miércoles, 24 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 171



Tres minutos de miedo sofocado, de alerta y guardia ante la bocamina. Con una mano en su revólver y en la otra la barra. Una subjetiva sensación de protección. Abiertas las pupilas negras como ojos de pez como platos de fiesta. Ella está tardando demasiado: en realidad no, pero el concepto tiempo se estira o encoge a voluntad del sentimiento. Ahora, en el silencio tembloroso de las bodegas, con el mecido cambiante del mar, con los sentidos activados en busca de peligros y sus fuentes, reales o imaginarios, esos tres minutos son horas de tensión nerviosa.

Por la escotilla de la bodega sólo asoma la negrura. Tal vez la misma que entra por la superior, al que igual que la luz cruza puertas y ventanas, por qué no la noche. Sólo un murmullo lejano del grupo generador entre la bruma de silencio hasta que otro golpe fugaz lo atraviesa como a niebla. Es más adelante, otras dos bodegas en realidad. La siguiente en babor con puerta… No está seguro, pero la atención prestada a su bocamina le ayuda a identificar mejor el origen antes de que broten los ecos para enmascararlo. No sabe qué hacer: a su derecha la curiosidad por saber qué está pasando tira de él, pero la puerta con negrura acechante de enfrente lo retiene. No se atreve a darle la espalda. ¿Y si es en ese momento cuando salta el león hambriento? Tampoco puede cerrarla: introducir el brazo en la bocaleón para alcanzar el volante de la escotilla y tirar podía significar perderlo.


Atrapado entre dos fuegos de incertidumbre, por si acaso saca su revólver. Apunta con la indecisión del novato a un objetivo invisible. ¿Cómo hacer blanco en un negro total? Era paradójico.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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