sábado, 9 de septiembre de 2017

THE TRAP



THE TRAP


Venir verlo quisiera,

estimado hermano bribón,

y en guardia posicionarme ante las hostias que por izquierda y derecha nos caen como si fuéramos culpables.


Y desde una azotea

al débil resplandor de las chinchetas que tiemblan como trémulas estrellas

vigilar por el día el ancho campo que del enemigo nos protege.

Al caer el escalofrío de la noche, encender el sol como si fuera una antorcha hasta prender el cielo todo.

Ser el pirómano del firmamento.


Invertir el tiempo cósmico y sus leyes de justicia para tener una posibilidad en este páramo con falsas oportunidades y promesas trampa.

Hacerle un truco al destino hasta que sepa que yo también estoy aquí.

A veces muerto de sueño,

otras de aburrimiento rabia asco o ganas de venganza.

Pero siempre muerto.


Con los huesos que la picadora del olvido no me rompa,

pienso formar un ejército de fantasmas.

De exánimes con ambición y sin aspiraciones. Condenados a su suerte

qué poco importa luchar si no es por una guerra legendaria

donde enterremos a todos los que sin ser

están.


Mis siempremuertos harán justicia

y con todos los demonios arderán los cuerpos que nos roban el aire el espacio el tiempo la ilusión.

La corta vida que nos queda. Hermano bribón.


Cuando la ofensiva arrase y no queden manos que se alcen, volveremos al refugio gris del que partimos.

Sempiterno tormento de inquietudes sin sentencia.

Laberinto infinito de preguntas sin solución.

Agujero de los mayores deseos y cueva de los peores monstruos

donde cocimos esta marmita para envenenar a nuestros siete niños:


Afán

Confianza

Deseo

Esperanza

Felicidad

Optimismo

Pasión.


No habrá legado que nos recuerde.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE 










jueves, 7 de septiembre de 2017

CARROS


CARROS 





“Déjame” -dijo él mientras ella le vomitaba desde la acera un “No quiero verte” con tanta repugnancia que hasta los pájaros huyeron de la zona de protección.



Cerró la puerta del taxi con la rabia suficiente como para que el chófer le torciera la mirada.



- Lléveme donde le plazca - bufó Roger al taxista con un suspiro de renuncia.



El conductor deslizó la palanca del cambio automático hacia la posición Reverse y el coche emprendió la marcha. Atrás.



- ¿Pero qué hace? - preguntó asustado el pasajero.

- Necesita volver a algún punto de partida. Ya me dirá cuándo paro.



Roger comprendió la propuesta: era la mejor que había oído en años. Necesitaba resetear toda su existencia para darse una sexta oportunidad. Ya había desperdiciado cinco con sus falsas expectativas.



El Toyota Camry color rojo tomate maduro comenzó a recorrer la décima avenida. Para sorpresa de Roger, nadie prestó atención al hecho de que fuesen marcha atrás. Bien podía ser porque esto ya no era una novedad, se contaban por cientos los que arrepentidos demandaban el camino; bien porque estaban demasiado absortos en sus propios demonios interiores. No queda energía para tantas batallas paralelas.



El coche se cruzó con un carrito de helados en el que su propietario acumulaba libros de Stendhal y Proust. De éste último utilizaba para mejorar sus ventas con los adultos la siguiente frase: “¿Dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas? “

Y vendía helados de chocolate de tres en tres como si no hubiera un mañana.



Roger descartó esa parada como posible: demasiado densa para su frágil momento existencial.



Dos manzanas más atrás, o adelante en este proceso inverso del tiempo perdido, un carro de heno cruzó la ancha calle y colapsó el tráfico.

El taxista advirtió:



- Este no se lo recomiendo. Con frecuencia veo pasar carros de heno que vuelven como carros de combate y terminan siendo carros de fuego.

- Tiene razón. Mala opción. Acelere y sáqueme esta amenaza bélica de la vista. Estoy cansado de combatir por causas inútiles.

- Con el tiempo todas lo son. No desespere.



Pintores callejeros hacían grafitis en los escaparates de joyería tachándoles de ostentación obscena contra la clase media.

La policía se desentendía del conflicto a instancias del alcalde, cuyos orígenes latinos le concedían un plus de comprensión hacia esa realidad inocultable.



Un cantautor de metro desentrañaba piruetas con su guitarra clásica española para captar la atención de viandantes. Abandonó los pasillos subterráneos por estrés pretraumático: vaticinaba un gran accidente de tren en corto plazo y esto no le dejaba vivir.



La fila tras las ruedas de un carro de café helado rodeaba la siguiente manzana. Clientes todos a los que la reciente subida de impuestos abrasó en el crematorio del gobierno para villanos y plebe. Necesitaban apagar de algún modo las llamas de la ira.



Poco después, o adelante, un carro rebosante de mentiras aguardaba el cambio del semáforo. Pensaba cruzar con la luz roja y atropellar a todos los crédulos gritando: “Esto os pasa por confiados. Despertad. ¡Despertad!”



- ¿Quiere verlo? Preguntó el chófer a Roger.

- No, gracias. De estos ya me han atropellado unos cuántos. Prodiga.

- Querrá decir prosiga.

- Perdón, prosiga. Prosiga.



Al llegar a la catedral de San Juan el motor se detuvo sin motivo aparente.



- Vaya. Es usted ateo, ¿verdad?

- Cómo lo sabe - preguntó Roger con extrañeza.

- Ya me ha pasado otras veces. Cuando traslado a algún ateo indomable el coche se para frente a esta fachada.

- Intrigante. ¿Y qué hace?

- Entro a la catedral y me acerco al carro de las velas. Una vez ahí, enciendo un par, dejo veinte dólares en el cepillo y se solucionó la avería. Qué le parece.

- Que ya le doy yo cuarenta pavos pues mi ateísmo tiene una poderosa fe que lo sustenta. Va a necesitar muchas más velas para compensar este pecado.



Deshecho por el método habitual el entuerto de la avería fantasma, el Toyota Camry alcanzó la zona del distrito financiero.

Un carro de carbón empujado por un homeless con años de oficio les embiste por detrás. O por delante.



- Vaya. Otro expulsado del sistema tras la última reconversión.

- ¿Adónde va con ese carro? ¿Lo sabe?

- Sí, claro. Suelen colocarse frente a las puertas de algún gran banco y les tiran esas piedras negras.

- Ah. Interesante.

- No. Pero sí justo.



Pocos metros más adelante un carro de supermercado les adelantaba por la derecha rebosante de lejía y bebidas azucaradas.



- Sorprendente combinación - exclamó el pasajero.

- No se crea. A estos los llaman cócteles Sucarov. Son más letales porque llegan a más gente y matan lento. ¿Quiere probar uno? Le noto con ganas de darlo todo.

- Mejor en otra ocasión. Prodiga.

- Prosigo.

- Eso.



El carro de un lavavajillas cruzó la calle sin mirar a derecha e izquierda como aconsejan las madres a sus niños. La conclusión es que un autobús en edad escolar lo arrolló sin contemplaciones.

Vasos platos copas fuentes se hicieron añicos frente a los ojos atónitos de Roger.



- Es su oportunidad para descalzarse y dejarse la piel. Sería un mártir ante los ojos inexpertos.

- O un faquir aficionado. Mejor para otra ocasión. Hoy no tengo el cuerpo para más sangre.

- Sabia respuesta. Hay desollamientos que no valen la pena. Menos aún si la piel es propia.



Al llegar al City College un carro de linotipia con sus matrices todavía humeantes se detuvo junto al espejo retrovisor. El operador miró a Roger y en esperanto preguntó si tenía intenciones de cursar alguna carrera. La oferta era amplia y las tasas suficientemente elevadas como para resultar eficazmente disuasorias. Roger añadió que necesitaba algo más de tiempo para definirse. No veía claro cómo insertar en esos precios tan elevados el discurso de igualdad de oportunidades.



El taxista sacudió la cabeza con desaprobación, pero no pronunció palabra. Él tampoco supo a tiempo qué quería ser de mayor. Por ello lleva un book secreto en la guantera con todos sus proyectos sin desarrollar.



Algo incómodo consigo mismo dio un corto acelerón sin pensar. Por los aires lanzó un carro de bebé que cruzaba solitario la avenida. De su interior, volando entre toquillas y minisábanas de encaje, un teléfono rojo de sobremesa años cincuenta salía despedido hasta estrellarse contra la dura acera. Por ella corría la madre desesperada al rescate de los trozos y dejándose los tacones en la acera.

A falta de hijos de carne había adoptado un teléfono porque pensó que éste nunca le negaría la palabra como hacen los adolescentes intratables.

El teléfono, abandonado en el rastro desde los dos años de edad, dio timbrazos de alegría cuando oyó que esa mujer le dijo a su dueño Sí Quiero.



- Parece que me trae usted mala suerte - protestó el chófer al pasajero. Vaya pensando un destino no puedo seguir así media vida. Bastante tengo con no perder el mío.

- ¡Allí! ¡Allí! - gritó excitado Roger.

- ¿Dónde? Hay tantos allís como aquís. Defina.

- ¡Aquel carro con ruedas y perros tirando!

- ¿El musher de color blanco?

- Ese, ¡ese! ¡Lléveme con él!



Sin terminar la frase el taxista hizo dos requiebros de volante y se dirigió marcha atrás hacia el objetivo. O marcha adelante.

Sobre el musher una pequeña mujer forrada de pieles aguardaba con las correas tensas de sus perros en una mano.



- ¿Está seguro? Es una Inuit en su ruta hacia Alaska. Esta avenida es una antigua cañada real, y en ocasiones bajan al sur a pastar a sus renos.

- No me importa. Quiero marcharme bien lejos.



Excitados ambos por encontrar al fin un objetivo digno de ser perseguido, aparcó el taxista su coche apenas unos metros adelantado al carro.

La mujer hizo una señal de negación con la mano izquierda que ninguno supo descifrar. Roger pensó que era un inocente saludo al que correspondió amablemente. George, el chófer del tomate rojo maduro, interpretó el gesto como una ofensa de conductor urbano y también respondió adecuadamente:

mostrando groseramente su dedo corazón.



Pero las indicaciones de la Inuit eran otra cosa.



Un aviso de peligro porque dos segundos después un tranvía arrollaba al taxi despedazando coche y ocupantes.

El azar, en su infinita y oportuna sabiduría, puso fin a tanta incertidumbre. Y la ciudad siguió su pulso con el desinterés habitual.



Al día siguiente, en un periódico local, a pie de página izquierda central apenas una reseña en la crónica de sucesos:



Otro conductor ebrio desobedece las señales de advertencia y muere junto a su pasajero en un paso a nivel para carros.










© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

DE TODAS SUS MEDIDAS


DE TODAS SUS MEDIDAS 






Amante oficial de letras y ciencias por igual

(y de los amigos que no se atrevió a tocar y desconocidos que ni osó mirar),

sin edicto previo ni carta de recomendación

se dejó una mañana crecer el pelo gris como sus días y largo como los años vacíos.



Antes ya había abandonado obligaciones sociales y a gritos despachado tanto a jefes como mediocres cargos intermedios.

Sentía que su talento estaba siempre al margen de consideraciones especiales o demandas inteligentes.

Optó por negar el conocimiento a todos esos lerdos que de soslayo la miraban. Para pedirle consejos a cambio de nada.



Agotada con esa colección de fracasos personales y miserias ajenas, apagó el mundo plano 2D con su control remoto y se tiró a la calle sin pensar qué tractor cruzaría en ese momento por la avenida Roma.



Hubo suerte,

al volante una cabra que había renunciado echarse al monte pues hacía años que el cuerpo le pedía playa.

Entendió gracias a una revista del corazón hipertrofiado que pulgas y garrapatas no apreciaban el agua salada.



Sin pensarlo subió a su cabina de un salto.



- Hola. Pasas en mi momento apropiado. ¿Acaso posees el don de la oportunidad?

- Hola. Lo sé. Sí. Yo soy Cabra. ¿Y tú?

- Yo no, pero lo intento. Gracias por preguntar. ¿Vas a alguna parte?

- Quisiera. Pero si no llego tampoco me va a importar. Es mejor morir en el empeño que seguir rumiando.

- ¿La hierba?

- No, los sueños.

- Razón tienes, Cabra. Acelera. Quisiera conocer ese mundo que debe estar en alguna parte.

- Vas sin equipaje.

- No quiero lastres. Lo que pretendo exige compromiso total y fe ciega.

- ¿En el más allá?

- No. En mí misma. Demasiados moscardones alrededor sorbiéndome la energía.

- Creí que las pulgas sólo eran cosa nuestra.

- Hay parásitos en todas partes. Pero no hablemos más y acelera. Tengo una urgencia.

- ¿Necesitas un retrete?

- No de ese tipo. Lo que tenía que evacuar ya lo hice en medio de la plaza. A la vista de todos, no quería dejar nadie afuera y ser acusada de clasista. Mi urgencia es más vital.

- Te entiendo. ¿Te gusta conducir?

- Sólo si es un beemeuve,pero perdí el carnet por exceso de puntos. Era demasiado buena para la policía de carreteras. Les estaba dejando sin trabajo.

- Perfecto. Nos turnaremos sin parar. Cuidado no te tragues la lengua en la próxima curva.

- Me he vuelto una deslenguada. No tengas miedo con eso.



Aquel pueblo olvidado de pendejos y calamidades estuvo haciendo batidas de búsqueda durante dos meses. Cuando se inició el curso escolar contrataron a una monja como profesora suplente y cada cual volvió a sus aburridas tareas diarias. La médium que decía saber dónde estaba el pozo de los deseos donde la desaparecida se había sumergido fue despedida sin sueldo. La policía municipal siguió persiguiendo coches mal aparcados y el alcalde volvió a decorar su despacho para impulsar la economía local.

El médico rural compró un nuevo burro para sus desplazamientos urgentes, el panadero otro molino de río para aguas más tranquilas, el veterinario se aplicó una vacuna experimental y le crecieron cuernos pero nadie notó la diferencia, su mujer le abandonó definitivamente ahora que sus aventuras se habían hecho vox populi, el amante de la mujer abandonó a ésta por falta de motivación, el cura excomulgó a los tres como forma de recuperar su autoridad, el carbonero bajó de la montaña con una oferta que pocos pudieron rechazar: a partir de ese día sólo haría carbón dulce para adultos con problemas de entusiasmo, el parque de bomberos se reconvirtió en un parque infantil por falta de incendios, los chinos del supermercado renunciaron a los precios bajos e introdujeron producto local, la pescadera abrió una perfumería junto a una pediatra sin título y ambas lograron desprenderse del mal olor, la poetisa autonombrada psicoterapeuta precisó asistencia psiquiátrica para corregir su adicción al intrusismo profesional, el músico callejero cambió ésta por el coro de la iglesia y las propinas mejoraron gracias a su habilidad para generar compromiso social, el periódico regional concentró su interés en las buenas noticias y las malas desaparecieron, el turismo regresó para limpiarlo todo y el ministro de medio ambiente y energía limpia concedió la medalla de buenas prácticas al municipio y sus animales.



Millones de curvas, miles de kilómetros, cientos de noches al raso, docenas de pinchazos, varios amantes de carretera, pocos momentos aburridos y sólo un par de excesos de velocidad más tarde, la cabra y la fugada disfrutaban con entusiasmo de su primera aurora boreal. Habían llegado a Cabo Norte por equivocación: creyó la cabra leer Cabro Norte y la ilusión de un nuevo amor ciego le condujo hasta ahí.



No se arrepienten, ciegas de entusiasmo y repletas de felicidad cruzan las patas y piden dos deseos: uno por cabeza que es el mismo sin que ellas lo sepan.





No volver. No volver. No volver. No volver no volver no volver no volver no vol… no… n...












© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

ALGUNOS CAMBIOS NECESARIOS


ALGUNOS CAMBIOS NECESARIOS 





De tanto que revisé los cajones con los buenos propósitos

y rebusqué entre los baúles de los dulces recuerdos,

se han extraviado los más necesarios.

Aquellos que en realidad no eran míos que eran recuerdos robados.



Por ser de otras vidas eran mejor que los propios, límpidos fantásticos de cuanto pesar soportaron;

quedeme con el lado amable de biografías adversas:

no estaba yo para más contratiempos incómodos.



Superado el disgusto de ver que aquellas novelas

no más podían ser leídas como mías auténticas,

he optado por imaginar nuevos capítulos,

a fin de terminar una historia que en los ambientes propicios

pueda narrarse gloriosa, envidiable.

Permítaseme la contradicción: inenarrable.

Quién sabe si épica.



Inventaré si fuera necesario alguna gesta o episodio lejano; conviene marcar distancia para que no pueda ser comprobado.



Diré que hice grandes cosas y conocí personas y visité lugares y descubrí naturales tesoros en inexplorados parajes.

Afirmaré que inventé artilugios que diseñé tinglados que postulé hipótesis a su tiempo adelantadas que investigué sobre asuntos poco conocidos y rocé el éxito en la mayoría de ellos.



Que destaqué igual en la cátedra que en el deporte. Que corrí riesgos innecesarios y superé marcas por siglos imbatidas.

Que no hubo sombra que se me acercara ni episodio en el que no destacara.



Que fui un surrealista de las ideas un impresionista de los hechos un cubista de las reformas.

Que el psicoanálisis no hubiera sido posible sin mi ensayo sobre la sinrazón. Que hice el primer autotransplante de corazón partío.

La única ligadura de trompas de Eustaquio hasta la fecha y el mejor descalcificador de huesos para adolescentes tardías.



Afirmaré y nadie lo podrá negar que viajé en una sola noche de Venus a Plutón impulsado con las alas extraviadas de Ícaro.

Que en la fosa de Las Marianas abrí una escuela para peces fantasma y se me llenó de medusas autista. Que rescaté a un lobo marino poco antes de meterse en el cuento del lobo feroz. Y no hubo un solo niño que no me lo agradeció.



Que sané con psicotrópicos made in home dolencias de amor en gueisas y meretrices. Que rehíce vidas desdichadas con mi especial licor de azúcar maternal. Que dibujé rostros felices en espejos para aquejados de depresión permanente y los vendí por millones.



Que calculé con la simple ayuda de un lápiz de carpintero la fórmula magistral para remediar la falta generalizada de autoestima en pintores y poetas. Que con las cuerdas rotas de una guitarra vieja compuse la mejor canción que sobre los miserables se haya escrito. Que los artistas dejaron de ser perseguidos por originales y fueron escuchados desde iglesias hasta universidades.



Que los sintecho del mundo los sinagua de la tierra y los sindinero de las calles pactaron gracias a mí una nueva declaración de los Pobres Unidos por la que eran condenados al olvido millonarios y defensores de bolsa y mercados.

Que pusieron a gobernar a los siete enanitos y desapareció la miseria.



Que ayudar a los demás nunca más fue una limosna y se convirtió en un derecho que todos quisieron detentar y practicar. Que el amor dejó de ser algo extraordinario y se hizo moneda corriente con curso legal y libre estampación. Que la paz perdió su sentido en el diccionario por carecer de su antagonista la guerra.

Todo gracias a mi inspiración y en esto ya no existe más discusión.





Diré diré diré y cuanto sea necesario mentiré.

Todo sea y será por un presente honroso como pocos y un futuro esperanzador como ninguno.



Diré lo que quiera y tú me creerás porque,

sí lo sabes ya lo creo que lo sabes,

también necesitas que lo anterior sea cierto.







© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

BACK TO THE SCHOOL

BACK TO THE SCHOOL 






Admito que por falta de asesoramiento me hice asesor agresivo fiscal.

Vi en el título una oportunidad de investigar las vidas de los otros y cobrar por el descaro.



Luego de muchos embargos varios desahucios y algún suicidio no consultado,

opté por salir por la puerta de atrás:

se clavaban en mí como alfileres ardiendo los ojos de los condenados.

No me quedaba ya sangre para tanto arruinado y precisé una transfusión de ideas y valores.

Éstos, porque creí haberme vuelto inesperadamente un cobarde.



Medité con la ayuda de un jedi albino acerca del próximo paso. Sus consejos eran ambiguos y los razonamientos inconclusos, lo despedí por falta de concentración y ausencia de profundidad.



Precisamente por ésto, por la anhelada profundidad, busqué ayuda salada en los discursos fosforescentes de un místico marino.

No funcionó:

ardió como el fósforo a la primera pregunta difícil.



Desencantado y perdido, volví a la superficie. Había oído que en una remota isla del sur un grupo de alcatraces daba clases de terapia cognitiva por imitación.

El truco estaba en una solución salina de dudosa procedencia.

Marché de allí volando:

al menos esto sí lo aprendí.



Allende las montañas más escarpadas de las más remotas tierras de los parajes más desolados, se comentaba en íntimos círculos concéntricos que un príncipe topillo conseguía engordar la autoestima a anoréxicos purgativos grado IV como yo.

Arrastrándome sin fuerzas por el lodo y desollándome los antebrazos contra los cantos vivos de roca basáltica,

llegué dos meses más tarde estando ya al borde mismo de la muerte por catastrofismo sufista voluntario.



La corrosiva prensa local dijo que sólo era un surfista en busca de emociones débiles; mal informado por estas lenguas de sátrapas el topillo me repudió antes de conocerme.

En verdad no le culpo: basta con verme para saber que lo recomendable es evitarme.



Veintiséis millones de latidos después, tomaba clases de relajación físico-temporal con un revolucionario sistema inventado por un funcionario de aduanas.

Decía que lo había aprendido cacheando a desgraciados sin papeles. Uno de ellos, tras sufrir dos infartos vestido en calzoncillos con una porra de cuero bajo la lengua, fue su inspiración.



El muchacho falleció por sobredosis de hemoglobina pero no antes de que él captara la idea y así evitó pagarle royalties por coautoría involuntaria.



Tras éstos y otras docenas de intentos frustrados por ser otra persona,

no mejor pues eso es irrelevante sino distinta que sí es lo importante,

he vuelto al parvulario para reaprender un nuevo código de comunicación y conducta.

Iba por mal camino con ese lenguaje y lo más probable es que acabara con mis aspiraciones en una vía agónica. No diré muerta puesto que los muertos desaparecen y la vía aún seguía allí tan muda como en su última década.



He adquirido la colección completa de cuadernillos de Rubio. Formalmente revisada para desorientados volátiles como yo. Y tú.

Vuelvo a unir las letras cual si fuera una cadena con sentido de la melodía; a formar palabras con vocación de contexto; a elaborar frases para lanzarlas al viento; a construir párrafos modelo arquitecto en su peor delirio.

No quiero imaginar qué surgirá cuando aparezcan los números con sus signos exclamativos. Dice el profesor que algunos son explosivos.



No te vi ayer en clase.

Qué pasa que haces novillos tan pronto.

¿Te da miedo regresar al colegio? ¿O perdiste la necesidad de aprender algo nuevo?











© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

LOW TIDE

LOW TIDE 






Podíamos oír cómo crujían las rocas del suelo de la isla al chocar con otras rocas del fondo del océano.



Cansados de luchar contra tifones y mareas,

soltamos las amarras de aquellos treinta kilómetros cuadrados de soledad y angustia sobre fina arena negra, siguiendo las pisadas de langostas por la playa, bajo la sombra azul de las palmeras, persiguiendo rodantes cocos ladera arriba, pescando corazones de náufragos entre la espuma de la marea alta, diciendo adiós a todo y hola a nada.



Siete jornadas más tarde, un grupo de ballenas jorobadas daban saltos de alegría a nuestro paso. Dada la condición de isleños a la deriva, esta vulnerabilidad era evidente y poco podíamos hacer para evitarlo.

No suponíamos una amenaza salvo para nosotros mismos.

Tan solo, estábamos derivados. Y aún quedarían muchas millas antes de sabernos integrados.



Poco más tarde, habíamos matado tanto el tiempo que la isla estaba sembrada de cadáveres.

La situación se hizo insostenible y el hambre insoportable: comenzamos a alimentarnos de esa carroña temporal como si fuera infinita.



Al mes, ya no teníamos un minuto que llevarnos a la boca. Y las ballenas seguían escupiéndonos agua salada como duchas frías de una mañana de resaca.



Fue la otra resaca, la marina, la que nos arrastró hasta la proa aplastada de un petrolero enjaulado en su máquina del tiempo oceánico.

Y en el reloj de agua las gotas caían perezosas y lánguidas una tras otra.



- ¡Aún les queda una eternidad para llegar al continente! - dijo el capitán desde su castillo de mando con un caracol como megáfono.

- ¡Lo sabemos! - respondió el más dicharachero de nosotros con su natural altanería -. Tampoco hay prisa. Lo importante es el viaje, ya sabe. Llegar es anecdótico. - Remachó con una de sus habituales greguerías.

- Como quieran. Pero sepan que hacía el este es la ruta más corta. Les interesa ir hacia el sur, entonces. Hay el doble de millas náuticas hasta ver una playa. Aunque no será como la suya.

- Gracias, amable grumete. Lo tendremos en cuenta.



Al capitán del petrolero no le gustó la degradación de su cargo. Con dos timonazos bruscos formó un oleaje que sacudió la isla hasta casi el punto del naufragio.

No estuvo mal, gracias a ello conocimos el significado de una perturbación inesperada en la lámina de agua.

Y nos quedamos a gusto.



Seis mil millas marinas más tarde, arribábamos a un desconocido campo blanco con osos de peluche persiguiendo sueños infantiles en un silencio inmaculado. El cielo era perfecto y cada pocos metros había puestos de algodón de azúcar, blanca.



Habíamos encontrado el lugar donde todo es posible y esto nos hizo tan felices que por primera vez en meses dejamos de jorobar a nuestras vecinas jorobadas.



Pero había un requisito que no todos pudieron superar:

desprenderse de la piel de adultos rancios para renacer en el cuerpo de un niño ilusionado.



Hoy sólo quedamos cuatro supervivientes que siguen creyendo que todo es posible.

Y tan contentos.










© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

HÍGADOS






HÍGADOS






Veinticinco años de no conocer otra cosa que el estudio

abandonaste los libros para escapar de la pesadilla de los exámenes.



Otros veinticinco más de trabajos forzados sin descanso

has aprendido que la verdadera pesadilla es el trabajo.



Hoy buscas a la quebrada edad de tanto y tantos

un remedio anteromortem a ese inmenso vacío que te ha dejado no ser otra cosa que repetición año tras año.

Como si alguna minucia de lo que en ese tiempo hiciste

reseña mereciese en algún canto de periódico.



Bien rehogados con el aliño agrio de la decepción,

los hígados te fríes hoy en una sartén.

Te iban a reventar de tanta bilis concentrada.



Pero no desesperes, cariño tuyo,

pues aún te quedan muchas vísceras por extraerte.

Por un tiempo, hambre no pasarás.












© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

GANSTA SOUL



GANSTA SOUL






Aquella negra caderuga se comía el micrófono con su boca de cielo y al público con su culo de infierno cada noche en el Oliver’s.



El garito más chic para la gente más cool de todos los snobs que vivían como podían y aparentaban como ricos en el barrio más Up del Uptown más exquisito de todas las ciudades exclusivas del país.

Por el día.



Porque al prenderse las luces por los barrios

el animalario mutaba y los santos que a la mañana compraban pan de alpiste,

a la noche vendían polvo blanco y carne de fulana blanca encomendados a la virgen blanca con la pólvora más negra en el cepillo;

por si hubiera que redimir corazones resentidos o almas lastradas de remordimiento con necesidad de contarlo todo al primero que preguntara.

Policía con ganas de hacer carrera rápida,

o periodista por lo mismo, mayormente.



Pero la negra de boca de miedo cantaba siempre ajena a esta forma de resistir en el mundo y el público inmerso en su batalla diaria lo agradecía:

en la tregua del Oliver’s les daba tiempo a quitarse la sangre de las manos con las blancas servilletas de la cena.



Así había sido durante los últimos seis años,

y la banda de músicos de noche ladrones de día que le acompañaba mejoraba en cada show.

El último, a pleno sol, fue todo un éxito de crítica y público.



La prensa especializada en chismes y diretes elevó su actuación a la categoría de gesta.

El público, al conocer la noticia se entusiasmó y rebosantes de esperanza acudieron esa noche al Oliver’s para disfrutar en directo y persona de sus vengadores.



Cuando la negra de boca espectáculo terminó su canción y quiso presentar a la banda, los espectadores en masa saltaron al escenario como pulgas.

Querían conocer personalmente a sus héroes, darse un apretón de manos un abrazo un restregón incluso.



Para inmediatamente después reclamar su parte del botín del show de la mañana:

el mediático golpe maestro al Banco Del Tesoro.

La banda no dejó un solo lingote ni siquiera la tinta de los bolígrafos o la ceniza de los puros del presidente en la papelera.

Como despedida, clavaron con tres chinchetas de plomo un mensaje en la puerta del edificio:



“Esta noche doble sesión en Oliver’s. Repartiremos bocaditos de pan de oro entre los asistentes y las calles volverán a ser nuestras.”










© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

CANCIONES DE CUNA



CANCIONES DE CUNA






Corría el año oscuro de mil y cientos de fantasmas en aquella aldea sin nombre ni futuro.

Sembrada de lápidas sin rostro y paganos agujeros en la tierra con anónimos cuerpos enroscados.



Por el día las calles olían a estiércol de caballo, cerdo o vaca según la cuadra más cercana.

Para los pobres ovejas y cabras.

Los últimos miserables que no alcanzaban para una gallina o un conejo disimulaban el hambre con asados de ratas y alimañas.



Los niños jugaban a la guerra con espadas de madera; las madres parían nuevas criaturas para llenar el vacío de los hijos muertos; los padres jugaban a perder la vida con espadas de acero en lejanas o cercanas tierras de reyes codiciosos.



Por la noche, entre sobrecogedores aullidos de lobos e infinitos miedos, los chirridos metálicos de jaulas colgando de los árboles oscilaban con el viento;

susurrando la más siniestra de todas las nanas que jamás haya mecido cuna alguna.



Eran tiempos de dominio y sumisión, de abusos, traiciones, delaciones y venganzas.

Y cuando no amenazaba el noble con un destierro o usurpación de bienes y esposas,

aterraba la iglesia con excomuniones o juicios de pena capital.

Inquisitorios los unos y los otros, culpando de todas sus desdichas al infeliz villano,

mandábanlo matar por carecer de apellido y riquezas que le compraran un asomo de justicia.

Alguien innoble debía pagar por todos los pecados. Mejor aún cuando eran los ajenos.



Con cada nueva sentencia un nuevo encargo al herrero más cercano:

otra jaula donde encerrar y colgar hasta morir de sed calor o frío al condenado.

A medida como un traje de etiqueta y con firma del artista del fuego y yunque.

Los más sádicos, introducían variantes ad hoc para que el usuario soportara el mayor de los tormentos.



Los chirridos metálicos de jaulas que colgando de los árboles oscilaban con el viento,

llenaban las noches de un espanto que se metía por las puertas y ventanas de las casas.



Esta era la canción de cuna de todos esos niños que nacieron miserables

vivieron apestados

se criaron como perros asustados.



Por el día, esos niños descubrían que la nana era cantada por los muertos que en sus jaulas de hierro aguardaban la muerte

y que otros pasado ya este trámite

se pudrían picoteados por ojos de rencor y por los cuervos,

cubiertos de moscas e insultos, devorados por el odio y los gusanos.



Era el año oscuro de mil y cientos de fantasmas en aquella aldea sin nombre ni futuro.

Con mil razones para huir

un negro pasado para escapar

un presente bajo el yugo del miedo al fuego eterno.













© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

ASALTO



ASALTO





Asaltamos aquella mansión de asquerosos ricos porque se nos cruzó por la sesera que ese podría ser un buen atajo para brincar al otro lado:

el fino lugar de privilegios y placeres donde la vida parece más fácil y la hierba siempre está más verde.



Teníamos a los residentes maniatados lloriqueando en el suelo como nenazas, al perro muerto de una puñalada en el jardín, a la asistenta con convulsiones de pánico, a los peces con estertores fuera del agua, a los cactus deshidratándose por el estrés y a la caja fuerte reventada en mitad de la pared.

Así que el atraco iba bien.



Hasta que un teléfono sonó en el dormitorio principal.



El cerebro del grupo más inteligente que ninguno,

saltó como una liebre escaleras arriba y encontró el aparato bajo la almohada.



Un mensaje de número emboscado en el anonimato aparecía en la pantalla del Ayfon con un privado.



El cerebro del grupo y jefe dudó unos segundos que fueron horribles. Con ese timbre ridículo sonando por toda la casa y nosotros temiendo como siempre en estos casos lo peor de lo peor.



La esposa y dueña del celular suplicó que no descolgara.

Razón por la cual el genio de la operación tomó la decisión contraria:

imaginaba algún oscuro secreto o tal vez una oportunidad de redondear la operación con un chantaje o por qué no otro secuestro.



La voz de una teleoperadora empalagosa con acento extranjero y espesa dicción

preguntó desde el otro extremo con insistencia de comisión si habían pensado ya en su oferta de cambiar de compañía energética.



El jefe faro de civilizaciones explotó con un rotundo y estruendoso no que rebotó por toda la casa y nos heló la patata de estremecimiento.



Después se tiró por la ventana.



El impacto contra la acera quebró su cráneo como un coco bajo una prensa.

El ruido del impacto dejó a todos impactados y el golpe pasó de ser un buen golpe a otro desastre.



- Se lo advertí - añadió la mujer con un gesto de satisfacción a la par que aflojaba sus ataduras con pasmosa facilidad -. Llevan así toda la semana. Y varias veces al día.



Los compañeros aún no se lo creen cuando repito esta historia a petición popular en el patio de la cárcel.

Por eso, porque me toman por cuentista, siempre saco unas monedas.

Es mi forma fragmentada de hacer rentable aquel fracaso de golpe y creer que después de todo aún sirvo para algo.



Quién sabe, si gestiono bien mis ganancias puede que al final logre yo también pasar al otro lado, al bello lugar donde las vacas dan más leche y las manzanas son más gordas,

y por méritos propios








© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

jueves, 17 de agosto de 2017

I TAKE IT EASY



I TAKE IT EASY




A veces, puede que cada día menos ya ni sé cuándo se dio la última mejor no se repita,




siento un leve impulso poca cosa no sé si llamarlo como tal




de arrancarme y decir a los demás qué pienso cómo pienso por qué lo pienso cuánto tiempo llevo ya pensándolo y si alguna vez volveré yo a pensar así.




Pero en el acto,

tibio flojo descreido irrelevante desanimado mustio

de arrancarme a contar estas y otras mayores verdades como arcadas de catedral,




suele invadirme un nosequé propio de seres más inteligentes que yo

-sí, reconozco que ésto en fin no es tan difícil -




y en el antepenúltimo momento me arrepiento.




Visto el hecho después con la perspectiva del tiempo corto, apenas dos minutos bastan para analizar con frialdad castrense la situación,




me doy cuenta del grave error que cerca estuve de cometer.




Ni ellos querían saber

Ni yo tener que responder.




Los arranques de sinceridad,

aunque breves y esporádicos,

no dejan de ser una práctica malsana que se retroalimenta y como boomerang vuelve,

feliz a partirte la cara.




Mejor evitar este tipo de riegos innecesarios.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


DESCARRILES



DESCARRILES





En este estúpido afán por no dejar pasar posibles oportunidades,

convencido a pleno pulmón de que sólo del no hacer nada nada sale,

tomo con frecuencia cualquier tren que mi camino cruza.




Con los choques y descarrilamientos posteriores

he llegado a la conclusión de que muchos son los trenes que no llevan a ninguna parte.




Cada vez que el caso ahora se repite

tomo el botijo y echo un trago.




Nada como la sabiduría de la arcilla

o la paz de una tarde a la solana

para tomar las decisiones adecuadas.




No todos los trenes llevan a buen término




Mejor dejar pasarlos




Y no perder el tiempo con proyectos falsos.






© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


CLOSED CLOSET



CLOSED CLOSET




Es habitual que por los armarios me encuentre cosas olvidadas.



Debo concluir, por tanto, que no eran necesarias.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

CADENA DE FAVORES




CADENA DE FAVORES





El compromiso del individuo para con sus progenitores

no debería ir más allá de una devolución de los favores prestados

deducido el descuento generacional.




Y no esperen más pues tal vez no lo merezcan.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

GUANTES

GUANTES


Vestidos con chilabas y sandalias estuvimos vendiendo collares de plástico y bolsos falsos durante tres veranos.

El máximo tiempo tolerable hasta que cubiertos de insultos empujones pisotones y escupitajos, la foto de nuestros papeles y la nueva cara tras el proceso eran tan disímiles que la policía nos detuvo por usurpación de identidad a un emigrante por un indigente.

El texto de la denuncia era tan incongruente y la sentencia tan barroca, que la prensa sensacionalista vio negocio en echarnos una mano.
Y antes de echarnos definitivamente a las fieras del show business pagó las ridículas fianzas que pese a todo nos mantenían en aquellas jaulas para leprosos y otros apestados del sistema:
Judicial, mediático, social.
Acusador siempre.

Una oenegé ávida de crecimiento, repercusión y fondos nos echó el primer guante.

Tras un repaso epidemiológico y otro por el sastre, hizo de nosotros los seres respetables que nunca pretendimos.

Aún así, cumplimos el contrato y dimos numerosas ruedas de prensa en favor de nuestros benefactores. Cuando el filón de la compasión se agotó, y sus cuentas se llenaron, nos despidieron por la puerta falsa.
Nadie nos vio desaparecer ni nos echó de menos.

Tras dos raros meses de desorientación, un mediocre funcionario recién ascendido a director de banca por sus amistades en la política nos siguió la pista entre callejones y edificios en ruinas.
Era el Chicago de los ochenta y sobraban espacios abandonados por una ciudad en quiebra, técnica,
fuga,
de capitales,
y huida,
de autoexiliados.

Los altos ejecutivos mutaron a pandilleros sin tattoos y los índices de criminalidad cayeron como libido de desposada.

Reconvertidos en seres de otro planeta,
social,
y pregoneros de una nueva buena nueva,
económica,
proclamamos con natural escepticismo pero sorprendente credulidad entre los fieles que aquí había dinero y riquezas para todos.

Firmamos hipotecas, preferentes y otros cientos de productos preferentemente de riesgo durante más de una década.

Emigrantes sabios y resabiados, al fin y al cabo,
para cuando estalló el fraude legal,
y consentido,
ya teníamos nuestros veleros Latitude en las costas de otro país.
Con dinero en las bodegas y estas pateras de lujo, nadie preguntó ni pensó en echarnos el guante.

Entre piña coladas mujeres neumáticas y palmeras,
hoy gastamos como ricos vivimos como jipis decimos que somos de izquierdas y nadie hace preguntas.

El mayor riesgo es que un coco nos abra la cabeza, cosas de la gravedad y las alturas.
Estamos pensando en montar una aseguradora para hacer frente al respecto.

Y otro buen dinero como conclusión,
pues bien sabemos que de nada servirá todo esto.

Tenemos experiencia en hacer del humo un valor en alza.
Saldrá bien.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


FALSE



FALSE




Pasamos la velada hablando de nuestros barcos y demás juguetes de pijos.
Que si el mío tenía diez metros que si el tuyo catorce.
Al final todo se redujo a ver quién lo tenía más largo.



Yo llevé un vino de varias medallas doce años cuatrocientos euros y miles de comentarios idiotas.
El que presentó mi compañero de silla me ganó apenas por un par de reseñas en la revista más chic del momento.
Una ofensa que he de vengar con el tiempo.



Para el segundo plato de ostras ya teníamos claro que aquella iba a ser otra cena de superficiales lisonjeros con aspiraciones a gente importante.
No en vano, estábamos en el club de gilipollas más exclusivo del momento
y esto nos hacía parecer seres de bien con opciones a únicos.



Habíamos hecho del dinero el único valor verdadero. Baremo sine qua non el portón del portal de nuestra cueva insignia
estaba cerrado al extranjero.


Yo gané mi primer millón fabricando tornillos defectuosos.
Sin más valor que la chatarra fina
el margen comercial era de quinientos por uno.


Mi compañero y en otro tiempo amigo
se dedicó con éxito durante años a salvar mi empresa de sucesivas demandas.

Interpuestas por clientes quisquillosos, su insatisfacción por el producto mal hecho sacaba de ellos su lado más furioso y aún no sé por qué.

Tampoco me importa,
y esto sí lo sé.



Cuando llegaron los postres ya teníamos en el cuerpo varias botellas de blanco y otro buen puñado de tintos.
Todos con carta de recomendación y calidad percibida en el precio.



Fue en ese momento único que nos explotó el champán.
Y tras varios rebotes del corcho por el local los ánimos subieron varios tonos a todos.
Culpándonos unos a otros por semejante desaguisado.



Las verdades de nuestras rencillas expusieron una buena colección de miserias que habíamos ocultado como tesoros.
O vergüenzas.



Nunca unos dulces fueron cosa tan amarga:

por una vez, y primera, supimos lo que de nosotros mismos pensábamos.

Y aquella asociación se deshizo como hielo al sol que más calienta.




Hoy somos los viejos que en verdad éramos:

pellejos solitarios, banales y envidiosos de una posición social que nunca tuvimos y el reconocimiento que no merecimos.

Nuestro club sólo era el único camino posible para proyectarnos al mundo como miembros de la élite que decidía los destinos, también los bruscos cambios de rumbo,

de una sociedad sin oportunidades.

Atrapada a creer que el futuro venía condicionado por su propia mediocridad.

Nada más lejos de la realidad, pero este fue nuestro mayor y mejor guardado secreto.




Hoy todavía me pregunto,

qué hicimos tan bien para que sin haber aportado nada distinto a este mundo

ni ser especiales en nada, inventáramos un discurso que nos permitiera vivir como ninguno.




Tal vez fuera el arte de saber vender mierda como oro y humo como bonos del estado.




Ya pagarán los demás,

nosotros quedamos exentos de toda responsabilidad.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

miércoles, 2 de agosto de 2017

FECHO LUEGO EXISTO


FECHO LUEGO EXISTO







Antonio Luis sorbe una sopa entre dos dientes, un colmillo desafilado y dos molares mal puestos.

Hoy opina que está fría. Ayer caliente, pasado tibia.

No tiene mayor preocupación a la hora de la comida.

Previa a su hora de la siesta, anterior a la merienda y preámbulo de la cena.




Dormita rezuma ronronea gruñe lloriquea y se lamenta en un continuum inverso a su infancia temprana.

Retrocede a sabiendas y regañadientes por la curva abisal de la vida:

nada le gusta lo que queda.

Pero menos lo que por aburrido y temeroso negó.




En el historial de las pérdidas no añora sus difuntos,

cadáveres inconclusos que ya nada aportan a su existencia de autómata,

sino cada uno de los buenos momentos que descartó por ser parte del riesgo.




Fechorías de elevado voltaje amenazando su engranaje perfecto

que un día tras otro dijo no por miedo a perder lo que en realidad no tenía:

una biografía digna de ser llamada tal cosa.




Era, pensaba, su zona de confort y seguro de vida.

Hoy, lo sabe, su hiératico espacio de calma, aburrimiento y quietud.

De muerte perpetua en una mera supervivencia de grises y sombras.

De colección de claroscuros sin claros que echarse al corazón para acelerar sus latidos.




No a saltarse las vallas y normas.

No a beber más de lo que podía contar.

No a las noches de juerga.

A la velocidad, al riesgo del salto al vacío, a perder la camisa en una apuesta fuera de juego, a bailar más allá de la pista, a explorar otros límites, a salirse del tiesto, a gritar al vecino, a comer con las manos, a fumar en zona prohibida, a robar una fruta y correr, a robar un beso y quedarse, a jugar con amantes.




No a todas las benditas fechorías,

auténticas pruebas de vida,

de que si fecho es porque existo.




Antonio Luis sorbe otra maldita sopa de residencia entre los dientes.

Las terapeutas le limpian las babas.

Las auxiliares el culo.

La dirección la cartera.




No le adoran porque le quieran, sino por ser el que da menos guerra,

de ese grupo de cincuenta viejos verdes canallas.




Aunque algo tarde pero mejor tarde que nunca intentarlo,

está pensando seriamente en fugarse de bando

y dar un corte de mangas a su espíritu santo.




© Christophe Caro Alcalde


UN DÍA A LA CARRERA


UN DÍA A LA CARRERA







" Que vivan los novios. "

- grita desde el oscuro tercio del cuarto trasero el más gañan de la fiesta.




Que vivan los novios y toda su parentela.

Artistas invitados y demás espontáneos.

Algunos oportunistas, aduladores, envidiosos, criticones e hipócritas del santo oficio de sonreír como idiotas.




Que vivan los novios y se guarden los besos para ese mañana,

donde pasados los días de gloria de rosas de bailes de brillo en los ojos de deseo en los labios de pelos engominados de lentejuelas y tacones como clavos

broten como mala hierba

del suelo innumerables espinas.

Con diseño de anzuelo para no perder

uno solo de los posibles tormentos.




Que vivan los novios y toda su parentela.

Por si no hubiera ocasión de volvernos a congregar

antes de la final voluntad del patriarca del clan.




No vaya a ser que con la lectura de su Último Testamento,

enseñen las navajas unos a otros para demostrar

que todos ellos le querían más.




A la novia hermosa como nunca, y que jamás volverá a cruzar similar cielo de estrellas

el padrino le ha pisado el vestido.

Ella ha dicho que no tiene importancia pero le hubiera matado allí mismo.

De padrino hizo un tío porque el padre no quiso:

Afirmó no sin razón ni apoyo conyugal,

que no soportaba al marido.




No hay odio sin recompensa,

así que tampoco los padres del novio tienen un momento de descanso

desde que esa zorra de pelo rojizo

les robó a la niña tonta de sus ojos maduros.




Ese que mucho antes de hacer de marido era,

apenas por el mérito de ser entre sus paridos el último,

su hijo preferido.




Había consenso con este favoritismo:

ni uno sólo de los cuatro otros hermanos pasó por alto el agravio.

Comparativo.

Y se despacharon agusto la última navidad.




De ésta hace ya más de un lustro.

El mismo tiempo que sin hablarse están:

no será éste un caramelo que les amargue el gusto.




Qué regusto el suyo ese de dejar de ignorarse

para odiarse desde el yo más profundo.




Que vivan los novios, esos hijos de Pura.

Qué puta era Pura pero nadie dio a tiempo el aviso.

Y ahora uno tras otro se envían consignas

de date por muerto antes de que acabe el santo sarao.

So desgraciado y ladrón que te has llevado a mi hijo con esa furcia

descarada y con la lengua más larga que un día sin pan.




A mi hija bendita con ese holgazán y vago

que nunca será otra cosa que nada.




Alza la espada la pareja de nuevos esposos

y el más osado de cuantos hay en cola para asomar en el video, les hace como un fino insulto la foto:




Caen al suelo pedazos de tarta que nadie recoge.

Son un símbolo de que nada importa este momento

ni los que vengan después.




Para el final del baile de lerdos

lo que cae al suelo son los borrachos y las torpes.

Ellos por haber pisado en exceso la barra

libre aunque cara.

Ellas, por pisar con exceso de tacón.

Afilado y barato.




Después de la pelea volverán a sus casas con la misma sensación de hartazgo y derrota

que terminó su último carnaval.




Tienen de plazo hasta la próxima boda

para criticar sin descanso

a los demás.







© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


JUEGO DE TRONADOS



JUEGO DE TRONADOS




Estuvieron litigando por los hijos como si no hubiera un mañana.

Ni un después ni siquiera un hasta luego.

Y no lo hubo. Desde luego.




Peleaban no por su cariño.

Sí por la custodia.

Por el chantaje el favoritismo la manipulación la venganza y contra venganza.

Las distintas formas y estrategias

de hundir la moral o destruir del enemigo la autoestima.

De robarle al ex amor,

hoy el nuevo contrario,

hasta el alma si fuera necesario.




Tanto fue lo recorrido por los caminos del odio

que un buen día los hijos

hartos de tanto puñal y guijarro

les abandonaron a ellos.




Se hizo justicia:

En el anónimo banco de un abandonado parterre dormitan ambos.




Comparten sin saberlo jeringuillas y cartones de vino rancio.

Ni siquiera ellos hoy se recuerdan.







© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

THINKING ABOUT


THINKING ABOUT







Hay días en que para renovar un poco las ideas

no se te ocurre otra cosa que volarte la tapa de los sesos.




Es un comienzo.

Y final.




Ergo, un descanso.







© Christophe Caro Alcalde

BURBUJAS


BURBUJAS




Agitaban sus mudas y negras manos por las ventanas enrejadas del vagón de mercancías.




Estuvieron pidiendo ayuda desde que abandonaron sus hogares empujados por el gas sarín y las bombas incendiarias.

Éstas quemaban por fuera, aquel abrasaba por dentro.

Conclusión: todo era un infierno.




De fariseo en fariseo quemaron todas las etapas, puestos a seguir ardiendo,

y así llegaron a una plaza porticada con las paredes cubiertas de prerrogativas.

Todas escritas con sangre y acentos de desesperación.




Al abandonar aquel pueblo fantasma un convoy extraviado en la retaguardia les dio el alto y detuvo.




Despojados de todo valor ínfimo, quedaron prisioneros a merced de un enemigo compasivo que no los matara allí mismo en un juicio sumarísimo con sentencia rápida.




Cuarenta y nueve horas, cinco palizas, tres violaciones y noventa insultos después estaban maniatados contra la pared y frente a tres perros policía con los colmillos ensangrentados del último evadido.

De él no quedaron ni las suelas de goma.




Con siete golpes de culata subieron al vagón que en el viaje de ida había transportado mulos y yeguas.

Aún olían y sabían a estiércol sus paredes de madera carcomida.

Al suelo, resbaladizo y húmedo por los orines, le faltaban varias tablas. Bajo este, las ruedas chirriantes del eje trincharían a todo aquel que osara deslizarse para escapar.




Fue un viaje de silencios y lágrimas. De terror y desesperación. De pena y tormento.

Un viaje por las estaciones más solitarias que jamás se vieran en olvido alguno.




Al silbar el tren la última vez, las puertas de su móvil cárcel se abrieron.

Afuera, un pelotón de ejecución abrió fuego sobre sus cuerpos apestosos y sucios.




La razón:

Que llegó el convoy con seis horas de retraso y la compañía de ferrocarriles no tenía intención de devolver un penique del billete.




Aquella noche un trozo de luna cayó del cielo,

pero a nadie le importó esa cósmica pérdida habiendo tanto que lamentar en la tierra de los abusos perpetuos.




El presidente fue ascendido en la siguiente junta de accionistas

por los buenos resultados económicos de la compañía en el último ejercicio.




Todo sea por unos magros dividendos y un poco de champán.







© Christophe Caro Alcalde




MEAT LOAF



MEAT LOAF







Cocinamos toda la noche aquellos cuerpos mal desollados,

casi sin tiempo para un buen guiso con patatas irlandesas y secretas especias orientales.




Éramos, después de todo, unos profesionales

y más de quinientos invitados aguardaban el sublime momento de su muslo de carne deshuesada sobre una filigrana de sirope

en el blanco lecho de un plato de fina porcelana

salvada de los bombardeos in extremis.




Los gruesos ribetes de oro más de uno hubiera arrancado a mordiscos.

Para colocarlo después en el mercado negro a cambio de un pasaporte.

Huir: el gran deseo secreto y colectivo.




Eran tiempos difíciles.

Y este banquete de obligada asistencia regalado por el fürher a sus leales cercanos,

el principio del hundimiento que nadie osaba pronunciar:

"Hasta la victoria final" -rezaba el oficial mantra de la época.




Un grupo de músicos acobardados interpretaba La Cabalgata De Las Walkirias desde un rincón donde unos telones negros y rojos escondían la pared.

Y con ello, los orificios de la metralla.




Todo era una farsa, pero nadie levantaba la mirada del plato no fueran a cortársela.




Tras unos breves entrantes de verduras y pan seco, llegó la carne.

Duró en los platos lo mismo que la esperanza:

un suspiro.




Salvamos la vida gracias al recio vino alemán,

porque en un descuido del ayudante más estúpido que nunca tuve

quedó al descubierto el origen de la carne.




Borrachos ya los comensales, ninguno entendió que aquellos largos huesos desechados del plato principal que como leña en cestos acumulados estaban,

eran piernas del enemigo abatido en los campos de prisioneros.




Auténtica despensa para quienes aún gustaban de ser agasajados como si este negro tiempo no pasara.




Llegados a este punto, los infelices tenían más pellejo que carne y mucho más hueso que pellejo.

Pero daban sabor a las patatas.




Al acabar la contienda me hice vegetariano;

aunque sólo fuera por el inútil intento de olvidar

y como todos fingir que yo tampoco estuve allí.







© Christophe Caro Alcalde

NOCHE DE FIESTA


"NOCHE DE FIESTA "







Ella ha aparcado a las niñas con los abuelos maternos.

Qué si no:

la vía paternal en bloque huyó al conocer la noticia de una separación temporalmente perpetua.

Nadie los culpa, cada cual tiene sus terrores.




En el reloj sin pilas que hay sobre el aparador de la entrada

(otro horrendo recuerdo de los parientes políticos y políticamente desatinados)

las agujas detenidas dos semanas atrás sobre el seis y el tres

marcan por casualidad u obstinación la hora correcta.




Momento de recomponerse y eliminar todo rastro de decadencia y estrago.

El tiempo,

no el del reloj atrapado en su tedio sino el cósmico que perfila años o siglos como si nada,

apremia y no perdona.

Las oportunidades de enderezar un timón a la deriva o al ajado cuerpo echarle una alegría,

se desvanecen como el humo de las hogueras de San Juan en una tormenta.




La puta vida, que a toda hostia sin avisar se larga.

Puede que de su presencia en este zoco de bagatelas y regateos,

no quede ni rastro.




Con este programa de resurrección en la carta,

prepara ella todo su arsenal anti desaparición del mundo de las emociones fuertes.

Tiene perdida la cuenta del tiempo que ha pasado

desde la última vez que al unísono gritó y gimió

clavando sus tacones de fulana voluntaria a tiempo parcial

en el techo de una habitación desconocida.




- ¡Ah dios! - se estremece sólo con recordar aquella noche

cuando con calculado egoísmo

se entregó al primer chulapo que se atrevió a colarle un beso con su lengua de serpiente.

Sabía a tabaco rubio y tequila rancia, pero del asco al deseo apenas mediaron dos tragos y tres caladas.

De tequila rubia y tabaco rancio.




Piensa en ello mientras borra todo rastro de canas de su pelo alborotado.

Teñido de negro canalla,

reaparece la chica mala que en su juventud sobaba y se dejaba sobar en los portales del barrio.




Para las siete cuarenta del reloj de la mesita de noche,

éste sí con pilas,

ya está frente al espejo poniendo las tetas en su sitio con ese fantástico y caro Push Up Doble o Nada.

- Qué bendito milagro - piensa mientras ese cristal mágico le responde con la idealización de una mujer de alto riesgo.




El resultado es increíble, reconoce,

y los nuevos pezones aupados al cielo como la Asunción también le suben la autoestima.

Al paraíso.

Debe haber allí muchos ángeles hambrientos de sexo y malas prácticas.

Sólo por ese mágico e inmediato cambio

ya vale la pena el intento de reconversión.




Minutos después cuenta con un trasero nuevo.

Insolente y respingón como una adolescente.

No han sido necesarias duras jornadas de pilates, ni zumba ni rumba ni tumbao.

Mucho más rápido y efectivo son esas Brislips negras,

otras Bottom Up con encajes y un buen relleno

para dejar ver a los mirones y envidiosas que hay de lo que tiene que haber en ese culo trending

y además está bien puesto.




A las veintitrés horas intercambia confidencias con otras dos mejores amigas,

de entre todas las mejores amigas que por mejores se tienen,

frente a una barra de bar cinco estrellas.

Y cinco chupitos de ginebra all stars.




Al cuarto se fija en un fulano alto con aires de cimarrón,

firmes caderas, abultado pantalón, marcada nuez y negro pelo.

Como su teñido negro pero sin azabaches.

Le gustaría acercarse y robarle un beso,

previo a hurtarle toda la noche para darse el homenaje que anhela.




Pero algo se lo impide:




Y es no saber qué ojos abrirá ni qué cara pondrá ese macarra

cuando a mordiscos no le arranque todos los gemidos que olvidados esconde

sino los postizos con apremio comprados en el ap-estore del momento

que hoy lleva puestos.




Indispensables atuendos

para seguir viva

en el duro mercado de la carne fresca on line.










© Christophe Caro Alcalde
































A WALKING CORPSE


"A WALKING CORPSE "







Por la calle Melquiades te vi pasar hace dos días.

Tanto has envejecido que me parecieron años.




Poco queda de ti en ese despojo de huesos que caminan con tu nombre

y tu rostro como pueden soportan.




Nada de lo que prometías ha cruzado el filtro tosco de tu historia.

Ser o no ser se funden en ti como dos gotas de vinagre,

en la cuenca vacía de tus actos sin nombre ni propósito ni enmienda.




A tu paso lento y sin sustancia,

ya no dejas como rastro de que vives ni a tu sombra:

huyó de tu perchero viejo al cumplir su primera comunión.

La de ella, no la tuya.

Estás aún por comulgar de todos los sacramentos inconclusos

que en absurdas promesas hiciste como burdas amenazas.




De ti al mundo hay un abismo que crece según menguas.

Tanto te has empequeñecido

que ayer te barrió el camión de la basura y nadie se enteró.

Hoy no se te echa de menos,

viejo camarada de los sin nada ni nadie.




Tú, que para los veinte ya te habías metido todo

a los cuarenta de todo te han metido y callas por si acaso:

has aprendido que siempre te pueden joder más y empeorar.




Guerrero sin coraje cobarde sin trinchera soldado sin ejército ni camaradas.

La vida es para los valientes y aún no te has enterado,

bribón bastardo.




A los cincuenta no te queda un hueso sin romper ni una cana que peinar.

Fuiste tipo frágil de estructura y voluntad.

El sol hoy fríe tu calva pero hay calma:

no se perderán buenas ideas en el ínterin de tu cremación.

Nadie en el mundo nada lamentará con tu desaparición.

No viviste, sólo fuiste un estorbo y barruntas con ser no más que una carga.




No hay sitio en esta baldía tierra para los nadie como tú,

y sin embargo,

sois tantos que no dejáis espacio para talentosos como algunos de los que fueron tus vecinos.




Pero éstos,

no son sino seres contra su voluntad anodinos.




Algún día diremos ya por qué.







© Christophe Caro Alcalde





WANDERING AROUND


" WANDERING AROUND "







Y otro día de pan y nueces que se ha ido al cesto de los desperdicios, baby.




Shake, shake your body baby.

Say yes and come along.

Say and don't ask me why.




Date quizás una vuelta por donde yo te pida y no esperes a que me arrepienta.

Será por mí no por ti que todo cambie en esta cesta.

La de las sobras que aguardan los cerdos.




Ya lo decía tu madre, baby:

no tengas maridos.

Cuida mejor de los cerdos que más magros o grasos o duros o tiernos,

dan jamones en invierno.

Pero te pudo el afán por el regateo y el desconcierto:

a plantar maría te fuiste al huerto.




Y de una maría a otra

acabaste dando vueltas a todos los rosarios del pueblo.

También a alguna Rosario, que puestos a jugar hacia adentro,

no importa un veinte o un ciento.




Shake, Shake your body baby.

Say yes and come along.

Say and don't ask me why.




Pronto el huerto se quedó para tus intenciones pequeño:

Otro gran salto mar adentro

y con la primera ola de resaca te fuiste hasta donde se pierde la vista.




Esa línea fina entre el mundo y el cielo

en la que para divagar no hay sitio ni para dudar queda tiempo.

Menos aún para el desconsuelo.

Es la frontera donde arriba asoma lo auténtico,

abajo esperan los monstruos.

Bien pensado, estos son quizás más auténticos:

los monstruos son siempre monstruos.

Nunca se hacen pasar por buenos.




Arrebujadita como una caracola de plata

caíste hacia el otro lado de aquel colorido,

siempre desconcertante abismo.

Entre naranjas amarillos bermellones y algún que otro azul cerúleo,

viraste por la pendiente como si fueras un canto.

Un canto de los que había en tu pueblo:

rodado, polvoriento y bien duro por fuera o por dentro.




Shake, shake your body baby.

Say yes and come along.

Say and don't ask me why.




Date un tornillo de beso.

Una rosca de abrazo un grito de orgasmo.

Invéntate un pleonasmo hazte por un día noplasmática.

Expándete hasta que griten basta.

No hagas caso y dales un corte de mangas.

Hazte la cirugía cardíaca.

No porque te falle algún ritmo sino para estirar ese órgano,

que a ratos te sobra o falta.




Tal vez la vuelta tal vez una vuelta pero date un algo.

Aunque sea un mareo pero sal de ese bendito agujero.

No por bendita ni santa,

ni por casta ni beata,

sal porque te da ya la gana.

Para pecar si hace falta.




Shake, shake your body baby.

Say yes and come along.

Say and don't ask me why




Agárrate a un ideal,

antes de que éste también te deje plantada.

Compuesta y sin otro novio maría con que cubrirte como mortaja la cara.




Échate un trago un cigarro a la espalda los problemas y el karma.

Si te apetece más de un buen polvo.

Aunque tan solo sea polvo de ceniza de ese cigarro de maría,

a tus mejillas de sofoco rosadas.

Si esperabas otra cosa, has equivocado el día.

Te dije que hoy sólo pan y nueces.




Pan para que te mojes las ganas.

Nueces para que disimules,

y digas que no necesitas nada.




Shake, shake your body baby.

Say yes and come along.

Say and don't ask me why.







© Christophe Caro Alcalde








GREGUERÍA POST


"GREGUERÍA POST"







Si los desengaños de amor son desengaños amorosos




Los desengaños de amistad,

¿son desengaños amistosos?







© Christophe Caro Alcalde

GRAN SALTO


"GRAN SALTO"







Y caminamos a golpes.

Como batracios en una charca

a golpes de cola y patadas.




Abriéndonos paso entre el lodo aunque sea a dentelladas.




Y saltamos del agua a la tierra y al revés

buscando el tibio rayo de sol o una mosca que comer.

En su ausencia,

varios mosquitos nos bastan.

Pues a fuerza de ahogarnos hemos aprendido a conformarnos con poco.

Hay días, que casi nada.




Y se nos salen los ojos no ya de asombro

sino de asco por cuenta mugre nos cubre.

Que se nos pega a la piel como una capa de grasa.




No nos limpiamos,

más abriga costra de barro que agua clara y llegado adonde estamos,

claridad es lo que nos sobra

para saber que de aquí,

aunque ya nos gustaría,

no podemos marcharnos.




Y nos pasamos horas o días bajo el agua.

Por el aire silban las balas o nos quieren echar la caña.

Con anzuelo de acero atravesado en nuestra garganta.

Para despedazarnos en vivo y sacarnos hasta las entrañas.




De tanto taparnos la boca con la intención de callarnos

hoy por la piel respiramos.

Pero antes de aprender este truco

qué cerca estuvimos de ahogarnos.




También es cierto

que a nadie le hubiera importado.




Y avanzamos a golpes y vivimos bajo el barro y con ojos saltones discriminamos de comida el cebo.

Y aún con el agua más arriba del cuello,

sin embargo respiramos.




Y porque somos quienes somos, caminamos bajo el fondo.




Caminamos bajo el fondo.







© Christophe Caro Alcalde























I WISH YOU WERE SOMEWHERE



I WISH YOU WERE SOMEWHERE







Cómo se nos pasa la vida coleccionando migas de pan

para una futura pérdida que nunca llega.




Sabemos siempre dónde estamos

y esto viene a ser peor que sabernos encontrados.

Hubiéramos permanecido por más tiempo perdidos,

pues tal vez en esa ausencia sin patria ni destino,

estuviera refugiada toda nuestra esencia.

Si es que alguna vez nuestra efímera existencia

tuvo al fin algo de sentido.




Nosotros y el mundo de los otros.

Ajenos todos a los aquellos

que aquí nada importa cómo viven los demás cuando malviven.




Cómo nos aguardan los armarios

con posesiones inútiles esperando ser un día utilizadas.

Cogiendo polvo y pringándose de mugre las vajillas.

Tiñémdose de amarillo rancio los paños y puntillas.




Cómo vamos renunciando a los vanos intentos de prosperidad

y desarrollo puede que infrahumano,

por no ser otra cosa que fallidos intentos de suicidio colectivo sobrehumano.




Hemos atesorado con los años objetos inútiles, promesas rotas, decepciones perpetuas, imposibles esperanzas.

Moran hoy todas estas piedras

en la maleta de los viajes no iniciados.




No hay mudanza posible que pueda trasladar todo cuanto albergamos.

Desperdigados retazos de proyectos y fabulaciones

que no fueron ni serán jamás otra cosa

que un montón inútil de vanas ilusiones.




Cómo se nos fue la vida picoteando las migas de pan que alguien extravió

en su veloz camino hacia la gloria.




No pierdas más el tiempo amigo tuyo,

y escupe en este abrevadero para descontaminar conciencias

todo cuanto ya no puedas tragar.







© Christophe Caro Alcalde

WOMAN IN WHITE


WOMAN IN WHITE






Por qué amanecí aquella mañana con dos muelas desenfundadas como revólveres,

nadie lo sabe.

Contarán las crónicas que me desencajé la mandíbula en una jartá de reír tras otro mitin de Susana La Pesoista Madre De Todos.

Y tendrán razón.




En todo caso, mi secretario Pérez El Ratón Sectario

acordó hora con el dentista.




Ojo avizor.

👁




Ojo al dato porque el dentista no era él

que era ella y obnubilado salí.




Una sustituta que con apenas un cambio de prefijo en 3 letras

ejerció su oficio de meretriz con tesón y buen ánimo.

💋💄




Morena.

Ojos verdes pradera de posidonias.

Voluptuosa de hechuras con dos nobles gemelas

que apoyadas contra mi pecho

extrajo de mí cuanto quiso y yo no me arrepentí.




Con aliento aguardentoso de noche toledana

susurró en mi oído sordo un "quedamos para analizarnos mejor".




Yo sólo pude confirmar con un gesto ayurvédico de cuello rígido

aquella proposición coherente-indecente.




Entre sus manos con habilidad el instrumental.

Entre sus labios no diré qué por ser horario infantil.




De bata para abajo sólo dos largas piernas con que enroscar amantes.

De bata para dentro no más arsenal que la piel.




Con esa presentación, pedí consulta para cada día del año.

Ella, desinhibida y feroz, lo que me dio fueron citas para cada hora del día.




No me esperéis por donde suelo pasear a las mañanas o rezongar a las tardes.




No sobreviviré ni lo pretendo.




Ella no prometió amor eterno.

Yo sólo ofrecí sexo artístico:

ese que está lleno de conceptos inaprehensibles

y propuestas vanguardistas sin futuro ni utilidad.




Con un beso húmedo de anestesia,

llegamos pronto a un acuerdo:




"Quememos tu cama a lo bonzo " -propuse.




"Ardamos como fuegos fatuos" - respondió.




🔥🔥🌋🚀




Os quiero.

Recordadme sólo de vez en cuando.

Con un suspiro al año me conformo.




No me esperéis sentados

pues no volveré por aquí.




Sed malas gentes,

consumid esta vida con hambre canalla.

Pero no dejéis que los queridos amigos se enteren:




os robarán la ilusión y la idea.

Y el dentista volverá a ser un hombre.







© Christophe Caro Alcalde

INTERVIEW



INTERVIEW




El curriculum viene a ser esa forma de mejorar el presente



Con un inflado pasado.







© Christophe Caro Alcalde

FUNDAMENTAL









FUNDAMENTAL







Al asalto con munición que regaló el enemigo

tomaron ellas las casas del pueblo.

Fingiendo que eran del pueblo su mejor defensor y adalid.




Desalojaron con añagazas y viles argucias

a quienes por derecho detentaban los cargos.

Argumentando a hechos consumados

que quedaban invalidados sólo

por ser del sexo contrario.




Por casas del pueblo no entendieron locales de ocio ni espacios para reuniones. Tampoco centros culturales ni salas multiusos para múltiples públicos.

Fueron desde un primer momento su objetivo las instituciones.




Ayuntamientos Cortes Parlamentos Congresos.

En el lote también algunos palacios:

sólo los de justicia para tergiversar desde dentro,

cualquier ley o norma

que desde su fundamental horma se aparte.




Una vez pegados sus culos a los asientos

comenzó la más histérica presidenta que en democracia haya existido

a blasfemar soflamas contra el orden establecido.

No tanto por ser orden,

como por haber sido redactado por hombres.

Y en un discurso sofista abigarrado de clichés necedades falacias trampas de casamentera bulos de fulana desvaríos de yonqui e iras de fundamentalista

la presidenta declaró abierta su cámara y legislatura.

Dejando entrever sin tapujos que la callen velo que la esconda ni vergüenzas que la sonrojen

que ella y sus todas ellas estaban para quejarse y quedarse.




Todos los pelotas que pelotas no tienen,

a su alrededor babean y aplauden entonando con más miedo que gracia,

el salmo de "Tú eres la mejor mi reina".

No vaya a ocurrir que por no sonreír castiguen y por no rezar les maten.

Pudiera ser entendido por esta nueva Mantis Reina

como otro vil acto machista de sabotaje.




En la calle, un ejército de hombres cobardes aplauden cada vez que otro es enterrado en la cárcel.

Sin otra causa justa que la de haber sido parido hombre.

Quién sabe si por alguna hija puta de madre.







© Christophe Caro Alcalde


domingo, 4 de junio de 2017

GANGWAY

GANGWAY




Ni en el más bizarro de sus sueños pensó ninguna en esta posibilidad
cuando huyendo de su Filipinas natal embarcaron rumbo a la China dorada.
Y en ese reducto capitalista anticomunista que hoy es el puerto fragante
trabajan 14 horas seis días por un montón de dólares hongkoneses de poco valor.
En el comercio internacional
tantos ceros vacíos trasladan a oro su peso como tal
que no es nada.


Algo va mal en su nuevo mundo cuando por merecido descanso no obtienen más que un día en la pasarela que conduce a central station
tumbadas en el suelo sobre refugios de cartón.


Como descarga de culpa social
sus vecinos de barrio y portal lo llaman acampada al aire libre.


En verdad es al aire encerrado:
sobre el humo de autobuses de dos pisos,
los chirridos del tranvía,
las bocinas de los taxitoyota,
la brisa viciada del brazo de mar que contaminado de asco se asoma a la ciudad,
el reflejo gris en las paredes de cristal de modernos e intrascendentes rascacielos con sello europeo,
y la eterna indiferencia de todos los viandantes
quienes sin descanso prefieren la pantalla virtual de su Ayfon
a la vida real de su ciudad en permanente estado de caos.


Tras comer sus variedades de arroz con ingredientes difíciles, duermen sobre trapos de cocina para olvidar el presente.
O juegan a las cartas y al mahjong para olvidar el futuro.


A las seis de la mañana del día siguiente,
todo estará vuelta a empezar
y nadie les preguntará cómo fue otro día de fiesta sin fiesta ni nada que celebrar.




© Christophe Caro Alcalde






viernes, 2 de junio de 2017

I SEE YOU



"I SEE YOU"




- Te veo bien.



Me dijo aquel amigo perdido en el oscurantismo de quince años de ausencia.



- Me han operado de cataratas.



Añadió con su pose de auto afirmación prendida de la solapa igual que una bandera de oro.



Sonreí con esfuerzo.

Acababa de enterrar a mi último familiar en una fosa poco común por falta de presupuesto.

Aquel, era mi sombra.



Mi yo después de haber yo pasado

por este país de Segismundos narcotizados,

Anacletos disfrazados de reinas y Javerts sodomizando ciudadanos.



El dedo grueso del pie acariciaba con amor

ese gatillo fino de un revólver cargado con munición de punta hueca.

Estaba deseando descerrajarle el tiro definitivo

que todo imbécil precisa alguna vez en la vida,

cuando sobre mis hombros de hombre cansado puso su mano de hombre asustado:



- Te veo bien, porque yo estoy muy mal. Ayer murió mi mujer.



Consternado por un pellizco de empatía, aflojé ese gatillo a punto de soltarse la melena caliente.



- Ya somos dos:

hoy me he enterrado a mí mismo y no sé cómo seguir ni qué hago ya aquí.



- Te entiendo. Esta vida no tiene sentido.



- Esta y la otra.

Pues después de haber muerto no diría que he notado algún cambio.



Susurré con el miedo de un difunto perpetuo

que no sabe si encontrará la paz algún día.



- Vámonos. Vámonos rápido. Amigo mío.



- ¿A dónde?



Pregunté con un interrogante de alivio colgando del cuello igual que un cencerro.

(Será por esto que siempre me sentí un animal apunto de ser degollado.)

Por fin, alguien, proponía un cambio y parecía sincero.



- A los acantilados. Me han dicho que abajo quedan sólo peñascos.

Que no hay ola que los rompa ni cabeza que no se rompa.

¿Me sigues?



- Te sigo. Te sigo, amigo.

Pero antes espera, debo resolver una inquietud que me pesa de años.



- ¿A ti? ¡Con lo bien que te veo!


- Espera. Espera y verás de verdad.



Y diciendo esto, no pude evitarlo.

Disparé a mi amigo del alma y la pena a bocajarro.



Un río de sangre seca se esparció como barro por la acera.

La cabeza, se fue rebotando como tontos guijarros.



Descubrí, así, que mi amigo ya estaba muerto hace años.



No sé por qué no me lo dijo.

Antes le hubiera seguido.





© Christophe Caro Alcalde