía una actitud muy decorosa.
- Pues huele mal. Como a humedad de monte... o a algo así.
Augusto, sorprendido por la precisión, empezaba a sospechar:
- ¿No será mi colonia?
- ¿Tu colonia? ¿Cómo va a oler así una colonia?
Sin dudarlo, ella se inclinó hacia el cuello de Augusto e inhaló con fuerza varias veces.
Él no salía de su asombro. Todo aquello era de lo más ridículo; casi vergonzoso. Oliéndole como si fuera un poste al que el perro de turno ha echado el ojo con la intención de echar algo más.
- ¡Sí! ¡Sí! ¡Eres tú!
Augusto alucinaba. ¡Le estaban diciendo que olía mal! ¡No podía ser! ¡Con todas las dudas que había tenido para elegir una maldita colonia! Su certeza de que los olores eran importantes quedaba de manifiesto; aunque nunca hubiera imaginado que de esa forma tan contundente. Además, ¿era necesaria la doble afirmación? La rotundidad de un doble sí era insultante por antonomasia. Un “sí” tenía comedimiento, era generoso porque en su afirmación abrigaba la posibilidad de la duda; un “sí” podía ser considerado, incluso respetuoso con el contrario. Doble “sí”: nunca.
Una vez más, la información subliminal se había impuesto a lo evidente.
- Ya sé por que no me gusta esa colonia que llevas: me recuerda a humedad, a sitio cerrado, viciado. A un cuarto sin ventilar desde hace años, lleno de polvo, telarañas y todo eso.
- Oh, gracias –añadió Augusto, cada momento más asombrado.
- Es que soy alérgica al polvo y a todo bicho que no se ve. Y a algunos de los que se ven también.
Augusto empezó a pensar si no sería él uno de esos que se ven.
- Pues a mí me gusta. Huele a musgo, a bosque, a naturaleza... A vida.

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- Odio los crucigramas. No sé cómo la gente puede meter tantas horas rellenando casillas. A mí me ponen enfermo.
- ¡Pues a mí me gustan! –añadió ella, sintiendo cómo el agravio iba en aumento.
Augusto, que se dio cuenta de que continuaba metiendo la pata cada vez que expresaba su opinión, pensó si no sería mejor dejarlo pasar. Marcharse y desaparecer, así, bruscamente, sin más; como había hecho ella al salir de aquella librería. Sin embargo, la idea de huir nunca fue su estilo; pasara lo que pasase. Así que nuevamente se veía en la necesidad de enmendarlo. La duda era cómo, y el procedimiento debía ser exquisito para que no se notara. Esforzarse por ser amable le hacía sentirse ridículo, pero si, además, era descubierto, podía ser humillante.
- No sé... Quizás sea que no les he pillado el truco. De esas cosas las que más me van son los ejercicios en los que hay que comparar dibujos... y así. Los que son más visuales. Contemplar los engaños de Escher me encanta. Eso sí es maestría e ingenio.
Ella, que no sabía quién podía ser ese tal Escher, prefirió no preguntarlo; convencida como estaba de que esa conversación no podía llegar a ninguna parte. <> -pensó- <>; le parecían juegos de niños, pero de esto tampoco dijo nada. Su estado de ánimo nadaba entre el enojo y la curiosidad. Si por un lado quería irse, por otro, era incapaz de despegarse de la silla, así que como su té se había acabado pidió otro.
- ¡Antonio! ¿Me pones lo mismo?
El ventilador había movido el aire y ella notó un olor extraño. Miró a su alrededor buscando el origen pero lo único que tenía cerca era su vaso vacío... Y Augusto. Olió el vaso para asegurarse de que el té no podía haber dejado semejante aroma e inmediatamente se dirigió a él, preguntándole:
- ¿No hueles algo raro?

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- ¡Valeee! ¡Ya me voy! ¡Que ya lo he pillado! ¿Los señores quieren estar solos? ¡Pues solos! ¡Faltaría más! Que aquí al menda no se le escapa nada; oficio que tiene uno.
El camarero se marchó y Augusto hizo un gesto de alivio que difícilmente podía pasar desapercibido. Ella lo captó pero no dijo nada al respecto; en cambio, se dirigió a Antonio y le preguntó:
- ¿Tienes puesto el aire acondicionado? Me estoy asando de calor
- Está estropeado –contestó el camarero-. Dijo el técnico que iba a venir ayer, pero todavía no ha aparecido. ¡Si hubiera sido a cobrar, ya habría andado más listo! Pero si queréis os enchufo un ventilador que tengo por aquí.
Así lo hizo; y una débil corriente de aire, caliente, llegaba hasta ellos, que, si bien no refrescaba, al menos engañaba.
- ¿Has leído alguna otra cosa de este autor? –arrancó a decir él no sin cierta torpeza.
- No, creo que no. Ya te dije que compré el libro por el título. ¡Es tan bonito! ¿Y tú?
- No. Aunque la razón es algo parecida. Ya sabes, un libro menciona a otro y vas saltando –respondió Augusto mostrando nuevamente sus dotes de gran comunicador. Sin duda, esa rapidez mental para la conversación, ese ojo siempre presto para el análisis del interlocutor, indicaban que su futuro estaba en la política.
- ¿Qué tipo de literatura te gusta? –preguntó ella, convencida de que los libros hacen a la persona.
- No sé... Novela, ensayo... Nietschze está bien.
- ¿Te gusta ese misógino? –preguntó ella con cierto enojo.
- Bueno... no es que me entere de mucho, pero seguro que ayuda a tener la cabeza funcionando. Yo me lo tomo como un libro de ejercicios mentales. Es bueno tener las neuronas engrasadas. ¿No crees?
- Para eso hay mejores cosas. Crucigramas, pasatiempos, incluso las matemáticas. ¡Pero Nietschze!

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magnetismo cuya polaridad cambiaba continuamente; repeliéndola o atrayéndola según el caso.
Augusto se dejaba llevar por la canción, por su reggae suave, por su ska. No se daba cuenta de que el tiempo pasaba, de que un silencio se había hecho entre los dos. A pesar de ello, la comunicación no se había detenido y, como ya ocurriera cuando se vieron por primera vez, bajo el cerezo, ambos se observaban aunque esto fuera con disimulo. Un análisis consciente de personalidad a través del estudio de los gestos, las poses, las miradas; pero también gigas de datos de información emitidos, y captados, de forma subconsciente. Mensajes ocultos, criptogramas sólo válidos para ese lenguaje máquina del cuerpo donde los neurotransmisores deciden nuestras respuestas. Esa química, esos campos magnéticos reaccionaban entre sí y sus resultados eran imprevisibles. Sustancias que quizás acabaran siendo tóxicas; cargas de profundidad que tal vez estallaran al contacto brusco de algún cuerpo.
- ¡Aquí va otra cerveza fría para el señor!
Antonio descargó su bandeja con amabilidad y arte. Primero la copa, opaca por el contraste frío-calor, después el botellín, vertiendo parte de su contenido en ese recipiente que ya empezaba a sudar. Esto lo hizo sonoramente, provocando que la cerveza chocara y espumara.
- ¿Es guapo este ruido, verdad? Si tienes sed, te la quita, Y si no, te la da. ¿Qué os pasa gente? ¡Os veo muy “callaos”!
Tenía razón. Ambos se habían mirado, analizado, estudiado, valorado; pero todo ello sin decir palabra y con la más absoluta reserva. Fingiendo una despreocupación, un desinterés que era tan falso que casi merecían ser ingresados para su estudio en algún centro psiquiátrico; o en una escuela de arte dramático. Pocas cosas tienen el poder de seducción de una primera cita; la inquietud, la intriga; lo que se oculta, lo que se finge; qué se modera y qué se hiperboliza. Todo ha de estar bajo control pero al mismo tiempo todo se escapa.
- Si queréis os cambio de música. ¿Algo más tranquilito, suavecito para esta hora tonta de la tarde? ¿Al señor? ¿Qué le gusta al señor?
- No, déjala, que así está bien –respondió ella adelantándose.

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cerveza en la copa helada se forman cristales de hielo? Es como si te sirviera una cerveza con hielos. ¿Tú has visto a alguien pedir una cerveza con dos cubitos? Pues algo así. Pero ya te la voy a cambiar.
El camarero cogió la consumición y se fue a la cámara.
- ¡Qué vergüenza me has hecho pasar! ¿Cómo le has podido decir eso?, ¡si es un tío majísimo!
Otra vez vio Augusto que había metido la pata delante de ella, pero aquel tipo se les había echado encima y ahora no se iba a disculpar; primero porque ya era tarde para reconocer el error, segundo porque si lo hacía lo mismo aquel “majísimo” no se despegaba hasta que vinieran nuevos clientes; y esto último parecía difícil. Reconocía un competidor en cuanto lo veía, y él sabía muy bien cómo deshacerse de ellos. La forma limpia y transparente de la indiferencia; un abierto desprecio: demoledor; la humillación pública: definitiva; tácticas valiosas que los años y su natural tendencia hacia la inquina y el resentimiento le habían enseñado.
- ¡Que estaba caliente! ¡De verdad! –mintió él.
Ella se quedó mirándole, dudando, buscando la verdad en el parpadeo de sus ojos, en el tono de voz, tal vez en cómo se había incorporado en la silla al responder, queriendo con ello ocultar una mentira que quizás le incomodaba. Mentía, seguro. Y una vez vislumbrada esta certeza, se preguntaba por qué. ¿Qué ocultaba aquel tipo del que no sabía ni su nombre? ¿Por qué le estorbaba Antonio, el camarero? Ahora estaba claro que él lo había despachado intencionadamente. ¿Y qué extraña fuerza impulsaba el deseo de ayudarle? Tal vez el misterio, el no saber nada de esa persona con la que inesperadamente había quedado el otro día... ¿Qué había detrás de esos ojos oscuros? ¿Qué en esa cabeza ligeramente ovalada? ¿Podría esa boca de labios afilados decir algo bonito? ¿Y esas orejas pegadas, serían capaces de escuchar? ¿Se tragaría esa nuez tan marcada todos los problemas o los compartiría? ¿Serían esas ojeras permanentes?, ¿fruto quizás de alguna preocupación constante o simplemente esa noche no había dormido bien? Y si esto último era correcto, ¿por qué? Todo en esa persona era inquietante y ella percibía ese

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abandono, por otro la reconfortante sensación de haber sido liberado de aquel padecimiento tan oportunamente le había dejado en un estado de semiinconsciencia. Asustado primero, narcotizado después; desarmado finalmente, se esforzaba como podía por ocultar ese momento, excepcional por raro, en el que él no podía controlar totalmente la situación. Algo escapaba a su voluntad, pero era obligatorio mantenerlo oculto; al igual que había hecho siempre con todas y cada una de sus debilidades.
- Yo, como lo menciona Gasset, pues...
- ¡La Voll-Damm! ¡Vaya tarde de calor! ¿Eh?
- Y que lo digas, respondió ella.
- No me extraña que no haya nadie por la calle. En esta época del año la gente sale después de cenar, a tomar una copa al fresquito y tal. Pero ahora, nada.
No sabía cómo se las arreglaba, pero últimamente todo el mundo le interrumpía. Augusto miró al camarero sin decir palabra, pero en sus ojos, si aquél se hubiera fijado, estaba claro lo que pensaba de él y qué era lo que más le apetecía que hiciera. Esa mirada, intensa y negra, era un pulso que mantenía con la psique de los demás; no sabía cómo ocurría, pero sí que las personas percibían por una especie de sexto sentido cuando alguien las estaba mirando. Utilizaba esta comunicación indirecta para deshacerse de aquel que no podía soportar; claro que no siempre funcionaba.
- ¿Cerrarás tarde, no? –preguntó ella.
Augusto no podía creerlo; si le daba conversación aquel tipo no se iba de allí ni a patadas. Aunque pensándolo dos veces, igual a patadas sí que se iba... Pero este sistema no hubiera sido aprobado por la mayoría y, como tampoco parecía que la perceptibilidad extrasensorial del camarero estaba a la altura, decidió emplear otra táctica; menos agresiva que el alivio de un pateo, menos sutil que su mirar, pero, seguramente, rotunda.
- ¡Esta cerveza está caliente! ¿¡Me traes otra!?
- No está caliente. Lo que pasa es que la gente pide cervezas guapas, que tengan sabor y esto, y luego no sabe tomarlas. Si quieres te la sirvo fría y en copita blanca, pero eso es un error que se ha puesto de moda. ¿Sabes que al echar la

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conversaciones con el tono subido. Así, si había alguna duda de lo que se dice, les hacemos un resumen en voz alta>>.
- Te he traído tu libro.
- ¡Ah! ¡Sí! El libro.
Angélica metió la mano en su mochila y extrajo “El Collar”, como ella lo llamaba; más corto e igual de bonito. Sobre todo porque el collar que ella se imaginaba tenía unas perlas preciosas. ¡Le encantaban las perlas! Si eran de calidad armonizaban con cualquier estilo. Cuando se ponía el collar de su abuela, y lo sentía gélido sobre su cuello, algo la hacía estremecerse. El tacto suave, el frío casi metálico cerrándose alrededor del cuello... Una sensación escalofriante que le recordaba a algo trágico, pero nunca acertaba a adivinar el qué.
- Toma, antes de que se me olvide.
Él lo cogió, más por educación y aprecio que por interés. En ese momento sus dudas, su curiosidad y sus preguntas iban por otro sitio; pero le pareció más correcto empezar por el principio. Y éste era el libro. Después de todo, ella no lo conocía de nada y, sin embargo, allí estaba: dispuesta, amable; incomprensiblemente generosa.
Para Augusto esto era una novedad que no terminaba de entender; por ello no podía evitar sentirse confundido y mostrarse indeciso. ¿Cómo una casi desconocida le ofreció algo sin pedir nada a cambio? Él, que había aprendido bien el estilo de no pedir para no tener que dar, que siempre había sido el paradigma de la autosuficiencia y la cicatería, se sentía atropellado por las circunstancias; dudando entre la tentación de aceptar, porque era ésta una forma de seguir viéndola, o mantenerse firme y no ceder a la debilidad. Esto último era lo que le había enseñado su abuela y él, aceptándolo como dogma de fe, siempre se mantuvo fiel a ese principio.
- No me acuerdo de qué va porque hace mucho tiempo que lo leí, pero creo que no me disgustó.
Augusto se vio forzado a salir de su ensimismamiento. Su cabeza era un hervidero de ideas confusas; si por un lado todavía podía sentir el terror del

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La siguió dócilmente, todavía confuso como estaba por el repentino cambio anímico. Ser rescatado del horror por una voz que le pareció dulcísona le había dejado casi comatoso y necesitaba tomarse su tiempo ante la nueva realidad.
Ya en el bar, una oportuna “Just Dont Want To Be Lonely” de un tal Freddie McGregor le terminó de derrumbar y creyó que en lugar de caminar levitaba, siguiendo medio hipnotizado el acompasado ondular de su vestido. A pesar de estar todavía un poco en el aire se fijó en que calzaba sandalias. Siempre pensó que eran sucias, pero ella logró cambiar esa opinión. Al menos el talón lo tenía bonito y una tibia y un peroné perfectamente definidos y estilizados en el tobillo le sugirieron la idea de que hacia arriba surgía una pierna que seguramente estaba bien formada.
<> –pensó.
El tamaño de los dedos de los pies era importantísimo. No solo en cuanto a su longitud, sino también por la anchura. Unos dedos muy gruesos le parecían zafios, vulgares; dignos de ser pisados. Y seguro que cuando envejecieran se llenaban de durezas e imperfecciones.
Unos finos, en cambio, merecían ser besados.
- ¿Quieres tomar algo? –preguntó ella.
- Bueno. ¿Eso qué es?
- Té frío al limón. ¿Te gusta? Está bueno y cuando hace calor como hoy quita bien la sed.
Dudó un momento, toda decisión necesitaba ser meditada por pequeña que fuera, y al final se decantó por lo de siempre.
- ¡Bah! Una Voll-Damm estará bien.
Ella se acercó al camarero y con una confianza que delataba que ya se conocían le pidió su cerveza. Él, que vigiló con atención toda la escena, no pudo evitar sentirse un poco molesto. Aquel camarero era un testigo que le incomodaba: "Los camareros se enteran de todo" –pensó - "Parece que están secando los vasos o llenando las cámaras, o cambiando de disco pero en realidad están siempre pendientes de lo que los clientes hablan. Y cuando se acaba un disco, que ellos siempre saben con antelación en qué momento va a ocurrir, pillan todas las

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en la mano y unos zapatos lustrosos, pero sin saber muy bien qué hacer ni adónde ir. Este era uno de esos momentos de profundo terror: cuando se daba de frente con una soledad no calculada, imprevista, como era el caso, una angustia total se hacía con él y le era muy difícil superarla. Cada vez que se veía solo sin haberlo planeado un estado de pánico se adueñaba de sí. Y siempre le venía a la memoria aquella vez que se perdió de su madre siendo él muy pequeñito. Gritó y gritó y gritó hasta que la voz no le salía de la garganta, corrió y corrió y corrió hasta quedar agotado; pero ella no apareció.
Aquel sentimiento de abandono, de estar absolutamente perdido, se marcó en el cerebro como se marcan las reses; por ello cada vez que alguien no acudía a una cita, el viejo, insoportable y asfixiante recuerdo de haber sido despreciado saltaba desde lo más profundo de su subconsciente y se colocaba delante de él. Como un viejo enemigo al que nunca pudo vencer y que reaparecía cuando tenía ocasión para atormentarle y torturarle clavándole sus agujas de doncella de hierro. Haciéndose más grande y más grande a medida que él se sentía más y más pequeñito.
Desmoronándose ante uno de sus fantasmas, bajo la terrorífica evidencia de una de sus pesadillas hecha realidad estaba Augusto cuando una voz que le resultó familiar dijo:
- ¿Qué haces ahí en medio? ¡Llevo esperándote más de media hora!
Se volvió y allí estaba ella. De repente, el monstruo de ese sueño de la razón se volatilizó. La sombra densa e inextricable en la que se había visto inmerso sin poder evitarlo desapareció y una nueva luz llenó sus ojos. Aquel niño que había gritado y había corrido tan infructuosamente encontró la mano que pudo calmarle.
- No... no –dijo él tartamudeando-. Es que no te he visto.
- Pues yo a ti sí. Estaba llamando por teléfono y no me ha dado tiempo a decirte nada. Así que en cuanto he podido he salido a buscarte. ¿Vamos adentro? Todavía tengo el té sobre la mesa.
- Vale.

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“MIÉRCOLES.”


Aunque había pensado en ella varias veces, casi se le olvida la cita que tenía con Valerié, pues éste es el nombre que él le había puesto. Miró el reloj y vio que casi eran las cinco; se limpió los zapatos apresuradamente, para esto él era un maniático, cogió la cazadora y cerró de un portazo. No había llegado al rellano del tercer piso cuando echó en falta que no se había puesto colonia. Se dijo: "El olor siempre queda". Así que dio media vuelta y de tres en tres subió el puñado de escalones.
Ya en el cuarto de baño, rebuscó en el diminuto armario esa colonia que él creía más apropiada para un primer encuentro... más o menos formal. En la librería ella se despidió bruscamente pero seguro que esta vez todo sería distinto.
Dudaba entre “Bohèmien”, “Congé” o “Bois de Santal”. Si una tenía almizcle la otra le extasiaba por el ámbar, y de la última le entusiasmaba el profundo olor a musgo, a bosque cerrado, de invierno. ¿Y aquella con aromas de madera, tabaco y cuero? "Demasiado orgánico" –pensó.
Se quedó con el musgo porque "A todo el mundo le gusta el olor del bosque".
Miró el reloj con nerviosismo y en cuatro saltos locos llegó hasta la calle. Otra vez andando a zancadas, otra vez con el tiempo justo, otra vez llegando tarde y sin excusa.
- ¿El bar? ¿Qué bar era? –se preguntaba con enojo. Bufando más y más por no haberle dejado explicarse. Resultó que en la dichosa calle no había uno, sino tres; así que no le quedó otro remedio que entrar en cada uno de ellos.
Cuando llegó al tercero y comprobó que en ninguna mesa de las que con tanto descaro había mirado estaba ella, le sobrevino uno de sus ataques de ansiedad. "¿Me habré equivocado de día? ¿Será otra calle? ¿Dónde estará Valerié?" –Preguntas inútiles que solo servían para ponerle aún más nervioso.
Así que allí estaba él, en medio de una calle semidesierta, pasadas largas las cinco de la tarde, asfixiado por la excesiva cantidad de “Bois de Santal”, con la cazadora

REFRANERO



REFRANERO


Sentado, de tu casa, en el umbral
verás tus enemigos pasar,
con los pies por delante,
en una linda caja a estrenar.

O algo así.

Ayer enterré al último.
¡Joder, cómo me aburro!

Creo que voy a exhumar
Necesito algún cadáver con quien alternar:
calumnias insultos hostias.

No dejar un hueso sano:
de cara pies o manos.

La cara para humillar
Los pies para no huir
Las manos para,
nunca más,
pelear.

Se nutrieron los ejércitos
con legiones de idiotas.

De todo se hastía uno.

sábado, 26 de septiembre de 2009

FAGO


FAGO


Andaba yo cambiando de células
embullado en plena revolución mitótica
cuando un guiño de luna
posó en mí su mirada albina.

Escondido entre fotones y electrones libres,
tal vez radicales,
viajaba un fago:
sonriente valiente.

Con mis defensas en reconstrucción
qué fácil fue la parasitación.
Anclado a la membrana plasmática
inyectó su ADN contestatario.
Inconformista.
Combinados su ARN y el mío
se fundieron las mariposas de los cromosomas.
Literal.

Nunca el saltacionismo pudo reafirmarse con tanta insolencia:
parió el azar al más fuerte monstruo.
Con esperanza.

Mutantes replicantes
entramos en arrebatada meiosis:
sinapsis desenfrenadas y subdivisiones experimentales.

Intercambio de información en código químico.
Cuando hay química, ya se sabe:
la polimerasa, que no descansa.

Amanecidos en el laboratorio del destino
nos sacudimos las viejas escamas.
Prescindibles células muertas.

Hoy volamos buceando
Buceamos al vuelo.
Cazamos pesca y pescamos bajo el suelo.

Debate la comunidad científica desconcertada
con esta nueva especie surgida de la hostilidad.
Y la necesidad.

Sorprende su elevado índice de adaptabilidad
Asusta su supervivencia total.

PAJARES

PAJARES


Bloody & Mary eran dos agujas muy brujas.
Perforadoras inagotables
tunelaron miles de galerías
entre las pilas de paja integral:
de trigo cebada centeno.

Inasequibles al desencanto y la derrota
se buscaron infatigables todas sus vidas.
Qué paradoja: una aguja buscando otra aguja.
En un pajar.

Hallándose al fin
se pincharon.

Una cosía heridas.
La otra se las cosía.
Inmediatamente
se enroscaron.
En una doble hélice.

-¿Qué dirección llevas?
Yo soy 5´ - 3´.

- Hay compatibilidad.
Yo 3´- 5´.

-Me sobra alguna guanina.
- La cambio por diez citosinas.

Bloody & Mary abandonaron el pajar.
Su lugar era el mundo. La libertad.
La de no tener edad.
No hay desgaste sin lastres.

Acurrucadas en un dedal
se dejaron llevar por la marea.
Liberadas de Ariadna y sus hilos:
para los atados. Los perdidos.

Cortaron umbilicales:
por necrosados. Por inútiles.
Extirpados como un tumor no benigno.

Mecidas en el anverso de una hoja de fresno
Surcaron con el viento los mejores momentos.

Los que son los primeros.
Los que fabrican los sueños.
Los que vivimos despierto.

martes, 22 de septiembre de 2009

EMPATAR


EMPATAR


Frente a un tablero de ajedrez
convocamos una partida prohibida:
ella blanco paraíso.
Yo negro infierno.

Blancas salen.
A veces ganan.
Paraíso adelantó casillero:
espoleó un buen caballo,
saltador y relinchón.
En dos magníficos brincos
mis torres desafió.

Con estrépito cedieron ambas:
cimentadas en vergonzosos prejuicios.
El barro, que todo lo embarra.

Abrí yo con mi alfil de mirada diagonal.
Escéptica y cáustica.
Rápido movimiento para plantar cara a la dama:
alada. De sangre real. Cuerpo real.
¿Era realmente una dama?
¿Por qué me concedía ventaja?

Tumbó a su rey sin corona.
Al mío lo ajusticié yo.
Y a su reina, con la corona de piedras.
Era una morena vulgar.

Liberados vasallos.
Liberados todos los súbditos.

Danzamos de casilla en casilla,
eliminando competidores y obstáculos:
estorbos sin futuro ni edad.

Solos, creamos un juego nuevo.
Con reglas sin compromiso.
O compromiso sin reglas.
Una ley sí hizo falta:
la de la enorme ventaja.
La misma que da la confianza.

Así amaneció un nuevo día:
Mucho sol, pocas nubes.
Ninguna amenaza a la caza.

Fieles a nuestro espíritu,
y a la ley,
sólo se podía empatar.

Nadie puede dar más.

jueves, 17 de septiembre de 2009

TIRANOS

TIRANOS


El profesor de francés era un ser corriente.
Y moliente:
a palos nos molía al no saber la lección.
Mató con un palo a más de cien
pequeños, inocentes,
cuando entró en combate.

Mi panadera era una mujer gruesa
afable y cariñosa.
Envenenó a una legión cuando se alistó:
cocinera en la última gran guerra.
La que está por llegar.

El fontanero era un hombre trabajador
honesto y complaciente.
Reventó una casa refugio cuando inspeccionó
las instalaciones.
Disfrutó con ello.

El cura ofrecía las ostias con la mejor de sus sonrisas.
Repartió hostias como nadie con la culata de su fusil.
Y su mejor carcajada.

La pianista de finas manos y voz aterciopelada,
amantísima de la música y las buenas maneras,
se soltó la melena cuando le entregaron el pabellón
de reclusos peligrosos.
Violó y después acuchilló a más de una treintena
antes de prender fuego al barracón:
tal vez fuera por amor.

Hacía reír el cómico en sus espectáculos
a teatro abarrotado.
Hizo llorar con satisfacción a todas las madres
cuando secuestró sus hijos para fabricar cremas:
y que otras madres se pusieran bellas.

El poderoso banquero y su pelotón de abogados
extorsionó, chantajeó, persiguió, y aniquiló,
a casi todos sus enemigos.
De rodillas gimió como un niño cuando se enfrentó
a su pelotón:
de fusilamiento.

El inocente afilador repasó los cuchillos
de las abuelas del valle
durante tres décadas.
A todas pasó a cuchillo cuando le asignaron
la limpieza de la enfermería de campaña.

El ecologista marino fotografió con sentimiento
el manto de posidonias.
También se entusiasmó con los modelos prestados por
el afilador, el cómico, la pianista, el cura, la panadera,
el profesor.
Auténticas naturalezas muertas para siempre inmortalizas.

Qué desconcertante paradoja.

viernes, 11 de septiembre de 2009

BLANCO

BLANCO


Alejándose cansina por un pasillo a contraluz
Desapareció la ciencia enfundada en una mortaja blanca:
extraño viaje por un túnel de pensamientos quebrados
caminantes perdidos en el reverso de su laberinto mental.
Indistinguibles sus sentimientos:
arrebatados
de sus emociones:
adulteradas.

Saludaba la ciencia a sus seres queridos
respondían rescatados del olvido.

Ante ese viaje de millones de años
quedé a la entrada de la boca de mina.
Pensativo pero no miedoso.
Acaso cegado por la luz del extremo,
del otro lado
Impresionado por la luz de la ciencia,
de sus hallazgos.

No pude evitarlo
Tampoco lo pretendí.
Dejando seguridades y certezas a un lado,
por inseguras, por no ser ciertas,
me adentré hasta encontrarme con ella:
Paciencia y Conciencia.

De su mano
todo era blanco.
Desapareció la oscuridad en las galerías
Y los seres perdidos nos sonreían al paso.

Durará este viaje lo que nos duren los fármacos
Mi preferido: la oxitocina.
También me inyecto dopamina, serotonina,
y muchas endorfinas.

Blanca es ahora esta metafase
Como blanco el pasillo a contraluz
donde me fugué con la Ciencia.

Mío fue este descubrimiento
Con nadie compartiré el gran premio.

martes, 8 de septiembre de 2009

25ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

Se acabó la canción y comenzó a hablar el locutor, ya le extrañaba a Augusto que tuviera el camarero esa clase de música, y mucho menos aún que se molestara en pinchar discos.
Sin duda el tono gritón, las frases repetitivas, machaconas, las palabras arrojadas, escupidas al tun-tun por el micrófono, era algo que le irritaba profundamente por todo lo que tenía de excesivo y molesto. Difícil encontrar un programa musical cuyo locutor no fuese un charlatán de feria zaragatero y atronador con una más que ligera tendencia a la sobreactuación.
Decidió que ya había oído bastante, se incorporó y se marchó dando grandes zancadas pues era esta una de sus formas inconscientes de eliminar la agresividad.
- ¡Será imbécil el camarero este! ¡Pues no te fastidia que tiene puesta la radio! ¿¡Y el de la radio!? ¡A mí qué me importan Susana, Paco y toda su parentela! ¡Tanto palabreo para acabar como todos, diciendo el tiempo, la hora y el título! ¡Siempre le arrebatan a uno cualquier momento de inspiración!
Entre patada y patada, tanto de sus pensamientos como de sus piernas, pasó por el escaparate de una ferretería y el acero inoxidable resplandeciente del menaje de cocina expuesto le trajo a la memoria el accidente de Vero.
- ¿Dónde estará ahora? –se preguntó.
Desde aquel día en que él la acosó, la violó con ojos depravados, ella le retiró el saludo; la mirada, todo. Sin embargo, esa no fue la última vez que la oyó gritar.

24ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com

incongruentes, eructos y ventosidades de múltiples colores que el rictus de su pose había de soportar a diario. Ajenos siempre a la pobre sombra de unos magnolios enfermos y unos tejos mal podados.
Esto por no hablar de camellos y drogadictos que impune e impúdicamente cubrían negocio y satisfacciones sin que ni uno de aquellos maderos “a sus órdenes” se acercara siquiera pidiendo un poco de respeto. Todo ello había de soportarlo el protervo.
La megalomanía sangrante, pues, era tratada justamente: infinito contenedor de todo tipo de desechos orgánicos. Sin duda, el hombre de bronce... ¡era un ecologista! Y con este sacrificio póstumo devolvía a los arrebatados parte de la decencia que la vida, y él, les había quitado.
La plaza del caudillo, seguramente la más inmunda de cuantas Augusto había conocido, era en definitiva la más olvidada, la más solitaria, la que sin duda estaba más de espaldas a la ciudad; que no al revés. Pues allí iban a refugiarse los que se reconocían perdedores, los que sabían que sus vidas nada valían, los que, como él, buscaban la paz en el débil murmullo de una mugrienta fuente donde ni siquiera el agua parecía potable.
“¡Eyyy! ¡Qué pasa! ¡Ánimo gente que hoy es un día fantástico! Treinta y dos grados a la sombra, cuatro y media de la tarde. Seguro que te estás dando un bañito en la piscina más cercana. ¡Ayyy! ¡Qué envidia me dais! ¡A ver, el de la toalla a rayas! ¿Te da miedo el agua? ¡Bien! Vamos ahora con una petición que nos ha hecho Susana, de Yawobi. Para su novio que está haciendo la mili en Noril´sk y para que no se olvide de ella “How Deep Is Your Love”, ¡de los Bee Gees! ¡Y es que son eternos estos chicos! Como recordaréis fueron número uno de los sesenta primordiales hace ya algún tiempo. Estás escuchando Onda Musical, tu onda favorita. Pasa un minuto de las cuatro y media de la tarde; una tarde fantástica y espero que lo estés pasando en grande allí donde quiera que nos estés escuchando. ¡Para Paco de Susana que le quiere mucho: “How Deep Is Your Love”! Ya sabes... Bee Gees... forever.”

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insigne con el único propósito de desaguar en público; de hacer lo que muchos habían soñado: cagarse encima. ¿Puede haber un placer mayor?
A Augusto esto le parecía fantástico: por un lado, por el aire más bien, le llovía a la estatua la dosis diaria de excrementos, los cuales, reaccionando con el bronce extraían de él maravillosas tonalidades que el agua de lluvia no hacía sino lustrar más aún; por otro, por el pie, hambrientos y leishmaniáticos chuchos sin raza, familia ni pedigrí alguno orinaban sin descanso las cuatro esquinas de la granítica base sin amedrentarse, sin acobardarse un punto. Bien sea esto porque el gesto altivo y la mirada perdida del jinete estaban tan por encima de ellos que en realidad ni estaban; bien porque su pertinente presencia por aburrida llegaba a ser familiar y los sarnosos y diarréicos solicitaban, por supuesto sin conseguirlo, que el bastón de mando que tan orgullosamente extendía el otrora todopoderoso fuera arrojado de una puñetera vez, para que aquellos sin dueño tuvieran un palo con el que jugar, morder, cubrir de babas.
Como ni lo uno ni lo otro ocurría nunca la escena se repetía varias veces al día, todos los días; incluso los domingos de ir a misa y fiestas de guardar que celosamente respetaba el atinadamente elegido por Dios: defensor a ultranza de los valores, la moral, la unidad y la patria.
Y el olor nauseabundo, el aspecto deplorable, la metálica solidez cubierta de inmundicias no hacían sino alejar a los escasos viandantes que por allí pasaban. Augusto pensó que no había mejor forma de corresponder a la megalomanía: cubrirla con desechos intestinales; tapar lo ofensivo e insultante con lo abyecto.
–se dijo. E inmediatamente lo vio claro: aquella efigie estaba allí para dignificar, engrandecer, casi santificar la vida de los vagabundos. “Ese hombre” compartía cielo y suelo con los que no tenían otra cosa; la media docena de bancos mal cuidados servían de lecho cada noche a los únicos compañeros que le quedaban. Aunque éstos no le prestaran nunca mucha atención ocupados en menesteres más imperativos que la mera contemplación como era comer; perdidos en sus abstracciones de ebrio perpetuo cuya conversación no iba mucho más allá de unos sonoros ronquidos y algún desvarío ininteligible. Palabras

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mala calidad; y aquella señora que grita de forma ininteligible en la esquina de la plaza le congela a uno el ánimo: amordazado e incapaz de poner un pero o un reproche. Augusto tampoco sabía por qué, pero la miseria era misérrima en una mujer. Y aquel señor vestido con un antiguo uniforme de la marina no cesa de increpar a los transeúntes, los cuales con un magnífico juego de piernas le esquivan sin rozarle, oírle ni sentirle. – pensaba él en voz alta.
- ¡Su cerveza! Son doscientas. No está muy fría pero es la última que me queda.
Sin duda el camarero tenía una gran capacidad para la interrupción.
- Tenga.
Aquel beocio recogió el dinero que con tanto desprecio Augusto había dejado sobre las manchas de café que había en la mesa y, sin decir buenos días, se escondió en su local: un negocio decadente, olvidado y tan condenado al fracaso como muchos de los asiduos a aquella plaza.
“La plaza del caudillo”, como era vulgarmente conocida. Y no porque fuera éste su nombre auténtico, sino porque ocupaba, presidía, dominaba, por que no decirlo, el centro de la misma una estatua ecuestre del eviterno.
Seguramente aquél era uno de los pocos lugares en los que todavía se podía ver las cenizas de aquella falla grotesca, malquerida y felizmente incinerada que había sido la pasada España; con sus, su, gobernantes-ninots nunca indultados colgando de ella como hienas de su presa: desangrándola, despedazándola, devorándola viva sin cambiar de mueca. Insaciables dentelladas sin el perjuicio de una risotada.
Sin embargo, aquella estatua seguía allí; y quizás fuera esta la mejor forma de demostrar el inmenso desprecio que los vecinos sentían por el descastado. – había escrito oportunamente algún artista del graffity. Y esto no significaba otra cosa que permitir que esas ratas del aire utilizaran tan desmesurada representación ecuestre como aliviadero diario para sus corrosivas micciones. Con los años, cientos, miles de palomas visitaban, o habían visitado, al

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Los reflejos de las enormes cristaleras ya no permitían seguirle la pista, así que Augusto se recompuso en la silla y esperó sin mucha prisa su pedido; mientras tanto del bar se escapaba “Wanna Be Starting Something” de Michael Jackson y, como si en la plaza ya no hubiera otro ruido, él se dejó llevar.
Un carro de la compra, desmembrado y lleno hasta arriba de cartones atrapó su pensamiento. A éste le seguía un cochecito de niño, no menos viejo y deteriorado, cargado con bultos de ropa sucia pero cuidadosamente atados al esqueleto metálico del vehículo. Saltó con la mirada hasta la persona que tiraba de todo aquello para descubrir a un hombre de edad indeterminada que, de puro encorvado, era difícil identificar en él a una persona.
De no haber sido por sus atavíos habría pasado por la plaza y nadie hubiera reparado. Como un hombre invisible al que las miradas, quizá por la costumbre, quizá por una indiferencia bien entrenada, ya eran capaces de eliminar de todo escenario posible.
Augusto descubrió entonces, como si se acabara de estrellar en el mundo real, que aquella plaza que rara vez frecuentaba era de una riqueza de miserias impresionante. Por alguna razón que todavía no había acertado a entender, aunque las personas “per se” le parecían en general insustanciales, los desposeídos, los olvidados, los arrojados y escupidos de la sociedad, desvelaban en él cierto interés. Tal vez no fuera más que un deseo de entender, incluso de justificar el porqué de su infortunio -acaso una curiosidad cinegética a la que sin duda se podía disparar con las postas de la ley-, o quizás un sentimiento de dolor compartido lo que siempre le atrajo de aquellos que no tenían nada. Puede que en cierto modo él fuera uno de ellos, pues donde éstos estaban solos, él también; cuando habían sido rechazados, también él. Si ellos pedían limosna, en el fondo, Augusto también; aunque la que él necesitaba no pudiera recogerse en un sombrero.
De repente parecía que la plaza se hubiera llenado de mendigos. Descubrió que cuando aquel tiraba de sus carritos, minúsculos vehículos de carga en los que sin duda arrastraba toda su existencia, todo lo que de él había sido, el otro dormía sobre unos cartones con el traidor abrigo de un tetra-brick de vino, sinónimo sin duda de