viernes, 28 de junio de 2013

DES-ENVOLTURA


DES-ENVOLTURA


Por fin encontramos la pausa entre tanto ajetreo
pulsando el botón de click aquí sí hay stop.
Fue pura coincidencia pues más que un receso
era el objetivo abrir la puerta que da acceso al fin del proceso
vía crónica de sucesos.
A encontrar otro lado a estudiar el reverso
de este anverso en un tiempo que sólo es adverso.

Dejaremos en la despedida unos versos
un epitafio de huida para este callejón sin otra salida
que la de saltar de universo.

Dadme una palanca que he encontrado en la luna el punto de apoyo
para mover este mundo y desplazarlo del rumbo.
Dadme el aire para respirar y fuerzas las justas
que las ganas me sobran.

Dadme un poco de buen tiempo en este tiempo de zozobra.
Y me desharé sin lamentos de todo lo que me sobra.

Quedará de mí la silueta
Y mi sombra.



 © CHRISTOPHE CARO ALCALDE

RATONES DE BIBLIOTECA


RATONES DE BIBLIOTECA


Serénese mi comandante, pose sobre la mesita
su taza de té y el revólver. No vaya,
por la emoción,
a quemarse. O con los nervios un tiro pegarse.

Que las armas las carga el diablo y las tacitas de tertulia también.
¿No fue en una de ellas que con un grupo de amigos pactó la revolución?
¿No pasó que tras un puro dos carajillos de gallegos y cuatro tiros de ron
diseñaron entre codiciosos y borrachos un nuevo asalto al poder?

Para mejorar la vida de la gente
que es tonta de capirote y necesita que la rescaten. No fueran a descarrilarse
todos esos ignorantes:
cultivadores de patatas recogepimientos  cuecefrijoles
conductores de ganado paseantes de ovejas montadores de asnos
estrujatetas de vaca críalechones píagallinas
comeberzas sorbetomates cascanueces pelaconejos mataperdices.

Pobres desgraciados que de ellos hizo unos desgraciados
más pobres.
Desheredados desocupados descastados.
Descreídos desengañados decepcionados.

Cálmese mi comandante que el tiempo de salvar la patria ya pasó.
Y no lo logró. Otrosí: la hundió.
Cállese de una puta vez no opine más no diga nada no revuelva
no resuelva no intervenga mejor se muera.
Matarlo ya quisieron resultó que no pudieron los detuvieron.
Por liberarse del libertador fueron matados.
Salvar al pueblo, al ignorante al asustado al oprimido
sólo querían.

¡Ya lo ve igual que usté mi comandante cállese!



 © CHRISTOPHE CARO ALCALDE

martes, 25 de junio de 2013

17º PAG. DEL NUEVO PROYECTO LITERARIO




La más antigua tenía ¡treinta años! ¡Treinta años! Casi se me escapa un ¡Por dios del amor hermoso! que solía oír a la vecina. Pero hubiera sido improcedente en un ateo como yo. En su lugar, suspiré.

Aquel pequeño sobre amarillento aguardó en un cajón casi mi vida entera esperando ser descubierto. El desconocido míster H, si era el autor, la escribió cuando yo apenas pasaba los diez años. No dejaba de ser inquietante que mientras pasaba la infancia probablemente con balones y cochecitos, alguien en otra parte del mundo ya tenía algo que contarme. Y digo probablemente porque no recuerdo haber jugado nunca; no sé por que pero mi memoria borra sistemáticamente el pasado. Como si la ventana de mis recuerdos sólo pudiera comprender un tramo que se desplaza hacia adelante según transcurre el tiempo: engullendo parte de lo nuevo para deshacerse de lo viejo. El pasado inútil desprendiéndose como la cal reseca de las paredes y desapareciendo igual que polvo en el viento; sin saber si esto es malo, o bueno.

Anyway, esta era la situación: ordenadas por años, montoncitos de cartas en el suelo con algo más de cuatro horas para leerlas. Extraña tarea a la que nunca me había enfrentado pues no sabía si lo que ante mí había era los mensajes de un muerto, o un vivo. Con una vieja navaja adquirida en un rastro de antigüedades corté el sobre por la solapa con el cuidado de un cirujano y los temores de un agorafóbico enfrentándose a la ventana del mundo. El abismo de lo desconocido con el inoportunismo del intruso: aquel no era día para visitas ni momento para confesiones, pero debía averiguar qué se le ofrecía a míster H, o quizás mi nueva vida en Australia comenzara ya con las preguntas del curioso arrepentido.

Una fina hoja con líneas horizontales premarcadas, algo amarillenta también y con tinta azul pálida, escrita por una sola cara. La letra cuidada, esmerada. Sin tachones, sin gotas de tinta. Limpia, parecía extraída de la urna de un museo. Comenzaba así:



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

16º PAG. DE MI NUEVO PROYECTO LITERARIO



Cargado con las bolsas de cartas y la perplejidad, con una nueva pregunta de por que en esos meses siempre, volví sobre mis pasos hasta llegar a mi ex casa. Mi vida estaba en un punto donde cuanto me rodeaba, o lo contrario, era un ex. Ex trabajador, ex propietario, ex casado, ex amigos, ex consumidor, ex conductor, ex parado, ex útil, ex clase media, ex moderadamente feliz. Ex vida. Aunque por edad, biológicamente ya tenía más pasado que futuro, arrojada la realidad sobre la mesa de ese pasado no quedaban sino los malos recuerdos. Y el futuro estaba aún por descubrir. A los primeros mejor olvidarlos, al segundo ya se vería si valía la pena. Un billete marcaba la diferencia entre ambos tiempos. Una decisión el disparador para ser lanzado cual hombre bala hacia el más allá de mi entorno conocido.

Y ahora, dos grandes bolsas repletas de cartas de un completo extraño ocupaban el lugar donde un día hubo una mesa de salón. Por inercia las había dejado allí: tantas veces sentado en el sofá frente a la mesa mirando la tele condicionan la conducta automática. En sustitución, suelo flotante y paredes blancas. La tormenta, ya lo he dicho.

Recostado contra la pared en mi no sofá, duro suelo, vamos, vacié los bultos sobre la no mesa, suelo también, como en un concurso eligiendo al ganador entre las cartas. Error. Si quería encontrar algún sentido a todo aquello debía organizarlas cronológicamente. Y leerlas.

Tras unos incómodos y fastidiosos treinta minutos, ya estaba hecho. El reloj corría, el avión aguardaba pero sólo hasta el minuto de salida: menos de cinco horas para comprender algo y conocer a Haimerich, o míster H, que así se me ocurrió rebautizarlo. Mira tú que mi entrenamiento de abrir facturas y notificaciones iba a servir para algo.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

martes, 18 de junio de 2013

ESCENARIO VACÍO

ESCENARIO VACÍO


Destacados son los puntos de interés
entre la desmotivación imperante, 
que faltan ganas para cualquier cosa y sobran los inconvenientes.

Hay rotos y descosidos y puntadas sin hilo.
Hay hacer por hacer que es como no hacer nada.
Hay una inmensa oquedad en el vacío absoluto,
será que entonces no hay nada.
Será que es tarde para que ocurra algo será que pasó el tiempo
de la abundancia. Queda la era de la pobreza:
es como no quedarnos nada.  
Parece que esta va a ser larga.

En la nada estamos en la nada flotamos en la nada nos hundimos.
Si nada hacemos nada nos queda, nada somos por tanto.
No se extrañe nadie de que tras este descanso sólo encuentre desgana
y una legión de abatidos.
No se sabe si de aburrimiento o a tiros.

Hay tanto por resolver tanto por contar tanto por descontar.
Tanto es lo que falta para llegar al final de este tiempo de ruina y quebranto.
No encontraréis razones ni medios ni opciones:
Hay para cada intento un portazo por cada sueño un muerto.
Por cada inspiración una fosa. Séptica.

Nada te digo que no sepas, otra cosa es que te mientas.
Pocos son los elegidos muchos los candidatos
más los desesperados.



 © CHRISTOPHE CARO ALCALDE

TÉ CON HIERBAS

TÉ CON HIERBAS


Convocados fueron los artistas, a otra rueda de prensa;
hartos de ser prensados hicieron boicot al sistema.
En sustitución del evento, montaron un acto protesta:
ataviados con guitarras cinceles plumas tinteros lienzos y flautas
expusieron por turno ideas. Algunas atormentadas
y nada que ver con la tormenta de ideas.

Los músicos demandan locales, para tocar sin mojarse ante el público.
Que éste no les tire botellas y los agentes no les roben la pasta.
Dramaturgos poetas y novelistas, piden más editoriales serias.
Y menos listillo oportunista:
hoy sobran aprovechados que primero trinquen la guita y,
si acaso, publican después a demanda.
Por no hablar de los porcentajes que el escritor no los ve.
Y no será porque es de letras.

Los escultores proponen sacar su obra a las calles:
dotarlas con más contenido y menos mobiliario urbano.
Suprimir concejales de cultura y, a los marchantes,
con golpes de cincel y martillo eliminarlos:
para sacar al David se ha de quitar lo que sobra,
producto de desecho y escoria.
Será por la rabia o las ganas, pero la idea más aplaudida
fue esta por encima de ninguna otra.

Por último, pintores y grafiteros dieron color al encuentro.
A trazos de pincel suelto, y veladuras de spray violento,
cubrieron la pared del local con preguntas que todos se hicieron.

¿Cómo fue que nos dejamos convencer por esta suerte de mentecatos,
conocidos como marchantes y comisarios,
de que eran ellos necesarios?
¿Cuándo pasaron de vendedores sin lustre a,
siendo el gran protagonista,
ser el único nombre en cartel?
¿Por qué dejamos que nos roben los garitos de cultura
ayuntamientos bajo sospecha feriantes y galeristas?
Tratantes de ganado que nos lanzaron sin rubor,
no a la gloria prometida, sino a los pies de los caballos.
¿Qué falta para que nos plantemos y a todos los comisionados
mandemos a la cola del paro?

Por unanimidad pactaron los artistas un trato:
Dejando recelos aparte, formar un equipo sólido
para promocionar su trabajo.
Aplausos abrazos besos. Lágrimas de la alegría.
Sonrisas de la esperanza por fin una puerta abierta.

Vaciado el local, una señora de la limpieza pregunta a su compañera:
-¿Qué hierbas se echa esta gente en el té?
-Viendo cómo les pone yo también quiero de eso –responde la segunda-. 
          Pues si clarividencia no aporta, sí que inyecta motivación. 



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

COMITÉ DE SABIOS. Parte IX, FIN.


-Hablar por teléfono mientras se conduce está prohibido por el código de circulación mencionado. Descarte la idea. 

-¡Calla, so bobo! Maldita sea, se quedó sin batería.

-Mejor para usted, pero la intención es lo que cuenta. Ha perdido uno coma cinco puntos por una falta grave de intenciones. Es mi obligación comunicarle que procedo a redactar denuncia por insultos: soy un cuerpo tecnológico de última generación y usted insiste en maltratarme psicológicamente. La envío por correo electrónico al juzgado, así como la comunicación a policía de su pretensión de hablar por teléfono al conducir.


-Juzgado-A-28 minutos-Dé-La vuelta-Y-Manténgase-A-La derecha.

-¿Qué te ocurre viejo amigo? Vamos por autopista, ¡¡aquí no se puede dar la vueltaaa!!

-Dé-La-Vuelta-Y-Manténgase-A-La derecha.

-¡Que no se puede! ¡¡Que no se puede!! ¡¡¡Que no se puede!!! ¡¡¡Que no se puedeee!!!




Recuerdo que aquel día amaneció especialmente raro. Una sensación indescriptiblemente dramática me acompañó durante toda la jornada. Me pregunto cómo fue que no vi las señales. Yo, con media vida laboral ciclotronando moléculas a golpe de señal. A veces, literal: en más de una ocasión, cuando alguna molécula irritantemente desobediente se ponía terca, yo le hacía entrar en razón atizándole con una señal de stop que me entró por la ventanilla del coche una noche de juerga. Por supuesto, no di parte del accidente y me quedé con el regalo: tengo una reputación que defender. Hoy no sé qué habrá sido de ella. De la reputación, digo. Pues de mi santa doy por hecho que habrá encontrado nueva pareja. No la culpo, quince años es mucho tiempo para añorar a los desaparecidos. Y yo lo estoy.
La discusión con los GPS terminó en tragedia; no hay mejor forma de resolver los conflictos dialécticos: a hostias. Al final los arranqué de un manotazo y como uno empezó a gritar ¡Socorro, está loco!, y el otro no paraba de decir, Juzgado-A la derecha, Juzgado-A la derecha, me detuve en el arcén y colocados cada uno bajo las ruedas, los aplasté. Tres pasadas de confirmación borrado de datos completo ¿desea formatear? Un subidón de satisfacción que me duró seis días con sus cinco noches. Los que conduje sin parar. Obviamente, me perdí. 

Y aquí sigo, con mi viejo Lada: nada iguala al comunismo en prolongar hasta el infinito la vida de las cosas. He dado varias vueltas al mundo nunca por el mismo sitio. He estado en lugares que no imaginé, vivido experiencias que ni soñé. He conocido reyes papas altezas excelencias ilustrísimas presidentes. También pobres mendigos santas putas ladrones terroristas asesinos caníbales. He vivido varias vidas y, aunque lamento que a mi compañía ya no ví, puedo afirmar lo que por perderme aquel día encontré:


La libertad, y a mí.


                                                       FIN



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

COMITÉ DE SABIOS. Parte VIII


-Está prohibido arrojar objetos por la ventanilla, descarte la idea o me veré obligado a comunicarlo a la policía para que cursen la correspondiente sanción. Artículo diez punto segundo de la actual ley de tráfico. Además, yo hago mi trabajo. No me insulte o le demandaré por acoso laboral.

-¿Qué tú me vas a demandar por acoso laboral, taco de mierda?

-No diga palabras soeces. Tengo mi propio nombre: NG ÓPTIMUS 230. Le ruego que se comporte. Soy un producto tecnológico de máxima eficiencia con raigambre multinacional. Concebido en Atlanta por un ingeniero irlandés diseñado en Florida por un matemático indio fabricado en Singapur con mano de obra taiwanesa exportado por China vendido en Alemania distribuido en toda Europa por una red Argelina especializada en el contrabando de equipos electrónicos. Mi tratamiento es el de Excelencia, usted no pasa de señor para sus nuevos empleados. Exijo ese respeto.

-¿Qué me exiges? ¡A ti te doy yo un guantazo que te arranca del cristal! ¡Por tu culpa circulamos sin destino en una autopista cuando ya deberíamos estar cerca de casa!

-Las amenazas son un delito tipificado expresamente en el Código Penal. Absténgase de continuar por ese camino o presentaré una denuncia en el juzgado más próximo.

-¿Por ese camino? ¡Voy por el camino que me da la gana! ¡¡Y no por esta autopista de mierda!!

-No sea grosero. Soy NG ÓTIM…


-Juzgado-A-20-Minutos-De-La-Vuelta-Y-Manténgase-A-La derecha.

-¿Pero, qué demonios es esto? ¿Tú también te has vuelto idiota? ¡Viejo compañero, debemos volver a casa! ¡Joder, reacciona!

-A-Casa-A-Joder-Hoy-No-Podrá ser-Juzgado-A-20 minutos-Dé-La vuelta.

-¿Qué te pasa viejo amigo? ¿Qué te ha hecho este imbécil? ¡Con la de kilómetros que hemos recorrido juntos! Siempre obediente, siempre fiel sin rechistar. ¿Por qué me haces esto? ¡¡Sácame de aquí!! Por favor. Voy a llamar a mi esposa, necesito hablar con un orgánico. Ella sabrá qué ruta tomar.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

COMITÉ DE SABIOS. Parte VII


También, y esto hoy lo confieso porque no tengo testigos delante, tuve en ocasiones la sensación de que la corta vibración que mi viejo GPS manifestaba cada vez que yo pulsaba su botón de encendido, era algo muy cercano al éxtasis. O el orgasmo. Así, en la intimidad de mi coche, solos los dos, solía dirigirme a él como mi GPeSa. Producía menos desasosiego pensar que, si iba a ser infiel, al menos fuera con hembra. Seguro que mi santa compaña hubiera preferido marido desleal por mujeriego que por homo. Humilla menos. Entre ser abandonado por alguien del mismo sexo macizorro o del mismo sexo de tu pareja, no hay color que lo resista ni cotilleo que lo aguante. -Muchas gracias. Buen viaje.

Diez euros me sopló la maquinita del peaje como si tal cosa y ninguna vergüenza. Diez euros por un rodeo innecesario parecía un trato de idiotas. Así me sentía.

-¡Y ahora qué! –le espeté al GPS nuevo-. ¿Tienes algo que decir a esto o te lo descuento de tu asignación?

-Está muy alterado. Niveles de adrenalina máximos, producción de cortisol alcanzando valores de riesgo, sinapsis neuronal en cascada, hipotálamo adquiriendo el control de su organismo. Resístase o me veré obligado a comunicarlo a las autoridades. Es usted un peligro potencial para la circulación. Serénese o mi recomendación será detenerse en la próxima área de servicio.

-Salida-A-12-Kilómetros-Tome la salida-Y-Manténgase-A-La izquierda.
-¡¿Doce kilómetros?! ¡La madre que lo parió al chisme este! ¡Por su culpa estoy dando un rodeo de doce pares de huevos!

-No diga tacos por favor. Los huevos son para las tortillas, no los desaproveche y continúe recto.

-¡Recto seguiré! –le respondí-. ¡Pero porque no me queda otro remedio! En una de estas te arranco del cristal y te tiro por la ventanilla, ¡so tontolaba!




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

COMITÉ DE SABIOS. Parte VI



Apreté los puños contra el volante por no atizarle: el regalo… Pero de buena gana lo habría reventado ahí mismo. Resultó que, con tanto sí pero no, me despisté pasándome el enlace según instrucciones de mi viejo compañero. En su pantalla: recalculando ruta. En el nuevo:

-Bien, bien, bien. Ha contribuido usted a proteger el medio ambiente. Cero punto ocho litros menos de consumo son veinte gramos menos de hollín, y cero punto cero tres gramos menos de CO2 liberados en la atmósfera. El ártico ha perdido cincuenta kilos menos de hielo que por su anterior ruta. Hoy una osa polar tendrá tres comidas, con las que producirá leche suficiente para amamantar a sus dos crías. El índice de supervivencia de éstas se ha elevado del diez al doce por ciento gracias a su colaboración. Considérese un hombre de bien. Le muestro mis respetos en representación de todas las especies del planeta, salvo la suya que nunca agradece nada.

-Ruta-Calculada-Peaje.

-¿Cómo que peaje? –le contesté al viejo como si me escuchara-. ¡Yo no quiero ir por autopista! ¡Claro, como me he saltado el desvío! ¡Maldita sea!

-¡No haga caso, no haga caso! ¡Olvídese de este retrasado! Siga recto, piense en el medio ambiente, no dé acelerones, cambie de marcha…

-Peaje-A-500-Metros-Manténgase-A-La derecha.

-¡Que no quiero ir por autopista, cojoder!

-¡No haga caso! Siga recto, reduzca velocidad, está contaminando en exceso. No se tensione, su corazón se lo agradecerá. Siga recto.

-¡Que te calles ya! –acabé gritándole al aparatito.


Nuestra relación no había comenzado con buen tono, y me sorprendió pues con mi antiguo GPS todo fue cordialidad, comprensión, espíritu de equipo. Casi dulzura. Y una complicidad que más de una pareja hubiera pagado cien sesiones de terapia inútil para conseguirla. En equipo no hubo tramo de carretera ni gasolinera ni aparcamiento que no encontráramos. Aquel viejo compañero me guió como un fiel lazarillo durante años. Incluso su voz, aunque entrecortada y a golpes, ya rivalizaba en mi subconsciente con la de mi fiel y amantísima esposa. En algún momento llegué a pensar si no le estaría yo siendo infiel: hubo tocamientos, la programación del aparato no se podía hacer sino metiéndole mano, o dedos. Hubo comunicación, hubo incluso algún grito por mi parte. Pero lo que más hubo fue un gran sentimiento de alivio cada vez que alcanzaba destino.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE



domingo, 16 de junio de 2013

COMITÉ DE SABIOS. Parte V


Terminado el postre encontré su regalo, envuelto en papel de estraza del tamaño de una cajetilla de tabaco. Con una inscripción: Si no te gusta te jodes. Bromas de la convivencia prolongada en el tiempo y curtida en el espacio. Después de abrirlo con poco cuidado descubrí que era un GPS. -Qué raro, me dije-. Si ya tenía uno. De hecho, permanente en el cristal y programado para activarse nada más arrancar el motor. Para mí, que soy un gran conocedor del entorno pero poco dado a recordar ligerezas, era una herramienta imprescindible. Quizás por esto, para evitar que un día me perdiera en mi regreso a casa ensimismado con mis pensamientos, mi cautivadora esposa me lo regaló. Mejor dos aparatos que marido extraviado en quién sabe dónde.

Pensado y hecho: con un buen lametazo pegué de un tortazo la ventosa al cristal junto al viejo aparato y lo conecté. Habituado a mi ciclotrón, mi coche ya se parecía más al puesto laboral. Luego de pasar por un largo cuestionario de preguntas, algunas excesivamente personales e íntimas, y de atravesar el filtro de seguridad antiintrusismo y contrasabotaje, el aparato que parecía haber aprendido todo de mí preguntó: -¿De verdad quiere ir a casa?-. Semejante chorrada después de un día como aquel me puso en guardia y ataque: a puntito estuve de darle dos guantás como aconsejaba el maestro samurái. Pero era un regalo de mi mujer, me contuve.

Como de costumbre, al arrancar el motor mi viejo GPS inició su particular monólogo:

-A-100-Metros-Cruce-Rotonda-Segunda salida-. En ello estaba cuando el nuevo añadió:

-No haga caso. Mejor tercera salida.

El viejo insistió:

-Cruce Rotonda- Segunda-Salida.

El nuevo: 

-¡Que no! ¡Tercera salida!


Consiguieron que diera confuso dos vueltas a la rotonda. Para terminar como un imbécil y haciendo caso al viejo: burro viejo conoce el camino, por si acaso. Encaré la recta con un acelerón de rabia y un par de minutos más tarde el habitual consejo:

-Próxima-Salida-Tome la salida-Manténgase-En-El-Carril-Derecho.

-¡No no no! ¡Ignore la salida! Malgastará cinco minutos, cero punto ocho litros de combustible y doscientas veintisiete calorías. Si bien esto último le conviene, lo anterior no procede. Ignore la salida, ignore la salida.

-Próxima-Salida-Tome la salida-Manténgase-En-El-Carril...

-¡Que no, que no y que no! ¡Desoiga a este carcamal! ¡Ignore la salida!



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

COMITÉ DE SABIOS. Parte IV



Un dilema que no fui capaz de resolver mientras la mermelada me goteaba por la comisura de los labios y las migajas del crujiente caían sobre el pantalón en mi más noble parte. Suerte que no al revés o hubiera sido muy difícil explicar no es lo que parece cariño. En mitad de aquel éxtasis diabético con inclinaciones autolíticas, por el jodido móvil me entró un mensaje impertinente. Como todos:

Ha venido a buscarte una antigua amiga tuya. Stop. Ya me darás explicaciones. Stop. Caribeña. Stop. Con un tipo que afirma ser su esposo. Stop. Tiene ínfulas de artista. Stop. Creo que es un mendigo del que ella se ha compadecido. Stop. Le adivino en la jeta cara de cuentista. Stop. Tienes que dejarles el coche. Stop. Viajan en carruaje como los gitanos. Stop. Han perdido una rueda. Stop. Tú verás lo que haces. Stop. ¿Me has dicho esta mañana que me quieres? Stop. ¿Te ha gustado mi regalo? Stop. Te quiero. Stop.

¿Con stop te quiero stop quiso decir ya no te quiero? ¿Lo contrario? ¿Atravesábamos una crisis existencial y yo no la había marcado? ¿Debimos pasarnos por el ciclotrón en su momento y ya era tarde? Ella pensaba que con ese nombre el aparato podía ser un travieso juguete sexual lleno de posibilidades parafílicas. Yo, siendo un humilde defensor de la ortodoxia Kama Sutra, quizás no supe ver una aventura sado cuántica en mi equipo técnico que abriera el abanico de nuestras opciones extasíacas.

Y respecto al regalo, ni me había dado cuenta. Mi abstracción mental tiende a llevarme por los laberintos de las ideas sin reparar en la terrenalidad que me perimetra. Lo que viene a significar que prefiero pensar a perder mi tiempo y energías con las estupideces habituales que tanto entusiasman a mortales y canales de televisión privados. La decadencia en estado puro nos rodea, y la inteligencia no era un valor que cotizara en el parqué.

Además, lleno como estaba mi maletín de papeles secretos llaves y cintas de vídeo era difícil que algo nuevo captara mi atención. Los vídeos procedían de mis grabaciones clandestinas: registré durante años todas mis conversaciones con políticos y jefes no fueran a joderme que el mundo de la investigación siempre fue hostil.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

COMITÉ DE SABIOS. Parte III



Posterior a esta entrevista, una agria discusión con un experto en artes marciales que defendía su aplicación para corregir parámetros extremos de conducta insoportable, traducido: al que se pone tonto dos hostias. Terminé el día con un chat a tres bandas que me dejó exhausto. En el margen izquierdo de la pantalla, con un peso de unos ochenta kilos calzón verde y puños de plomo, un visitador médico e ingeniero policlínico defendiendo su reactor pasivo de polimerasa con la vehemencia de un travesti. En el margen derecho y tremendamente irritada por ello, con sesenta kilos calzón rojo y puños de espinas, una izquierdosa becaria aprendiz de feministra y doctora en derecho inconstitucional que había demandado al departamento por delitos contra la salud inorgánica. Decía en su acusación que nuestro marcaje sistemático de moléculas no respetaba la libertad de la materia para elegir su anonimato, y por ello suponía una lesión en su integridad cuántica. Creo que la muchacha leyó demasiado a Plank y se hartó de espaguetis a lo Feynman. Además, tanta jerga jurídica siempre me aburrió. A Mayor Abundamiento: La Detesto.

Me quedé sin almorzar aquella mañana por falta de tiempo. La que sin ser extraordinaria sí fue rara, por lo que al regresar al coche y ya sentado dentro, abrí mi maletín de trabajo sobre el asiento derecho. Dentro de él, junto a docenas de documentos científicos pendientes de aprobación y manchados de mostaza, mi redactora era una enferma de las hamburguesas; varios folletos de viajes por el cuerno de África, de mi dulce esposa que fue una gran aficionada a las causas comunitarias; y juegos de llaves de despachos que había perdido, mis colegas nunca superaron la envidia por mis capacidades y conjurando a mis espaldas me robaron uno tras otro; aguardaba el delicioso almuerzo preparado con ternura por mi santa: tarta de cerezas separadas en periodo de reflexión con matices de amor fundido sobre lecho nupcial crujiente al aroma del primer beso con una pizca agria del último.

Era una gran repostera, pero el nombre dado a aquel último invento suyo me hace sospechar, aún hoy, sin no había un mensaje oculto en todo ello. ¿Estaba mi matrimonio en peligro y no lo supe? ¿Me lanzó un mensaje subliminal de advertencia? ¿Era ella feliz? ¿Lo era yo? ¿Mis amigos? ¿El gato? ¿Los peces del acuario? ¿Las drosophilas de la fruta? ¿Los dermatophagoides del sofá? ¿Las moléculas marcadas del día anterior? ¡Tantos somos bajo un mismo techo que no hay manera de contentar a la familia!



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

sábado, 15 de junio de 2013

COMITÉ DE SABIOS. Parte II


En ese día del que hablo, pusimos en nuestras bandejitas de plata, cortesía de la consejera de sanidad que era muy mona más atenta y aún más tonta, las muestras al azar encontradas por nuestro operador, y procedimos al marcaje. Mi papel en el ciclotrón es espectacular, merece destacarse. 

Todas las noches antes de dormir y después de rezar cuatro esquinitas tiene mi cama, mi encantadora esposa prepara el equipo de trabajo para la mañana siguiente: sombrero de ala ancha, pañuelo rojo de doble nudo al cuello, camisa de cuadros, colgante de jabalí para enseñar en el pecho sin depilación metrosexual, cinturón con agujeros de bala, pantalón vaquero Pepi´s Strauss y botas camperas tres espuelas afilado especial. Así ataviado, monto en la silla ciclotrónica y con el látigo de mis pensamientos doy órdenes a la máquina, que debidamente domesticada introduce el radioactivo en la molécula a marcar mientras mi asistente el tonto la sujeta fuerte con ambas manos. Algunas tienen rabia propia y no se doblegan con facilidad.

Con este sistema tan eficaz habíamos marcado como ganado miles de ellas. Éramos un equipo imbatible. Terminada la operación, cada cual retorna a su actividad favorita: él a las cámaras, yo a mis teleconferencias a insultarme cara a cara con los colegas. O pantalla a pantalla. Y esto debo reconocer que me pone como nada; cada cual tiene sus pecadillos.

Aquel día tuve una disputa subida de tono con una brasileña, máster en curvaturas inespecíficas, que conocí en el sambódromo dos años antes, cuando fui invitado a Río para una conferencia sobre Caracteres Complejos y su Impacto en el Inframundo que impartió mi mujer. Yo iba de acompañante y en un break que me inventé, salí a dar una vuelta donde empujando un carrito de la compra repleto de curvas de nivel, fractales desenrollados y paquetes de información hipercomprimidos, en la acera conocí a la científica. No negaré aquí que lo que más captó mi atención fueron, sí, las curvas. Las suyas. Pero este no es un pecadillo: es salud.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


COMITÉ DE SABIOS. Parte I.



COMITÉ DE SABIOS

Aquel día amaneció especialmente raro. El cielo estaba en su sitio y las nubes donde suelen. Incluso el amarillo del sol era similar y éste seguía redondo, pero algo extraño que no era aire ni polvo en suspensión flotaba en el ambiente.

Tampoco en el ambiente de trabajo hubo cambios sustanciales: otras ocho horas con descanso de cafeína e interruptus de nicotina ciclotronando todo lo que se mueve. Sí, yo era el ciclotronador del barrio, a falta de voluntarios alguien debía sacrificarse por la comunidad. El delirio de las autonomías celosas había traído estas orgías: hospitales de campaña en patios de colegio; equipos antidisturbios con hilo musical en geriátricos; helicópteros de emergencias sin piloto y drones en cada mercadillo de plaza; agencias de espionaje en inauguraciones dotacionales. Y un ciclotrón por cada cien habitantes. Para reforzar la medicina preventiva, dijeron, había que invertir invertir invertir, la situación.

Como digo, aquel día se despertó raro aunque mi jornada en el trabajo transcurrió sin sobresaltos. El operador de cámara, así llamado por su afición a jugar en la cámara hiperbárica en los tiempos de descanso, y por su menos confesa tendencia a colocar cámaras espía en probadores gimnasios y duchas, encontró unas moléculas sin etiquetar en un cajón desastre. Él no sabía leer, por eso pegaba etiquetas de colores en nuestra colección de moléculas disecadas: la envidia de los colegas y el asombro de la ciudad la provincia y el país; poco dado éste a asombrarse ya por nada. Pero en ninguna otra parte utilizaban estge sistema de identificación y, claro, surgen las rencillas. Una vez que fuimos portada en la revista 
Jarilla, Sedal y Cuerdas Para la Décima Dimensión, a las autonomías les faltó tiempo para contratar personal marcador. 

Como siempre, fallaron en la selección: buscaban personal altamente cualificado varios títulos universitarios muchos idiomas cuerpo de atleta sexualmente activos y mirada de KGB, para pegar etiquetas. Cuando el truco estaba en que no supieran leer ni escribir, y no babearan ni se masturbaran en público. Así, primero no perdían la motivación y segundo no nos avergonzaban como centro de referencia cada vez que aparecía una visita ilustrísima con su nube de fotógrafos: unas tres veces por semana que había dura competencia entre consejeros para salir en los medios a falta de tres semanas para las elecciones.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

martes, 11 de junio de 2013

16ª PAG. NUEVO PROYECTO LITERARIO


Cargado con las bolsas de cartas y la perplejidad, con una nueva pregunta de por que en esos meses siempre, volví sobre mis pasos hasta llegar a mi ex casa. Mi vida estaba en un punto donde cuanto me rodeaba, o lo contrario, era un ex. Ex trabajador, ex propietario, ex casado, ex amigos, ex consumidor, ex conductor, ex parado, ex útil, ex clase media, ex moderadamente feliz. Ex vida. Aunque por edad, biológicamente ya tenía más pasado que futuro, arrojada la realidad sobre la mesa de ese pasado no quedaban sino los malos recuerdos. Y el futuro estaba aún por descubrir. A los primeros mejor olvidarlos, al segundo ya se vería si valía la pena. Un billete marcaba la diferencia entre ambos tiempos. Una decisión el disparador para ser lanzado cual hombre bala hacia el más allá de mi entorno conocido. 

Y ahora, dos grandes bolsas repletas de cartas de un completo extraño ocupaban el lugar donde un día hubo una mesa de salón. Por inercia las había dejado allí: tantas veces sentado en el sofá frente a la mesa mirando la tele condicionan la conducta automática. En sustitución, suelo flotante y paredes blancas. La tormenta, ya lo he dicho.

Recostado contra la pared en mi no sofá, duro suelo, vamos, vacié los bultos sobre la no mesa, suelo también, como en un concurso eligiendo al ganador entre las cartas. Error. Si quería encontrar algún sentido a todo aquello debía organizarlas cronológicamente. Y leerlas.

Tras unos incómodos y fastidiosos treinta minutos, ya estaba hecho. El reloj corría, el avión aguardaba pero sólo hasta el minuto de salida: menos de cinco horas para comprender algo y conocer a Haimerich, o míster H, que así se me ocurrió rebautizarlo. Mira tú que mi entrenamiento de abrir facturas y notificaciones iba a servir para algo.

La más antigua tenía ¡treinta años! ¡Treinta años! Casi se me escapa un ¡Por dios del amor hermoso! que solía oír a la vecina. Pero hubiera sido improcedente en un ateo como yo. En su lugar, suspiré.

Aquel pequeño sobre amarillento había aguardado en un cajón casi mi vida entera esperando a ser descubierto. El desconocido míster H, si era el autor, la escribió cuando yo apenas pasaba los diez años. No dejaba de ser inquietante que cuando yo estaba jugando probablemente con balones y cochecitos alguien en otra parte del mundo ya tenía algo que contarme. Y digo probablemente porque no recuerdo haber jugado nunca; no sé por que pero mi memoria borra sistemáticamente el pasado. Como si la ventana de mis recuerdos sólo pudiera comprender un tramo que se desplaza hacia adelante según transcurre el tiempo: engullendo parte de lo nuevo para desprenderse de todo lo viejo. El pasado inútil desprendiéndose como la cal reseca de las paredes.

 



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completo y me disponía a marchar cuando el empleado interrumpió tal ensimismamiento: 

-¡Aquí hay más! ¿No se las va a llevar?


No salía de mi asombro, pero continué disimulando:


-¡Sí, sí! ¡Cómo no! Por supuesto.

-Espere un momento. Vuelvo enseguida.


El tipo de la cortesía indescriptible desapareció por los escondites de la oficina para resurgir minutos después con dos bolsas repletas de lo que suponía eran más cartas. Abrió la puerta de seguridad que lo protegía de amenazas como la mía y me las entregó.


-Aquí tiene. Ya no sabía qué hacer con ellas. Creí que nunca vendría nadie a recogerlas.

-¿Desde cuándo tiene esto aquí? –pregunté mirando con ojos de besugo los dos bultos.

-Ja, ja, ¡qué pregunta! ¿Desde cuándo? La primera llegó al año de empezar yo aquí a trabajar. Y me quedan cinco para jubilarme. Todos los años recibía usted tres o cuatro. Excepto el último. También ha dejado de pagar el apartado. Será la crisis, no sé. O tal vez se ha muerto el señor. ¿Va a pagar usted el último año? Porque si no tendría que renunciar al apartado, y nunca sabrá si hay más cartas esperándole.

-Claro, claro. Tiene razón. ¿Cuánto se debe?

-Son cincuenta marcos. Pero tome esto, que entro para hacerle el cobro.

-Gracias.


Las condenadas cartas debían estar escritas con tinta de plomo, porque pesaban como piedras. Luego de posarlas en el suelo introduje en una de las bolsas los sobres que ya tenía del apartado y pagué. Me devolvió un ticket, recogí todo, marché.



-¡Hasta la vista! ¡Vuelva cuando quiera! Pero mejor en febrero, junio y noviembre. ¡Es cuando llegan!



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Sentí alivio por ambos. El tipo del mostrador parecía estar a un solo sensor de dispararse como alarma terrorista, y yo de que me estallara el corazón. No sé si por su presión fisgona o mi nerviosismo expectante. Quizás ambos.

Frente a mis ojos un cubículo silencioso como un armario ropero y lleno de preguntas como un baúl. Si además fuera repleto de tesoros como un cofre, el instante hubiera sido memorable. No parecía.

En lugar de collares, sortijas, broches de oro y coronas de esmeraldas y rubíes, un nicho lleno hasta la bandera de la victoria, con sobres. Me parecieron cartas. Aparentando una conveniente tranquilidad y conocimiento de la situación, extraje un par de ellas como quien ha dedicado media vida a esa labor. Efectivamente, eran cartas… ¡dirigidas a mí! El remitente, un tal Haimerich. Haimerich Expósito –Tamaña contradicción –murmuré. Pero lo que me dejó perplejo fue que procedían ¡de España! -¿España? –me pregunté. Sí que era una sorpresa.

Extraje más sobres y en todos se repetía el patrón: Haimerich Expósito, Alameda de los Infantes, Jarandilla de la Serena, España. Un desconocido Haimerich me había enviado cartas desde un país en el que nunca había estado y por el que ningún aprecio tenía. No podía ser de otro modo pues España fue durante décadas el destino preferido de jubilados alemanes, ingleses y rusos. Alejado refugio donde muchos compatriotas decidieron malgastar su jubilación. Lo cual a mí siempre me pareció profundamente egoísta y contrario a los intereses de Alemania. Ésta pagaba, España se quedaba esos ahorros en territorio enemigo sin más mérito que el clima y unas playas echadas a perder en la gran orgía de la construcción. Arena sucia, cerveza de mala calidad, comidas de playa recalentadas, moscas, calor, bares a reventar de extranjeros, apartamentos en altura, destrucción de los ecosistemas, toros desangrándose en la otra arena... Eso era para mí la España que tanto seducía a los liberados del trabajo. Y si la situación me parecía injusta, el destino me resultaba infame. Pero así era el libre tráfico de personas con sus escasos capitales.

Y esto tuvo graves consecuencias en las economías europeas. Transformando el aparente oasis inicial en un estanque de aguas putrefactas que contaminaron la capa freática del continente intoxicándolo: libre circulación de bacterias parásitos y toxinas. No era el momento de hacerse preguntas ni reflexiones profundas, saqué el paquete



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botellas del duty free, oculta mi jeta entre las páginas de cualquier revista estúpida o devorando chocolatinas sentado en un discreto rincón. Me había esforzado mucho para dar este salto. Si no tenía marcha atrás ni futuro en Alemania me iría de allí aunque fuera el sujeto más perseguido por la interpol. Y si ese jodido apartado escondía alguna trampa para impedírmelo, saldría de allí corriendo: fuga superviviente necesaria.


-¡Tiene que marcar el número! –gritó el espía tras su cristal de seguridad y sus gafas de presbicia colgadas en la punta de una gruesa nariz. Supuse que eran las gafas de la mediana edad en su decadencia porque no las necesitaba para la media distancia.

-¡Sí, sí! ¡Lo sé!


Mentía. No tenía puta idea de que hubiera que marcar un número. No sé por que pensé que habría una llave en alguna parte y no un teclado donde introducir un código secreto. Lo cual sólo era una muestra de mi precipitación pues de precisar una llave, ¿me la iba a dar aquel tipo en su descriptible amabilidad? No. Antes llamaría a la policía. Y creía que estaba a punto de hacerlo si no resolvía con rapidez.

Un número, ¿qué número? Esto no era como en las películas donde con mirar la foto que hay al lado mismo del ordenador ya adivinan la contraseña de los archivos secretos del Mossad. Aquí sólo estábamos el espía, quizá del Mossad, los nichos de metal, y yo con mis insignificancias. Resignado metí las manos en los bolsillos y, ¡diantre, el marcapáginas! Recordé que había un extraño número en el anverso. Sacándolo, lo leí y comencé a teclear los números como si lo estuviera haciendo todos los días. Fue entonces cuando reconocí en la cifra la fecha de nuestra boda con el Auf Wiedersehen a continuación. Diese Schlampe!, pensé no sin razón. En realidad, aquel número era un mensaje, de despedida. Un hasta la vista y no me acuerdo todo junto.


-Tú jodiendo hasta después de muerta –murmuré en voz muy baja.


Y voilá. Tras un pitido largo de alivio, se abrió.


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La oficina era un espacio frío con unos treinta metros cuadrados para el público. Miré a mi alrededor mientras el empleado me miraba a mí, observando mis movimientos y estudiando mis dudas. Tal vez pensó por mis zapatillas y escasa ropa que era un atracador. A la derecha de la puerta de entrada di con la pared de los apartados. No podía ser otra cosa, toda cubierta con pequeñas puertas metálicas de arriba abajo. Más bien parecía un pequeño cementerio con diminutos nichos para las cenizas. O gorriones. Antes de que el tipo comenzara un interrogatorio que se presumía severo, respondí:


-Vale, muchas gracias.


Mejor cuanto más escueto. Ya he dicho que debía aparentar seguridad y confianza; y habitualmente no tenía ni lo uno ni lo otro. Otra práctica teatral, por tanto. Con tres zancadas de hombre con mundo estaba frente a las puertas de esos apartados. Efectivamente, ¡999 nada menos! En realidad, mil. Si contamos la número 0, la primera. Que ya se sabe lo que pasa con el olvido de los ceros. Todo el mundo que seguía el calendario gregoriano festejó con histeria colectiva la entrada en el siglo XXI el año equivocado. Y una vez iniciado el efecto contagio, ni las cuentas del más sesudo matemático ni las llamadas a la cordura de grandes pensadores contuvieron a la muchedumbre. Más inclinada a prestar atención a marcas comerciales y al televisor. Así funciona el ser humano: en masa es un perfecto imbécil. Menos ser y menos humano cuantos más seres hay en la muestra.

Como imbécil debí parecerle yo al empleado de la oficina. Sin más clientes que atender no me podía quitar ojo. Seguro que sospechaba. Proseguí con mi actuación.

Localizada la puerta 823, sentí un gran escalofrío, una punzada de nerviosismo me bajó de nuca a pies. Por un lado quería estar equivocado, la sorpresa de encontrarme ahí no se sabe qué me asustaba. Las noticias que caen repentinamente acostumbran a ser malas. Así que quizás mejor volverse de vacío: si no ocurre nada tampoco puede ser malo en este caso.

Por otro, faltaban unas horas para abandonar ese país. Ya tenía el billete, las maletas… Si era otra citación del juzgado salía de allí disparado a por mis cosas y en una hora estaba en el aeropuerto facturando. Dispuesto a pasarme el resto del tiempo escondido en los lavabos, tras las torres de


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hizo ningún gobierno de cualquier color al que sorprendió la crisis: mucha matemática pero le fallaron las cuentas de su pronóstico.

Los mal administrados sureños cedieron puestos en su consumo interno. Para hacer frente a las deudas y a la vez alimentarse, forzosamente se volvieron austeros. La receta favorita de la Dama. Y al igual que yo con los negocios del barrio, países enteros descendieron sus gastos al nivel indispensable. Adiós Mercedes Bemeuves Audis y pocos Volkswagen. No más electrodomésticos Siemens Neff AEG. Nada de herramienta Bosch ni tecnología punta alemana: nuestro mejor visado de exportación.

Dimos la espalda al que era cliente principal, el vecino, y se esfumó la cuota de mercado. En Asia había que pelear por un tornillo en India tirar los precios en los países árabes muchos conflictos en China pocos ricos en USA sobraba producto nacional de calidad, y en África faltaba de todo pero lo que más, dinero.

Para cuando llegué a la oficina postal, sin quererlo tenía un análisis de la situación: el barrio era un reflejo de la sociedad en retirada. Y ésta llevó a los países a la bancarrota. ¿O fueron sólo banqueros codiciosos y políticos ineptos?



-Buenos días.

-Guten Morgen. Qué desea.

-Vaciar mi apartado.



Debía mostrar convencimiento y dominio de la situación, o aquel tipo huraño con mirada de sospecha se daría cuenta de que yo no era el propietario del tesoro. Cualquiera que éste fuera.



-¡Pues usted mismo!



Me cazó con la respuesta, ¿qué quería decir usted mismo? Disimulé. Había aprendido mucho en el arte del disimulo últimamente. Disimulaba con los vecinos aparentando estar ocupado, disimulaba en el supermercado al mirar los números pequeños de los productos, esos en los que te dicen a cuánto sale de verdad el kilo o el litro, disimulaba al pagar, llevaba la cartera llena de papeles inútiles para que se viera que la mía no era una anoréxica habitual.

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falsas ilusiones a la población. Engañada, anestesiada con la falsa creencia de que Europa podía ser una grande y libre.

De esta superchería únicamente los grandes bancos obtuvieron enormes beneficios. El billete único fue su gran invento, pero sólo aportó ganancias al dinero.

La sucesiva y al principio imperceptible escalada de precios en aquellos países donde la moneda había sido más débil, esos sueños otra vez, trajo consigo una inflación silenciosa. La hiperinflación nunca declarada con porcentajes similares a tiempos de posguerra que nunca se quiso combatir: el euro era la estrella del momento. El último artista invitado a ese carnaval llamado la Europa de los no se sabe cuántos y el más intocable en la fiesta de disfraces.

Pero el fantasma del euro subió el precio de los combustibles y las materias primas en una esquina del mundo que se consideraba el centro aunque sin más recursos energéticos que el aire y el sol. Culparon de ello a los chinos: desconocidos lejanos convenientes. Esa subida de precios provocó el encarecimiento de la energía. Y ésta, el precio de todas las cosas. Salvo salarios para contener el repunto inflacionista hay que enfriar la economía que se ha recalentado. Llegó el principio del fin.

Si el idioma condiciona el pensamiento y éste gobierna la conducta en los individuos enteros, nunca pudo Europa estar unida y nunca lo estará. Más de doscientas lenguas distintas han dado fe de ello en el transcurso de la historia. Conquistas y reconquistas, sueños absolutistas, quimeras anexionistas, tratados comerciales e incluso experimentos de buen rollito fracasaron en el imposible intento de querernos como hermanos. Portugueses recelan de españoles, éstos de los franceses los franceses de alemanes nosotros de todos ellos e ingleses de todos nosotros. Nadie puede dar más, o menos. Con este poso de desconfianza no era de extrañar que la insolidaridad se hiciera política y la política carne. ¿Qué puede haber más carnal que dejar morir de hambre a tu vecino?

Así las cosas, Grecia a su moussaka, Italia a su pasta, Portugal a su sopa y España a su tortilla. Nosotros a nuestras salchichas con buena jarra de cerveza, arriba la Alemania unida ¿alguien dudó de la raza? La Dama de Plomo fue más inflexible que nunca y en un desesperado intento por conservar votantes se negó a colaborar en la deuda afirmando que cada cual era responsable de su quiebra. No ganó las elecciones como no lo
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ya está aquí el verano aproveche la ocasión de oro. Era: Se Vende. O su versión menos dramática para miembros de la resistencia: Se Alquila.


La zapatería de Mark, el negocio de compra venta de automóviles usados de Frank, la relojería de Karl, el supermercado de la familia Benthem, el puesto de Weißwursts de Olaf. Excepto el supermercado en alquiler, lo demás en venta. Un martillazo de la deprimente realidad me golpeó la cabeza, apagando en un instante las débiles llamas de emoción por el secreto hallazgo que dejó die Entflohene De todos fui cliente habitual hasta que perdí el empleo y me encontré una guerra. Al final de ese tiempo en la penuria me conformé con espaciadas visitas al supermercado, sólo ofertas. Me volví un devoto seguidor de las marcas blancas el 2 x 1 las muestras gratuitas los envases 30% gratis. La escasez es lo que tiene: agudiza el ingenio quita la vergüenza reprime el orgullo.


Desconozco el orden porque todo va en el paquete de regalo de nuestro amigo invisible llamado paro. La representación viviente de la quiebra total la habíamos visto años atrás por televisión. Los países sureños de Europa se venían abajo en cascada pero nuestra Alemania seguía fuerte, vigorosa y con músculo. Los alemanes no sólo habíamos iniciado las dos peores guerras de la historia, sino que habíamos sobrevivido a ellas. Con trabajo esfuerzo profesionalidad y contención le dimos la vuelta a una situación calamitosa. Y con los ladrillos esparcidos por todo el país junto a desperdicios y cascotes construimos una gran nación. Otra vez. Fuerte, poderosa, amenazadora si llegaba el caso orgullosa siempre.


Consideramos plenamente justificada nuestra opción de no inmiscuirnos en los problemas económicos de otros. Apuros también los había pasado Alemania y nadie nos rescató de ellos. Muy al contrario, la trocearon. Fue el sacrificio de mis abuelos y la voluntad de mis padres lo que devolvió a nuestra nación al podio del mundo. Y nos marcó a los hijos el único camino a seguir: lucha sacrificio esfuerzo honestidad rectitud austeridad. Con ellos nos convertimos en el motor económico de Europa y podíamos haber sido el faro del resto. Supimos digerir el bocado crudo de la reunificación sin atragantarnos en el intento. Convertimos los problemas en oportunidad, la oportunidad en progreso, el progreso en éxito.


El éxito ciega, se puede morir de éxito. Así ocurrió.

El entusiasmo desaforado de una Europa unida trajo consigo el veneno de la moneda única, la corrupción del libre tráfico de capitales, el engañabobos de la libre circulación de personas. Señuelos para seducir con
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8ª PAG. DEL NUEVO PROYECTO LITERARIO







rueda de prensa el jefe de policía, aseguraba que las entregas se hacían en un apartado de correos, el 976 de la oficina postal en la Frankfurter Allee. A día de hoy desconocemos quién era el receptor, pero sí sabemos que en el mencionado apartado la policía decomisó dos millones de marcos. Esta cantidad fue…






-¡Ya lo tengo! –me dije-. Ocho de la mañana, veintitrés de agosto, ¡no puede ser una coincidencia! La A es un apartado de correos, ¡el 823!






De un salto me incorporé para vestirme con urgencia. Tenía seis horas antes de tomar el avión, tiempo más que suficiente para ir a la oficina de correos y averiguar si estaba en lo cierto. Me calcé mis zapatillas de deporte prisas y huidas, y después de un lavado de gato dos sorbos de leche tres galletas de fibra y noventa y siete escaleras ya estaba en la calle. Joder, sí que hacía frío para un mes de agosto. Pero mejor: podía hacer las cuatro manzanas que separaban el portal de la oficina más próxima a la carrera y sin sudar una gota.


Con una mezcla de intriga y entusiasmo comencé a correr. Debía exprimir ese subidón cercano a la felicidad tan esquivo. En los últimos tiempos, desaparecido diría. Todo habían sido dramas disgustos facturas amenazas y malas noticias. Cómo vivir así sin sustraerse al deseo de tirarse por la ventana. Quizás porque ya lo hizo el vecino del tercero y sobrevivió. Dejó en el intento un coche con el techo hundido, y él para siempre hundido en una silla de ruedas con lesiones cerebrales irreversibles. Su intento de huída de una realidad en ocasiones dura se transformó en una estancia cruel con carácter permanente. Era pura baba e idiotez, el pobre desgraciado.


Ese ejemplo cercano acobarda a cualquiera. Si había que seguir con esta vida de mierda mejor hacerlo entero y en plenitud de facultades para luchar de tú a tú con el maltrato diario. A puñetazos con la vida: más recibiendo que dando pues aquí iguales todos no somos ni lo fuimos nunca. El caso de mi vecino no era sino otro más en la lista de parados de larga duración que antes de verse humillados en la calle sin nada con qué taparse preferían tirarse a ella. ¿No era una puta la calle? Pues por eso.

En mi carrera de mediana intensidad con emociones olvidadas pude observar al pasar y a mi pesar la exposición de carteles en las lunas de los escaparates con la frase más repetida del momento. No, no eran las rebajas


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7ª PAG. DEL NUEVO PROYECTO LITERARIO







Y un amplio listado de abogados y jueces con inclinaciones feministas a los que recurrir en caso de duda menor. Aquel libro, sin duda era un manual del combatiente, un tratado de guerrilla, un conjunto endiablado de instrucciones para el terrorismo doméstico; pero ahí estaba como un insulto. Debió permanecer oculto en el salón de lo que fue mi casa ni sé el tiempo. Otra mina antipersonal que me estalló en la cara.


No sabiendo qué hacer con tanta soflama, creí oportuno que su destino momentáneo era al lado de mi colchón, para mirarnos cara a cara y defenderme. Apilados en el suelo, dominando aquel cúmulo de desaires amenazas y vendettas, colocaría mi radio despertador.


Fue en la preparación de mi torre práctica cuando por azar cayó de algún libro un marcador de lectura. Lo recogí y me intrigó que escrito a mano había un número: 823, junto a la letra A. Por el otro lado: 15051984 Auf Wiedersehen.

Poco aficionado a la numerología que para cada cosa o su contraria hay una cifra, pasé la tarde dándole vueltas al asunto. 8 más 2 más 3 igual a 13. Ni era trece ni martes ni recordaba nada particular que hubiera ocurrido en esa supuesta fecha. 1 más 3 igual a 4. Lo mismo. 4 número par 823 impar. ¿Y? No había ochocientos números de portal en la calle, ni en ninguna que yo recordara. Podían ser kilómetros, pero en qué dirección. Desenrollé mi mapa de auxilios y a esa distancia exacta de Berlín encontré Corseaux, en Suiza. Pero salvo el chocolate y un amor de juventud, poco más podía yo decir de aquel país. Tampoco había una emisora en el 82.3, ni nada me sugería el año 82 un mes de marzo. Ninguna conclusión sensata extraje de esa cifra, y luego estaba la inicial: A. ¿Un nombre masculino? ¿El 823 la terminación de su teléfono? Débil regla nemotécnica. Rendido de tanto pensar inútilmente, y nervioso porque al día siguiente era mi partida, me quedé dormido.






-Ocho de la mañana, doce grados en este frío veintitrés de agosto. Buenos días desde la KLMW, tu emisora favorita. Noticias. Dimite el primer ministro. En una breve nota de prensa, el gobierno ha comunicado a esta emisora que Heinrich von Kautsky renuncia al cargo con el fin de no perjudicar a su partido y para tener completa libertad en su defensa. Como recordarán, una llamada anónima a la policía denunció que el primer ministro estaba recibiendo sobornos de la compañía aérea AireBus para favorecer un contrato con la Unión Europea frente a su competidora asiática Diranihan Lines. El misterioso comunicante, según declaró en






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