viernes, 7 de septiembre de 2012

EL VIAJE (relato corto)




EL VIAJE


Sabrás que tienes la aguja clavada en el brazo porque la veas, no porque la sientas. El efecto de la Quetamina. Tus músculos aún responderán débilmente a los estímulos, a pesar de la insensibilidad al dolor querrán reaccionar. Reaccionar a la agresión, que no al afecto. Ese tiempo ya pasó.
Igual que tu mente. Todavía despierto, tendrás sobre ti un aséptico techo pintado en verde. En tu caso será verde desesperanza: significa que no verá más ese color. Tampoco el techo. Inmaculado y limpio como el resto de la sala.
Te acompañarán dos personas en ella, uniformadas elegantes. Sigilosas mecánicas. Harán su trabajo con el silencio de los autistas y la rutina de los relojes: a la hora señalada el protocolo asignado. Desplazándose con la parsimonia del aburrimiento y la gravedad de un velatorio, sobre un suelo blanco y negro brillante impecable.
Así dispuesto por ser el blanco demasiado luminoso: poco apropiado para ese oscuro momento.
Negro demasiado siniestro: excesivamente apropiado para ese oscuro momento.
La combinación de ambos da el resultado perfecto: contención del miedo y relajación de la emotividad. Que nada distraiga el devenir del proceso.
Verás de reojo que las gruesas cortinas que las paredes cubren no ocultan paredes, sino cristales. Será una pecera tu sala de espera. La del suelo damero y techo desespera. Los testigos, afuera.
Autoridades burócratas justicieros resentidos vengadores. El comité de apolíneos, se llaman a sí mismos. La mascarada de los pecadores, los llamamos los otros. No te creas su cara de preocupación y disgusto: todo es mentira porque son siempre los mismos. La costumbre hace callo en el alma. Ellos, ya no la tienen.
Acabado el festejo sonrían se abrazan se entusiasman y quieren. Volver a repetir.
Anunciará una campana el final de la fiesta, no será para ti. La fiesta, sí el final.
Pero antes, en tu pecera sin agua otra aguja te atravesará el movimiento. Dejándolo quieto. Pasarás de no sentir a no saber qué se siente. Sentirás, que tu cuerpo está ausente. El efecto de la Clorpromazina.
No será cierto, y será peor para ti. A esto, lo llaman sedación paliativa.

Tu cuerpo es tu última cárcel. Como de todas, querrás huir. Como de ninguna, no podrás.
Los relojes que a tu lado dan vueltas no abandonarán su misterio, seguirán siendo las personas más muertas del mundo. Pues qué han hecho de la muerte sino su modus vivendi. Modus mortis podría decirse.
No los verás, ni siquiera de reojo los verás, pero afuera de afuera, en la calle, habrá protestas y prensa. A favor y en contra que para todo hay de todo.
Los hambrientos de muerte gritarán pidiendo justicia. ¡Justicia! Qué palabra tan gruesa en este mundo de obesos: de cuerpos de grasa con mentes de sebo. Gritarán cuanto puedan para callar a los que tienen enfrente: alelados ingenuos primos parientes oportunistas simples. Reclamando con pancartas y velas el final de la historia. Otro final que el ya redactado.
En grupos de a tres o de treinta rezarán a su dios de los injustos, ese que dicta quién vive y quién muere tan sólo porque así él lo quiere. También llamado, el dios del aburrimiento. Quiere o no quiere es todo una farsa, surgida en la alucinación de un hombre comparsa. Por antigua dada por cierta. Por interés, también.
Por los datos y las pruebas halladas, falsa. No interesa seguir investigando este crimen, mejor cerramos las muertes y las heridas causadas, en falso.
No pienses en ello que ellos no piensan en ti. Abducidos por opinadores oficiales y dictadores de sentencias: verbales y escritas. Nadie como ellos sabe lo que está bien y está mal. Nadie como ellos puede hacer tanto bien tanto mal.
No creas a nadie que nadie te conoce y a nadie le importas. Es el circo lo que vale. Con pan o sin él.
Tu mente para entonces ya estará liberada. Y te verás a ti mismo desde un lugar sin mundo ni nombre. El cuerpo en el que has vivido dejará de ser tuyo. Será el efecto del Fenobarbital. Para adentrarte en la mística habrás abandonado la física. Será temporal.
En ese viaje sin cuerpo de espíritu, quizás encuentres al espíritu santo. Házmelo saber si esto ocurre: guardo un montón de mensajes que me fueron devueltos.
Como ente sin organismo ni mente podrás colarte en el cuerpo de otros. De todos los otros. Quizás te interese saber qué pensamientos esconden los dos relojes que a tu lado dan vueltas y obedecen. No te lo aconsejo, te disgustará lo que veas.
El más alto es un sádico. Ganó la plaza por concurso de méritos: mató a veinte de los nuestros, y no fue juzgado por ello. Obedecía órdenes elevadas.
El enano un psicótico. Se escapó de un psiquiátrico haciéndose pasar por médico: inyectaba Quetalar a sus víctimas. Luego las violaba. Después las mataba. Para no molestar. A las víctimas sus recuerdos y su familia. Pura humanidad. Hombres mujeres niños ancianos. También ganó la plaza por méritos propios y es hoy un rehabilitado en esta sociedad de los monstruos.
Asqueado atravesarás los cristales para conocer los testigos. A algunos, reconocer.
El primero de la fila es el juez. Y un juez de prestigio. Con carrera de pederasta y prácticas de zoofilia. Sólo entre sus amigos no esconde sus vicios. Con todos y gracias a todos obtuvo su oficio.
Uno de esos amigos está a su derecha: alcaide hijo de asesinos padre de ladrones esposo de putas. Abusador de profesión, en su prisión. Nadie le culpa por ello. Hace un trabajo ejemplar: reduce las fugas y las estadísticas. También el número de presos, esto ahorra dinero y gusta al gobierno. Y a la sociedad complacida con tanto regalo de presos y muertos.
En la segunda fila hay una mujer especial: de esas que le dan al oficio. Quizás por vicio, sí por ineptitud y descaro. Es tu abogada de oficio, que por sus malos oficios estás dónde estás y no porque debas estar. Para siempre, la recordarás. Tu mismo final le desearás. Que conozca lo que es la justicia perpetua con sus leyes provisionales.
En las cabezas de la fila tercera poco hay que no sepas.
El capellán es un ludópata disfrazado de logopeda. Hace juegos de magia con la cruz y el martirio. Chantajea a sus feligreses con el fuego de la perdición. Y una gran retahíla de maldiciones y amenazas con sobredosis de coacción. La costumbre hace el hábito, habituados están todos a oír sus fanfarronadas. Y bufonadas.
Los padres de la víctima defraudan al fisco, roban a sus clientes y son los peores vecinos.
Él la engaña, ella bebe. Juntos, muerden. Cuatro años han pasado desde que no ven a la víctima. Ni ellos mismos lo sabían porque no les importa. Sí ahora: momento para el melodrama y el fingimiento. Después llegará la indemnización del estado. Solidario en la mojiganga.
Los amigos, al lado. Con el brazo en el hombro afectados y comprensivos; con afectación… comprensivos. Descubrirás que en sus recuerdos hay mucho de envidia y nada de conciencia. Averiguarás con espanto que están convencidos de que, con los padres de la víctima ya se hizo justicia. El día que aquella murió.
En la última fila hay tres policías.
El homosexual tiene dos hijos a tiempo parcial: lo divide entre su mujer y amantes. Ellos lo saben, ella no. Porque no quiere. Prefiere no mirar y cobrar: sueldo, extras más incentivos. De él, el dinero; ella decide el destino de los incentivos. La incentiva.
El de los brazos fuertes lo están porque fue leñador antes que poli. Se ganaba la vida cortando troncos quemados de árboles arrasados en incendios provocados. El pirómano, era él. Abandonó el amor a la lumbre de garrote por el amor al garrote. A garrotazos atiende.
El gordo lo es por bebedor y por vago. Sólo come pizzas, revienta a cerveza y se masturba frente al televisor viendo partidos de baloncesto. Le van los tipos altos, y fuertes, y delgados.
Te aconsejé que no espiaras los cerebros y los secretos de la gente. No te iba a gustar.
Yo ya lo hice.

Huirás de esta escena terrible de mentira y de muerte, no sabrás dónde esconderte. ¿Cómo hacerlo siendo una sombra de la materia?
No te aflijas, nada que valga la pena has perdido. Sin darte cuenta has entrado en un mundo perfecto. Gobernado por el único poder que merece respeto, con leyes que no se pueden romper porque no son leyes cualquiera escritas por cualquieras.
Hablo de la física. Sólo abandonada por un corto momento, te lo dije.
El enorme espacio vacío que has de compartir por los restos, del espacio y del tiempo, será para ti la mejor experiencia: la de un hombre hecho mente que se volvió antimateria. Átomos protones electrones quarks partículas parientes cercanos que creías lejanos. Visita y parada a la familia que nunca defrauda.
Te asustará su frialdad. No te importe, dales tiempo.
Tenéis, para entenderos, la eternidad.

Te dejo en la tabla periódico mi dirección, estoy entre Americio y Laurencio, como ves parientes del pueblo.  Soy un enlace covalente. Diferente.
Para cuando quieras hablar. Hoy estás muy callado.



 © CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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