jueves, 27 de septiembre de 2012

WAR (relato más largo)




WAR


Washington era el último lugar al que nadie, salvo enfermos terminales o psicópatas, quería ir destinado.
Destinado, otro eufemismo utilizado por el senado para evitar llamar a las cosas por su nombre; este mundo de vocabulario apologético tenía estas cosas. Ese destino era la muerte, la palabra correcta sería condenado. Y es que en Washington los combates estaban siendo particularmente sangrientos; no se hacían prisioneros, era lucha a muerte.
A mí me llegó la nota del cambio por el conducto habitual. Esta vez el rumor no se adelantó a la noticia y fue una lástima: hubiera tenido tiempo de prepararme. O huir. No sería el primer jefe que deja la plaza antes de ser trasladado. Casi siempre por miedo o cobardía. A veces ambas. Yo no era distinto. Además, me había costado mucho esfuerzo y muertes y un ojo, seguir con vida para volver a Madrid. Ahí estaba mi familia.
En lo que antes fue la capital de un país decadente y corrupto, la plana mayor de la defensa había instalado su cuartel general. Precisamente, o quizás por eso, en el emblemático lugar llamado Plaza del Reino. La elección no era muy práctica pero sí de un fuerte contenido simbólico. Un mensaje claro a las fuerzas enemigas: ¡Os hemos quitado el nido! Más o menos.
Porque fue ahí donde comenzó todo, en octubre de 2012.  Ya un mes antes distintos movimientos sociales dispersos y heterogéneos habían ocupado la calle, y a pesar de su aparente ingenuidad y confusión ideológica se ganaron a la población. De estos grupos, destacó especialmente uno que se hacía llamar Movimiento De Indignados. Sí, el germen del Frente Para La Recuperación Y Justicia, hoy nuestro mayor enemigo con varios ejércitos de millones de miembros desplegados por el mundo que, en divisiones extraordinariamente motivadas y preparadas suficientemente podían combatir en cualquier escenario.
Fue esta motivación nacida de la injusticia y la rabia lo que espoleó su crecimiento. Como suele ocurrir, la chispa que encendió el barril de pólvora fue un hecho de aparente insignificancia. El 18 de enero de 2013, a las 06:55 horas de una mañana fría y gris, el país entero y después el resto del mundo, conoció al que sería el hombre que de verdad disparó el gatillo del cambio.
Limpiacristales de profesión, 45 años, divorciado dos veces y con un hijo de diecinueve, aquel sencillo trabajador hacía su tarea en el Banco Internacional del Comercio y Derivados. Subido en una escalera de tres metros limpiaba las letras del banco cuando un policía joven, inexperto y prepotente le confundió con un ladrón. El agente 01215M, así numerado en su chaqueta pues todo policía es un número sin nombre, le dio el alto desde la acera pistola en mano. Convencido de que el limpiacristales manipulaba la alarma para un atraco.
David, el sencillo pero orgulloso trabajador explicó al agente la naturaleza de su ocupación pero éste era demasiado chulito para recibir explicaciones. Menos aún rectificar. De las explicaciones a la discusión a veces sólo media un cambio de tono. De la discusión a la tensión, y bajo ésta pocos arreglos.
Que si bájese inmediatamente; que si no me da la gana; que queda usted detenido; que vete a la mierda policía del carajo; que le voy a empapelar por insultar a un policía en acto de servicio; que yo también estoy en acto de servicio trabajando para que tú vivas bien so cabrón; que baje de ahí ahora mismo o disparo; que no tienes huevos a disparar; que sí; que no; que sí; que no; central aquí agente 01215M amenazado por un ladrón solicitando refuerzos; recibido va para allí una patrulla; bájese o disparo; no tienes cojones so mierda; si no baja le hago bajar yo ahora mismo.
Según testigos y el relato de los hechos que haría el propio David, el agente propinó a la escalera una patada que desequilibró al operario derribándolo. Éste cayó sobre el policía a quien el arma se le escapó de las manos con el choque y ambos se enzarzaron en una pelea de igual a igual. David era sencillo orgulloso y fuerte. Dominó al agente con facilidad, chulito necio y enclenque. Consecuencia de unas pruebas selectivas no discriminatorias. Bueno para David malo para el policía, incapaz de plantar cara sin la ventaja de un arma.
Cuatro trabajadores de la empresa FEE, Fomentamos la Esclavitud y la Exclusión, que realizaban su tarea diaria de limpieza de calles y recogida de basura, fueron testigos principales de lo ocurrido. El conductor de la barredora, Hazazel, con dos hijos que mantener una hipoteca por pagar y tres meses de sueldo sin cobrar, vio en la pelea la representación escénica de su frustración. Con el resultado final del sometido, David, venciendo al poder absoluto: el policía-estado. Trataba de barrer al policía con su máquina cuando llegaron los refuerzos para impedírselo. Ahí, ese día, en ese momento, se crearon los dos bandos que harían de este mundo un lugar imposible.
La conducta gregaria del ser humano se manifiesta en cualquier circunstancia, pero más si hay una fuente de peligro: los empleados de FEE hicieron equipo cruzando el camión de la basura y la barredora en medio de la calle. La patrulla amenazando con sus armas, los gritos de unos y otros más la sirena del coche Z, despertaron a los vecinos, que al identificar a la policía les arrojaron agua, basura y más de una maceta.
Otros con mayor necesidad de desahogo bajaron a la calle colocándose inmediatamente en el bando obrero. Llegaron más patrullas, más furgones, más vecinos, más jaleo, más conflicto. El levantamiento popular se extendió rápidamente y la cercana Plaza del Reino se convirtió en el primer teatro de operaciones. A tiros murieron seis ciudadanos desarmados. A patadas el agente 01215M. David le arrancó la insignia con la numeración, y la alzó en alto como señal de triunfo. Y de venganza. Aquel número daría nombre al alzamiento.
Horas más tarde, un grupo de manifestantes se instaló en la Plaza Sol y la Luna con intención de exigir responsabilidades a las fuerzas del orden, al ministro del interior o al consejero. Pero éste último no estaba para charlas y mandó desalojarlos inmediatamente. La brutalidad, necesaria según él desmesurada según la prensa del momento, provocó más heridos. Los heridos más protestas. La protesta enfureció al consejero, ordenó más descargas policiales. Las descargas, más adeptos al movimiento. Más protesta respuesta y más violenta. La suma de todo, la revuelta. De ahí al estallido social es cuestión de nerviosismo, y tiempo; el cual es inversamente proporcional al primero.
En aquel momento yo no era sino un ciudadano corriente preocupado por llegar a fin de mes pagando deudas y no tanto por la política. Si bien el movimiento se había ganado mi simpatía, era más una cuestión de afinidad emocional que compromiso. Aquella panda de desarrapados melenudos y porretas me hacía gracia con su ingenuidad juvenil y su dulzura adolescente como estrategia para resolver los problemas de la gente.
Yo compartía su ideario pero no sus métodos, blandos e ineficaces; al menos en ese momento. El pacifismo asambleario para exigir cambios a cualquier gobierno que se precie no era sino un lento autodesgaste destinado a desaparecer; no el gobierno, sino ellos. El gregario que todos llevamos dentro precisa un líder fuerte y sólido capaz de transmitir confianza y seguridad que dirija al pueblo. El irresponsable egoísta que todos llevamos dentro necesita ese líder para responsabilizarlo de los fracasos.
Por eso aquel grupo de pancarteros que pretendía con la acampada urbana hacer una demostración de fuerza, me recordaba más a las protestas infantiles del colegio que a una opción seria para el cambio necesario. Su negativa a presentarse a las elecciones cuando tuvo la oportunidad, en sus orígenes, y combatir a los poderes del estado, que no públicos, desde el único frente posible el interno, fue una decepción para todos. También para mí, que esperaba algo más que una chirigotada callejera. Pero todo cambió ese 18 de enero.
01215M por la justicia. De forma unánime y espontánea David fue elegido como su líder: demostró no doblegarse ante los abusos de poder y tener el coraje necesario para combatirlos. Aún así, no hay líder que prospere si el azar no interviene.
La empresa FEE había acaparado con sobornos y trampas el noventa por ciento de los contratos de limpieza del territorio nacional. Sin pretenderlo se convirtió en el vaso comunicante del estallido. Obreros todos, a las sedes de la empresa repartidas por el país llegaba información directa de lo ocurrido y sin censuras por las emisoras internas de la compañía y sus vehículos. El ejemplo de la capital sería detonante para actos similares en todas las ciudades donde operaban. Sin duda, clave para el contagio fue que la empresa atravesaba un momento conflictivo con despidos, bajadas de sueldo y sanciones de forma generalizada consentidas por la administración. Que había trazado con la rebaja de sueldos de sus funcionarios el camino a seguir.
El descontento laboral alimentó la ira y el deseo de venganza. En semanas todas las ciudades donde la empresa tenía adjudicado el servicio de limpieza ardían en llamas. Primero fue metafórico, luego literal. Los empleados con el apoyo de su maquinaria pesada bloquearon las ciudades, y con el de los vecinos se enfrentaron a la policía respectiva. Primero fueron cazuelas, luego adoquines y tapas de alcantarillados. Después bates. Pronto llegarían las armas en respuesta a las de los agentes. Por una vez tanta licencia de caza otorgada con el único propósito de generar ingresos fáciles para la administración local sirvió para algo. Y contra la misma administración que las otorgó. Los cazadores, asesinos en potencia reprimidos tuvieron por fin la oportunidad de disparar al animal humano.
Pero no solo ellos, la comunidad de delincuentes con armas de todo tipo se sumó a las revueltas. A medias entre el resarcimiento y la solidaridad. La policía, perdida ya toda su capacidad de coacción y amenaza fue cediendo posiciones y miembros. El gobierno tuvo que recurrir al ejército para equilibrar las fuerzas. Y al toque de queda las detenciones aleatorias los juicios sumarísimos las sentencias ejemplares de unos juzgados sometidos por la política. Lo que enfureció aún más a la población que se fue organizando en patrullas, comando y brigadas. Aquí el contrabando de armas se disparó. Cada vez en más número mayor potencia de fuego más pesadas más alcance.
A medias entre la inercia y la fuerza de las cosas, David se convirtió en el jefe del ejército revolucionario; nombrando a su vez a los generales Hazazel, Yahvé, Ezequiel y Zohet en función de un plan estrictamente pragmático: Ejército del Norte, del Este, Sur y Oeste. Para qué más nombres. En el norte me vi atrapado yo y a 400 kilómetros de mi hogar.
La empresa de ascensores para la que trabajaba me envió a instalar una maquinaria en un nuevo y lujoso edificio de oficinas propiedad del banco más conocido del país. Fue por esto que la revuelta me atrapó en el lugar menos apropiado donde convencer a nadie de mi neutralidad. Menos aún inocencia. ¿No trabajaba para un banco?, enemigo por tanto. Hay muchas decisiones importantes en la vida que se toman por casualidad, otras por error, otras por necesidad. Y algunas, son supervivencia. En el último caso estaba yo.
Los alborotadores habían incendiado la sede como harían después con toda la ciudad, y empleados del banco y yo mismo nos vimos en la obligación de defendernos o morir asados. Esta elección necesaria nos identificaría inmediatamente como enemigos del movimiento. Luchar o morir, yo luché. Como lo hicieron la mayoría de los atrapados en aquella trampa de fuego. Quienes se rindieron murieron en la misma acera, a golpes. Tal era la rabia acumulada. La escena nos dejó las cosas muy claras al resto: a la violencia se le responde con violencia.
De mi caja de herramientas cogí la llave más pesada y un martillo; y me fui abriendo camino a golpes salvajes entre los exaltados que no estaban para excusas. Ni diálogos. Con la llave en mi mano izquierda maté a mi primera víctima, le abrí la cabeza en un momento de descuido. Bestial pero inevitable: delante los alborotadores cerrándonos el paso, detrás las llamas bloqueándonos la huida.
No sé qué tiene el mal ejemplo que enseguida contagia. Un sencillo empleado de ventanilla con veinte impecables años de servicio sin decir una palabra más alta que otra agarró el cajón de su máquina registradora, tirando los billetes al suelo dicho sea a modo de anécdota, y con él se lió a golpes. Dejó tras de sí un muerto y varias narices rotas. Lo mismo hicieron sus compañeros que armados con los objetos más inverosímiles, recuerdo especialmente a la rubia del vestido rojo y taconazos que se descalzó y con los zapatos atravesó más de un ojo, me apoyaron enfurecidos puede que de tantos años de obediencia. Parece que nuestro espíritu de supervivencia animal era más fuerte que la rabia revolucionaria, pues siendo ésta mucha vencimos aquella escaramuza. Con tanto coraje y fiereza que a un capitán del ejército oficialista le llamó la atención reclutándonos forzosos inmediatamente. Así estaban las cosas. Para ganar una libertad puede que tuviéramos que perder otras.
De modo que tanto los empleados del banco como yo, que algo había simpatizado con el Movimiento, me encontré luchando contra éste sin poder evitarlo ni retroceder. So perna de morir fusilado por desertor. A todos, incluida la rubia, nos empotraron en la Compañía 56, miembro del Batallón de Infantería Mecanizada Los Becerros Sangrientos. Al principio el nombre me hizo gracia, con el tiempo y según fueron muriendo compañeros, quizás a eso hiciera alusión el nombre de becerros, ya no tanta.
Una vez declarado oficialmente el estado de guerra por el presidente más inepto de cuantos la república tuvo, nuestro primer destino fue la ciudad de Álcahson, en el este. En ella los rebeldes se habían hecho fuertes gracias a un error de la ONU. Y a la suerte, pues una flotilla da cazas en dirección a Libia perdió una bomba inteligente que, cuestionándose a sí misma, fue a caer tontamente sobre un quisco de prensa. La tontería de la bomba inteligente distraída significó volar la ciudad al completo: bajo el quiosco de prensa amarilla pasaba una conducción principal de gas que se incendió, provocando una cadena de explosiones de la que sólo quedó en pie el ayuntamiento. Ello porque gracias a los recortes no había sido conectado aún el edificio a la red de suministro. No fue tan tonta la bomba inteligente, al fin y al cabo.
Allí se presentó al Cía. 56. Gracias a mis habilidades con la maquinaria y a los miles de kilómetros recorridos a lo largo del país por mi trabajo con toda clase de vehículos, me asignaron la conducción de un carro de combate, conocido por mí como tanque hasta pocos días antes. Alemán, último modelo. De repente hubo dinero para modernizar el ejército. Es lo que tienen las guerras: aceleran las decisiones y dinamizan la economía.
El pilotaje de aquella máquina de cincuenta y ocho toneladas resultó más sencillo de lo esperado. La falta de espacio y que el jefe de carro fumara como un enfermo, algo menos. En el tren más largo que nunca había visto trasladaron a la compañía en menos de veinticuatro horas; para ser un tres de mercancías otra proeza de la guerra. Claro que la mercancía bélica había pasado a máxima prioridad en el tráfico ferroviario y la de personas… Mejor evitarlo. De uno y otro bando reventábamos los trenes de viajeros para causar más muertos y hundir la moral. En el combate todo vale, la guerra también altera la perspectiva frente al bien y el mal. No importa lo correcto lo que importa es ganar. La guerra es como la vida.
Supe que en uno de esos trenes murió mi ex esposa y esto me dio una gran alegría. Y puesto que dijo no querer volver a verme, supongo que a ella también: nada como un gran deseo hecho realidad. No averigüé qué bando minó la vía.
A nuestro primer destino en el frente llegamos sin merma. Álcahson era escombro, polvo y llamas, por lo que los supervivientes tuvieron que refugiarse en el ayuntamiento. No cabe mayor incoherencia dado que antes de la guerra seria los defensores de la justicia para el pueblo y la libertad no tenían mayor enemigo institucional. Pero así son las cosas cuando le obligación aprieta. Supieron no obstante hacer un lavado de imagen apropiado pues desprovisto de todo simbolismo oficial y grafiteado convenientemente el ayuntamiento parecía un albergue juvenil con estética de fumadero de opio.
Nada más lejos de la realidad. Su interior escondía un búnker que ni el mayor tirano había soñado jamás para sí. La idea inicial fue de un ex alcalde del partido comunista con manía persecutoria; no supo digerir la legalización de su partido y prefirió seguir viviendo como víctima. Me hubiera cambiado de bando en ese mismo momento de no ser por el miedo a las represalias de ambos lados. Una vez que se ha tomado partido, aún a la fuerza como en mi caso, imposible es poder rectificar.
Pero el ex alcalde tuvo otro delirio mayor todavía sin estrenar. Acostumbrado a las soflamas y los discursos políticos de varias horas, el comunista se hizo instalar en el sótano 2 un equipo de radio desde donde podía transmitir en todas las frecuencias y llegar a los rincones más alejados del globo. Comprendí entonces la esencia de nuestra misión y la verdadera fuerza del enemigo. Yahvé, general hasta el momento de una Brigada de pillos y alborotadores, más los infiltrados y supervivientes del bombardeo, tenía a su disposición la mejor arma que, inteligente o no, manejada hábilmente podía ganar la guerra: la intoxicación.
Al mando de la 56 estaba el capitán Calero, conocido como El Mierda o El Cobarde, según las fuentes. No querido por nadie, según las fuentes. Alcanzado el objetivo sin mayor esfuerzo que el de una conducción incómoda sobre montones de escombro y vehículos convertidos en chatarra, desplegó la 56 en semicírculo alrededor del ayuntamiento. Dejando libre la retaguardia pero había perdido a diez hombres en unas maniobras por culpa del fuego amigo, se le ocurrió cerrar el círculo en torno a un objetivo simulado y unos se mataron a otros. No quería repetir el error, ya se le ocurriría otro.
Asomando por la escotilla de su carro sacó una especie de trompeta y se puso en pie para dirigirse a las tropas. Pensamos que era un altavoz o similar, pero no fue así; el chisme resultó ser una vuvuzela. Olvidaron las fuentes decir que además de un mierda el capitán Calero era un imbécil, pues nada más soltar el berrido aquella cosa un disparo procedente del balcón del ayuntamiento lo derribó. Viniendo del lugar de los discursos al pueblo, apropiado. Tuvo suerte porque cayó por la trampilla de la torreta en lugar de al suelo. Aunque en una postura algo grotesca, con los pies hacia arriba.
Pocas órdenes activan tanto la acción de abrir fuego como el sonido de un disparo. Nuestra respuesta fue automática y no diría que proporcionada: machacamos el único edificio en pie que la tonta inteligente había dejado con munición de 125 milímetros y carga hueca. Pero el edificio no se hundió como esperábamos antes de desaparecer la nube de humo, tan solo rompimos los cristales y provocamos algún pequeño incendio: las cortinas y la bandera oficial. Ridículo si lo comparábamos con el resto de la ciudad. Y preocupante, para el control de la emisora aquel debía ser un combate cuerpo a cuerpo.
Por desgracia para todos el capitán Calero no murió del disparo. Tan solo le golpeó el casco y lo que le derribó fue el susto. Decididamente las fuentes se quedaban cortas, también era un estúpido. Siguiendo sus órdenes tardamos tres días en pasar del hall de entrada. Forrado en acero y oro, por cierto. Cosas del dinero público.
Tres días y un diez por ciento de bajas. Asustadizo e inepto, el capitán pidió refuerzos y apoyo aéreo. Suerte que un teniente coronel ligeramente más inteligente que él le respondió si su propósito era matarnos a todos, pues nosotros también estábamos dentro del edificio que pedía bombardear ahora con aviones. Tampoco hubo refuerzos. Las últimas unidades creadas tanto con jubilados como niños soldado se dirigían hacia el norte. Allí los insurgentes estaban ganando fuerza muy deprisa gracias al apoyo de los mineros. Fuerza y terreno porque una franja de casi trescientos kilómetros a lo largo de la costa norte ya estaba bajo su control.
Me contagió el eufemismo político, pues control era una forma demasiado comedida para calificar la limpieza social iniciada por el 01215M. Fue con el inicio de esta campaña cuando se rebautizaron como Frente Para la Recuperación Y Justicia.
Hazazel era hijo de un ganadero que después de una vida de trabajo perdió su explotación a no poder hacer frente a los pagos de una nave de ordeño. Bruselas había impuesto unas condiciones sanitarias tan exigentes que los ganaderos se vieron forzados a endeudarse o claudicar. El padre de Hazazel también era un luchador, optó por lo primero. Pero el delicado equilibrio entre ingresos y pagos se rompió cuando, otra vez Bruselas con sus lecciones magistrales del buen gobierno, fijó un precio máximo de la leche para contentar a los chinos. El nuevo mercado de futuro que tanto había empobrecido a Europa. Negro como el presente ese futuro.
El padre de Hazazel y cientos de ganaderos más lo perdieron todo por culpa de burócratas y banqueros. Alianza letal que creó el clima propicio para que la semilla de la rabia y el odio germinara con fuerza. Un poco de apoyo mediático y otro de populismo oportunista hicieron el resto. La expansión del frente del norte fue espectacular. A la altura de las represalias. Lo habitual: se empieza por las detenciones justificadas, se sigue por los encarcelamientos preventivos, y se acaba en las fosas comunes como solución definitiva de emergencia. Violaciones juicios sumarísimos expropiaciones en el sacrosanto nombre de la revolución y la justicia. En el nombre del Frente Para la Recuperación Y Justicia, en definitiva. Nace La Causa para defender al hombre, después el hombre es sometido por La Causa.
Los combates del ejército contra el frente del norte estaban siendo especialmente sangrientos. No vendrían refuerzos. Si bien es cierto que a veces es suficiente con identificar al enemigo interior, en otras, además hay que eliminarlo. Tal ocurría con nuestro capitán Calero. Las nuevas órdenes recibidas eran tajantes: silenciar la radio a cualquier precio.
Algo me decía que de momento estaba en el bando perdedor. El grueso del ejército no era capaz de detener el avance del Frente del Norte, y la 56 no lograba silenciar una radio situada a pocos metros. Aunque no sabíamos dónde exactamente pues el ayuntamiento era un laberinto de oficinas, pasillos, despachos, salas de juntas y cuartos sin función clara. Malgastando granadas de mano y perdiendo hombres con decisiones tácticas erróneas el inútil capitán, y digo bien pues que yo supiera la rubia del vestido rojo era la única una mujer de toda la compañía, nos habíamos adentrado lentamente en el edificio.
A la rubia la descubrí por casualidad: degollaba con su bayoneta a un rebelde cuando entré en los lavabos para asegurar nuestra posición. No la había identificado con el pelo corto y su ropa de camuflaje, vestida de combate parecía otra cosa. En realidad otro asesino sin sueldo más, que era en lo que todos nos habíamos convertido rápidamente. Para el salto hacia el horror sólo dista la oportunidad. Descubierta, con la sangre de su víctima aún caliente sobre la ropa, se pintó los labios frente al espejo y salió de allí en silencio.
El capitán tuvo otra de sus nefastas ideas y dividió a las fuerzas. Mi jefe de carro había muerto así que fui ascendido por necesidad. Junto a otros doce hombres nos ordenó limpiar la planta superior de basura antipatriota, así llamaba él al enemigo. Quizás para motivarse. Pero el fuego defensivo tenía sobre nosotros la ventaja del conocimiento del medio y la posición elevada. Tres hombres murieron en el primer tramo de escalera hasta que pudimos eliminar la amenaza. El tirador resultó ser un objetivo decepcionante: iba vestido de payaso. Probablemente un mimo de la calle al que le habían dado un arma automática y encintado el dedo al gatillo. Aun así tres a uno, seguían ganando aquellos aprendices. La ira, que es más efectiva que la disciplina.
El eje de la planta superior era un amplio pasillo cubierto por una gran alfombra, alguien dijo que persa, otro que siria. A mí me daba igual, ni entendía ni me gustaba; mejor callado que ignorante. Sobre ella los grafiteros habían escrito mensajes revolucionarios. Socialimo o muerte; Socialismo libertad; Pisados como ácaros; Capitalismo asesino. Cosillas así. Arengas reivindicativas idóneas para el levantamiento popular, cebo de desposeídos y luz de perdidos. Ideas de un mundo más cómodo, que no más justo, para quienes nada habían logrado en la vida bien sea por falta de oportunidades o de méritos. Sin embargo aquellos mensajes me hicieron pensar: llegué a la conclusión de que no íbamos a mejorar nada. Y los miles, tal vez millones de muertos si el conflicto cruzaba las fronteras, no servirían para nada. En mi mente estaba el recuerdo de los que tras la bandera del socialismo igualitario escondieron un arma para matar a sus adversarios políticos y un yugo con el que esclavizar a la población que decían liberar. En aquel momento de iluminación vi claro que nuestra guerra cambiaría unos tiranos por otros, y que los muertos eran siempre del mismo lado, el de abajo.
Mis reflexiones acabaron cuando del fondo del pasillo asomaron a cada lado dos Browning disparando a plena potencia. El jefe del pelotón en cabeza cayó muerto, los demás sólo tuvimos tiempo de tirarnos al suelo y responder el fuego hasta que las ametralladoras se quedaron sin munición. Ayudó la suerte: abatimos dos enemigos a cambio de uno de los nuestros. Dos a uno por tanto. Después de eso avanzamos por el pasillo desplegados en óvalo, cubriendo todas las direcciones desde las que podíamos ser atacados. Incluso el techo. Al caminar fui observando los cuadros de las paredes, al pie de cada uno su nombre y cargo. Ex alcaldes todos, y probablemente una fortuna. Algo similar debió pensar el grafitero porque repintó los retratos con su espray. Me pareció divertido, lo cual no hizo sino confirmar que ambas formas de pensar no estaban tan lejos. Solo que atrapados en bandos distintos.
Alcanzamos la posición de las ametralladoras para descubrir, otra vez con decepción, que los abatidos no invitaban a hacerse una fotografía recordando el éxito. El hombre vestía de fontanero Mario Bros, y la mujer llevaba un disfraz de Blancanieves. Como digo, no podía haber retrato de la victoria o nos hubieran tomado por asesinos de niños.
Lo mejor vino después. Cada ametralladora estaba en la puerta de respectivos salones. Grandes y lujosos como nunca yo había visto, aunque mi referencia no es buena pues no había visto muchos. El de la derecha, con el nombre de Luis XVI sobre el marco de la puerta, hacía honor a su nombre. La fantasía de sucesivos alcaldes y la generosa oferta de dinero público hizo de aquel salón un escenario siglo de las luces. Sillas pintadas en oro, tapices, cuadros enormes de alcaldes a caballo rampante, o retratados con su familia al estilo realeza. Uno de ellos, que se hizo pasar por liberal demócrata toda la legislatura, aparecía pintado junto a un obús en pose de ordenar fuego y con la espada en alto. Yo mismo hubiera disparado contra el cuadro de no ser porque el grafitero pintó sobre el pecho del alcalde la bandera pirata; y corriendo a lo largo del cañón ratas vestidas con traje y corbata portando maletines de dinero en cuya tapa se veían logotipos de diferentes bancos y empresas. Bajo las ruedas del obús, los aplastados, en gesto mendicante.
Por si los cuadros fuera poco escarnio, del techo colgaban pedazos de grandes arañas de cristal. El resto, hecho añicos en el suelo por nuestro fuego de carro; junto a jirones de cortinas que en otro tiempo habían cubierto las ventanas. En el centro del salón un palco de coronación con una enorme mesa también de oro donde el alcalde en cargo debía firmar sus documentos. Bajo la mesa vi el cañón de un AK-47 de un tirador acorralado. Abrió fuego e hirió de gravedad a otro hombre antes de ser eliminado. Dejamos la mesa de oro literalmente como un colador, y al tirador también. Tanto, que nos costó averiguar entre la sangre y trozos de ropa que iba vestido de Michael Jackson cuando todavía era negro. Otra burla tardía.
Sobre la mesa una caja de cohíbas tamaño XL con un mensaje: ¡Viva la Revolución!
Ya me tocaba los huevos esa revolución de muertos, le pegué dos tiros a la puta caja.

Entre tanto, y sin nosotros saberlo, la emisora que debíamos silenciar lanzaba a pleno pulmón, o pleno vatio, mensajes del triunfo rotundo de la sublevación. Y de un mundo libre del capitalismo asesino donde los responsables de la quiebra económica serían ajusticiados. Todo mentira pero la gran habilidad de Yahvé estaba en la oratoria, en la propaganda en definitiva.
Su discurso incendiario, furioso y audaz cruzó fronteras, se coló por las casas en los lugares más distantes e inimaginables de la tierra. Y lo peor, en la mente de millones de personas descontentas, hastiadas de una vida sin recompensa, de un presente asfixiante y un futuro sin futuro. Contagiadas de una oportunidad, de una posibilidad para el cambio, la llama de la rebelión prendió en todo el mapa geopolítico. Pinchándolo aquí y allá con sus incendios de sublevación. Las culturas serán distintas pero los patrones se repiten: manifestaciones movilizaciones revueltas represión furia estallido. Traficantes de armas suministrando a ambos bandos, población contra estado y viceversa. Gobiernos que solicitan ayuda exterior, alianzas repentinas entre países rivales, ahora confabulados contra el enemigo común: el ciudadano protesta. De Rusia a Sudáfrica, de Japón a Cuba, todos los gobiernos se cuestionaban el mismo dilema: enfrentarse a la población o sucumbir. Eligieron la primera opción.
Como de costumbre, China fue el primer país en aplastar la revueltas con su línea habitual de abuso de poder y exceso represivo. El ejército masacró a la población insurgente. Y a la que no también, por si acaso. En todo conflicto siempre llega un momento en que cualquiera se convierte en sospechoso. En el caso chino ese momento era previo al propio inicio del conflicto. Comportamientos de la tiranía sistemática en permanente actitud defensiva. Y ofensiva. Pero después de una arrolladora fase inicial, de asesinatos y control por parte del ejército y las fuerzas del estado, la insultante victoria gubernamental empezó a revertir. Con un gesto sencillo. De nuevo el inicio insignificante de los grandes acontecimientos.
Siguiendo el ejemplo de aquel manifestante anónimo que durante la masacre de Tiananmen detuvo por sí solo y desarmado una columna de carros, un humilde e ignorante campesino armado con una vara de avellano para conducir el ganado hizo lo propio. Se plantó en medio del camino para detener el avanza de las tropas hacia su aldea. Pero la falta de cámaras para testificar el hecho, más el resentimiento de un ejército humillado con aquella acción, condicionaron su destino. Las órdenes eran no detenerse ante nadie.
La compañía entera, con el doble de unidades que la 56, le pasó por encima. Dicen los mismos testigos que el campesino fue triturado por las cadenas hasta tal punto que de él no quedó nada. Nada corpóreo, pues su ejemplo de valor suicida sumado a la falta de respeto hacia la población de un ejército reconvertido en enemigo reventaron la bomba de relojería china. Defectuosa como todo.
El gran imperio soportado sobre los hombros de campesinos sin arroz, de obreros sin derechos, de estudiantes sin futuro, de universitarios sin trabajo. Sostenido con el sudor y la sangre de una población sometida y aislada donde aprovechándose de ese sacrificio nacieron grandes fortunas, se desmoronó con la rapidez de las torres gemelas. Y al igual que ellas volatilizó a la superpotencia de cartón y su capacidad de respuesta. La desaparición casi apocalíptica para unos, necesaria para otros, de ese monstruo fue el espejo donde oprimidos y escupidos de la sociedad se miraron. Para copiar los modos y sacudirse el miedo.
La efectividad de los medios y la satisfacción del resultado cruzaron las fronteras de India, Pakistán y Rusia velozmente, con la rapidez de las buenas noticias. La sociedad de los aplastados es tan grande que basta con despertar a una parte para que el falso equilibrio del orden impuesto y la paz del temor se rompa. El resto, los temerosos o con algunas migajas más que el resto de parias, necesitan otra sacudida o que les roben las migas para reaccionar. Por insignificante que sea, cualquier posesión que no tengan los demás coloca al individuo en una posición de privilegio por la que no se une a la lucha inicial. Desaparecida aquella, son activistas con igual rabia que el primero. Esto pasa siempre que los conflictos se extienden por el territorio y alargan en el tiempo.
Los gobiernos de India y Pakistán cayeron rápido, no eran tan fuertes ni temibles después de todo. Pero Rusia, más occidentalizada y por ello con más privilegiados en su trinchera, resistió el primer asalto. Por esta occidentalización la oligarquía empresarial, madre de la corrupción y la inacción institucionalizada, puso todos sus medios a disposición del gobierno-ejército. Presión política armas munición centros de internamiento interrogatorios. Lo necesario para seguir en posición de privilegio, hay migajas muy grandes que disgusta mucho perderlas. Pero a migaja más grande más esclavos la sustentan más resentimiento más injusticia. Y éstos sólo necesitan armas para poder combatirla. Para resolverlo está la figura del traficante comprando armas de un gobierno para derribar a otro. La biodiversidad es una cosa muy buena: todo gusano es necesario.
Hijos y nietos de los muertos por el estalinismo asesino sacaron su furia falsamente enterrada en el silencio obligado de la represión. E hicieron de Stalingrado una ciudad de desolación y muerte; Siempre Stalingrado. Otro símbolo del terror a batir por la disidencia, herederos de familias masacradas, alimentados con años de odio y conducidos por la luz de la venganza, expulsaron al adriático a sus oponentes. Fuerzas de seguridad del estado, de represión y tortura del estado; el ejército y el propio gobierno al completo, se ahogaron en el mar como peces en la arena.
Cuentan las crónicas que el presidente pedía clemencia a gritos antes de ser arrojado a las heladas aguas del océano junto a toda la casta política. Murió como el resto, de hipotermia, pero antes lo hizo de vergüenza. Que la otrora terrible y todopoderosa Rusia hubiera sido desmontada como un juguete viejo por sus propios súbditos no hizo sino estimular el ánimo y las protestas en la cercana Europa. Pueblos descendientes de las guerras más sanguinarias que la humanidad ha conocido, atrapados ahora en el conformismo y el desencanto de una democracia agotada sin maquinaria de sustitución. A Rusia le siguió Polonia, Alemania, Francia, España, Portugal, Reino Unido, Escandinavia. Fue en los países Nórdicos donde se acuñó el lema Al Poder Agua Salada. Congresistas senadores monarquías, acorralados como pollos y cobardes como ratones huyeron hacia la única vía posible: los acantilados. Ante los ojos de la muerte todos somos iguales, no existe mayor democracia. Enfrentados por una vez a la verdad cegadora e inmisericorde que conlleva el final de un poder absoluto, hubo quien en su desesperación pidió perdón por todos sus pecados y prometió devolver lo saqueado. Incluso las vidas truncadas.
En cambio hay quien ni en el borde de su último suspiro renuncia a ser más que los demás. A exigir obediencia y respeto por su divina majestad. Engendrados en camas de oro donde aristocracia y realeza se aman y poseen incestuosamente, nacidos entre los brazos de sirvientes, criados en cunas para orgullosos y soberbios, amamantados con la leche de la exclusividad. Con todo ello, imposible sustraerse al vasallaje también en el momento final. Sus pretensiones fueron escuchadas y precisamente por eso, despeñados contra las rocas y arrastrados por las olas al fondo de las aguas.

La oleada de Reparación y Justicia, como se llamó en el sur, atravesó Irán, Arabia Saudí, Egipto y todo el mundo árabe como un tsunami. No quedando en pie ni las dunas del desierto. Por el desierto, el del Sahara, penetraron las protestas en el áfrica negra hasta alcanzar Sudáfrica. En el continente más pobre entre los pobres no hubo dictador primer ministro o jefe de tribu que no fuera depuesto a machetazos, la pobreza tiene sus propios métodos, y arrojada su carne a las hienas. Especializadas en carroña como todo el mundo sabe.
Pero el ejemplo Chino o Ruso no terminó ahí. China exportó su mejor producto hasta la fecha, cómo resolver la desesperanza, hacia el sur por Vietnam e Indonesia hasta alcanzar Australia. Vietnam revivió en su red de túneles la pesadilla de la invasión norteamericana, y a la consigna de Al Poder Agua Salada introdujo la variante El Poder Mejor Bajo La Tierra. Por fin una forma útil de aprovechar sus recursos… ¿naturales?
En Australia los aborígenes encontraron en la revolución una salida digna del alcoholismo y la indigencia a la que el racismo blanco los sometió durante generaciones. Echando mano de la memoria de las costumbres, usos y tradiciones enseñaron a los rebeldes a sobrevivir con los mínimos recursos y ningún servicio. Fuera servidores, fuera servidos, difícil diseñar una sociedad más igualitaria, fuerte e independiente de toda oferta comercial. La austeridad, dureza de espíritu y resistencia a la adversidad se contagió como la gripe española, pero con las ventajas de una inmunidad autoadquirida. El retorno a la simplicidad, la tierra y la veneración al medio ambiente marcaron la diferencia con otras regiones del mundo. Un nuevo ejemplo a seguir y soluciones supervivientes a incorporar en lugares donde la esquilmación de los recursos por parte de multinacionales y el consumismo compulsivo, habían eliminado toda esperanza de recuperación. Los aborígenes, insultados expulsados humillados, repararon en meses el daño de décadas. Una nueva forma de vivir estaba por fin al alcance de la mano. Algo en lo que el Frente nunca reparó, hijo al fin y a la postre de la comodidad y el exceso.
En este viaje de ida y vuelta el levantamiento popular cruzó de Rusia a Alaska como los antiguos colonizadores de la tierra: por el estrecho de Bering, y mucho antes de que se inventara la ropa y la agricultura. De Alaska a Canadá, EE.UU., centro América, Brasil, la Patagonia, Tierra del Fuego, Cabo de Hornos. Nueva propuesta: Al Poder Agua y Fuego. Cada cultura tiene sus cosas.
De centro América no saltó al Caribe, la frontera cubana era una barrera demasiado inmóvil. Y nadie creyó que después de estar mano sobre mano durante más de cincuenta años esperando pacientemente que la justicia divina se llevara a los Castro, aunque fuese muriendo de viejos en la cama, la sociedad cubana iba a reaccionar. Acostumbrada durante más de medio siglo a ser una mantenida de la unión soviética y un falso escaparate del comunismo; después una puta de Venezuela pagada con petróleo; siempre por los familiares que contra viento marea y tiburones emigraron hacia el mundo; nada hacía presagiar aquí un cambio.
Los aires y las armas de verdad revolucionarias llegaron como el dinero y la comida y las noticias: de la comunidad cubana residente y resistente en el extranjero. Florida en su mayoría. La teoría lanzada por un sociólogo evolucionista a mediados de los noventa, bautizada como La selección natural de las 90 millas, se mostró acertada; pues fue esa comunidad de desertores valientes y no cobardes gusanos como siempre el régimen castrista los llamó, quienes con su dinero y recursos armaron la flota que introduciría en la isla el virus del cambio. Junto a las armas indispensables para defenderlo, que no atacarlo pues era éste un virus conveniente.
Los combates por la libertad apenas duraron tres semanas. El ejército no tenía motivación ni armamento, corroído con la humedad y el abandono desde que desapareció el apoyo soviético. La policía del partido, que ni era secreta ni estaba dispuesta a partirse la cara por el partido, se infiltró entre la población no para espiarla, sino para desaparecer en ella. Al Poder Agua Salada, en una isla este grito de libertad se hizo obligado no existiendo otra forma de deshacerse completamente de sujetos indeseables sin convertirlos en mártires para nostálgicos. Los de las migajas. Lástima que ninguno de los Castro vivió para… ¿contarlo? El miedo y los infartos lo impidieron. Que la tragaran, no que fueran arrojados a los tiburones. Todo ocurrió a pie de calle, entre la 54, la 86 y la Habana Vieja. Para la Nueva Habana, la que estaba por llegar como la Nueva Cuba, habría que inventarse calles con algo más de prosa realista y menos poesía José Martí. Este sí que fue un triunfo de la revolución.
En Cuba está Guantánamo. En Guantánamo lo mejor de EE.UU. La nueva revolución dentro de la revolución vació la cárcel más conocida del mundo. Aunque no la peor. De ahí, directos a Norteamérica.

Como he dicho, la carta de cambio de destino me llegó por conducto reglamentario. En los meses que duró nuestro malogrado asedio al edificio del ayuntamiento para callar la emisora, ésta no desapareció. Pero sí la 56. Sólo cuatro sobrevivimos: la rubia del vestido rojo con ropa de camuflaje labios pintados de sangre veintiocho muertos en la punta de su bayoneta, los mataba a punta de lanza por el placer de ver sus ojos al morir; el cabo gastador jefe del carro número 12 y el enfermero. Siempre reanimando a los muertos siempre cubierto de sangre siempre a salvo por eso. Ningún enemigo quiso malgastar su munición con alguien en apariencia ya cosido a balazos.
A diferencia del enfermero, el cabo gastador se había ganado cada latido de vida. Tirador de élite, luchador valiente, compañero leal. Incluso a mí me había salvado el pellejo en una ocasión con su puntería. No salía una bala de su arma que no abatiera a un enemigo. Aún así, y gracias a los innumerables errores del capitán Calero, el idiota según mi propia fuente y conocido por los demás como El inútil de la 56, la compañía murió en el intento. El edificio resultó ser una trampa mortal para cualquier asaltante. Más aún para una mente obtusa y sin ideas como la de nuestro capitán.
Plagado de pasadizos túneles cámaras secretas paredes dobles habitaciones fantasma, la decisión del idiota de repartir las fuerzas por las distintas plantas fue determinante para nuestro fracaso. Construido en los años cuarenta sobre los restos recién descubiertos de un castillo medieval y precisamente por eso, edificado sobre una villa romana que aprovechó las ruinas de una construcción mozárabe, o quizás fue al revés pues no está muy claro quién llegó antes a esta tierra de sandías y melones; más las sucesivas obras, reformas y contrarreformas de los alcaldes de todos los partidos para conservar el sillón aunque fuera por la vía del encierro, hicieron de aquel ayuntamiento la fortaleza perfecta para ocultarse. Y perderse incluso de uno mismo pues ni con la ayuda del grafitero que fue pintando señales en su recorrido hacia la radio, algo que descubrimos demasiado tarde y que nos habría guiado hasta ella ahorrándonos muchas vidas, logró Yahvé salir de allí con su menguante tropa de voluntarios disfrazados de cualquier cosa para mayor insulto.
Tampoco hizo falta. Ganó todas las batallas sin moverse del sitio. Sus mensajes de liberación y triunfo de los oprimidos, junto a una versión renovada del clásico Liberté Igualité Fraternité, oportunamente transformado en Reposición Depuración Castigo Victoria, fue rebotando de repetidor en repetidor y traducido como correspondía para sublevar a los castigados de la tierra e irritar y acobardar a los castigadores. La moraleja de que las hormigas pueden derribar a un elefante se demostró correcta: era una cuestión de número y tiempo.
Gracias a un mensaje repetido incesantemente; a lecturas extraídas de libros de micro y macro economía; de filosofía, moralidad, ciencia; sin concesiones a la religión, la mística o la espiritualidad; desprovisto de dogmas y cargado de pragmatismo y un racionalismo ejemplar con soluciones para un mundo nuevo, y quién sabe si justo, levantó a cinco mil millones de personas contra el tirano de zona. Porque sí, a mí no hacía falta que me convenciera de que en cada gobierno hay un déspota. La democracia también esconde a sus autócratas tras la sutileza del voto cautivo o castigo.
Este enfoque revolucionario de la sociedad en su conjunto incluso a mí me entusiasmó, pues leía cada octavilla que arrojada por su aviones caía en mis manos. Por eso cuando tuve ante mis ojos la notificación del traslado hacia un frente de muerte, y en el bolsillo guardada la esperanza del cambio escrita en un papel del enemigo, no dudé en cambiarme de bando.
Pero esto no significa que lo hiciera, pues si la idea de morir combatiendo no estaba en mis planes, la alternativa de ser fusilado por desertor resultaba demasiado humillante hasta para mí, que siempre fui una persona sin ideales, creencias ni orgullo alguno.
A pesar del clamoroso fracaso de la 56, las derrotas en el bando oficialista eran tan frecuentes y estrepitosas que nadie la tuvo en cuenta; una más. Gracias a eso, a que los mandos caídos en combate habían sido tantos que comenzaban a escasear oficiales y generales, y a que ser enviado a la muerte bien merecía una compensación, a los cuatro supervivientes nos ascendieron de un salto a teniente coronel. Aparecía el nombramiento al pie del texto, a modo de consolación. Las buenas noticias siempre al final, para dejar un regusto dulce.
Doscientos portaaviones con bandera de conveniencia fabricados en corea y con tripulación africana, 550 submarinos nucleares, más de mil buques de guerra, 5500 buques de transporte, 2000 bombarderos, 3200 bombarderos pesados, 7800 aviones de caza, y 3500 aviones de transporte, se acercaron hasta la costa norteamericana a fuerza de destrucción y flota enemiga hundida. Frente a Portsmouth, homenajeando quizás a los Pilgrim Fathers o quién sabe qué. El plan era subir por el lago Chesapeake  hasta llegar a la boca de Washington.
Cuentan historiadores de ambos bandos que el desembarco de Normandía fue un ensayo comparado con el nuestro. Veinticinco mil soldados murieron ese cuatro de julio. Quizás para conmemorarlo como se merece: con la sangre de los inocentes.
La razón de por qué en el mayor imperio de la democracia los combates eran más duros y había mayor resistencia que en ninguna otra zona del mundo, sin que los insurgentes convencieran con la rapidez de áreas a priori más difíciles, no era otra que el dinero. Las mayores fortunas del mundo estaban en el imperio, las cuales se pusieron sin dudarlo a disposición del fiel guardián de sus intereses: el gobierno. Quien a su vez utilizó todos los medios a su alcance, legales e ilegales, para defenderlos. Entre los legales, el mayor ejército conocido hasta la fecha, sobradamente preparado y con una dosis renovada de motivación: doble paga por combatir obedeciendo cortesía de un multimillonario anónimo. Nada nuevo.
Los republicanos se habían hecho con el poder tras la dimisión del presidente Obama por presiones raciales. El renacido Black Power lo declaró persona non grata y una vergüenza para la raza. Era mulato después de todo, y el triunfo del primer presidente negro se había vendido como un camelo. Para ellos eran tan negro como blanco. Así que rechazado por los negros y abandonado por los blancos que buscaban alguien más lechoso, Obama huyó con su familia a Canadá. Hay quien dice que lo han visto pescando junto a su amigo Clinton en Nettilling Lake, otros cazando en la isla Victoria. Incluso hay quien afirma que comparten una cabaña en Penny Highland. Habladurías de rencorosos probablemente pues lo más seguro es que ambos estén muertos con tanto enemigo suelto. Verdad o mentira, estos rumores no eran sino la confirmación de una situación difícil para todos.
Tras varias jornadas de avance lento, repeliendo acciones enemigas de poca intensidad, llegamos a Washington. O lo que quedaba de ella, porque me recordó excesivamente a Álcahson e Hiroshima juntas. Todo era escombros, ceniza y polvo. Salvo el Capitolio, como el ayuntamiento de Álcahson. Rodeado por varias anillos de carros de combate, destrozados los del círculo exterior pero en aparente buen estado los del interior, surgía el edificio como un espectro. Y orgullo de la contrarresistencia, otra palabra nueva que anotar en el vocabulario propagandístico de guerra. Se decía que estaba vacío pero que era preciso defender su integridad por ser el símbolo de la nación. De media nación oficialista pensaba yo, aunque esto eran cosas mías sin importancia. Y del imperio político económico, esto ya me gustaba menos pero tu bando es tu bando qué iba a hacer.
Yo no tenía mucha experiencia en campo abierto, no en vano había pasado la mayor parte de la guerra asaltando un edificio. Por esto mismo habíamos sido trasladados los cuatro de la 56 y nombrados jefes. Para elaborar la estrategia que asegurase el Capitolio como sede del nuevo gobierno y se comandara desde ahí la reconquista del estado, la nación, el imperio, y el mundo. Que según el plan pasaría a convertirse en una mera sucursal de sus intereses económico políticos.
Bien sea por las octavillas que llenaban mi cabeza de ideas contrarias a todo régimen, o por haber perdido la esperanza de encontrar viva a mi familia, lo cierto es que dentro de mí el deseo de convertirme en la enfermedad que matara al organismo ahora que tenía un cargo con capacidad de decisión, no hacía sino crecer. Un momento, llaman a la puerta.
-¿Quién es?
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-Policía del Estado, ¡abra!
-¿Cómo?
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-¡Policía del Estado, abra la puerta o la echamos abajo de una patada!
-¡Está bien, ya abro!… ¿Qué desean?
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-Queda usted detenido.
-¿Yo, por qué?
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-Por incitación a la rebelión, conspiración contra el país, ofensa a países extranjeros y calumnias contra la clase político y los grandes empresarios.
-¿Yo? ¡Pero si no me he movido de mi casa!
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-¡Pues por eso! ¿Dónde está la máquina de escribir?
-Ahí. Eh, suélteme. Le digo que está ahí, en el despacho.
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-Vamos, indíqueme.
-¡Oiga no me empuje! ¡Está usted en mi casa y no le tolero
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-¡Le empujo si me da la gana! Y su casa ha sido confiscada por el gobierno como fianza. Ya no es su casa.
-¿Confiscada? ¿Cuándo? ¡Que no me empuje! Y usted, ¡suélteme el cuello so gorila!
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-Este gorila le va a romper el cuello como no obedezca y cierre esa boquita de niño consentido.
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-Le advierto que tenemos licencia para matar si se resiste.
-¿Pero qué he hecho yo?
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-Y todavía se hace el inocente. ¡Qué te parece!
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-Le pego una hostia y verás cómo se amansa. Déjame que le caliento los morros.
-¡Oiga que tengo mis derechos!
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-Tú no tienes una mierda, chusma desagradecida. ¡Míralo! ¡Si hasta huele mal!
-¡Quiero un abogado! ¿Dónde está la orden?
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-Ayúdame a sujetarlo, este mierda se acuerda de mí.
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-¿Es esta la máquina?
-¿Cuántas quiere que tenga, catorce?
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-Dadle un poco de grasa para que suavice. Todavía está muy duro.
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-¡Toma hijo puta!
-¡Ay, ay!
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-¡Esta por mi familia!, que tengo a mi mujer llorando como una histérica porque ha oído que va a estallar la guerra de clases.
-¡Ay, ay, ay!
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-Esta por mí, que todos vosotros críticos de sillón os tengo un odio que no puedo más. Y otra. Que queréis arreglar el mundo con vuestros escritos subversivos y lo que hacéis es joderlo.
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-Así así, joder a honrados trabajadores como nosotros. Toma otra hostia mamón. Sujétalo ahora tú que yo también necesito un desahogo.
-¡Ayayay!
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-Casi ni me hace falta. A estos mierdas les das un poco de cera y se ablandan como la nata.
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-Toma otra cabrón. Y esta patada en los huevos porque llevo una semana con la cabeza loca por tu culpa, aguantando a los jefes. Dicen que estás escribiendo contra el gobierno y cuando ellos se ponen nerviosos los de abajo lo pagamos. Que si eres un antisistema, que vas a desastabilizar las instituciones
-Se dice desestabilizar, so mula.
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-¿Mula yo? ¡A mierdas como tú los quito yo de en medio rápido!
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-Ya lo tenemos, mirad. El manuscrito WAR está aquí.
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-¿Por qué le llamas manuscrito si está escrito a máquina?
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-Es una formalidad, hombre.
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-Entonces, ¿lo machaco ya?
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-No, espera… Uhm… Está sin terminar.
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-¿¡Dónde se esconde lo que falta desgraciado!?
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-Dilo o dejo a este gorila que te reviente a leches.
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-¡Eso, habla hijo puta!
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-Parad, parad un momento compañeros. ¿Y si lo tiene en la cabeza?
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-¡Habla! ¿Lo tienes en la cabeza?
-… Quiero ver… la… orden…
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-¿La orden? Sí hombre, aquí la tienes. Abre la boca.
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-¡Trágatela! ¡Firmada por el tribunal supremo nada menos! ¡Para que veas qué importante eres!
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-¿Está buena? Ni un trocito quiero que dejes. ¡Cómetela entera!
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-Vamos, habla. ¿Dónde está el final de la historia?
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-¡Registremos esta pocilga! El marrano este seguro que la tiene escondida en alguna parte.
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-¡Dejadme a mí que se lo saco a guantazos!
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-Uhm… no lo creo. Todas las hojas coinciden con la Agencia de información mundana. Esos del espionaje son buenos los cabrones. Y no tienen nada más de lo que aquí hay. Así que o se ha dado cuenta de que le investigábamos por sedición y rebeldía o no ha terminado. A lo mejor no es tan gilipollas como parece.
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-Vagos, eso es lo que son estos rebeldes. Unos jodidos vagos.
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-Levantadlo del suelo. Ponlo aquí, en la silla de escribir para que recuerde.
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-¡No te caigas, so gallina!
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-¡Mantente erguido como un hombre! ¿No eras tan valiente dentro de la historia? Disparando a policías, militares, ¡a compañeros nuestros! ¿Dónde está ahora tu coraje? ¡Demuéstralo!
-…Me dais… asco… No sois… más que perros… guar…dianes…
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-¿Perros? ¡Yo te mato!
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-¡Espera espera! Primero el final. ¿Dónde está? ¿Cómo acaba? ¿Vencen los rebeldes o no? Porque nos quedamos sin empleo o algo peor.
-…No… lo sabréis nunca…
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-¿Qué no lo sabremos? Tú no me conoces, te saco las tripas si hace falta pero tú lo sueltas.
-No estúpido… El final… está en mi cabeza…
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-¿En tu cabeza? ¿Te crees muy listo, verdad?
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-¡Déjamelo a mí que le reviento a hostias! Verás cómo canta.
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-Espera, espera. Quizás tenga razón. Si espionaje no sabe nada e inteligencia mundana tampoco… Puede que estuviera terminándolo… ¡Ahora mismo!
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-Entonces, ¿le abro la cabeza a ver si lo encuentro?
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-Serás bruto. No hombre, si no lo ha escrito pégale un tiro y ya está.
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-Ah, bueno.
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-Toma una bala desgraciado. Dicen que quita el dolor de cabeza.
¡Bang!
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-Ya está. Prended fuego a la casa y vámonos. Inteligencia ya se encargará de filtrar a la prensa que fue un suicidio.
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-Este país está lleno de escoria desagradecida y resentidos sociales.
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-Maldita basura, a la hoguera con los perroflautas.
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-Así es. Vámonos antes de que el humo despierte a los vecinos.
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-Déjame una última patada.
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-Y yo otra, en toda la boca. No le va a quedar un diente en su sitio.  
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-No te olvides de dar parte.
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-Sí, ahora hago la llamada. Vámonos, mientras bajamos la escalera llamo.
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-Vale, déjalo ya. Has dicho una patada no catorce.
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-Señor presidente, ya está hecho. Los aparatos del estado quedan a salvo, pueden bajarse todos del avión y volver a palacio. Comuníqueselo a los demás. ¿Una medalla? Gracias señor presidente, muchas gracias. Siempre es un honor servir a la nación. Sólo cumplimos con nuestro deber señor presidente. ¿Felicitaciones de parte del jefe del Estado? Transmítale mi más sincero agradecimiento. ¿Invitados a una cena de gala en nuestro honor? Iremos, no lo dude señor presidente. Comunique mi satisfacción y la de mis compañeros a su majestad. Gracias, siempre a su servicio. Para lo que haga falta.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE