miércoles, 24 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 176



-C`est bon, c`est bon. Excuse-moi.


No termina ella de creerse la historia de que alguien pueda ir escondido en las bodegas, pero obedece. El beneficio de la duda es una oportuna medida de precaución. Nunca se sabe. Ataca la puerta con la luz de su linterna y él con la palanca. En la distancia parecen dos cazadores ensartando sus lanzas en el costado de un bisonte. Quizás otro animal mayor. Cazadores en su lucha cuerpo a cuerpo, con riesgo y valentía. Aunque por el momento la pieza a abatir no satisfaría sus estómagos, sino la curiosidad: mucho más primitiva e insaciable.


Uniendo fuerzas la luz atraviesa las tripas del tanque: contenedor de oscuridad y sospechas.


-Aquí tampoco hay nada, lo siento por ti.


-No hay nada que sentir, pero quiero saber qué está pasando. ¿Qué es eso? ¡Algo se ha movido!


-¿Dónde? Yo no he visto nada.


-Por el suelo, una sombra. Ilumina ahí abajo, a la derecha.


El haz de la linterna rastrea el lecho de la bodega como una escoba, tropezando con unas cajas de madera. Pequeñas, mohosas. A su alrededor, vainas secas de larvas. Moscas jóvenes seguramente.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 175



El problema es que le faltan manos. Linterna, arma, cámara… Únicamente ésta puede colgarse del hombro. Como un bolso. Recuerda aquellos días en que podía lucir un bonito bolso, femenino, elegante. Incluso práctico. No ha pasado mucho desde entonces, pero le parece una eternidad. La vida en el barco, entre el aburrimiento y la alerta, tiene la cualidad de alterar la percepción del tiempo: aseguraría llevar meses abordo. Quizás por todo eso, opta por colgarse la cámara. Coquetería de salvamento.

Fausto procede como en el caso anterior: introduciendo la palanca por el volante de la escotilla. Esforzándose por ser silencioso, aunque ésta se desbloquea con un sonoro chirrido. Repentino y agudo.


-Merde, ten cuidado. Nos van a oír tus espías.

-Vaya, qué quieres que haga. Lo intento. Y el sarcasmo no es útil en este momento.


Una vuelta de volante más tarde la escotilla queda liberada.


-Toma tu cámara. Supongo que querrás estar preparado por si salen caballos a la carrera.

-Tus chistes no tienen gracia ahora. Te digo que he oído golpes. Cada vez que me has dejado solo. Tú por si acaso no escondas el arma. Y da luz por aquí.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 174


Fausto mete la cabeza en la bodega. En efecto: vacía. Al igual que todas aquellas en las que hizo la prueba de la patada Bodysaver, pero sí llena de mal olor. El acero está corroyéndose por todas partes. Las tripas del carguero se pudren.


-De acuerdo, sigamos.

-¿Seguir? ¿Para qué?

-Para saber qué ocurre aquí. Viajamos en un carguero que parece no llevar carga. ¿No te resulta raro?

-Te olvidas de cubierta, está llena de cajas.

-Sí, pero estoy empezando a creer si no será para disimular. Es llamativo todo este espacio vacío, ¿no crees?

-¿Y qué pretendes? ¿Abrirlas todas?

-Si fuera necesario…

-Merde. Me he arrimado a un explorador…


Avanzan hasta la próxima escotilla en alternancia babor-estribor. Es ahora turno de babor. Él con tubo y revólver, ella con linterna pesada; en caso de necesidad casi serviría de martillo, o para abrirle a alguien la cabeza a golpes como una nuez. Fausto se detiene ante la próxima puerta, cede el revólver y la cámara a su acompañante. Ella lo empuña con algo de desconfianza y mucha desgana: cree excesiva tanta precaución pues no termina de creerse lo relatado. Al igual que la niña de sus apariciones, considera todo una alucinación. Sin embargo es mucho más interesante, y útil, gestionar la grabadora: puede registrar lo que suceda si es relevante.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 173



-¿Cómo?

-A golpes.

-Ah, sí. Los golpes. ¿Y por eso crees que hay alguien dentro?

-En esta bodega no sé, pero sí más adelante. En todo caso, mejor estar en guardia.

-Vaya, tienes una gran habilidad para asustarme. ¡Eh, pero qué haces con el revólver en la mano!

-Te lo he dicho, por si acaso.

-¡Merde!

-¿Quieres hacer el favor de iluminar por ahí dentro? Y baja un poco la voz. Te repito que no estamos solos.

-Sí… ¿Y saben que estamos aquí sólo con caminar? Bien, como digas. Veamos qué hay aquí dentro.


Charlotte mete el foco de luz en la bodega atravesando su negrura de hollín como una lanza. Ésta se clava en la pared metálica del fondo sin que ningún cuerpo interrumpa su trayectoria. Después la arrastra hacia el suelo y con ella va barriéndolo: suciedad, herrumbre, un charco de agua. La escotilla de carga no cierra bien, gotea. Rebota la luz desde el charco a todas direcciones, perdiendo energía e intensidad. Paredes sucias, oxidadas. Lo de antes.


-Aquí no hay nada.

-¿Estás segura?

-Sí. Ya puedes guardar tus armas. Aparta ese tubo de en medio. ¡Mon dieu, relájate! Te digo que esto está vacío.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 172



Otro golpe a la derecha, también dirección proa más alejado. La respuesta al anterior. Igual que antes, no puede ser casualidad. Descartados los animales. Parece una comunicación entre dos sujetos. Alguien llama alguien responde. ¿Tal vez alguien está buscando a alguien? Charlotte reaparece cuando él más la necesita. Meneando con nervio un potente haz de luz: la linterna.


-Te lo dije. Había una linterna. La vi entre las mangueras la primera vez que bajamos. Con semejante tamaño no sé cómo no te diste cuenta.


Una linterna grande, metálica, pesada, larga. Deslumbra el rostro de Fausto que no ha apartado la vista de la bocaleón. Hace un gesto de irritación: la luz contra su semblante serio.


-Mon dieu, podías decir algo. Agradecerme al menos mi atención. Dame un beso, antipático.


Ella es la que da ese beso, breve y no reactivo.


-¿Pero se puede saber qué te pasa? ¿Has visto algo?

-No, aquí ver no se ve nada. Pero estoy al tanto de lo que pudiera salir. Ya te he dicho que no somos los únicos en este lugar. Cada vez que te alejas se hacen señales.

-¿Señales? Entonces… ¿Has visto a alguien?

-No. He oído. No cabe duda de que alguien se comunica entre estas bodegas.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 171



Tres minutos de miedo sofocado, de alerta y guardia ante la bocamina. Con una mano en su revólver y en la otra la barra. Una subjetiva sensación de protección. Abiertas las pupilas negras como ojos de pez como platos de fiesta. Ella está tardando demasiado: en realidad no, pero el concepto tiempo se estira o encoge a voluntad del sentimiento. Ahora, en el silencio tembloroso de las bodegas, con el mecido cambiante del mar, con los sentidos activados en busca de peligros y sus fuentes, reales o imaginarios, esos tres minutos son horas de tensión nerviosa.

Por la escotilla de la bodega sólo asoma la negrura. Tal vez la misma que entra por la superior, al que igual que la luz cruza puertas y ventanas, por qué no la noche. Sólo un murmullo lejano del grupo generador entre la bruma de silencio hasta que otro golpe fugaz lo atraviesa como a niebla. Es más adelante, otras dos bodegas en realidad. La siguiente en babor con puerta… No está seguro, pero la atención prestada a su bocamina le ayuda a identificar mejor el origen antes de que broten los ecos para enmascararlo. No sabe qué hacer: a su derecha la curiosidad por saber qué está pasando tira de él, pero la puerta con negrura acechante de enfrente lo retiene. No se atreve a darle la espalda. ¿Y si es en ese momento cuando salta el león hambriento? Tampoco puede cerrarla: introducir el brazo en la bocaleón para alcanzar el volante de la escotilla y tirar podía significar perderlo.


Atrapado entre dos fuegos de incertidumbre, por si acaso saca su revólver. Apunta con la indecisión del novato a un objetivo invisible. ¿Cómo hacer blanco en un negro total? Era paradójico.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 170



Retrocede unos pasos sin perder de vista aquella escotilla, como si por ella pudiera salir un león hambriento. Fausto la abre lentamente, empujando desde la distancia: treinta grados… cuarenta… noventa… ciento sesenta grados… Silencio. Y oscuridad. No hay león por el momento. La iluminación de la bodega procede únicamente de la escotilla en cubierta. Pero no en una noche cerrada de tormenta. El barco oscila como el fiel de una balanza, la mar se está agitando.


-¡¿Qué pasa!? ¡Mon dieu! ¿Qué hay?

-¿Qué hay? Pues veo lo mismo que tú, nada. Todo está negro. Si tuviéramos una linterna…

-Yo sé dónde hay una.

-¿Una linterna?

-¡Mon dieu! Sí, una linterna. ¡Ya sé lo que es! La vi en el trastero de arriba. ¡Ahora vuelvo!

-Pero…

Él iba a añadir: no me dejes solo. No se atreve. Significaba reconocer un temor que intenta controlar, y las cobardías aunque sentidas por todos no son bien aceptadas por nadie. En esta ocasión no se deleita viéndola alejarse. La oscuridad que tiene enfrente es más demandante: una boca de cachalote abierta para engullirlo junto a sus otros misterios. A saber qué regurgitaban sus entrañas, pero seguramente que no a un amigo.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 169



-No estamos solos.

-¿Qué? –ella imita el tono mínimo de voz.


Ambos son ahora dos espías cuchicheando.


-Cuando te has ido, han dado golpes. Aquí cerca, y después más lejos han respondido. Más adelante.

-¿Estás seguro? ¿No habré sido yo al rebuscar por ahí? Me estás asustando…

-Completamente. Lo he oído varias veces.

-Uhm… No me gusta nada todo esto. Me quiero ir de aquí. Y del barco también.

-Pero qué dices, estamos en medio de no sé dónde.

-Da lo mismo. Llegaríamos a alguna parte. Si seguimos aquí dentro, estoy empezando a pensar que a ninguna. Demasiados misterios por todas partes. Nada de lo que hemos descubierto es normal.


Fausto piensa en lo que dice, y por primera vez se pregunta con preocupación si están a salvo en ese barco. A ella no le falta razón…

No le falta razón pero la curiosidad es más fuerte. Todo lo sigiloso que puede se aproxima a la escotilla de estribor más cercana. Introduce la palanca por los brazos del volante de apertura, y no sin esfuerzo, logra desbloquearla. Se deslizan los cerrojos… La puerta, está abierta.

La tensión es máxima. Entre ambos no ha habido una sincronización cardíaca tan ajustada desde su primer encuentro sexual. Él empuja la puerta con la barra, en evidente actitud defensiva. Ella le observa y su temor y prudencia le contagian.


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martes, 23 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 168



Y si alguien llama y alguien responde, es una comunicación entre las partes. No pueden ser marineros, no tendría sentido. Tampoco ratones no son tan fuertes, ni cualquier otro animal: no hubieran tenido tiempo de alcanzar ese nivel de especialización y aprendizaje en lo que dura la travesía. Pero… ¿Y si llevaban meses encerrados? Charlotte alcanza la posición. Satisfecha, exclama:


-Aquí traigo la ayuda. ¡Mon dieu, cómo pesa! Toma, toda tuya ahora.


Él, que ha dejado colgando la cámara, recibe el paquete y con la otra mano se tapa los labios, repitiendo el gesto en silencio.


-¿Qué ocurre? ¿Callarme? ¿Por qué he de callarme? No nos oye nadie.

-¡Shh! Baja la voz.

-¿Por qué?

-¡Shh! –en un susurro- No estamos solos.

-¿¡Cómo!? –responde asustada.

-Shh. Silencio.


Una pausa. Ella se queda paralizada, quiere salir corriendo. No están en el mejor lugar para encontrarse con desconocidos. Piensa en los africanos, cuando salieron con sus machetes sangrientos. Tal vez fuera la prueba de algo más terrible de lo que cabría imaginar. Teme lo peor y lo peor es mucho. Pero está bloqueada. En un susurro apenas perceptible, Fausto repite:



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 167



Su atención se dispara. Su corazón, también. ¿Habrá algún marinero por la zona? ¿Los africanos con su aspecto amenazador? ¿Los griegos con su actitud insultante? ¿El malayo con su habilidad aparente? ¿El capitán o su ayudante reos de toda sospecha no estaban durmiendo? Duda, duda, duda. No sabe qué hacer: marchar o investigar. Otro golpe éste más fuerte seguido de varios menos intensos y de todos los ecos yendo y viniendo a lo largo de la galería de bodegas. Imágenes rebotadas en los espejos del sonido. Resulta confuso precisar la ubicación exacta. Suenan dos nuevos golpes, esta vez sí: proa babor, no muy lejanos. En el repique del eco otros dos, pero… ¡Más alejados! Proa estribor. De ahí la confusión, son dos las fuentes de procedencia. Una es la llamada la otra la respuesta y entre ambos el eco de ida y vuelta. Ya no tiene dudas: alguien más anda por ahí. No sabe si explorar la zona o salir corriendo. Se enroló en ese viaje para evitar problemas, no para buscarlos. Recuerda que lleva un revólver, lo empuña sin sacarlo del bolsillo. Charlotte tenía razón: poder en sus manos. Se siente más seguro, con capacidad de defensa ante cualquier amenaza física.

Charlotte reaparece por la escotilla de máquinas. Porta un largo tubo de hierro, perfecto como palanca. Ocasionalmente golpea el suelo con él, es un tubo pesado. Reverberan los golpes en sentido ida y vuelta. No hay respuesta esta vez de las otras fuentes de sonido; de quien esté por las bodegas como ellos. Comprende ahora Fausto lo que ocurre: al haberse marchado ella en busca de ayuda mecánica, quien fuese que golpea en la bodega creyó estar solo nuevamente. Después siguió la respuesta en la bodega estribor, y así hasta la reentrada de Charlotte en el escenario martillando con el tubo la pasarela, cuando el extraño sabe que tiene compañía nuevamente.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 166



Él se queda mirándola, alejarse rápidamente en dirección popa. O en dirección aire nuevo, que también podría ser. No sabe qué pensar, no hay amor pero sí sexo. Había compenetración pero es más física que intelectual. Hay convergencia de voluntades, pero tal vez es por la situación, las circunstancias excepcionales de sus vidas temporalmente atrapadas en un entorno tal vez de riesgo. Estaban juntos por el deseo y la necesidad. Claro que ambas cosas unen mucho mientras no cambien las condiciones ambientales. Pero verla caminar, de espaldas, es una imagen agradable, seductora. Apetecía ir tras ella para establecer contacto, algo así como: <>. A pesar de la envoltura desarreglada, sus movimientos eran claramente femeninos. <<¡Cómo no me he dado cuenta!>> -se pregunta molesto consigo mismo. Las apariencias le cegaron la visión consciente. ¡Era tan evidente!

Cuando ella desaparece por la escotilla de máquinas, él se gira ciento ochenta grados, tratando de escudriñar en el final de la pasarela algo interesante oculto entre la mortecina luz. Cree adivinar alguna forma, o silueta. Pero siendo incapaz de identificarla se resigna a una espera silenciosa. Excepto el ronroneo lejano del grupo electrógeno, el resto es un espacio mudo sólo roto por ocasionales ecos espectrales. En este punto oye un golpe. Procede de unas tres bodegas más adelante. Atentamente, escucha. Inmóvil, silencioso, pensando que quizás haya confundido la dirección y sea Charlotte rebuscando su palanca en la sala de máquinas. Otro golpe y su consiguiente reverberación entre el acero, seguido de algo parecido a un correteo de ratones, claramente en dirección proa; nada que ver con los movimientos de ella. Es sin lugar a dudas otro escenario.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 165



-Nada especial. Pero quería grabar algo desde el interior, el claroscuro, el contraluz de la escotilla contra el cielo…

-Afuera es de noche. Y está lloviendo, ¿recuerdas?

-Ahhh, tienes razón. No sé por qué me había imaginado un tragaluz en la parte superior con un cielo precioso…

-¡Mon dieu! Olvídate.


Prosiguen en sentido proa: más de lo mismo. Arriba pasarela superior a los lados tanques con paredes de acero debajo agua maloliente al frente pasillo hasta donde no distingue la vista detrás la sala de máquinas.


-¿Piensas llegar hasta el final? Yo me estoy empezando a ahogar.

-Eso quería. Es nuestra oportunidad de averiguar qué hay aquí. Me fastidia no poder entrar en ningún depósito.

-Tal vez con una palanca…

-Sí. Pero no hay nada aparente…

-Puede que en la sala de máquinas. Me vuelvo a ver qué encuentro.

-Déjalo, no es tan importante.

-No lo hago por ti. Necesito un poco de aire. ¡Ahora vengo!

-Oh, perfekt.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 164



Desconoce qué quiere decir ella con eso, pero responde:


-Tienes razón. Cada uno tiene sus secretos.

Ahora es ella la que no termina de entender qué sugiere él. Fausto prosigue.


-Espero que no te dé un ataque ahora.

-Yo lo deseo.


Caminan. Fausto tomando imágenes sueltas del escenario. Repetición de la planta superior excepción hecha del fondo parcialmente inundado. En la base de algunos depósitos una puerta tipo escotilla: fuertes anclajes y volante para accionar el mecanismo, con el doble objetivo de soportar la presión interior y aislar éste de la humedad exterior. Fausto intenta abrir alguna de ellas, la curiosidad, pero no puede. O no se ha abierto en años o quien la cerró por última vez era muy fuerte. Le sacude una patada Bodysaver de rabia. El tanque responde. Con un sonido de campana grave y profundo.

Más adelante otros depósitos con acceso. Pero no todos, o no servirían para el transporte de líquidos. Cada apertura en el tanque puede ser una fuga. Tampoco es capaz de abrirlos; misma acción: patada de rabia. Reacción: sonido grave de campana.


-No hagas eso. Nos van a oír.

-Es que me pone furioso no saber qué se esconde dentro.

-¿Esconderse? Probablemente nada. ¿Qué esperabas encontrar?




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 163


-¿Y esto?

-Nada. Los recuerdos… Me apetecía.


La escalera común entre ambos niveles termina en la sala de máquinas. Maloliente y ruidosa por definición, para la ocasión más soportable pues el gran motor del barco está parado. Sólo un pequeño grupo generador con su cuatro cilindros diesel da la lata, en comparación un chiste. De este equipo fluye la electricidad, la energía mínima vital que posibilita luz en la oscuridad, que envía y recibe señales que transmiten órdenes. Sin la electricidad proporcionada por tal modesto artilugio el relativamente grande carguero no se movería. Vital como un corazón.

Una puerta da salida a otro pasillo. En realidad una pasarela que comunica longitudinalmente las distintas estancias del nivel menos dos, al igual que lo hace en el sótano menos uno. La arquitectura interior del barco es idéntica en ambos planos. Avanzan cámara en mano. Bajo la pasarela, como en la superior, conducciones para instalaciones eléctricas, hidráulicas y de aire comprimido. Por debajo de éstas, a peligrosa distancia agua y suciedad. El olor es nauseabundo, el aire casi irrespirable.

-¡Agg, me voy a ahogar!

-Aguanta, te acostumbrarás. El cerebro es inteligente, ignora pronto los olores constantes.

-¡Pero no mi asma!

-¿Tu asma? ¿Cómo que tu asma? ¡No me habías dicho nada!


-¡Tampoco lo tienes que saber todo!




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 162


-¿Qué has hecho?

-Coger el otro revólver. Me pone nerviosa dejarlo ahí.

-¿Qué te pone nerviosa? ¡Nervioso me pone a mí que te los lleves! Se van a dar cuenta. Uno puede ser un despiste, ¡pero dos! ¡Nadie pierde dos armas en una semana sin preocuparse por ello!

-Exactamente, mejor su dueño preocupado que yo. No podría dormir sabiendo que esto está ahí.

-¿Y si nos interrogan?

-Y si, y si… ¿Qué pueden hacernos? ¿Dispararnos? Quizás no haya más armas en el barco, así que mejor en nuestro poder. ¿No te parece?


Siguen caminando. Los pasos resuenan como campanas en la estructura de hierro.


Visto así… Pero deberíamos repartirlas. Dame una a mí, me sentiré más protegido.


Ella se detiene.


-¿Lo ves? Nada como el poder de un arma en tu bolsillo.


Le entrega el segundo revólver con un beso.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 161



Al otro lado de las paredes, lo que se ve son bodegas. Alimentadas o vaciadas desde las escotillas de cubierta. Bodegas de grano, mineral, combustibles. Distintas cargas distintos compartimentos. Fausto golpea las paredes con la punta de su Bodysaver. El eco amplifica la patada, que retumba va y viene por el largo pasillo varias veces antes de desaparecer.


-¡Qué haces! ¡Nos van a oír!

-Perdón. Yo también me he asustado. No creí que estuviera vacía.


Caminan otros veinte metros y Fausto sacude las paredes de ambos lados, ahora más despacio. Resuena con menos fuerza el puntapié, están vacías igualmente.


-No lo entiendo… -titubea Charlotte.

-Yo tampoco. ¿Un carguero cruzando el océano sin carga?

-Bueno, en cubierta sí hay transporte.

-Lo que está a la vista… Comienzo a creer que es para disimular. Que hay un engaño en todo esto. Y luego queda la pregunta del dinero. Y las armas. ¿Quién deja un arma, se la roban y vuelve a poner otra en el mismo sitio?

-No sé. Quizás está confundido, piensa que la ha perdido…

-Muy raro. Hay que bajar al sótano dos. Creo que esto es todo igual hasta el fondo del pasillo.


Desandan el camino en dirección a la escalera principal. Al cruzar la puerta del almacén Charlotte entra y sale rápidamente, guardando un objeto entre sus ropas.



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lunes, 22 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 160



-¡Mira, mira!

-Alguien ha estado aquí.

-¡Ya sé quién ha sido! Los africanos. Los vi salir cuando me dejaste sola en el bote.

-¿Has dicho sola? ¿No eras tú la que pedías ser tratada como hombre?

-Sí, bueno… Me ha venido a la memoria el recuerdo de ese encuentro y… No me apetecía ocupar ahí el papel de un hombre, voilà la verité! Fais pas ta gonzesse, Fausto.


La imagen de ese episodio en el bote salvavidas entra en sus mentes. Activando todos los sensores del deseo. Solos y alejados de las miradas de los otros, en un espacio cerrado… Es una ocasión propicia para más sexo desinhibido. Si no fuera por el fondo de mal olor, la suciedad y el repelente desorden. Se precisaba una líbido muy alta para abstraerse de semejante escenario y disfrutar. De momento, no era el caso. En comparación, el bote tenía un nivel de suite cinco estrellas.

A Fausto le vence la curiosidad de volver a abrir la caja, y quién sabe si dejarse deslumbrar por su contenido. No es posible: ahora está cerrada.


-No hay duda. Tus africanos han pasado por aquí.

-¿Serán ellos los dueños del dinero?

-No lo sé. Tal vez sólo los guardianes. Vamos por ahí, a ver qué nos encontramos.


Él toma unos planos cortos del trastero y sale al pasillo, caminando de popa a proa mientras graba un suelo sucio y pringoso entre paredes de hierro. Lisas, desnudas, iluminado todo bajo la mortecina luz de seguridad, parecen adentrarse en una cueva de metal. Donde una nube de murciélagos construidos con tornillos y cables se les echaría encima al próximo paso.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 159



-Dritt! –protesta Fausto.

-Merde! –protesta Charlotte.

Descienden los tres escalones y a la carrera llegan al enjaretado. Abren las puertas de hierro, después la inferior de la que emanó otra estampida de malos olores y venenos. Teniendo que esperar a que el aire enrarecido desaparezca, soportan con estoicismo el mal tiempo. Una expedición es una expedición.


-¡Acabarán por descubrirnos en esta movida!

-Espero que sea después de descubrir nosotros algo.

-¿No te parece suficiente el arma y el dinero?

-Un revólver no es gran cosa y el dinero… Más interesante sería saber de dónde procede.

-En la pelea se ha visto lo rápido que se animan a apostar. Se ve que están acostumbrados… Igual procede de ahí.

-¿De las apuestas? ¿Y a quién pertenece?

-¡Vamos adentro! ¡Merde! ¡Nos estamos empapando!


Pasan directamente hasta el almacén de trastos donde se encontraron la caja fuerte. Todo parece seguir en su sitio, o fuera de él, si no fuese porque en el cajón sobre la mesa donde encontraron el arma… Había otra.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 158



Fausto, que en realidad deseaba salir de allí, obedece sin rechistar, pero Besoj asoma por la puerta de la cantina en ese momento. Se dirige a su posición.


-¿Qué hacemos? –pregunta Charlotte nerviosa.

-¡Tírate bajo esa mesa!


Y abrazados como cachorros en su caseta espían con desconfianza los movimientos del marinero. Éste, abre bruscamente la puerta de Prohibido El Paso A y camina hacia la enfermería.


-¿Qué hace abierta esta puerta? ¡Bah! ¡Habrá sido el borracho del capitán. O el estúpido holandés que le sigue como un perro.


Sin encender la luz el marinero cierra la puerta tras de sí y se tumba sobre el colchón vacío. Momentos después, cuando un primer ronquido parece huir de la habitación, Charlotte y Fausto abandonan el puente.


-¿Y ahora? –pregunta ella antes de alcanzar el albergue.

-¿Ahora? Seguimos con el plan previsto. ¡No te habrás olvidado del revólver!

-No, no. Lo tengo bien guardado bajo la blusa.

-Camisa. Los hombres usamos camisas, no blusas. Es mejor que te vayas acostumbrando.

-D`accord! D`accord. Continúa.


Con extremo sigilo cruzan el pasillo hasta alcanzar la puerta. Al abrirla un cubo de agua en forma de lluvia entra por ella.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 157



El corazón se le dispara, ¿y si está ahí? Inmóvil intenta descifrar el enigma. Escucha atentamente, pero la lluvia sacudiendo la chapa de acero es ruidosa. Si de verdad hay alguien durmiendo, no podrá oírle respirar. Queda la opción de acariciar la manta hasta dar con un bulto, un pie o pierna sería suficiente… Duda. Su posición le coloca en desventaja: el durmiente lo tendría frente a su rostro, en diagonal con la puerta. Y en comparación con la oscuridad total de la enfermería, afuera hay luz suficiente con la que el desconocido podría distinguir su silueta recortada contra ese fondo, más iluminado que las negras paredes del pequeño cuarto. Recuerda sus fotografías a contraluz bajo un arco, ante una ventana o la salida de un túnel: puro contraste extremo. En menor medida, él también quedaba así de expuesto.

Pero el barco tiene su propia voluntad: escora a babor y Fausto se ve sorprendido. Ha de agarrarse a los pies de la cama para no caer. <> Su blasfemia queda tapada por un fuerte golpe en la cantina; seguido de una voz gruesa protestando. << Γάμησέ τα, σκατά! ¡Ya me estoy cansando de estar aquí! Ese griego se ha olvidado… Me marcho!>>


El otro griego que dormía en la cantina se ha caído de la mesa. Besoj da vueltas por el comedor.

Temiendo ser descubiertos, Charlotte llama a Fausto:


-¡Chss! ¡Vámonos! Se ha despertado el tipo.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 156



Una gran bitácora en madera de acacia, más decorativa que práctica instalada ex profeso por el capitán. Copia de todas las copias anteriores de la bitácora original de su primer barco, y que como todas había perdido junto a sus navíos hundidos. Quedaba la duda de saber si el recuerdo era nostálgico o macabro. Entrando a la derecha la puerta de enfermería. Fausto duda antes de abrirla, teme encontrarse a la niña moribunda, o peor: bien viva y con la garganta suficiente para pegar un grito y alarmar a la tripulación. Lo que sin duda podría acarrearles serios problemas ante esa sospechosa agrupación de predelincuentes. Pero la intriga y la obstinación son más fuertes que la precaución o el miedo: abre.

El problema ahora es distinguir algo entre los distintos tonos de negro, pues la permanente iluminación nocturna de seguridad, aunque débil, es mucho más que la ceguera de su ausencia. Por razones obvias, la enfermería no dispone de ese sistema. La grabación nocturna mejorada de su cámara tampoco aporta gran cosa. Pertinente que Bell & Howell mejoraran la mejora.

La mar comienza a inquietarse, meneando al carguero en consecuencia. En el exterior arrecian viento y lluvia, castigando los dos ojos de buey que hay en la enfermería. Poca luz entra por ellos en esa noche cerrada, avanza a tientas con los brazos extendidos: tenía que saber. Encuentra el pie de una cama, un colchón desnudo. Con precaución posa las manos sobre él, en busca de sábanas, mantas, algún cuerpo humano preferiblemente niña. Ahí no hay nada, y tampoco nadie ha dormido sobre ese colchón en las últimas horas: está frío. Se adentra más en la habitación y a tres pasos cortos de vidente sin visión, otra cama. La palpa, hay ropa. Unas mantas arrugadas… Se detiene.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 155



-Pues sí. Es un zapato de niña, tienes razón. Mon dieu.

-Te lo dije. Hay una niña en alguna parte escondida. Y herida. ¿Me crees ahora?

-No sé… Esto no es más que un zapato. No prueba nada, podría ser de cualquiera. Te recuerdo que hay tres niñas entre los pasajeros. Y podría haberse extraviado con el lío de hoy. ¿No crees?

-Uhmm… ¡Faen! Tienes razón… Aunque sigo pensando que deberíamos mirar en la enfermería. O en el puente, quizás se esconda por ahí.

-Es muy arriesgado. ¿Y si nos descubren?

-Ahora o nunca. ¿Cuándo vamos a tener otra oportunidad así? Todos duermen, el puente está vacío… El barco entero parece vacío.


Una racha fuerte de viento casi le arrebata el gorro a Charlotte, que instintivamente se lleva la mano a la cabeza. Gotas de lluvia salpicándole el rostro.


-Está bien, vamos –responde.


Él delante ella le sigue, entran nuevamente a cubierto. De la cantina gruesos ronquidos del marinero sin habitación. O su compañero le hizo un buen trabajo a la morena o ésta estaba muy asustada, porque no salió del camarote. O simplemente la cama era infinitamente mejor que el banco.


Franquean la <>, con permiso del capitán ausente. La poca luz priva de un conocimiento al detalle de la instrumentación y equipos. Tan solo algunos pilotos-testigo activados indicando el correcto funcionamiento de los sistemas autónomos: suministro de energía, vida a bordo, alarmas, radar, señales y poco más. Dos mesas, sobre una las cartas de navegación; a su alrededor cuatro asientos, equipos de radio, sonar y aparataje diverso. En la otra un juego de dados.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 154



Fausto cruza el entrepuente cámara en mano dispuesto a registrar la presencia. Ya en el exterior, casi a tientas, busca a la niña. Agudizando la vista para extraer del fondo de sombras una silueta que la identificase. Charlotte le sigue a prudente distancia. Siendo difícil adivinar su próximo movimiento no le apetecía ser arrollada por un brusco cambio de dirección. El viento sopla a rachas, frío y húmedo. Un oleaje incómodo balancea el barco retenido con el ancla. Fausto nervioso trata de localizar a su niña. Rebusca entre la maquinaria, por los armarios y cajones adosados a los mamparos. Todos candados excepto uno; poco se ve pero dentro no palpa más que herramienta. Y huele a herramienta.

Halla unos peldaños soldados a la pared que ascienden al techo del entrepuente. No se atreve a subir, entre los movimientos del barco, las rachas de viento y sus recuerdos. Demasiado reto para encontrar una niña que sólo ve él.

-¡Faen…! ¡Vámonos!

Da media vuelta hacia popa, a dos pasos pisa un objeto pierde el equilibrio cae al suelo.

-¡¡Faen!!

-¿Qué te ha pasado? –pregunta Charlotte desde su posición, prudentemente inmóvil pegada a la puerta-.

-¡Ay! ¡Que me he caído! ¡Quién me mandará a mí…! Pero, ¿qué es esto?

-¿Lo qué?

-¡Maldita sea! ¡Es un zapato! ¡Un zapato de niña! ¡Tengo la prueba que me faltaba! Ha de esconderse en alguna parte. Si no está en el techo será la enfermería, pero no puede andar muy lejos. ¡Ha perdido aquí su zapato!



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

sábado, 13 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO,parte 217



Y su bioquímica cerebral segrega de forma natural el neurotransmisor adecuado para este tipo de situaciones. Dosis extra de noradrenalina como antídoto para la desesperanza. Es en este estado mental de buenaventura y confianza en el ser humano, no permanente por fortuna, que ella elabora su discurso positivista y crédulo. Casi ingenuo. Adoptando la posición del misionero pacificador, preclaro y conversor de ideas, que afirma sin sonrojarse que la verdad, sí, nos hará libres. No precisando a quién ni a cambio de qué.


-¿Qué te ocurrió? ¿Cuándo fue que te marchaste? ¿Quién te decepcionó de tal manera que ya no crees en nadie? ¿Cuántas veces fuiste traicionado? ¿Qué o quién te ha vuelto tan escéptico?


Charlotte formula su habitual batería de preguntas como ráfagas de ametralladora. En ocasiones su problema es la ansiedad, la prisa por saber y resolver. Él responde con un gesto desganado y enigmático. No tiene ninguna intención de contarle su historia, aunque sólo sea por no revivirla.

Para disimular tantas horas juntos, han pasado los días con la flauta entre manos. Ella finge que le enseña, él finge que aprende. No molestar a los pasajeros es una buena excusa para apartarse de todos. No siempre la música es bienvenida, ni bien oída; más cuando nace de una sencilla y chillona flauta.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO,parte 217



Está convencido de que en el pasaje habrá algún valiente que empuñará cualquier arma arrojadiza… A favor del capitán y secuaces. Que la mayoría del grupo se refugiará bajo sillas y bancos alejándose cuanto les sea posible de conflicto y balas. Y de que si hay alguna intermediación será para acusarles de amotinadores y criminales.

En su convencimiento de que el ser humano es cobarde por naturaleza, defiende el postulado de que el conformismo y la obediencia al orden establecido están muy por encima de cualquier lucha del cambio. A pesar de su relativa juventud, su análisis de la sociedad y comportamiento es el del viejo desencantado; harto de camorristas y bullangueros que no dudan en amilanarse y traicionar la causa cuando la situación se complica. Común en el origen, individual en el dramático momento de ajusticiar culpables. Cosa muy distinta a hacer justicia.

Cada cual tiene su mecanismo de evasión ante la hostilidad de estar en el mundo, piensa. El suyo es el cinismo, reconoce que enormemente adaptativo, sumamente útil e irreversible.

El cinismo es el desarrollo natural del desengaño. Charlotte, en cambio, menos resquebrajada por la desilusión y aunque emancipada tardía de la decepción ha elaborado mejores estrategias ante la frustración, trata de convencerle de su error. Por alguna variabilidad genética tal vez procedente de su padre, su estrategia defensiva ante la injusticia y la impotencia la protege contra el abatimiento.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 216



Tatjana se estremece recordando aquellos últimos meses en la ciudad. Poco antes de embarcar. Con nuevo nombre, es ahora otra discreta y educada pasajera más que prefiere no ser vista ni oída. Mientras se evade en los recuerdos y el horizonte de otro día luminoso.


Cuatro días han pasado desde que Fausto y Charlotte hicieran su descubrimiento. Y mientras los secuestrados morían bajo sus pies ellos trataban de idear un plan para liberarlos sin provocar una guerra entre los bandos. Seguramente la tripulación tendría armas para situaciones imprevistas, pero en el bando de los japoneses no había más que debilidad y horror: con ambos, no se gana una pelea. Además, quedaba la duda fundamental: ¿qué partido tomarían el resto de pasajeros? En medio de esa incomunicación, de esa confusión de lenguas y mezcla de intereses, incluso del gran desinterés que sentían los unos por los otros, difícil sería que cada cual no defendiera la causa más importante: la propia.

Así, Fausto sostiene la teoría de que en su noble propósito de liberación con toda probabilidad se quedarán solos. Con dos armas una linterna y una flauta para defender al nutrido grupo de mal nutridos que difícilmente podrán hacer algo más que arrojarse a pecho desnudo contra sus captores y morir en su defensa como escudos humanos de sí mismos.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 215

Transformó el arte de hacer pan en una experiencia erótica. El detalle de moldear magdalenas en un trance místico. Además la masa fresca permitía esculpir las formas más variopintas. Lo mismo escapularios que objetos sexuales, divinas ostias para la consagración, palmatorias, crucifijos… Cilicios. Y con los cilicios horneados en su punto justo de dureza jugaba ella en la soledad del obrador.

Hasta el pan se reblandecía por la humedad, poco antes de que llegara el resto de empleados. Justificando como horas extras sin cobro aquel tiempo sin horario. Ella, satisfecha y enganchada a esas extraordinarias horas de desenfreno. El jefe, contento: tal vez caído del cielo, qué mejor regalo que una adicta al trabajo sin sueldo.

Su actividad, menos religiosa más sexual siguió en aumento hasta que un día se le fue la mano. Y el tiempo. Al final de un delirante orgasmo con rompehuesos aspaviento pélvico la encontraron un día el jefe y tres empleados. Recogió sus ropas, y con una vergüenza sólo repetida el día de la pelea en el barco, desapareció. Para jamás ser vista.



Superado el shock no traumático, el dueño optó por poner aquellos objetos a la venta. Era pan, al fin y al cabo. Y la operación resultó un éxito. Tanto, que la iglesia más ortodoxa se hizo eco de la combinación litúrgico-festiva y con las debidas influencias consiguió encerrar al panadero con la penitencia añadida de alimentarlo sólo con mendrugos de pan duro.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 214



Morena de ojos grises como el alma. Con una nariz pequeña y respingona. En la mejilla derecha un lunar discreto y en la izquierda el último beso descarado que su amor le robó. Antes de partir para el frente.

Ella trabajó de enfermera sin descanso, con la esperanza de que un día volviera su amado de la guerra: único dueño de sus besos. De que no lo hiciera con el cuerpo hecho pedazos o la mente rota en dos mitades. Vio cumplido su deseo: ni de una forma ni de otra. Él no volvió. Le contaron muchas cosas: que murió con honor que estaba preso que desapareció que estaba vivo que desertó. Todo era cierto: desertó desapareció cayó preso en el ejército enemigo, con dos granadas de mano robadas a un guarda; para reventar a todo aquel que osara detenerle. Se reventó a las puertas de la plana mayor: seis oficiales dos coroneles tres generales, murieron en el golpe de mano. Una acción rápida inesperada eficaz. Doscientos como él hubieran ganado la guerra en seis meses porque no hay ejército que supere la falta de sus mandos.

Trabajó de enfermera sin tregua hasta que la contienda terminó; después, agotada por tantos muertos mutilados y locos abandonó la profesión. Antes le había abandonado a ella el entusiasmo como le conquistó la desesperanza. En una panadería, entre harinas y levaduras encontró consuelo. Amasando con cariño y entrega kilos de pasta. Tanto se entregó que ella no amasaba, masajeaba el producto. Introduciendo dedos y manos en aquellas grandes bolas de levadura y harina amarilla.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 213



Pura nostalgia de una infancia tal vez feliz seguro corta.

“Dankje Sinterklaasje!...” corrían los caballos de juguete por la alfombra mientras su madre escribiendo cartas soñaba. ¿O era al revés? “Dankje Sinterklaasje!...” resuena el golpeteo de su calzado contra la cubierta forrada de madera. En las bodegas anhelan los cautivos una señal mientras se alimentan de compañeros asesinados y otros restos que la niña fantasma consigue. A la carrera por las noches recorre el barco con astucia de zorro y sigilo de pantera. Con vista aumentada de lechuza y olfato de buitre. Sin remedio como buitres se alimentan y escuchan como búhos los ruidos distinguibles de la tripulación, pasajeros, ratones… Como ratones corretean por cubierta los niños jugando a perseguirse y atraparse: prácticas de adultos.


-¿Y usted de dónde procede?


Pregunta Dmytro a la dama del vestido morado. Terminados baile y aperitivo el abuelo no ha podido sustraerse a la tentación de conversar con el vivo retrato de su muerta esposa: Tatjana como Ninenka en la ilusión de resucitar a los difuntos. Pero aquella se disculpa con una sonrisa, y con un silencio se levanta y marcha. Cambia la cantina por un paseo en la cubierta, y los ojos que sin gustarle la desnudan, por unas olas y unos rayos de sol que bien le gustaría que lo hicieran. Como los brazos de Sacha.

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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 212



Y a su madre, que desde el escritorio de caoba redactaba largas cartas de amor a pretendientes imaginarios, la pobre, estaba como un cencerro, mientras él, ajeno al disparate jugaba con caballos de madera en la alfombra de la habitación. “Dat zal wel beter smaken…” Corrían los caballos por la alfombra. “Dankje Sinterklaasje!” zapatea Bleecker en la cubierta. “Dankje Sinterklaasje!...” Pensativo y nostálgico se da cuenta de que aquel chatarrero moldeó como al barro el alfarero para siempre su carácter. Sin pretenderlo ni importarle el resultado. Qué más le daba mientras le fuera útil. La adolescencia aspavientosa y la juventud insumisa eran etapas que sólo podían permitirse ciertas clases de personas: las acomodadas.

Por sus actividades ilícitas encontró él los sellos que después serían su pasión secreta. Por su conducta delictiva recibió las enseñanzas para obtener más provecho del legitimado. Se ejercitó en el individualismo y la desconfianza, en su búsquese la vida como pueda y sobreviva o muera que a nadie le interesa. Se graduó en adelantarse a los demás en cada jugada, para jugársela. A estirar el brazo para pedir fingiendo o robar sonriendo, de acuerdo al momento y la oportunidad. A deslizar sus largos dedos entre chaquetas y gabardinas. Por los bolsos y bolsillos antes de dar el salto a las maletas vestidos de blanco inocente. Fue su primer trabajo honrado el de botones, pero quien se ha criado entre tigres con rapidez muestra las uñas: no pudo controlar ese reflejo. Una presa es una presa puro instinto. Su lado bueno su cara amable su momento dócil quedaba para la colección de sellos: enigmática silenciosa cautivadora abstraída.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 211



En la guerra de la supervivencia, con frecuencia otros saqueadores se les adelantaban. Pero en esa casa abandonada en el campo próxima a un río alejada del camino, rodeada de zarzas y vegetación de conquista, entre humedades goteras desconchones cagadas de rata y meados de gato, apareció bajo el suelo roto de madera carcomida una caja metálica. Cubierta de polvo, oxidada, pequeña, misteriosa. Fue una suerte que el explotador anduviera en la planta inferior, más ocupado arrancando marcos de puertas para hacer leña y calentarse, porque Bleecker tomó aquella caja con el mimo de un tesoro. Y la ocultó entre sus ropas grandes viejas de adulto.

Esa misma noche, después del habitual sin cenar a la cama, cuando todos dormían en su cuarto compartido, bajo la litera a la luz de una vela al tirano confiscada descubrió lo que sería el hallazgo que marcara su existencia: una colección de sellos. Separados por finas láminas de papel, dispuestos con mimo, ordenados con paciencia; quizás alguna vez mostrados con orgullo. Bleecker era muy joven para comprender el valor de aquel hallazgo, no conocía los países ni entendía los idiomas, pero le gustó. Mucho más: le emocionó. Le recordó a su infancia, cuando su padre mantenía abundante correspondencia a causa de sus negocios. En su despacho, sobres papel tinta lacre. Y sellos, muchos sellos. 



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

MEMORIAL DAY



MEMORIAL DAY



Born under a candle light

between it and them,

me,

among all the witnesses of that

incomprehensible fact

again, me.

And against.



Them they you me all.

Since that first day I saw the light

tremble candle light

I live and sleep and dream an cry

alone.



El fondo de ojo que te diste para verme

o para no,

el fondo de mar que arrolló

aquel momento aquellos años aquel lugar

where I was born.

El fondo de armario acumulado

con todas las cosas inútiles guardadas

para el día de mañana.

El fondo de los posos del café que no presagiaron

nuestro destino nuestro futuro: tan amargo.



That night when ghosts where gone

That day the light was off

That time our time passed by.



Your skull my corpse our skeletons.

The cristal bones spread all over the frozen black saloon. 



Oh mam and dad

when and where and why,

better don´t tell me why,



did you leave me alone?





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jueves, 11 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 210



Y hubiera sido en el país de no ser porque a su madre le tentó el juego. Se apostó el dinero las joyas la ropa los carruajes las casas los negocios los hijos. Su cuerpo cuando ya no tuvo nada. Revendido tres veces más los intereses a una familia de chatarreros fue a parar él. Ahí aprendió el valor que tiene lo inservible, cómo se prolonga lo agotado y cuántas vidas tiene la basura. A un nivel menos matérico: cuánto duele perder lo conquistado. Qué duro estrellarse cuando se cae del estrellato. Qué difícil asumir las pérdidas la escasez la penuria cuando se ha tenido todo. Tragarse el orgullo hasta olvidarlo. Dejarse insultar sin responder, menospreciar sin pelear. Humillar y consentir. Escarbando entre basura y revolviendo entre chatarra pasó los peores años de su vida. Esos que debieron ser los mejores para formarse y estudiar un oficio.

A él le hubiera gustado ser escritor, para evadirse. Nada le interesaba el mundo de los hombres, de la realidad gris y lluviosa que le había tocado soportar tras los espléndidos días de sol y luz que tan poco duraron. Con sus historias podría resolver esta situación: se marcharía donde quisiera. No fue posible, el peso de la chatarra y la basura le impidió volar. Todo, hasta que un día con su explotador particular entraron en una casa abandonada para arrancar lo que se pudiera vender. Lo hacían a menudo, vivían en un tiempo en que tirar a la basura cualquier cosa era un lujo, así que cuando se presentaba la ocasión robaban donde no parecía haber dueño. Excedentes en ausencia de propietario muy solicitados.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 209



Ahora éste, exaltado una vez más por su afán de notoriedad, imparte una clase magistral de degustación para paladares entrenados como el suyo que nadie entiende. Mientras su compañero paseando por cubierta estudia las escasas posibilidades de sacarle algún dinero a esa chusma con la que comparte viaje: pobres de solemnidad desesperados soñadores o fugitivos como él. Su trabajo como botones, fisgón y ladrón, le ha proporcionado el entrenamiento. El sol la información y las estrellas la oportunidad. Planea dar algún golpe un par de días antes de llegar a puerto; lo justo para guardar el botín antes de ser descubierto el robo. No quisiera someterse a otra persecución atrapado en aquella lata de acero; sin pensiones ni burdeles donde burlar el asedio.

Apoyado en la baranda del barco mira a poniente; difuso en la lejanía. Abajo un océano dejándose atravesar por la espada del carguero cierra la herida minutos después. Es una cremallera de silencio. Con el pie golpea el suelo, jugueteando una percusión que vagamente recuerda de sus años de juventud. “Sinterklaas Kapoentje/ Leg wat in mijn schoentje/ Een appeltje of een citroentje/ Een nootje om te kraken...” En su memoria de niño afortunado, cuando su padre hacía dinero como gofres. La suya fue una infancia de lujos caprichos buena educación alimentación y salud. La pelusa de la calle el ejemplo del barrio un modelo en la ciudad.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 208



“Wondering in the night/What were the chances/We´d be sharing love/Before the night was through...”


Fue la falta de acierto sumada al exceso de confianza lo que dejó a Geert sin trabajo. Fue la falta de escrúpulos y el exceso de apetito por el dinero lo que dejó a Bleecker, su compañero de viaje, sin el suyo. Comenzó pidiendo más propinas como botones y carga-bultos a los clientes. Siguió por robárselas directamente de la cartera y las maletas. Continuó deslizando sus blancos guantes de botones en la caja registradora. Pasó a ser un experto en abrir cajas fuertes de las habitaciones de los clientes. Decepcionado con sus pobres contenidos dio el salto a la del banco. Tres veces la reventó hasta que la policía pobremente equipada malamente preparada sobradamente resentida por sus fracasos dio con el sospechoso por casualidad: un sello de cincuenta céntimos de Benín.

Reservado por costumbre y huidizo por nacimiento, él no nació se escurrió del vientre de su madre, Bleecker encontró en la filatelia su mundo interior. Y exterior: vivía literalmente rodeado de sellos y matasellos. Pasatiempo que no todos conocían pero sí una de las señoras de la limpieza. Acusada por la policía de limpiar, era obvio, la caja fuerte, rápidamente acusó ella al aficionado cuando la prueba de cargo apareció en la escena, del crimen, en forma de sello. Una paradoja semántica que una prueba con tan poco peso acabara teniendo tanto.

Al inspector jefe necesitado de un éxito noticiable le faltó el tiempo para convocar una rueda de prensa y cantar el descubrimiento definitivo. A Bleecker le faltó tiempo para desaparecer, y tras unas semanas ocultándose por pensiones de mierda y burdeles de gloria, emergió de la oscuridad con un billete de barco comprado por Geert, su amante: acababa de ser despedido.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 207



Toda una proeza que los acompañantes de aquel ágape inesperado hubieran aplaudido con asombro de haberle entendido una palabra. El coreano, satisfecho con el entusiasmo demostrado celebra su análisis, que tampoco descifra. Vaciados los cuencos al ritmo On My Way se retira a su agujero, donde bajo la mesa de trabajo un gran cubo para los desperdicios guarda el secreto de su éxito.

Para la fantástica crema: sesos. Para la salsa de tomate con carne: orejas cartílagos y narices. Para las indudables albóndigas de mango: ojos. Y los sesos orejas narices y ojos procedían del secreto suministro secuestrado en las bodegas: cabezas de japonés asesinado para alimento de sus compañeros que los africanos se encargaban de cortar y retirar: habían comprobado tras sucesivos cargamentos de esclavos que esta parte del cuerpo no la comía nadie: demasiado evidente. Y constituían otra evidente prueba de cargo. Optaron por tirarlas al mar donde se hundían sin remedio hasta que un buen día en que no tenían nada para dar de comer al pasaje, el coreano decidió destinarles a un mejor uso: aperitivos para la cocina. El triunfo, como en esta ocasión, fue total. El coreano advirtió que al ser un producto que poca gente había probado, le abría la puerta a una nueva línea de investigación culinaria: casquería humana. Que por definición venía a ser todo despiece del cuerpo pues según su criterio no había otro animal que reuniera tantos desechos e inmundicias con la ventaja de no tener un exoesqueleto que romper a martillazos. De haber trabajado en un restaurante con algo de categoría, el coreano hubiera conquistado grandes cimas en la cadena montañosa de la cocina. Quién sabe, quizás superando los tres tenedores de su compañero malayo cuyo buen hacer en ese campo procuraba disimular.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 206



Geert, el flamenco que se muestra entusiasmado, da su opinión antes que nadie. Viaja con un hombre de mediana edad, más joven, pero ahora está solo. Su compañero es un tipo retraído y huidizo. Sin apenas interrelación con nadie más. Prefiere evitarlos. A Geert por su parte le gusta lo contrario. El día de la pelea se le vio dialogar con más de un contrincante. Buscando la conciliación. Respectivos puñetazos en contundente respuesta le pusieron en su sitio: el suelo. Él y su acompañante se conocieron hace varios años: doce. Cuando ambos fueron contratados por el hotel Dubbelzinniger. El primero de la ciudad en establecer un servicio de menús rápidos con opción camarero a domicilio. Fuertemente criticado por la competencia y pobremente imitado, a este servicio con algunos retoques en otras partes del mundo años después lo llamarían catering.

El trabajo de Geert en el hotel consistía en la invención y elaboración de los menús. Por ello había desarrollado especialmente los sentidos gusto y olfato, decía. Según él, era capaz de distinguir pequeñas trazas de pollo en un plato de ternera confitada. Y viceversa. O escamas de pescado en un puré de verduras. Especialmente se enorgullecía de su olfato: fino hasta el punto de atrapar un aroma de bizcocho de castañas en una nube de humo industrial. Por este aprendizaje de años dictamina sin dudar que en esa primera cucharada de crema el ingrediente principal es el queso. Belga. Que los pequeños trozos de carne del recipiente mediano son un indiscutible despiece de manos de cerdo enano. Taiwanés seguramente. Y las bolitas de equívoco olor a pescado albóndigas de mango deshidratado.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 205



Que copió sus formas de vestir de moverse. Incluso de hablar, con el susurro ladeado de un capo hierático y la elevación de cejas de un histriónico. Claro que esto sólo era un cotilleo. La verdad se descubrió tras su muerte al revelar su última amante que todos esos cotilleos… eran ciertos.

Chung-Ho el cocinero coreano, celoso tal vez del modo en que su compañero de reparto se gana al pasaje, saca una fuente con algo para picar. En ella tres tipos diferentes de comida servida en bandejas de metal; irrompibles y prácticas.

La mayor contiene una crema color calabaza, de olor algo picante y textura cremosa. La mediana una salsa color tomate olor fuerte y con pequeños pedazos de algo que parece carne retorcida nadando en ella. La más pequeña es una delicatesen, afirma. Una degustación que acaba de inventar y desea conocer la opinión de los comensales. Pequeñas esferas, no más grandes que una aceituna cortada por la mitad, junto a otras sin partir y más pequeñas. Un olor extraño, difícil de asociar a otro alimento. Quizás, vagamente, al pescado. Para adornarlas ha goteado un puré muy diluido de cebolla zanahoria y limón; anaranjado pálido. Las esferas son compactas, un poco duras. Como huevos cocidos viejos. Ofrece con orgullo a los presentes su producto, quienes entre el hambre y la curiosidad, van comiendo.

Frank siempre protagonista interpreta On My Way.


- Prachtige, prachtige. Uitstekende.





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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 204



Terminada The Lady Is A Tramp cada mimbro del dueto recupera su puesto. Andrea bajo la presión castigadora de sus amigos. Tatjana bajo la mirada incontenida de los cuatro. Y del abuelo. Y de Francesco el viudo espontáneo. Y de la pareja polaca, padres del niño que siempre mira fijamente para esta ocasión ausente. Los niños han roto la barrera de la incomunicación y la desconfianza y los días de sol y calma hacen de la cubierta un patio de juegos. Corren, se persiguen, se empujan, chillan, ríen. No se entienden pero se comprenden: utilizando gestos y burlas instintivamente. Las herramientas para este diálogo corporal están ahí, pero los adultos, más interesados en guardar las apariencias, y los secretos, de la falsa educación, encorsetados en sus convencionalismos culturales y lastrados por la suspicacia y la desconfianza, han preferido el aislamiento. Y pocos son los que tienden la mano al compañero de asiento. Salvo para darle gustoso un puñetazo como ocurrió el día de la refriega.

No obstante, el tema de Frank es la mejor elección para no decaer los ánimos junto a una ronda de café gratis cortesía de Rajit el camarero, y si bien su café es una porquería imperdonable, sus gustos musicales remedian algo las ganas de hacérselo tragar, jarra incluida. Basta con observar el rostro tenso de Moritz y el bigote torcido para saber qué poco le agrada lo ocurrido: el baile y lo bebido, el café.

Las razones de por qué a ese malayo tanto le gusta la música norteamericana no están muy claras. Malas lenguas dicen que es por su antiguo jefe, el maleante dueño del chiringuito take away take it easy, que para meterse en el papel de hombre duro con carácter visionaba películas de gánsteres y miembros del hampa hasta la madrugada acompañado del fondo musical de Frank.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 203



Contra la tapia del patio de la cárcel, también nueva que antes fue la universidad donde en no se sabe qué orgía se gestó la ingenua idea del cambio, esparció sus sesos de idiota. Poca mancha, esto es cierto, que no había gran cantidad de material. Lo justo para obedecer y mandar sin pensar.

Cuando Dmytro se enteró del cotilleo, los fusilamientos ya no eran noticia, no pudo evitar una mueca de satisfacción. La chispa entre las injusticias.

Años más tarde, sin mujer ni hijos, viajaba solo en un barco con nuevo rumbo. A la mujer la mató la disentería, a dos hijos la gripe española, al tercero las revueltas y contrarrevueltas. El cuarto desapareció. Salió un día a buscar trabajo y no regresó. Dmytro quiso pensar que había encontrado una buena ocupación, por fin. La realidad, que no conoció, fue que lo apuñalaron. Precisamente en la cola de obreros ante la fundición donde eran frecuentes las peleas de la desesperación.

En El Faro De Benin sonríe por primera vez el abuelo en mucho tiempo. Tatjana la del vestido morado pareja de baile de Andrea un italiano al que no entiende bailando una canción que no conoce, es como su Ninenka cincuenta años antes, aunque sin su pañuelo a la cabeza. Y su Ninenka era única:


-¡Bravo! ¡Bravo!

-Gracias, muy amable. Es usted muy galante, caballero.



Jalea el abuelo corresponde la mujer.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 202



Aquel mismo día, entregadas las llaves de su casa sus granjas sus tierras sus animales, Dmytro agrupó a los suyos y cogidos de la mano sin más pertenencias que lo puesto se echó al camino que cinco jornadas más tarde lo escupiría a la ciudad. Sin mirar atrás, sin decir palabra con el alma rota el pasado borrado y el futuro vacío. Sin más lágrimas que las de cuatro niños hambrientos y ateridos de frío. Sin reproches de Ninenka, su mujer. Sin esperanza.

En la ciudad no había de nada para nadie salvo pancartas octavillas y discursos de charlatanes adheridos a la causa como babosas: era su particular forma de prosperar y ascender en la escala del nuevo régimen. Con distintos abusos pero mismos resultados de hambre miseria y muerte. Con más nuevas promesas y mismas viejas ruindades.

La ascensión del cateto de la comarca, de todos los catetos de las comarcas, fue meteórica. Y proporcional al hundimiento de todos los Dmytros. La vida rebosante de igualdad y oportunidades para todos era sólo otra bofetada a la inteligencia, otra falacia para reventar aplausos en los mítines. Aplaudid aplaudid malditos hasta que se os rompan las manos hasta que nos os quede sangre por entregarnos. Pero a veces entre la injusticia hay una chispa de recompensa. Al tonto de la comarca de Dmytro lo fusilaron por traicionar la causa revolucionaria: de las granjas confiscadas robaba lo que podía, acumulando hurtos y hallazgos casuales en justo pago a sus servicios hizo rápido una pequeña fortuna. Nada como el expolio para prosperar. Empezó por gallinas y conejos que nadie reprochó. Pero veinte expropiaciones más tarde una vez llenada la barriga dio el salto a la sustracción de joyas y relojes: indispensable material para financiación del partido, y sostenimiento del estado. Del nuevo-viejo estado de las cosas. Así se escribió el largo nuevo artículo de la nueva ley de largas represiones viejas.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 201



Arrebatándoles la propiedad a los vivos, destruían el legado de todos los antepasados muertos que, como en su caso, habían hecho algo más que protestar. Los Ivanenko los Petrenko los Buteyko los Ivsky los Chervoniy, tuvieron la fuerza el coraje y las ganas de doblegar su destino: torciendo la vara del castigo evitaron la pena del dolor. El azote de una vida insaciable y caprichosa.

Los piquetes anti-antirevolucionarios se organizaron pronto y envidiosos vagos y oportunistas se encaramaron con rapidez y soflamas de venganza a los puestos de mando. Pisoteando espaldas de necesitados se alzaron a hombros de los más brutos para dirigir la conspiración disfrazada de libertad, y armados de fusiles y horcas barrieron el campo todo. Lo que no se pudo lo quemaron. Al que se defendió lo mataron después de a la mujer e hijos. Para Dmytro la tierra era importante: sangre de su sangre. Pero no latía. La mujer y los cuatro vástagos, sí. Entregó personalmente su propiedad al parlanchín de turno. Comediante sin fundamento en aquel teatro de marionetas: el vecino de la otra orilla del río, que lo denunció ante el Comité De Reordenación Y Limpieza a la primera oportunidad. Obtuvo con la declaración el ascenso a cabo de piquete, pero ni toda su vanidad de títere ni los fusiles que le apuntaban ni los necios que le acompañaban fueron suficientes para contener la mirada de ojos negros poderosa firme y orgullosa de Dmytro. Juntos aquella chusma de catetos útiles al nuevo poder no le alcanzaban a la roña de sus uñas: de tierra incrustada por el trabajo de años. Obedientes seguidores del cateto del pueblo, de la comarca en este caso: la otra orilla del río.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 200



Al tatarabuelo le siguió el padre de Dmytro, que por las huellas de la senda trazada caminó sin descanso. Abriendo la tierra con un pedazo de madera y dos bueyes: el animal de tiro delante, la bestia de guiado y órdenes, detrás. Así se labraban los campos con suerte: había propietarios quienes tiraban del arado 
ellos mismos mientras la mujer guiaba el ingenio. Detrás y muerta de agotamiento como el marido. Así se limpiaba y sembraba. Y cosechaba a mano durante días o semanas según el tamaño de la hacienda. El abuelo de Dmytro empezó con pocos días; para cuando su padre fue condenado al trabajo perpetuo de guiar la madera y ordenar a la bestia, la otra bestia, ya era una semana. Dmytro heredó dos y él prosperó hasta tres y unos días: duplicó la tierra y hubiera crecido más de no ser porque entre el monte y el río ya no era posible. Al otro lado del monte más monte. A la otra orilla del río: tierra buena de labranza en manos de vagos que rendía uno por cien. Cien granos cosechaba Dmytro por uno de ellos, que veían cómo sí se podía prosperar pero no se aplicaban el cuento. En su caso preferían su miseria imborrable, al tiempo que en la tierra de sus ojos crecía otra semilla: la de la envidia. Dmytro era ladrón y usurero. Un explotador de clase obrera enriquecido a costa del sudor de sus trabajadores.

Nada era cierto. Pero estas toscas calumnias convenían a la causa socialista del reparto equitativo de propiedades y capitales entre los más desamparados. Que al amparo de una revolución imposible por la justicia la igualdad y la equidad, despojaron a todos los Dmytro del esfuerzo de sus vidas.


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miércoles, 10 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 199



“That´s why the lady is a tramp.”


Y dos vueltas de patinador lanzado en el centro del salon-cantina rematan con maestría y arte la hazaña de olvidar circunstancias y problemas. De abstraerse de la incertidumbre, desprenderse de los temores del emigrante, de arrojar por la borda el miedo a ser arrojado por la borda e hilvanar un espontáneo baile en un improvisado salón con una desconocida pareja.

Este hecho, en sí mismo ya merece el reconocimiento del público pero es la fisicidad seductora del baile la que se lleva el aplauso.


-¡Bravo, bravo! ¡Guapos, bien! ¡Guapos!


Aclama el abuelo en ucraniano vítores que sólo Tatjana descifra. Razones le sobran al hombre para mostrar más entusiasmo que nadie por este mínimo gesto de felicidad: un improvisado baile. Él sí sabe lo que es sufrir. Y lo fácil que se pierde todo sin esperar a la noche: de la mañana a la tarde dejaron a Dmytro sin sus campos. Los revolucionarios pro socialismo arrebataron cualquier pedazo de tierra que dueño tuviera; un huerto fragmentado de otro más grande segregado de un despojo de lo que fuera una finca para cultivar cereal en una ladera donde su familia extrajo madera y cazó durante generaciones. Él fue el último testigo de los sucesivos abusos y asaltos infringidos a los Ivanenko. Sobre el regazo de la abuela escuchó la historia del trabajo de bestias que los abuelos y hermanos de ésta hicieron durante toda la vida para salir adelante y olvidar la miseria. Reventándose como animales por un futuro mejor: legítimo y compensatorio.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 198



Y el dúo recorre el improvisado salón de baile de una cantina a media ocupación. De un extremo al otro de una mesa a la contraria de deseo en deseo entre los cruces de miradas y el fuego a discreción de las envidias. Del enfado comprensivo de sus amigos a la serena complacencia del abuelo.

“But never comes late/She´d never bother/With people she´d hate/That´s why the lady is a tramp...”



Y el viudo de la disputa conyugal que nadie conoce siente un escalofrío de nostalgia. Tal vez una punzada de rencor diminuto: cuando se conocieron sonaba esa misma canción. Un café decadente para solitarios extraviados e inagotables buscadores de turbulencias emocionales.

Él pertenecía al segundo grupo su mujer, la suicida que se arrojaría por la borda pocos años más tarde antes muerta despechada que abandonada otra vez, al primero.


“Hates California/It´s so cold and so damp/That´s why the lady/ That´s why the lady...”



Y la pareja cruza otra diagonal entre la española morena menos gruesa más tranquila desde sus encuentros con el griego, y la polaca que gritaba “Pégale, pégale” a su marido en el tumulto. Claro que cuando la bronca sus alaridos no destacaron especialmente y siempre quedará la duda de si los ánimos eran para ésta o su rival, que lo tenía bien cogido por el cuello mientras le atizaba unos derechazos que le rompieron la nariz. El polaco marido enclenque poco podía hacer bajo cien kilos de bollo suizo, así que, sí, siempre quedará la duda “Pégale, pégale, pégale”, quien a quien.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 197



En el primer traslado de los bajos fondos de la gendarmería a los bajos fondos de los juzgados asaltaron el furgón policial como una diligencia: a tiros y a caballo. Tan sorprendidos quedaron los agentes que antes de sacudirse la estupefacción ya estaban muertos y Liberto liberado. No podía ser de otra forma: hay nombres que marcan una vida y acciones un destino: a los cuatro no les quedó más opción que el autoexilio involuntario.


-Dove ha imparato a ballare?Lei è un' esperta!


Tatjana, la rusa del vestido morado, no entiende qué está diciendo el italiano, pero en ruso responde:


-No entiendo qué me dice, caballero, pero baila usted muy bien.


Lo cual documenta lo próximos que están los pueblos a pesar de sus barreras idiomáticas. O que cuando no hay nada más que decir… Nada más se dice.

No se entienden pero un Sinatra en su mejor momento hace de intérprete:



“She likes de free/Fresh wind in her hair/Life without care/ She´s broke, it´s oke/Hates California...”



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lunes, 8 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 196



Repartieron hielo cortaron leña transportaron ganado picaron carbón vendimiaron por techo y comida trapichearon con alcohol alimentos y tabaco intercambiaron patatas por sedas en oriente a relación de ocho kilos por uno. Los compatriotas los llamaban listos los asiáticos tontos. El tiempo dio la razón a estos últimos: cuando explotó la hambruna los asiáticos humildes comieron patatas los compatriotas acomodados comieron la seda. Y no fue lo mismo: se atragantaron con ella.

Sumando esfuerzos cruzaron todas las barreras de los contratiempos. Hasta la penúltima. Después de ésta, una pelea entre Liberto el indeciso violento y otro cliente subido de orgullo y grappa determinó el futuro del club: dejar que Liberto se pudriera en la cárcel o rescatarlo del olvido la amargura y la perpetua. Resultó que el chulito de la grappa era hijo de un rico banquero con cargo en el gobierno. No se sabe si fue el primer puñetazo o el último lo que le dejó idiota para siempre idiota, testigos bajo sospecha oficial apuntan que ya lo era antes de la pelea, pero loco por el desenlace papá poderoso activó todos los resortes a su alcance para encarcelar y liquidar al psicópata. Así lo bautizó la prensa, sensacionalista y no, por indicación expresa de papá.

Puesta en marcha la maquinaria represiva del poder y sus medios de comunicación oficiales a sueldo, Liberto no tuvo opciones. En treinta y tres horas estaba preso y torturado con una confesión firmada por intento de asesinato, al idiota, y otros doce no esclarecidos que le encalomaron; la policía idiota para ocultar su incompetencia. Liberto nunca más vería la calle. Ni a sus tres amigos, que no iban a permitirlo.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 195



No fue necesario: superada la fase sexo intenso compulsivo Andrea, el hombre más bajo de los cuatro, se presentó con una tarta y seis botellas de Borgoña para festejar con sus amigos la despedida y cierre de Andrea, la mujer. Él no se libró de la paliza pero ella sí de acabar en el Cannaregio, lugar preferido por el grupo para deshacerse de todo aquel, y aquella, que estorbara en el seno de su alianza. Y probablemente arrollada por varias góndolas antes de ser descubierta.

Desde aquel día feliz, los amigos estuvieron más unidos que nunca: cada novia seducida por cualquier miembro del equipo debía superar la aprobación del conjunto. Pero esto, no se había dado nunca. Especialmente la prueba erótico cautiva: con Liberto el más alto de la camarilla atrapado en su indefinición sexual ninguna era para él lo suficientemente apetecible. Siempre les sobraba y faltaba algo en idénticos puntos de su anatomía.

Isacco y Piero formaban el binomio necesario que cohesionaba el cuarteto. Un núcleo duro en torno al que pivotaban los extremos volátiles: Andrea el mujeriego sensible, Liberto el indeciso violento. Isacco era el más rápido para resolver situaciones comprometidas y Piero el más bravo apoyándole. Junta la pandilla había superado dificultades arreglado conflictos acometido proyectos defendido la vida fracasado en equipo. Juntos se habían deshecho de la competencia cuando procedía asustado al rival cuando convenía chantajeado sobornado y amenazado cuando era estrictamente necesario; habitualmente.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 194



La escena cavita entre el surrealismo mágico y el deconstructivismo folclórico con unos toques de puntillismo cínico, todo bajo una veladura ocre de arte antiguo. Los italianos amigos del italiano que a su pareja de baile orgulloso muestra y maneja, miran con envidia y resentimiento: no les ha apoyado el compatriota en el amago de revuelta, y desde sus tiempos de pandilleros cualquier desmarque era una afrenta que se ventilaba a hostias o con una juerga. A veces ambas, pero preferiblemente esto último que quien paga es el ofensor. Pero en esa lata de arenques llamada El Faro De Benin, cuyas letras malamente cubrían el anterior Nordsjøsild, la juerga no era una opción. Tendrían que liarse a guantazos para repasar diferencias.

La espontánea decisión individual del compañero en un momento crucial tal cual era la proclamación del café expreso como la imagen de la república no debía disimularse. El compromiso consistía todos para uno, esto lo aprendieron siendo niños fantaseando con novelas de aventuras, y todas para todos. Esto, ya de mayores; en un episodio deplorable cuando los celos y la inquina de una mujer casi acaba con su amistad. Andrea, la mujer, novia de Andrea, el hombre más bajo de los cuatro, le llenó a éste la cabeza con sospechas y a los otros tres de envidias con insinuaciones no materializadas y provocaciones inoportunas. Tanto creció la tensión que un día los tres habían diseñado un plan para quitársela de en medio y al amigo darle una paliza ejemplar.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 193



Con docenas de testigos fácilmente sobornables que gustosamente declararían contra él con la rapidez de un mordisco, como venganza por una bebida caliente o una pizca de sal mal calculada, la única vía de escape para el malayo ante una segura pena de muerte fue la huida: puerta trasera almacén calle. No sin antes liberar a todos los perros no para beneficio de los animales sino para bloquear la persecución. Un éxito de estrategia y de audiencia: publicaron su careto en horroroso negro todos los periódicos; había llegado el momento de darse el piro. No le fue difícil encontrar un armador sin escrúpulos necesitado de un cabotaje rápido. Lo contrató inmediatamente.

Tres años y siete buques más tarde subía el volumen de Frank Sinatra para apaciguar italianos. Aunque más le dolía que tuvieran razón: el café era una mierda y un insulto a su buen hacer, pero la guerra quitó de en medio muchos intermediarios, literalmente, y restablecer los canales de distribución tomaba su tiempo. Había que tejer una nueva red de corrupción y contactos; nuevos mafiosos distintas jetas mismos métodos.


-Mi concede questo ballo signorina?


El menos estridente de los italianos sucumbe a los encantos de La Voz, y con su mejor sonrisa de hombre inocente hasta que se demuestre lo contrario invita a la dama del vestido morado. Al fin y al cabo, el capitán había hecho de la cantina un salón de baile, así que por qué no él.

Ella, con más sorpresa y vergüenza que entusiasmo, responde << Да>>. Que en el territorio atravesado como un sable lo mismo por el transiberiano que por abusos de zares venganzas de bolcheviques o represiones en gulags, significa, sencillamente: <>.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 192



Obediente defensor de sus nuevas responsabilidades, Rajit actuó en consecuencia: los perros sin raza que cubiertos de suciedad apestaban y se hospedaban enjaulados en el almacén del local, no pasaron hambre esa semana. Y los clientes cerraron el círculo del máximo aprovechamiento de los recursos escasos y la eficiencia cuando gustosos y hambrientos eligieron los menús 3,7 y 11: Carne de perro al curry, Perro de campo en salsa de naranja y Sopa de aleta de tiburón respectivamente. Sustituida la aleta por hueso de taiwanés y tapioca, nadie con su fino paladar distinguió el cambiazo. El dueño mafioso tenía razón: los cerdos se lo comieron todo. Se refería a los clientes, últimos devoradores en su local. Y no a los perros. Además de llevarse un buen fajo extra de billetes; menos lo sisado.

El taiwanés tuvo a bien morirse para beneficio de ambos. El garito el negocio el friegaplatos reconvertido a cocinero “மூன்று கிளையாகும் மேல்”, ”3 Tenedores Superior”, el dueño mafioso menos dueño más mafioso cada día prosperaron sin descanso durante los próximos veintitrés meses. Y hubieran seguido de no ser porque una mala racha en las apuestas volvió más irritable y codicioso al dueño de lo habitual. Exigiendo más y más trabajo al malayo que ya había cruzado el umbral de esclavitud tiempo atrás.


La diferencia de opiniones se saldó con habilidad y civismo: una pelea entre fogones a la vista de clientes y curiosos transeúntes. Al final el dueño atendió a razones y dejó de insultar y amenazar a Rajit cuando una cuchara de madera untada en salsa de cúrcuma a la miel, 3 tenedores dan para eso y más, le atravesó la garganta. El friegaplatos cocinero remató la faena con una sentencia lapidaria: ¡Así, mostrarás respeto!




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 191



“The Lady Is A Tramp” parece un tema apropiado para la ocasión. El astuto Rajit, psicólogo por observación del invariable y predictible comportamiento humano logra así un doble objetivo: que las protestas no las oigan los demás y que no se entiendan entre ellos mismos. Siendo estos amigos el mayor grupo unido de todo el pasaje, podrían manipular y arrastrar al resto con relativa facilidad. Y qué mejor causa para el amotinamiento que un pésimo café de desayuno. Había que neutralizarlos rápidamente o podrían hacerse con el control de la situación. Y para él, a esa mierda de barco podrían prenderle fuego, pero su cantina… Su cantina no la gobernaba otro que él: dueño señor y tirano en aquel espacio único. Fregó retretes paredes suelos y platos mucho tiempo antes de que otro camarero taiwanés le diera una oportunidad para mostrar a los demás su talento.

Fue en un garito de comida, en Ceylán, atestado de clientes, inundado por los malos olores humo en la cocina y grasa en el suelo, que el taiwanés tuvo a bien morirse de un susto a la hora de más jaleo. La ocasión idónea para que el malayo del agua y jabón pasara al primer puesto de responsabilidad. Apartó de un empujón al muerto bajo la mesa de preparación y se hizo con el poder. Los clientes, más preocupados por la temperatura de su comida la dosis de especies y la sobredosis de salsas, ni se enteraron. Cuando el dueño del garito apareció por el local una semana más tarde a embolsarse las ganancias menos lo sisado, como un mafioso, el mafioso que era, y se encontró al muerto en la cámara de la verdura, dijo al malayo: <>




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 190



La compañía, la unión afianzándose con los hechos vividos compartidos sufridos. Las opciones en la balanza de la duda: en el platillo de la solidaridad, la comprensión la justicia y la empatía, actuar. En el del egoísmo la supervivencia y la impotencia, olvidar.

¿Cómo rescatar a esas 28 personas estando todos atrapados en el mismo barco? Sin morir en el esfuerzo. ¿Cómo salvar sus vidas sin perder la propia? ¿Cómo ser justos y valientes sin terminar en el lugar donde acaban los audaces? O peor: caer también en la trampa de esa red de psicópatas y asesinos, ser otro condenado más a su esclavitud y crueldad.


-Questo caffè è una porcheria!

-E 'vero, non è solo il cibo che fa schifo non sanno fare neanche il caffè! Cuoco puzzolente!


Dos italianos del grupo de amigos aparentes y mafiosos sospechosos habituales de la extorsión el gansterismo organizado y la violencia costumbrista, protestan por el mal café. Rajit, el camarero malayo acostumbrado a la queja hábil en minimizar conflictos apagafuegos del incendio, responde:


-¡Música para otra preciosa mañana de sol!


Y Frank a medio volumen rebota entre las paredes de la cantina.


“She gets too hungry/ For dinner at eight/ She likes the theater/ And never comes late/ She never bothers …”



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 189



Fausto y Charlotte caminan desconcertados hacia la salida. A su paso por la bodega de los hombres, el líder saluda con la cabeza, agradecido, y se encierra junto al resto. Desapareciendo en el interior de su propia cámara de los horrores. El comportamiento de estas personas a Fausto le resulta extrañamente parecido al de la rata que en su presencia huyó corriendo. Atrapada en la bodega, alimentándose de celulosa tenía pocas posibilidades de supervivencia, pero en el encuentro con lo desconocido, dos intrusos al otro lado de la escotilla, salió corriendo. Si bien, a diferencia de los mamíferos humanos, el mamífero bicho optó mudarse de lugar. Sin duda, mucho más inteligente pero también menos atormentada por unos carceleros sádicos asesinos.

A decir verdad, la probable liberación bien podía deberse a la estupidez española. De no haber sido por la pelea no se hubiera armado la bronca no se habrían parado máquinas nada hubiese podido oír él con la turbina rugiendo, desacostumbrado a los ruidos internos de las bodegas y el barco. El indeseable y asfixiante escenario bajo cubierta con sus terribles secretos ahí se hubiera quedado. Y los japoneses dentro.


De nuevo en el exterior, la vida seguía su curso. Con el multicolor fondo de bruma en un amanecer lleno de optimismo y esperanza. Sólo dependía del observador pues para el resto del pasaje, ajeno al drama bajo sus pies, así se mostraba el camino por delante. Para ellos, los sentimientos eran contradictorios: el colorido de ilusión ante sus ojos, el negro tormento en la memoria inmedia
ta. 




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domingo, 7 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 188



En otro tiempo hubiera fidelizado la compañía a su cliente con regalos de puntos canjeables… por otro viaje. Pero no había llegado esa época de sobornos blandos. Sorprendidos como dos idiotas Fausto y Charlotte se miran mutuamente.


-¡Oh…! ¿Y esto?


Esto no era más que miedo a lo desconocido. Los fantasmas de la ignorancia superando a los horrores de la certeza. Comportamiento de mente rota y voluntad aniquilada.


-El ruido del motor es insoportable. Deberíamos marcharnos.

-Oui. Por hoy ya hemos tenido suficiente. Un point cést tout! ¿Qué hacemos con la niña?

-Pregúntaselo.


Charlotte tiende la mano a la pequeña pero ésta no la recoge.


-Yo me quedo, ellos me necesitan.


Responde la niña con un francés infantil pero una madurez inquietante. Después retorna junto a su grupo de mujeres y cierra la puerta desde dentro. La niña se llama Madeleine, pero aquellas la han rebautizado como Kei: Bendición.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 187



-¿Cómo vamos a salir de aquí?

-Mon chéri, no lo sé.


Fausto la aprieta contra sí. Costado con costado. Son espectadores de un suceso poco habitual, y menos veces visto: el fenómeno de la excarcelación. Pero quedaba el paso de la liberación. Los asesinos, los despiadados ejecutores de esta trama criminal traficante de esclavos, seguían arriba quienquiera que fuese.

A Fausto le cuesta creer que sólo los africanos estuvieran implicados. Charlotte decía que siendo el capitán tan estúpido y distraído, por qué no. Él añade que el personal de limpieza o mantenimiento, tarde o temprano descubriría lo que estaba pasando. Ella responde que quizás también ellos participaran en el negocio. Así todo sería más fácil y el resto de la tripulación, capitán incluido, quedarían al margen. Que te digo yo que aquí hay alguien más en el asunto que yo te respondo que no hace falta que sí que no que ninguno se percata de que la mar ya se ha calmado el motor se pone en marcha para sobresalto de todos. Una de las mujeres grita y otras le hacen el coro; tal vez por susto o miedo a ser descubiertos. Alguien ahí arriba se ha activado: los carceleros podrían aparecer en cualquier momento.


La del grito, como perro apaleado asustado corre a refugiarse en la bodega. Su comportamiento instintivo cataliza el de las compañeras, que la siguen; lo que a su vez deja a los hombres desconcertados y solos en mitad de la pasarela. En minutos, todos han reingresado a su prisión. Quedan fuera boquiabiertos, Fausto, Charlotte y la niña. Más acostumbrados a estos bruscos cambios de guión: para algo debía servirles la experiencia de otros viajes.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 186



La breve conversación, con espantosas revelaciones pero modulado tono, relajó el paralizante miedo que en el grupo de hombres no les dejaba abandonar su encierro. Carentes de la crucial información que la niña proporcionaba a las mujeres, con gestos chapurreos y dibujos en la pared hechos con la única tinta disponible, la sangre, desconocían por completo la situación más allá de sus mamparos. Qué nuevos peligros de muerte aguardaban al reo que aun estando preso y moribundo quiere defender su vida. Con temor pesadez y desconcierto, sale uno tras otro por la reducida escotilla de inspección. En unos minutos, la pasarela se llena de desarrapados que, mirándose enfrentados ambos grupos de hombres y mujeres, son la cruel estampa de la desesperación. Muchos, ellos y ellas, rompen a llorar; bien sea por una libertad inesperada, bien por encontrar la razón de su tormento, o muchas razones. Los grupos se mezclan y surgen espontáneamente los abrazos. La necesidad de calor humano y comprensión es más fuerte que el asco.


Fausto y Charlotte se apartan, es su caso contrario. Él pasa su brazo por los hombros de de Charlotte y, como una pareja que mira a sus niños en el parque, observan no sin satisfacción el resultado de sus investigaciones, de su curiosidad. De su afán por saber. Muchos pasajeros hay en ese barco, pero ninguno ha llegado donde ellos. En ese momento sublime de libertadores que marca toda una vida, otros como ellos estaban simplemente durmiendo. O quizás rumiando su mala suerte: abandonar la tierra en busca de futuro. A estos japoneses, en cambio, los arrancaron de su tierra para robarles su futuro.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 185



-¿Armas? ¡Mon dieu! Dice que hay armas. En este barco hay de todo menos bueno.

-Oh. ¿Y cómo lo saben? Quiero decir, ¿cómo está tan segura?

-La pequeña esta, que se cuela por todas partes. Ha curioseado entre la carga. Dice que si miras bien entre las tablas dentro se ven las armas.

-¿De qué tipo?

-¡Fausto! ¡Cómo quieres que lo sepa! Es una niña, ¡mon dieu!



Le había llamado por su nombre: Fausto. Hacía semanas que nade le llamaba así, y le gustó. Normalmente era: ¡Eh! ¡Oye! ¡Oiga! ¡Señor! Caballero, joven… Dependiendo del interlocutor: edad y educación. Pero su nombre… Ejercía un efecto proximidad que bien podría cimentar el comienzo de una asociación. Tanto como el sexo; quizá más. Lo había practicado con mujeres de las que no supo ni su nombre, en solitario o como miembro de una acción grupal; era éste el eufemismo en clave para convocar una orgía y buscar participantes. En otras ocasiones, en la incitación de la oscuridad de una taberna o callejuela de casco histórico, ni su rastro.


Por eso, que ella le llamara Fausto era otro paso en la misma dirección: la de que dos almas que ni son gemelas ni lo pretenden y tal vez no existan, se enlacen como átomos. Dando paso a la mágica trasmutación de la materia que convierte compuestos gaseosos en un líquido. Si bien es cierto que cuando cambian las condiciones de presión o temperatura la unión termina por romperse confirmando la regla de oro que sostiene que nada hay tan fuerte que soporte un estrés creciente durante largo tiempo. Si ella le hubiera llamado Fausto cuando se insinuó minutos antes, difícilmente podría él haberla rechazado a pesar del sórdido y mugriento escenario. Y de eso se trataba: cómo rescatar a esa gente del horror que estaban soportando.


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jueves, 4 de septiembre de 2014

GRAFF

GRAFF




El tonto del espray ha pasado por mi barrio.

es el mismo que deja pintadas allá y acullá contra las leyes del mundo

y las normas de los hombres.



En lo segundo estoy de acuerdo en lo primero disiento.

Lo siento.

El mundo ya tenía su discurso antes de nuestra interrupción.



Sea como fuere, el tonto del espray ayer estuvo afortunado.

E inspirado.

Lo primero porque el tonto del policía no le atrapó por poco:

dio con el policía gordo, que si lo justo sabía leer,

más justo estaba para correr.



Lo segundo porque nos dejó una frase para colgar en la pared.

Redundancia:

En la pared ya estaba que con negros trazos rápidos

la imprimió sobre ladrillo.



A golpe de cincel y martillo me la llevé yo.

Hoy la tengo en mi salón. No muy grande,

de clase media refugiada arrugada no acomodada.

Y dice:



“El éxito de un pueblo el fracaso del vecino.

Válido, para individuos y amigos.”



La leo, tras cada telediario.









© CHRISTOPHE CARO ALCALDE