jueves, 9 de octubre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 V



Fausto pregunta por inercia más bien se lo pregunta a sí mismo no espera respuesta.


-Je ne comprends…

-¡Charlotte! ¡Habla tu idioma!

-Oui… Qu`est-ce que tu fail ici?

-Je vis ici…


Charlotte, Bae, Hiroto… Todos se arremolinan en torno a la niña. Sienten curiosidad quieren saber tienen necesidad de comprender.


-¿Qué es eso de que vives aquí? –interroga Charlotte desconcertada-. ¿Y por qué hablas mi idioma? ¿De dónde has salido?


La niña se le acerca. Para acariciar su pelo, también es el primer pelo limpio que toca en mucho tiempo. Charlotte no sabe cómo responder a este gesto afectivo tan inesperado. Así que no responde.


Menos temerosas que el grupo de hombres, algunas mujeres van abandonando la bodega. Se desplazan por la pasarela sin rumbo.


-Explica eso de que vives aquí –Charlotte insiste.

-Hace mucho tiempo. Iba con mis padres, en este barco…

-¿Viajabas en el barco? ¿Cómo pasajera?

-Sí… -la niña se entristece. Prosigue:

-Una mañana me desperté y no estaban. Me asusté, había mucha gente. Más que ahora.

-¿Más?





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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 U



En el lado contrario al de los desechos, tras el grupo, una escala de hierro soldada a la pared culmina en una escotilla superior. Otro acceso quizás para rematar trabajos de limpieza si es que alguna vez los hubo, o supervisar la carga. Pero la escala ha sido convenientemente cortada muy por encima del alcance de una persona talla media. De la escotilla una gotera salpica el suelo. También. Agua que ellas capturan por turnos con sus bocas abiertas como pollos. Agua de lluvia para beber, agua de ola en ocasiones para limpiar heridas.

Superado el momento duda, una tras otra se van poniendo en pie. Alguna con ayuda: la debilidad, paradójicamente, va ganando fuerza. Fausto orienta al suelo la luz de la linterna: ya ha aprendido del anterior encuentro a no deslumbrar con hostilidad. Todas con vestido, la mayoría bajo la rodilla. Piernas desnudas, sucias. Amoratadas. Algunas han perdido hasta el calzado. Pies negros doloridos helados. Nueve mujeres veinte piernas.


-Pero, ¿qué es esto?


Del grupo sale una niña, sabiamente ocultada entre las supervivientes. La niña del pelo rubio del vestido ensangrentado de las apariciones fantasma exclusivas para Fausto.


-¡Eres tú! ¡Eres tú! ¡Charlotte! ¡Aquí tienes a mi fantasma! ¡¡Ven es ella, ven!! ¡Sabía que no eran alucinaciones! ¡Corre ven! ¡¡Corre!!


Fausto emocionado tira la palanca de abrir puertas le tiende la mano. Avanza la niña sin miedo, en realidad, ambos ya se conocen. Es la primera en abandonar la bodega aunque no su primera vez.



-¿Pequeña, tú cómo has acabado aquí?



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 T



-Dice que tenemos que encontrar a los demás.

-¿¡Qué!? ¡Qué otros!

-Te lo dije. Los golpes, procedían de dos puntos distintos. ¿Recuerdas? ¡Hay más gente por ahí!

-¡¿Más!? –perpleja.

-Sí. Los que yo he oído. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! –grita alejándose hacia proa.


Hiroto se le adelanta, golpeando los mamparos de las bodegas con sus manos. Una tras otra tal y como antes había hecho Fausto. Y como si tuviera prisa por rescatar a esos nuevos desconocidos. Aunque el objeto de búsqueda difería enormemente. Al sexto intento hay un golpe de respuesta. Fausto supone que no podrá abrir la escotilla y se adelanta palanca y linterna en mano. Unen fuerzas: despejado.

La primera reacción de ambos es apartarse. Fausto por la hedionda nube Hiroto por precaución. Fausto ilumina la cámara, sin agredir, arrastrando la luz por el suelo. Efectivamente, uno tras otro van surgiendo los cuerpos. La mayoría sentados. En un extremo, amontonada la suciedad. Entre ella partes de un cuerpo humano: antebrazo pies manos tripas. Trozos rasgados de pulmón una cabeza con su melena por la sangre acartonada y cubriéndole parcialmente el rostro. Como todas sus excompañeras, cabeza de mujer. Lo que queda de ella: restos de la última comida. Es evidente que también éstas se han canibalizado.


En el grupo, nueve mujeres de un total de quince. Dos han muerto por enfermedad una de hambre tres asesinadas por el negro bajito. Todas comidas ninguna violada. Nada que ver con el respeto todo con el asco. Sus edades, similares al grupo de hombres; el periplo también. El desenlace, idéntico.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 S



En una colisión apocalíptica de ideas, otra línea de pensamiento atraviesa su mente como una catana, seccionando la emoción que nace de la desesperación por otra mucho más útil: la ira. Admite que si esos desdichados están ahí es porque otros desalmados los han encerrado. Contra su voluntad. Ella apunta hacia estos últimos la bala de su rabia. Idóneo proyectil para reventar cualquier cabeza del impacto.


- Ça suffit. Ça suffit


Se levanta. De las fuerzas de la decisión extrae coraje para superar la barrera del asco. Abraza a Bae. Devolviendo su compasión transformada en afecto. Seca sus lágrimas con la manga. Añade:

-Très bien. Hay que dar una salida a esta situación.


-Utgivlese… Flere mennesker! Frihet! Frihet!


Bae, como si hubiera comprendido la apuesta de Charlotte, en su pésimo noruego intenta decir que hay que liberar a más personas. Señalando con el brazo más adelante, dirección bodegas de proa. Fausto no termina de creerse lo que ha oído. Pregunta y es respondido de igual forma, pero con más énfasis y apoyado por Hiroto. Ella pregunta qué se está perdiendo.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 R



Bae e Hiroto abandonan la bodega; por primera vez en meses. Una cadena de encierros con sus torturas. Encadenadas también. La atmósfera asquerosa e irrespirable que tanto ahogaba a Charlotte es para ellos aire puro y fresco de las montañas: la relatividad de la comparación. Incluso la trémula iluminación con bombillas de baja potencia son maravillosos rayos de sol. Cálidos sobre los rostros depauperados de los cautivos. Fausto y Charlotte, afortunados en el infortunio leve, se giran. Y observan.

Los redescubren. Están mucho más mugrientos y sucios de lo que se adivinaba con la linterna. E impregnados en la insoportable pestilencia de sus desechos. Son la náusea y el asco hechos persona. Para ellos, en cambio, el decadente universo contenido en el vientre de ese barco de chatarra es la antesala al paraíso: los primeros pasos del reo por los aledaños de la prisión donde fue injustamente encarcelado. La gratitud del necesitado, Bae:


-No llores. Por favor.


Posa Bae su mano pringosa en la cabeza de Charlotte que nada ha entendido sin la traducción. Acaricia su melena suelta y suave como un niño a su madre. Ya no recuerda cuándo tuvo él el pelo largo por última vez. Ni siquiera limpio. Repite:


-No llores más. Ya pasó.


Pero la compasión por él mostrada y la falta de entendimiento de ella, consiguen el efecto contrario: Charlotte revienta en lágrimas. Se siente desdichada y culpable. Culpable por sentirse desdichada pues cómo podía ella quejarse de su existencia cuando había personas en el mundo que si algo no tenían era vida. Y sin embargo ahí estaban: agradecidas por nada.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 Q



El barco escora ligeramente a ambos lados. La tormenta del exterior parece fuerte. Por las escaleras de entrada se desliza agua a intervalos irregulares. Fragmentos de ola que se suman a la balsa estancada y sucia bajo la pasarela. La interrupción es oportuna: rescata a Fausto y Charlotte del limbo de sus horrores para empotrarlos en el proscenio de la realidad. Puro teatro de codicia y abusos. Dramaturgia del inhumano humano en amarillo limón: desenlace fatal para actores y público.

Charlotte pierde el equilibrio con el movimiento sorpresa: es lanzada contra la escotilla abierta. Sin otro punto al que agarrarse, no logra evitar caer sobre el montón de gente, que sentada en el suelo se prepara para el impacto de libertador inestable. En medio de todo, semejante torpeza es conveniente pues consigue arrancar una carcajada de algún presente. Desesperación y sonrisas, dos elementos que como fuego y agua pugnan por sobrevivir. Pero quien peor soporta el contratiempo es quien menos debe: ella. Su miedo al ridículo, a la vergüenza pública. Y el insoportable olor atrapado en el interior la hacen rebotar como un muelle. Salta de bodega a pasarela y de ésta en cuatro zancadas hacia la salida. Hasta que se percata de que no hay salida. De que aunque en medio de la noche surgiera el sol radiante, ya no podría salir de esas bodegas para olvidar. Sí, Fausto tiene razón en su demoledor análisis de que ya no habrá una vuelta atrás sencilla. Y el dilema moral es tan pesado que ha consumido todas sus fuerzas. No puede caminar, se deja caer contra la rejilla dura de la pasarela. Entre amargos sollozos y balbuceos.


Fausto contiene la última arcada y se le acerca. No sabe qué decir, está tan confundido asustado y perplejo como ella. Sólo disimula un poco mejor. Le pasa la mano por el hombro. Angustiado por el descubrimiento y entristecido por verla llorar. En cierto modo, es su responsabilidad. Sus dos manos pone ella sobre las de Fausto. Es María Magdalena clavada en el suelo de su calvario de espaldas a un Jesucristo redentor. Es el dolor ante lo irremediable: los asesinatos y el canibalismo ocurridos ya no tienen reparación.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 P



Charlotte recuerda la observación de que discuten como un matrimonio y se traga el comentario o le estaría dando la razón. Bae prosigue, Fausto interpreta.


-Dice que el negro siempre trae un arma. Como las que tienes tú, por eso se han asustado tanto al verte. Que si no hay nadie que haya muerto de hambre o enfermedad, elige al que le parece más débil y lo mata de un tiro. Después, los otros dos lo descuartizan y les arrojan los pedazos. Se llevan los huesos más grandes y la cabeza. Y la carne cruda


Bae entra en pánico. Rompe a llorar, cae al suelo. Espasmos, respiración agitada. Los compañeros le sujetan, ponen un trozo de tela en su boca para que no se muerda la lengua. Epilepsia. Desencadenado el ataque quizás por el recuerdo atroz. Según la explicación, se estaban comiendo a los compañeros que caían enfermos o mostraban mayores signos de fatiga. Canibalismo de supervivencia. Salvajismo por imposición. Comerse al compañero o ser comido. El horror, el puro y despiadado horror.


Charlotte no es capaz de articular palabra. Ahora sabe que con las armas que ha empuñado tan decididamente se cometieron esos crímenes. A Fausto se le cae la linterna, una vez más, por la parálisis. Se da la vuelta, vomita por encima de la barandilla la carne con patatas de la última comida. Va a resultar que quizás tuviera razón y la carne fuera carne humana. Va a resultar que con todo lo descubierto, es más probable que no lleguen a destino que lo contrario. Que no es exagerado pensar que sus vidas corren peligro en ese entorno de, ahora confirmados, delincuentes poco comunes. Qué intrigas o peligrosas tramas criminales ocupan la mente del capitán alucinado que permitía convertir una pelea entre pasajeros en una apuesta abierta. Y a su tripulación disfrutar con ello como si fuera una actividad habitual para las horas de aburrimiento en travesía. Sólo una panda de degenerados mentales podría actuar así. El peor quizás el griego que luego se llevó a la española a la cama, combinando sadismo y sexo en un solo episodio sin interludio preparatorio.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 O



Encerrado, transportado, encerrado, transportado, embarcado ahora junto a los otros once hombres de un grupo de treinta en un barco del que no conocen destino: qué importaba una mortalidad tan alta cuando el género era tan barato en origen. Prisioneros, maltratados otra vez como esclavos, la vida de Bae no lo ha sido que sólo ha sido dolor.

Esta es la historia que relata a la sencilla pregunta <<¿Por qué estáis aquí?>> de Fausto. Necesitaba contarle a alguien su peripecia terrible. Alguien que no fuera otro retenido o un carcelero. Fausto y Charlotte eran las primeras personas no mafiosas que el grupo veía en meses. A la pregunta <> responde que son los únicos que han aparecido discutiendo como un matrimonio. Que tampoco sabían dónde buscar pues han abierto muchas puertas antes de la correcta. Y que, por último, la cara de espanto de ambos al encontrarlos había sido la confirmación definitiva de que nada conocían de su existencia.

La comparación conyugal que nada gusta a Fausto es suavizada en la traducción para Charlotte. Pero del resto no omite una coma, por dura que sea. A él, que ha apagado su grabadora porque no podía soportar más la escena, le cuesta trabajo digerir la narración. Pero Charlotte, a cada minuto se considera más ingrata con la vida: ni en la peor de sus pesadillas vivió drama tal. Aunque lo mejor está por relatar.


-Pregúntale quién les da de comer.


Charlotte sólo quiere tener identificado al carcelero.


-Dice que un hombre negro, pequeño. Acompañado de otros dos, más altos.

-¡Lo sabía! Desde que los vi bajar por primera vez sospeché de ellos. ¡Hay que matarlos!

-Calla, mujer. Déjale hablar.


-¿Mujer?




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 N



<>, iba canturreando un verso que oyó esa mañana no supo dónde mientras subía las escaleras con el cuerpo. Cuatro pisos sin ascensor dándole golpes y coscorrones hasta la puerta de su cuartucho-pocilga.

Un cliente habitual deudor ocasional médico oficial le pagó los servicios prestados, por ella, con servicios de cirugía interna, de él. Que no conocía pero el muchacho tenía buenas tripas y éstas sanaron. Cuando estuvo listo para defecar por natura, o que le volvieron a sodomizar sin estragos contra natura, la puta samaritana recuperó el tiempo y dinero invertidos en el fino muchacho cambiándoselo a su chulo por la libertad. De ella. Éste, con olfato para proxenetismo iniciático y harto de que su puta yonqui en decadencia rindiese cada día menos, aceptó el trato gustoso. Tanto, que le dio una propina de morfina adulterada y la puta se mató intoxicada feliz. Eliminó a la testigo y la policía local se alegró de tener una furcia menos en las calles sin tener que trabajar ni dar vueltas al respecto. El cuerpo entero veía con muy buenos ojos esta forma de autolimpieza: silenciosa y económica. Poco papeleo.

El proxeneta introdujo al muchacho en una red de humano traficantes que operaba en Osaka y Tokio, donde todos excepto Bae ganaron buenos yenes con él. En su pico de rendimiento más alto, fue vendido a una red mayor que advirtiendo su potencial lo cambió por cinco zorras de lujo a otra más grande que la revendió a una cuarta con ramificaciones internacionales.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 M



-Dritt! Así no vamos a ninguna parte.


-Dritt! Así no vamos a ninguna parte.

-¿Fausto, has oído eso? ¡Alguien ha repetido tus palabras, por ahí atrás!

-Sí, lo he oído.

-¡Mon dieu! ¡Alguien habla tu idioma!


El representante del grupo le pide que se levante. Definitivamente, él es el líder.


-Behage. Hjelpe.


Bae: padre coreano madre coreano-nosesabeafirmabasernoruega de quien aprende algo el idioma. Palabras sueltas expresiones incorrectas y giros inapropiados, pero mejor eso que nada. En sentido opuesto, a Fausto le ocurre lo mismo con el japonés: chapurreos de turista y errores de analfabeto. Insuficiente para la situación: tendrá que bastar.

Rasgos faciales andróginos han llevado a Bae a ser confundido con una chica en varias ocasiones. Esta, no fue una de ellas. Hermoso para muchacho del montón para ser mujer. No importa, a sus clientes sus enemigos su familia no les ha importado nunca: insultado y maltratado por ésta, golpeado y violado por aquellos hasta el desgarro interno. En el último abuso lo dieron por muerto: un hombre, y una mujer, contrataron sus servicios sexuales para unas horas. Atado con cadenas y amordazado lo retuvieron durante días. Tanto ella como él abusaron y lo exprimieron como a un limón, hasta que por el ano goteó zumo de sangre. La pareja de depravados que con él cruzó la raya de la enfermedad y la aberración sexual para dar el salto a la psicopatía despiadada se deshizo de cuerpo en un callejón de Mosaya. Donde una fulana inicialmente compasiva lo arrastró como un saco de patatas una madrugada sin clientes hasta su casa.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 L



Ella se guita el gorro. Suelta la melena. Se arregla el pelo con un gesto innato de feminidad.


-¿Qué haces?

-Pasar a la acción: bajo la tensión. ¿No es lo que querías? El lenguaje de los gestos es universal.


Parece funcionar. El vocal del grupo inclina la cabeza: saluda.


-Charlotte. Je suis, Charlotte. Mom nom est Charlotte.


Ella se lleva la mano al pecho mientras pronuncia su nombre. Primeros gateos de la comunicación intercultural: quién soy quién eres tú. Cómo es que andas por aquí.


- Watashi wa Hiroto desu. Hiroto. Hiroto. –Imita el japonés el gesto de mano en pecho y pronuncia su nombre.


Charlotte dirigiéndose a Fausto:

-¿Lo ves? Ya tenemos algo. Iroto será el nombre, supongo.


Hiroto agita el brazo acompañado de un vocablo:


-Nigeru. Nigeru.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 K



El grupo abandona progresivamente la postura de orantes sin oración y se van sentando. Muy juntos. Es su forma de protegerse contra los embates del mar. Pero el interlocutor se mantiene firme en la posición. Podría ser el líder, pero también el de rango más bajo, obligado por la necesidad a escapar de esa situación más que nadie. Extiende los brazos hacia la escotilla, hacia Fausto. No hay respuesta, insiste.


- Shite kudasai! Onegaishimasu. Koko kara dete. Nigeru!

-Oh… Merde… Se me cae el alma viéndole así…

-Te lo he dicho, ¿cómo marcharnos y olvidar esto?

-¡Tú tienes la culpa! ¡Tú!


Charlotte llena de rabia y angustia arremete a golpes contra Fausto. Débiles puñetazos en el pecho que él soporta con resignación. Permite que se desahogue: la angustia los oprime a ambos por igual. Él disimula mejor. Luego de unos minutos, cargado de paciencia la detiene.


-Vale, vale ya. Así no solucionaremos nada.

-Aggg… Es que… Es que esto es tan… Tan… ¡Horrible! –solloza.

-¿Horrible? ¿Y cómo es para ellos? ¿Una fiesta?


Ella suspira, se calma, contiene el llanto. Se frota las lágrimas con la manga enorme de su chaqueta. Suficientemente grande para un mar de llantos.


-Es que… Tengo tantas preguntas.

-¡Claro, y yo! Pero no es el momento.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 J



-C`est le pire jour da ma vie…

-¿Cómo dices?

-Es más horrible de lo que había pensado… Todo por tu curiosidad. Mira lo que nos hemos encontrado… ¿Y ahora?

-Y ahora, y ahora yo qué sé. ¿Cerramos la puerta y salimos corriendo? ¿Cómo si nunca hubiéramos estado aquí? ¿Nos desentendemos del asunto? ¿Podremos olvidarlo, así de fácil?

-No digo eso pero

La discusión es interrumpida.

-Jûbun ni wa jûbundesu! Tasukete!


Un miembro de la primera fila se ha alzado, casi abalanzado, contra la estéril conversación de Charlotte y Fausto. Y la petición directa e inesperada de ayuda en japonés no es más que otro susto para ambos, que tratan de retroceder pero la barandilla lo impide. Sólo pueden saltarla y sumergirse en la balsa de agua pútrida hasta la próxima bodega. No puede ser.



-Onegaishimasu… Shite kudasai!



Silencio. El barco sube y baja, como un corcho. Otra ola gigante, cae agua por las escaleras de acceso. Se asustan.



-¡Merde, otra tormenta, vámonos de aquí!

-¡Si es como la anterior no podemos! ¡No atravesaríamos la cubierta! Nos llevarán las olas, ¿no te das cuenta?

-¡Pero aquí no estamos a salvo!



-¡Dritt! ¡No hay salida, tendremos que aguantar!


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 I



-Kon-nichiwa.

El mayor del grupo ha hablado.

-¿Oui, qué ocurre? ¿Qué pasa? ¿Quién es? ¿Qué dice? ¡Merde, no me entero!

-¡Calla! ¡Hasta a mí me estás poniendo nervioso!

Charlotte sigue fuera de contacto visual. Carece de esa información y se altera, pero mejor apartada: con dos armas en posición de alerta y una evidente disposición al disparo nadie de los presentas está a salvo. Quien menos, Fausto, por encontrarse en primera línea de tiro.

-¿Quieres bajar las armas? ¡Tienes más peligro que una caja de bombas!

-Es por seguridad. ¿No has oído hablar de la defensa personal?

-¿Y tú? ¿No has oído hablar de la bala perdida? Esconde eso. ¿No ves que me vas a llevar por delante con un tiro suelto?

-Pero… ¿Y si…?

-¡Que no! ¡Guárdalas te digo!


Las órdenes son tajantes. Tanto que ella las acata sin discusión: una novedad. Pero esa explosión de energía, decisión y autoridad desaconseja una negativa. Además, le recuerda ligeramente al padre perdido. Algo dentro de ella se moviliza emocionalmente. Preveía otra derrota en la batalla del amor a pesar del entorno agresivo y dramático. Recupera la posición inicial, al lado de Fausto. Ambos frente a frente con el horrible descubrimiento. Soporta con estoicismo y disciplina de soldado la nube nauseabunda que emana de la bodega. Como ha dicho Fausto, el olfato es inteligente y pronto estará inmunizada. Ambos no son más que dos asustados perplejos ante una situación que en ninguna pesadilla hubieran imaginado. Indecisos ante el próximo movimiento. Incapaces de resolver el enigma, paralizados por el temor, arrepentidos del afán explorador.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 H



-Me estoy ahogando.


Fausto procede de forma inversa, se acerca repitiendo la contraseña.

-Konnichiwa.

Apaga linterna y cámara, mostrándose a su manera desarmado.

-Kon-nichiwa.

Una voz grave, ronca, de hombre, ha salido de la bodega como un genio de su lámpara: desconcertando.

-Mon dieu, ¿quién ha sido? ¿Quién ha contestado, lo sabes?

-¿Cómo? ¡Veo lo mismo que tú: nada!

-Pues enciende la linterna… ¡Merde! ¡Para qué la tienes!


Él obedece con dudas. No admitía discusión que apagarla ha sido un acierto. Como si la oscuridad diera al grupo un extra de seguridad y confianza dentro de su extrema fragilidad. No en vano, la negrura es el medio al que están acostumbrados. Además, les protege como nada ante intrusos desconocidos.


Fausto ilumina nuevamente al grupo, que continúa suplicante, pero lo hace sin agresión, pasando la luz por los cuerpos a ras de suelo. Evitando el interrogatorio policial de foco al rostro que esgrimió Charlotte. Nada es capaz de discernir hasta que una cabeza se levanta.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 G



-¡Konnichiwa, konnichiwa!

Misma repuesta: ninguna.

-No sé… -Fausto interviene- ¿Tú confiarías en alguien que saluda apuntando con dos armas?

-¡Ah!... ¿Tú crees que… ?

-Ya no sé qué creer, o mejor, me creo cualquier cosa. Pero es una idea.

-¿Y si nos asaltan?

-Otra vez… ¡Pues disparas y ya está! Algo me dice que nadie los va a reclamar.

-Nunca he matado a sangre fría…

-Oh, ¿y a sangre caliente? Mejor no pregunto lo que no quiero saber. Yo tam…


Él iba a decir yo tampoco, pero se traga la frase a medias para no soltar una mentira: los viejos, sí los mató.

Charlotte se aleja de la puerta. No soporta el olor.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 F



Pero la realidad gusta de ofrecer nuevos extremos: los japos viajaban enjaulados en una mazmorra de metal podrida y hedionda como el resto del barco, con el pestilente añadido humano. El grupo, o eran polizones descubiertos y encerrados, afortunados en ese caso de no haber sido arrojados por la borda; o eran emigrantes clandestinos en las peores condiciones. Cabía lo peor: ser propiedad de alguien, de algún humano con su peor psicopatía pues ni las bestias hacen prisioneros.


-¿Qué vamos a hacer?

-No lo sé, están tan asustados…

-¿Podías preguntarles por qué están aquí?

-¿Yo?

-Has dicho que entendías japonés.

-Pero no hablo nada. Y entiendo lo mínimo.

-Estamos bien… ¡Merde! ¿Ni siquiera sabes decir hola? Es lo más elemental.
-Hola... Creo que sí: Kon-nichiwa,me parece. 
-Konnichiwa, konnichiwa!


Charlotte toma prestada la expresión para dirigirse al grupo. Nadie responde ni se mueve. Repite su mensaje de cordialidad entre los pueblos.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 E



-Ah no, no. Yo de estos no me fío. ¿Y si nos atacan?

-¿Atacar? ¿Pero no ves que están muertos de miedo? Además, ¿con qué?

-No sé, con las manos. Todos estos chinos juntos, seguro que alguno sabe artes marciales.

-Pues quizás pero están delgados como palos. Míralos, ¿no ves lo poco que abultan? Están en los huesos, quien sea que los tiene secuestrados también los está matando de hambre. Además, no son chinos, son japoneses.

-¿Y tú cómo lo sabes?

-Porque douzo es japonés.

-¿Y cuándo han dicho eso?

-Al verte apuntando con las armas.

-¿Desde cuándo tú hablas japonés?

-No lo hablo, entiendo un poco. Al final yo tenía razón: aquí había alguien.

-Más hubiera preferido que te hubieses equivocado.

-Yo también.


Nueva pausa de silencio se abre entre ambos. Y entre todos. Los japoneses con la cara pegada al asqueroso suelo, suplicantes acaso por sus vidas. Desposeídos y maltratados, sin otra capacidad defensiva que el ataque suicida en grupo. En esa situación, quién lo iba a decir, ¡Fausto y Charlotte eran dos privilegiados! Considerándose poco tiempo antes como las personas más desdichadas de la tierra, habían saltado a un barco en busca de mejor fortuna; quizás un poco de justicia en forma de una vida más cómoda.




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miércoles, 1 de octubre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 D



Bajo éstos, por una rejilla de desagüe para trabajos de limpieza de la propia bodega, quizás evacúen sus emuntorios líquidos hacia no se sabe dónde. Y ya. Esto no es un hotel, ni siquiera tiene aspiraciones de posada. Fue una bodega reconvertida ahora en invulnerable jaula sin barrotes, sólo pared continua de chapa, y casi ni ventana. Arriba el único punto de contacto con el cielo. Por el día sol nubes o lluvia. Por la noche luna nubes lluvia oscuridad.

Él lo graba todo como un pistolero: arma en la cadera. Disimula más y el sujeto no se siente amenazado. Había descubierto que hay personas que temen a un revólver menos que a una cámara. Para esos casos y como norma general, postura de vaquero.

Ella prefiere las armas habituales y extrae su propio revólver del bolsillo. Se acerca a la boca de la bodega empuñando ambos: tiene miedo, pero más curiosidad. Al verla el grupo, silueta al contraluz de hombre armado, gritan Chigau!, Douzo! y Shite kudasai! asustados y se amontonan contra la pared. La brusca reacción también asusta a ambos, que retroceden.


-¿Qué ha ocurrido?

-No lo sé, pero te han visto aparecer y…

-¿Será por las armas?

-Podría. Prueba a guardarlas.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 C


-¿Qué me dices? ¿Tenía yo razón? Ojos de personas.

Él no responde. Ni puede ni sabe qué decir. Sí, tenía razón. Toda. ¿Y ahora qué?

Dos minutos más tarde, de observación y estudio mutuo, Japos-Fausto Fausto-Japos, están todos sentados. Concentrados en la parte central de la bodega. No ha sido capaz de despegar la linterna de sus cuerpos, sucios, harapientos, fétidos, pringosos. Tanto es así, que la nube de pestilencia inunda lentamente el exterior, como una vía de agua pero sin bomba de achique que la extraiga. Con la parte inferior del jersey trata inútilmente de protegerse, tapándose la nariz.

-¡Qué hedor tan asqueroso! Es…

-Sí, son heces. No hay olor más repugnante que los excrementos humanos. Tal vez porque todo el ser humano en sí es puro excremento y las heces su concentrado. Pero este es más intenso, por el encierro, supongo. Esta gente está enterrada en su propia mierda: su yo más auténtico.


Con tanto desagrado como curiosidad, lentamente va iluminando el resto de la bodega. En el centro y a la izquierda, el grupo humano. Bajo los pies y más al fondo, ropas diversas extendidas en el suelo hacen de colchón. Inevitablemente sucio y húmedo pero siempre mejor que el contacto directo con el frío y duro acero. A la derecha, amontonados los excrementos. Y huesos. Probablemente restos de comida.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 B



Fausto no responde. Él mismo había dicho que en esas bodegas había alguien, y que debían ser personas. Él mismo ha caído en la contradicción, pero estaba justificada: no soportaba verla tan alterada. Recoge de nuevo la linterna. En la otra mano la cámara.

-No dejes de apuntar –le indica señalando al revólver en este caso-.


Con la precaución del asustado, encara la escotilla, e ilumina esa nueva bocaleón. Bocacalle en realidad.


-¡¡Ahh!! ¡¡Joder!!


Da un paso atrás sin dejar de apuntar al interior de la bodega con linterna y cámara; aunque lleva ésta al nivel de la cintura, como si fuera otra arma. Ella tiene razón: los ojos son de personas. Y él: los golpes, también. Con el foco de luz castigando como un chorro de agua helada recorre los rostros de aquellos individuos. Los cuales a su vez se protegen con la mano del brillo que les ciega. Viajan entre las tinieblas de la bodega, apenas quebrada durante el día por la escotilla superior. Pequeña, al ser esta bodega apta para transporte de líquidos. Por ello, el foco brillante de la linterna es un incendio que les abrasa la retina. Los que están de pie se agachan, asustados. Ignoran que Fausto siente más temor por ellos que a la inversa. Un grupo de unas once personas, gente joven entre diecisiete y treinta años. Hombres todos, japoneses. Él no sabe qué hacer pero no deja de apuntar con su cámara. Los japoneses van sentándose en el suelo, quizás un gesto de obediencia o sumisión. A Fausto el corazón le roza las ciento ochenta pulsaciones: su cuerpo se prepara para la huída, o la lucha.





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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183 A


-¿Mejor?

-No, vámonos. Vámonos ya de aquí.

-No podemos, lo sabes. Que estaremos preguntándonos toda la vida. Es el momento de resolverlo.

-Yo te diré lo que ocurre. ¡Ahí dentro hay personas!

-¿Cómo lo sabes? ¡No has tenido tiempo!

-Sus ojos. He visto un montón de ojos vigilándome en la oscuridad.

-¿Ojos?

-Sí, brillaban. Como sólo brillan los ojos en la noche. ¡Vámonos!

-Tranquilízate.


Ella se aparta bruscamente.


-¡Ay, basta ya! ¡No me trates como a una niña imbécil!

-No lo hacía. Pero también podían ser animales. ¿No lo has pensado?

-¿Animales?

-Sí, animales. Tienen ojos, ¿no? Podrían ser… ¿Verdad?

-Animales.

-Claro mujer, ¡qué otra cosa!

-¿Los animalitos que dan golpes cuando te quedas solo? ¿Esos mismos animales?


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 183



-¿A dónde? ¿Precisamente ahora? Te vas a pasar la vida preguntándote qué estuvimos a punto de descubrir ¡Sería renunciar cuando se está a pocos metros de la cima!

-Me da igual, me da igual, me da igual. C`est fini, C`est fini. Fausto, je t`en prie, partons…


Ella tira de él, él no se deja. La sujeta por el brazo.


-Tranquilízate, verás como no pasa nada. Puede ser cualquier cosa excepto lo que dices. Es imposible, ¿no te das cuenta?

-¿Qué no pasa? ¿Qué es lo que no pasa? ¡No tienes ni idea de lo que he visto! Vámonos, s`il vous plaît.

-De acuerdo, no sabemos qué pasa. Pero lo vamos a averiguar y será una tontería. Verás como sí. Tranquilízate, por favor.



La abraza, ella tiembla. Él piensa que algo terrible debe haber visto para alcanzar ese estado de angustia. No es una persona miedosa, así que… Algo que su mente consciente no ha identificado ni comprendido, pero sí su cerebro profundo, el inconsciente, y que ha señalado como una gran amenaza. Ella tiembla él la estrecha con más fuerza, conteniendo la agitación nerviosa de su cuerpo. Se pregunta si ese gesto es amor, se responde que es sólo comprensión, empatía, preocupación por el otro ser. Complicidad en la vulnerabilidad: dos seres indefensos, frágiles, acosados por peligros indefinidos, conocidos o imaginados. Otro nuevo interrogante de gran tamaño que le inquieta: ¿Qué ha visto ella?




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 182



-¡¡Ahhh!!


La linterna cae al suelo y ella retrocede asustada varios metros. Fausto desconcertado, sin luz nada distingue.


-¿¡Qué!? ¿¡Qué ocurre!? ¿Otra vez ratas?

-¿Ratas? ¡Pero qué dices! ¡¡Pe, pe, peor, mucho peor!! ¡Ahí hay algo! ¡O alguien! –tartamudeando de terror- ¡¡He, he, he visto brillar puntos de luz!! ¡¡Mu, muchos puntos!! ¡¡Ojos!! ¡¡Estoy segura de que son ojos!! ¡¡Mirándome!!


Fausto coge rápidamente la linterna y se pliega a su lado. El temblor de ella roza el paroxismo. Trata de calmarla, para calmarse él.


-Tranquilízate. No será nada, ya verás. –Le da un beso en la cabeza, sobre el gorro-.

-No, no puedo. Hay, hay algo. Te, tenías razón después de todo, ¿eh? Vámonos, vámonos. Esto es peligroso.


Trata ella de escapar, él la retiene.

-¿Dónde vas? ¿Ahora?


-Esto es peligroso, sí. Vámonos por favor. Piensa un poco: las armas, la heroína, el dinero… ¿Son demasiadas cosas, no? –Ya perdió la tartamudez-. Tú tenías razón, es muy raro todo esto. ¡Vámonos por favor!


Forcejean. Él no se lo permite.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 181



Charlotte retira la luz de la linterna y enfoca a la escotilla más próxima: estribor. Después de unos segundos vuelve a la que les ocupa.


-Tienes razón, sí, está más limpia. Entonces…

-Alguien viene aquí a menudo.

-Quizás sean alguienes.

-¿Cómo?

-Era una broma. Estaba pensando en los africanos que vi bajar aquí el día del bote.

-Ah… El día ese… Bueno, veamos si hay más suerte y tenemos algo interesante que se pueda filmar.

Procede con el mismo protocolo, pero el volante de apertura cede con facilidad: no es necesario apalancar. Coloca ésta en el suelo y con ambas manos acciona el mecanismo, el cual se abre sin chirridos irritantes. Escotilla liberada.

-No dejes de apuntar.

-¿Con el arma?

-Hablaba de la luz. Pero también. Dame la cámara.

Con suavidad, o temor, empuja la escotilla que se desplaza cerca de noventa grados fácilmente. Por instinto, da un paso atrás. Temiendo que en esta ocasión sí saltaran los leones. O en su defecto las ratas. Ella le imita de forma inconsciente, el miedo es contagioso, pero introduce la lanza de luz atravesando con decisión el estómago de la bodega.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 180



Ella le tiene agarrado con fuerza por donde mejor se somete a un hombre. Sexo y mano apenas caben dentro del pantalón.

-Ese tiene intenciones propias, pero las ideas las pongo yo y al final siempre obedece.

Contrariada, ella extrae bruscamente su mano del pantalón: un rechazo que no esperaba. En la otra mano, todavía porta el revólver. La luz de la linterna desde el suelo recorre el plano de la pasarela hasta perderse en la distancia. Con la misma mano aún caliente y de olor a Fausto, la recoge.

-De acuerdo. Como quieras. Sigamos buscando tus fantasmas.


Tres bodegas más adelante, a babor, el volante de una escotilla carece de óxido y polvo. Ni siquiera telarañas, al contrario: el círculo de acero está bruñido, casi brillante, por el uso.


-Mira.

-¿Qué?

-Esta puerta, dale luz.

-Luz.

-¿No notas algo extraño?

-¿Que ahora se ve mejor?

-No, faen. Que no está tan asquerosa. No sé… un poco sobada.

-Pues… Sí, tal vez.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 179



Como no puede evitar un impulso que le excita. Tampoco quiere, le haría el amor ahí mismo; si no fuera porque la oscura bodega le da tanto asco como a ella, o porque la pasarela está demasiado expuesta a cualquier interrupción por parte de algún marinero inoportuno. A los efectos, ella es un hombre, así que mejor no imaginar qué podría pasar si los descubren follando. Debe conformarse con una cucharadita de prueba en el guiso de sus pasiones: un beso. Le toma la melena le sujeta el cuello le inunda la boca con su lengua. Ella se deja hacer, el gustan esos arrebatos de pasión: son la viva expresión del deseo insatisfecho. Y pocas veces el deseo es satisfecho por completo.

Ella deja caer la linterna como una piedra, que resuena entre el acero con un golpe seco de martillo. Desliza su mano entre pantalón y camisa, buscando con prisa el cuerpo que ya la había hecho sentir el cielo: quiere repetir. A él esos dedos jugueteando entre los genitales le estremecen: flaquean las piernas lo mismo que se endurece el sexo. Quizás por esto: la sangre no alcanza a todo el cuerpo.

-Aquí no.

Desconcertada y con la boca abierta como un gorrión espera la comida de la madre:

-¿Qué?

-Este lugar. Me da asco. Si por mí fuera te colgaba en mi cintura y te ensartaba contra la pared, pero este olor, esta suciedad… Son insoportables. No puedo.

-Pues éste no piensa lo mismo.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 178



Ella se levanta del suelo histérica. Se sacude la ropa, el pelo, nerviosa y descontrolada. La gorra en el suelo, Fausto la recoge, ríe, se la entrega. Igual que la linterna.


-¡¡Y tú de qué te ríes!!

-Que tenías razón: ¡caballos a la carrera! Aunque sólo era una rata.

-¿Sólo una? ¿Cuántas quieres? ¿Veinte?

-Es un viejo barco, ¿qué esperabas? Las ratas son al barco como la miel al panal.

-¿Miel? ¡No hay nada dulce en todo esto! ¡Merde, merde, merde! Et rends-moi mon Bonnet!


Él la observa, estudia la expresión de su rostro. El enfado le tensa los músculos de la cara, le arruga ligeramente la frente y aprieta los labios. En esa combinación ella es otra ella. No tan dulce pero con más carácter. Con el semblante de quien sabe tomar sus propias decisiones sin aceptar una burla por respuesta. A él, eso le gusta. No sabe si un día podría enamorarse de esa mujer, pero es consciente de cuánto le atrae. De que sexualmente es una compañera idónea, activa y colaboradora. El amor, ya se vería: al igual que niños y abuelos podía ser un lastre incómodo. Cargas con las que no se puede volar. Y él quiere volar. El episodio de los abuelos entrometidos sólo fue un detonante, pero llegó a la conclusión de que quería abandonar aquel país de mediocres mucho tiempo atrás. La suya, fue una huída inevitable.

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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 177



-No sé… Sólo veo unas asquerosas cestas.

-Ilumina bien. En una de esas etiquetas, ¿qué pone?

-¡Y yo qué sé! No lo entiendo. Ni siquiera conozco el idioma en que está escrito. Podrían ser cestas de fruta, nada más.

-¿Fruta? ¿Aquí abajo?

-¡Ay y yo qué sé! ¡Qué preguntas haces!

-¡Ahí! ¡A la derecha! ¡Algo se ha movido! ¡Luz, luz!

-¿Qué? ¡Tranquilízate! Yo no veo nada. ¡Cajas vacías!


Una sombra del tamaño de una rata se desplaza rápidamente entre las cestas y otros objetos.


-¿Y ahora? ¡No me dirás que no la has visto! Algo se ha movido.

-Bueno… Podría ser…


La sombra del tamaño de rata corre hacia la escotilla. Cruzándola de un salto, descontrolada y tropezando en las piernas de Charlotte, quien asustada da un paso atrás tropieza y cae al suelo. Rueda la linterna por la pasarela, avanza por ella la luz libremente. Igual que la sombra tamaño de rata, que le cruza el pecho, la cara y huye hasta desaparecer en sentido proa.


-¡¡Puaggg qué ascooo!! ¡¡Qué ascooo merde, merde!!

-¡Ja, ja, ja, ja! ¡Tu rataaa!





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miércoles, 24 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 176



-C`est bon, c`est bon. Excuse-moi.


No termina ella de creerse la historia de que alguien pueda ir escondido en las bodegas, pero obedece. El beneficio de la duda es una oportuna medida de precaución. Nunca se sabe. Ataca la puerta con la luz de su linterna y él con la palanca. En la distancia parecen dos cazadores ensartando sus lanzas en el costado de un bisonte. Quizás otro animal mayor. Cazadores en su lucha cuerpo a cuerpo, con riesgo y valentía. Aunque por el momento la pieza a abatir no satisfaría sus estómagos, sino la curiosidad: mucho más primitiva e insaciable.


Uniendo fuerzas la luz atraviesa las tripas del tanque: contenedor de oscuridad y sospechas.


-Aquí tampoco hay nada, lo siento por ti.


-No hay nada que sentir, pero quiero saber qué está pasando. ¿Qué es eso? ¡Algo se ha movido!


-¿Dónde? Yo no he visto nada.


-Por el suelo, una sombra. Ilumina ahí abajo, a la derecha.


El haz de la linterna rastrea el lecho de la bodega como una escoba, tropezando con unas cajas de madera. Pequeñas, mohosas. A su alrededor, vainas secas de larvas. Moscas jóvenes seguramente.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 175



El problema es que le faltan manos. Linterna, arma, cámara… Únicamente ésta puede colgarse del hombro. Como un bolso. Recuerda aquellos días en que podía lucir un bonito bolso, femenino, elegante. Incluso práctico. No ha pasado mucho desde entonces, pero le parece una eternidad. La vida en el barco, entre el aburrimiento y la alerta, tiene la cualidad de alterar la percepción del tiempo: aseguraría llevar meses abordo. Quizás por todo eso, opta por colgarse la cámara. Coquetería de salvamento.

Fausto procede como en el caso anterior: introduciendo la palanca por el volante de la escotilla. Esforzándose por ser silencioso, aunque ésta se desbloquea con un sonoro chirrido. Repentino y agudo.


-Merde, ten cuidado. Nos van a oír tus espías.

-Vaya, qué quieres que haga. Lo intento. Y el sarcasmo no es útil en este momento.


Una vuelta de volante más tarde la escotilla queda liberada.


-Toma tu cámara. Supongo que querrás estar preparado por si salen caballos a la carrera.

-Tus chistes no tienen gracia ahora. Te digo que he oído golpes. Cada vez que me has dejado solo. Tú por si acaso no escondas el arma. Y da luz por aquí.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 174


Fausto mete la cabeza en la bodega. En efecto: vacía. Al igual que todas aquellas en las que hizo la prueba de la patada Bodysaver, pero sí llena de mal olor. El acero está corroyéndose por todas partes. Las tripas del carguero se pudren.


-De acuerdo, sigamos.

-¿Seguir? ¿Para qué?

-Para saber qué ocurre aquí. Viajamos en un carguero que parece no llevar carga. ¿No te resulta raro?

-Te olvidas de cubierta, está llena de cajas.

-Sí, pero estoy empezando a creer si no será para disimular. Es llamativo todo este espacio vacío, ¿no crees?

-¿Y qué pretendes? ¿Abrirlas todas?

-Si fuera necesario…

-Merde. Me he arrimado a un explorador…


Avanzan hasta la próxima escotilla en alternancia babor-estribor. Es ahora turno de babor. Él con tubo y revólver, ella con linterna pesada; en caso de necesidad casi serviría de martillo, o para abrirle a alguien la cabeza a golpes como una nuez. Fausto se detiene ante la próxima puerta, cede el revólver y la cámara a su acompañante. Ella lo empuña con algo de desconfianza y mucha desgana: cree excesiva tanta precaución pues no termina de creerse lo relatado. Al igual que la niña de sus apariciones, considera todo una alucinación. Sin embargo es mucho más interesante, y útil, gestionar la grabadora: puede registrar lo que suceda si es relevante.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 173



-¿Cómo?

-A golpes.

-Ah, sí. Los golpes. ¿Y por eso crees que hay alguien dentro?

-En esta bodega no sé, pero sí más adelante. En todo caso, mejor estar en guardia.

-Vaya, tienes una gran habilidad para asustarme. ¡Eh, pero qué haces con el revólver en la mano!

-Te lo he dicho, por si acaso.

-¡Merde!

-¿Quieres hacer el favor de iluminar por ahí dentro? Y baja un poco la voz. Te repito que no estamos solos.

-Sí… ¿Y saben que estamos aquí sólo con caminar? Bien, como digas. Veamos qué hay aquí dentro.


Charlotte mete el foco de luz en la bodega atravesando su negrura de hollín como una lanza. Ésta se clava en la pared metálica del fondo sin que ningún cuerpo interrumpa su trayectoria. Después la arrastra hacia el suelo y con ella va barriéndolo: suciedad, herrumbre, un charco de agua. La escotilla de carga no cierra bien, gotea. Rebota la luz desde el charco a todas direcciones, perdiendo energía e intensidad. Paredes sucias, oxidadas. Lo de antes.


-Aquí no hay nada.

-¿Estás segura?

-Sí. Ya puedes guardar tus armas. Aparta ese tubo de en medio. ¡Mon dieu, relájate! Te digo que esto está vacío.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 172



Otro golpe a la derecha, también dirección proa más alejado. La respuesta al anterior. Igual que antes, no puede ser casualidad. Descartados los animales. Parece una comunicación entre dos sujetos. Alguien llama alguien responde. ¿Tal vez alguien está buscando a alguien? Charlotte reaparece cuando él más la necesita. Meneando con nervio un potente haz de luz: la linterna.


-Te lo dije. Había una linterna. La vi entre las mangueras la primera vez que bajamos. Con semejante tamaño no sé cómo no te diste cuenta.


Una linterna grande, metálica, pesada, larga. Deslumbra el rostro de Fausto que no ha apartado la vista de la bocaleón. Hace un gesto de irritación: la luz contra su semblante serio.


-Mon dieu, podías decir algo. Agradecerme al menos mi atención. Dame un beso, antipático.


Ella es la que da ese beso, breve y no reactivo.


-¿Pero se puede saber qué te pasa? ¿Has visto algo?

-No, aquí ver no se ve nada. Pero estoy al tanto de lo que pudiera salir. Ya te he dicho que no somos los únicos en este lugar. Cada vez que te alejas se hacen señales.

-¿Señales? Entonces… ¿Has visto a alguien?

-No. He oído. No cabe duda de que alguien se comunica entre estas bodegas.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 171



Tres minutos de miedo sofocado, de alerta y guardia ante la bocamina. Con una mano en su revólver y en la otra la barra. Una subjetiva sensación de protección. Abiertas las pupilas negras como ojos de pez como platos de fiesta. Ella está tardando demasiado: en realidad no, pero el concepto tiempo se estira o encoge a voluntad del sentimiento. Ahora, en el silencio tembloroso de las bodegas, con el mecido cambiante del mar, con los sentidos activados en busca de peligros y sus fuentes, reales o imaginarios, esos tres minutos son horas de tensión nerviosa.

Por la escotilla de la bodega sólo asoma la negrura. Tal vez la misma que entra por la superior, al que igual que la luz cruza puertas y ventanas, por qué no la noche. Sólo un murmullo lejano del grupo generador entre la bruma de silencio hasta que otro golpe fugaz lo atraviesa como a niebla. Es más adelante, otras dos bodegas en realidad. La siguiente en babor con puerta… No está seguro, pero la atención prestada a su bocamina le ayuda a identificar mejor el origen antes de que broten los ecos para enmascararlo. No sabe qué hacer: a su derecha la curiosidad por saber qué está pasando tira de él, pero la puerta con negrura acechante de enfrente lo retiene. No se atreve a darle la espalda. ¿Y si es en ese momento cuando salta el león hambriento? Tampoco puede cerrarla: introducir el brazo en la bocaleón para alcanzar el volante de la escotilla y tirar podía significar perderlo.


Atrapado entre dos fuegos de incertidumbre, por si acaso saca su revólver. Apunta con la indecisión del novato a un objetivo invisible. ¿Cómo hacer blanco en un negro total? Era paradójico.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 170



Retrocede unos pasos sin perder de vista aquella escotilla, como si por ella pudiera salir un león hambriento. Fausto la abre lentamente, empujando desde la distancia: treinta grados… cuarenta… noventa… ciento sesenta grados… Silencio. Y oscuridad. No hay león por el momento. La iluminación de la bodega procede únicamente de la escotilla en cubierta. Pero no en una noche cerrada de tormenta. El barco oscila como el fiel de una balanza, la mar se está agitando.


-¡¿Qué pasa!? ¡Mon dieu! ¿Qué hay?

-¿Qué hay? Pues veo lo mismo que tú, nada. Todo está negro. Si tuviéramos una linterna…

-Yo sé dónde hay una.

-¿Una linterna?

-¡Mon dieu! Sí, una linterna. ¡Ya sé lo que es! La vi en el trastero de arriba. ¡Ahora vuelvo!

-Pero…

Él iba a añadir: no me dejes solo. No se atreve. Significaba reconocer un temor que intenta controlar, y las cobardías aunque sentidas por todos no son bien aceptadas por nadie. En esta ocasión no se deleita viéndola alejarse. La oscuridad que tiene enfrente es más demandante: una boca de cachalote abierta para engullirlo junto a sus otros misterios. A saber qué regurgitaban sus entrañas, pero seguramente que no a un amigo.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 169



-No estamos solos.

-¿Qué? –ella imita el tono mínimo de voz.


Ambos son ahora dos espías cuchicheando.


-Cuando te has ido, han dado golpes. Aquí cerca, y después más lejos han respondido. Más adelante.

-¿Estás seguro? ¿No habré sido yo al rebuscar por ahí? Me estás asustando…

-Completamente. Lo he oído varias veces.

-Uhm… No me gusta nada todo esto. Me quiero ir de aquí. Y del barco también.

-Pero qué dices, estamos en medio de no sé dónde.

-Da lo mismo. Llegaríamos a alguna parte. Si seguimos aquí dentro, estoy empezando a pensar que a ninguna. Demasiados misterios por todas partes. Nada de lo que hemos descubierto es normal.


Fausto piensa en lo que dice, y por primera vez se pregunta con preocupación si están a salvo en ese barco. A ella no le falta razón…

No le falta razón pero la curiosidad es más fuerte. Todo lo sigiloso que puede se aproxima a la escotilla de estribor más cercana. Introduce la palanca por los brazos del volante de apertura, y no sin esfuerzo, logra desbloquearla. Se deslizan los cerrojos… La puerta, está abierta.

La tensión es máxima. Entre ambos no ha habido una sincronización cardíaca tan ajustada desde su primer encuentro sexual. Él empuja la puerta con la barra, en evidente actitud defensiva. Ella le observa y su temor y prudencia le contagian.


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martes, 23 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 168



Y si alguien llama y alguien responde, es una comunicación entre las partes. No pueden ser marineros, no tendría sentido. Tampoco ratones no son tan fuertes, ni cualquier otro animal: no hubieran tenido tiempo de alcanzar ese nivel de especialización y aprendizaje en lo que dura la travesía. Pero… ¿Y si llevaban meses encerrados? Charlotte alcanza la posición. Satisfecha, exclama:


-Aquí traigo la ayuda. ¡Mon dieu, cómo pesa! Toma, toda tuya ahora.


Él, que ha dejado colgando la cámara, recibe el paquete y con la otra mano se tapa los labios, repitiendo el gesto en silencio.


-¿Qué ocurre? ¿Callarme? ¿Por qué he de callarme? No nos oye nadie.

-¡Shh! Baja la voz.

-¿Por qué?

-¡Shh! –en un susurro- No estamos solos.

-¿¡Cómo!? –responde asustada.

-Shh. Silencio.


Una pausa. Ella se queda paralizada, quiere salir corriendo. No están en el mejor lugar para encontrarse con desconocidos. Piensa en los africanos, cuando salieron con sus machetes sangrientos. Tal vez fuera la prueba de algo más terrible de lo que cabría imaginar. Teme lo peor y lo peor es mucho. Pero está bloqueada. En un susurro apenas perceptible, Fausto repite:



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 167



Su atención se dispara. Su corazón, también. ¿Habrá algún marinero por la zona? ¿Los africanos con su aspecto amenazador? ¿Los griegos con su actitud insultante? ¿El malayo con su habilidad aparente? ¿El capitán o su ayudante reos de toda sospecha no estaban durmiendo? Duda, duda, duda. No sabe qué hacer: marchar o investigar. Otro golpe éste más fuerte seguido de varios menos intensos y de todos los ecos yendo y viniendo a lo largo de la galería de bodegas. Imágenes rebotadas en los espejos del sonido. Resulta confuso precisar la ubicación exacta. Suenan dos nuevos golpes, esta vez sí: proa babor, no muy lejanos. En el repique del eco otros dos, pero… ¡Más alejados! Proa estribor. De ahí la confusión, son dos las fuentes de procedencia. Una es la llamada la otra la respuesta y entre ambos el eco de ida y vuelta. Ya no tiene dudas: alguien más anda por ahí. No sabe si explorar la zona o salir corriendo. Se enroló en ese viaje para evitar problemas, no para buscarlos. Recuerda que lleva un revólver, lo empuña sin sacarlo del bolsillo. Charlotte tenía razón: poder en sus manos. Se siente más seguro, con capacidad de defensa ante cualquier amenaza física.

Charlotte reaparece por la escotilla de máquinas. Porta un largo tubo de hierro, perfecto como palanca. Ocasionalmente golpea el suelo con él, es un tubo pesado. Reverberan los golpes en sentido ida y vuelta. No hay respuesta esta vez de las otras fuentes de sonido; de quien esté por las bodegas como ellos. Comprende ahora Fausto lo que ocurre: al haberse marchado ella en busca de ayuda mecánica, quien fuese que golpea en la bodega creyó estar solo nuevamente. Después siguió la respuesta en la bodega estribor, y así hasta la reentrada de Charlotte en el escenario martillando con el tubo la pasarela, cuando el extraño sabe que tiene compañía nuevamente.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 166



Él se queda mirándola, alejarse rápidamente en dirección popa. O en dirección aire nuevo, que también podría ser. No sabe qué pensar, no hay amor pero sí sexo. Había compenetración pero es más física que intelectual. Hay convergencia de voluntades, pero tal vez es por la situación, las circunstancias excepcionales de sus vidas temporalmente atrapadas en un entorno tal vez de riesgo. Estaban juntos por el deseo y la necesidad. Claro que ambas cosas unen mucho mientras no cambien las condiciones ambientales. Pero verla caminar, de espaldas, es una imagen agradable, seductora. Apetecía ir tras ella para establecer contacto, algo así como: <>. A pesar de la envoltura desarreglada, sus movimientos eran claramente femeninos. <<¡Cómo no me he dado cuenta!>> -se pregunta molesto consigo mismo. Las apariencias le cegaron la visión consciente. ¡Era tan evidente!

Cuando ella desaparece por la escotilla de máquinas, él se gira ciento ochenta grados, tratando de escudriñar en el final de la pasarela algo interesante oculto entre la mortecina luz. Cree adivinar alguna forma, o silueta. Pero siendo incapaz de identificarla se resigna a una espera silenciosa. Excepto el ronroneo lejano del grupo electrógeno, el resto es un espacio mudo sólo roto por ocasionales ecos espectrales. En este punto oye un golpe. Procede de unas tres bodegas más adelante. Atentamente, escucha. Inmóvil, silencioso, pensando que quizás haya confundido la dirección y sea Charlotte rebuscando su palanca en la sala de máquinas. Otro golpe y su consiguiente reverberación entre el acero, seguido de algo parecido a un correteo de ratones, claramente en dirección proa; nada que ver con los movimientos de ella. Es sin lugar a dudas otro escenario.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 165



-Nada especial. Pero quería grabar algo desde el interior, el claroscuro, el contraluz de la escotilla contra el cielo…

-Afuera es de noche. Y está lloviendo, ¿recuerdas?

-Ahhh, tienes razón. No sé por qué me había imaginado un tragaluz en la parte superior con un cielo precioso…

-¡Mon dieu! Olvídate.


Prosiguen en sentido proa: más de lo mismo. Arriba pasarela superior a los lados tanques con paredes de acero debajo agua maloliente al frente pasillo hasta donde no distingue la vista detrás la sala de máquinas.


-¿Piensas llegar hasta el final? Yo me estoy empezando a ahogar.

-Eso quería. Es nuestra oportunidad de averiguar qué hay aquí. Me fastidia no poder entrar en ningún depósito.

-Tal vez con una palanca…

-Sí. Pero no hay nada aparente…

-Puede que en la sala de máquinas. Me vuelvo a ver qué encuentro.

-Déjalo, no es tan importante.

-No lo hago por ti. Necesito un poco de aire. ¡Ahora vengo!

-Oh, perfekt.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 164



Desconoce qué quiere decir ella con eso, pero responde:


-Tienes razón. Cada uno tiene sus secretos.

Ahora es ella la que no termina de entender qué sugiere él. Fausto prosigue.


-Espero que no te dé un ataque ahora.

-Yo lo deseo.


Caminan. Fausto tomando imágenes sueltas del escenario. Repetición de la planta superior excepción hecha del fondo parcialmente inundado. En la base de algunos depósitos una puerta tipo escotilla: fuertes anclajes y volante para accionar el mecanismo, con el doble objetivo de soportar la presión interior y aislar éste de la humedad exterior. Fausto intenta abrir alguna de ellas, la curiosidad, pero no puede. O no se ha abierto en años o quien la cerró por última vez era muy fuerte. Le sacude una patada Bodysaver de rabia. El tanque responde. Con un sonido de campana grave y profundo.

Más adelante otros depósitos con acceso. Pero no todos, o no servirían para el transporte de líquidos. Cada apertura en el tanque puede ser una fuga. Tampoco es capaz de abrirlos; misma acción: patada de rabia. Reacción: sonido grave de campana.


-No hagas eso. Nos van a oír.

-Es que me pone furioso no saber qué se esconde dentro.

-¿Esconderse? Probablemente nada. ¿Qué esperabas encontrar?




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 163


-¿Y esto?

-Nada. Los recuerdos… Me apetecía.


La escalera común entre ambos niveles termina en la sala de máquinas. Maloliente y ruidosa por definición, para la ocasión más soportable pues el gran motor del barco está parado. Sólo un pequeño grupo generador con su cuatro cilindros diesel da la lata, en comparación un chiste. De este equipo fluye la electricidad, la energía mínima vital que posibilita luz en la oscuridad, que envía y recibe señales que transmiten órdenes. Sin la electricidad proporcionada por tal modesto artilugio el relativamente grande carguero no se movería. Vital como un corazón.

Una puerta da salida a otro pasillo. En realidad una pasarela que comunica longitudinalmente las distintas estancias del nivel menos dos, al igual que lo hace en el sótano menos uno. La arquitectura interior del barco es idéntica en ambos planos. Avanzan cámara en mano. Bajo la pasarela, como en la superior, conducciones para instalaciones eléctricas, hidráulicas y de aire comprimido. Por debajo de éstas, a peligrosa distancia agua y suciedad. El olor es nauseabundo, el aire casi irrespirable.

-¡Agg, me voy a ahogar!

-Aguanta, te acostumbrarás. El cerebro es inteligente, ignora pronto los olores constantes.

-¡Pero no mi asma!

-¿Tu asma? ¿Cómo que tu asma? ¡No me habías dicho nada!


-¡Tampoco lo tienes que saber todo!




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 162


-¿Qué has hecho?

-Coger el otro revólver. Me pone nerviosa dejarlo ahí.

-¿Qué te pone nerviosa? ¡Nervioso me pone a mí que te los lleves! Se van a dar cuenta. Uno puede ser un despiste, ¡pero dos! ¡Nadie pierde dos armas en una semana sin preocuparse por ello!

-Exactamente, mejor su dueño preocupado que yo. No podría dormir sabiendo que esto está ahí.

-¿Y si nos interrogan?

-Y si, y si… ¿Qué pueden hacernos? ¿Dispararnos? Quizás no haya más armas en el barco, así que mejor en nuestro poder. ¿No te parece?


Siguen caminando. Los pasos resuenan como campanas en la estructura de hierro.


Visto así… Pero deberíamos repartirlas. Dame una a mí, me sentiré más protegido.


Ella se detiene.


-¿Lo ves? Nada como el poder de un arma en tu bolsillo.


Le entrega el segundo revólver con un beso.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 161



Al otro lado de las paredes, lo que se ve son bodegas. Alimentadas o vaciadas desde las escotillas de cubierta. Bodegas de grano, mineral, combustibles. Distintas cargas distintos compartimentos. Fausto golpea las paredes con la punta de su Bodysaver. El eco amplifica la patada, que retumba va y viene por el largo pasillo varias veces antes de desaparecer.


-¡Qué haces! ¡Nos van a oír!

-Perdón. Yo también me he asustado. No creí que estuviera vacía.


Caminan otros veinte metros y Fausto sacude las paredes de ambos lados, ahora más despacio. Resuena con menos fuerza el puntapié, están vacías igualmente.


-No lo entiendo… -titubea Charlotte.

-Yo tampoco. ¿Un carguero cruzando el océano sin carga?

-Bueno, en cubierta sí hay transporte.

-Lo que está a la vista… Comienzo a creer que es para disimular. Que hay un engaño en todo esto. Y luego queda la pregunta del dinero. Y las armas. ¿Quién deja un arma, se la roban y vuelve a poner otra en el mismo sitio?

-No sé. Quizás está confundido, piensa que la ha perdido…

-Muy raro. Hay que bajar al sótano dos. Creo que esto es todo igual hasta el fondo del pasillo.


Desandan el camino en dirección a la escalera principal. Al cruzar la puerta del almacén Charlotte entra y sale rápidamente, guardando un objeto entre sus ropas.



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lunes, 22 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 160



-¡Mira, mira!

-Alguien ha estado aquí.

-¡Ya sé quién ha sido! Los africanos. Los vi salir cuando me dejaste sola en el bote.

-¿Has dicho sola? ¿No eras tú la que pedías ser tratada como hombre?

-Sí, bueno… Me ha venido a la memoria el recuerdo de ese encuentro y… No me apetecía ocupar ahí el papel de un hombre, voilà la verité! Fais pas ta gonzesse, Fausto.


La imagen de ese episodio en el bote salvavidas entra en sus mentes. Activando todos los sensores del deseo. Solos y alejados de las miradas de los otros, en un espacio cerrado… Es una ocasión propicia para más sexo desinhibido. Si no fuera por el fondo de mal olor, la suciedad y el repelente desorden. Se precisaba una líbido muy alta para abstraerse de semejante escenario y disfrutar. De momento, no era el caso. En comparación, el bote tenía un nivel de suite cinco estrellas.

A Fausto le vence la curiosidad de volver a abrir la caja, y quién sabe si dejarse deslumbrar por su contenido. No es posible: ahora está cerrada.


-No hay duda. Tus africanos han pasado por aquí.

-¿Serán ellos los dueños del dinero?

-No lo sé. Tal vez sólo los guardianes. Vamos por ahí, a ver qué nos encontramos.


Él toma unos planos cortos del trastero y sale al pasillo, caminando de popa a proa mientras graba un suelo sucio y pringoso entre paredes de hierro. Lisas, desnudas, iluminado todo bajo la mortecina luz de seguridad, parecen adentrarse en una cueva de metal. Donde una nube de murciélagos construidos con tornillos y cables se les echaría encima al próximo paso.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 159



-Dritt! –protesta Fausto.

-Merde! –protesta Charlotte.

Descienden los tres escalones y a la carrera llegan al enjaretado. Abren las puertas de hierro, después la inferior de la que emanó otra estampida de malos olores y venenos. Teniendo que esperar a que el aire enrarecido desaparezca, soportan con estoicismo el mal tiempo. Una expedición es una expedición.


-¡Acabarán por descubrirnos en esta movida!

-Espero que sea después de descubrir nosotros algo.

-¿No te parece suficiente el arma y el dinero?

-Un revólver no es gran cosa y el dinero… Más interesante sería saber de dónde procede.

-En la pelea se ha visto lo rápido que se animan a apostar. Se ve que están acostumbrados… Igual procede de ahí.

-¿De las apuestas? ¿Y a quién pertenece?

-¡Vamos adentro! ¡Merde! ¡Nos estamos empapando!


Pasan directamente hasta el almacén de trastos donde se encontraron la caja fuerte. Todo parece seguir en su sitio, o fuera de él, si no fuese porque en el cajón sobre la mesa donde encontraron el arma… Había otra.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 158



Fausto, que en realidad deseaba salir de allí, obedece sin rechistar, pero Besoj asoma por la puerta de la cantina en ese momento. Se dirige a su posición.


-¿Qué hacemos? –pregunta Charlotte nerviosa.

-¡Tírate bajo esa mesa!


Y abrazados como cachorros en su caseta espían con desconfianza los movimientos del marinero. Éste, abre bruscamente la puerta de Prohibido El Paso A y camina hacia la enfermería.


-¿Qué hace abierta esta puerta? ¡Bah! ¡Habrá sido el borracho del capitán. O el estúpido holandés que le sigue como un perro.


Sin encender la luz el marinero cierra la puerta tras de sí y se tumba sobre el colchón vacío. Momentos después, cuando un primer ronquido parece huir de la habitación, Charlotte y Fausto abandonan el puente.


-¿Y ahora? –pregunta ella antes de alcanzar el albergue.

-¿Ahora? Seguimos con el plan previsto. ¡No te habrás olvidado del revólver!

-No, no. Lo tengo bien guardado bajo la blusa.

-Camisa. Los hombres usamos camisas, no blusas. Es mejor que te vayas acostumbrando.

-D`accord! D`accord. Continúa.


Con extremo sigilo cruzan el pasillo hasta alcanzar la puerta. Al abrirla un cubo de agua en forma de lluvia entra por ella.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 157



El corazón se le dispara, ¿y si está ahí? Inmóvil intenta descifrar el enigma. Escucha atentamente, pero la lluvia sacudiendo la chapa de acero es ruidosa. Si de verdad hay alguien durmiendo, no podrá oírle respirar. Queda la opción de acariciar la manta hasta dar con un bulto, un pie o pierna sería suficiente… Duda. Su posición le coloca en desventaja: el durmiente lo tendría frente a su rostro, en diagonal con la puerta. Y en comparación con la oscuridad total de la enfermería, afuera hay luz suficiente con la que el desconocido podría distinguir su silueta recortada contra ese fondo, más iluminado que las negras paredes del pequeño cuarto. Recuerda sus fotografías a contraluz bajo un arco, ante una ventana o la salida de un túnel: puro contraste extremo. En menor medida, él también quedaba así de expuesto.

Pero el barco tiene su propia voluntad: escora a babor y Fausto se ve sorprendido. Ha de agarrarse a los pies de la cama para no caer. <> Su blasfemia queda tapada por un fuerte golpe en la cantina; seguido de una voz gruesa protestando. << Γάμησέ τα, σκατά! ¡Ya me estoy cansando de estar aquí! Ese griego se ha olvidado… Me marcho!>>


El otro griego que dormía en la cantina se ha caído de la mesa. Besoj da vueltas por el comedor.

Temiendo ser descubiertos, Charlotte llama a Fausto:


-¡Chss! ¡Vámonos! Se ha despertado el tipo.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 156



Una gran bitácora en madera de acacia, más decorativa que práctica instalada ex profeso por el capitán. Copia de todas las copias anteriores de la bitácora original de su primer barco, y que como todas había perdido junto a sus navíos hundidos. Quedaba la duda de saber si el recuerdo era nostálgico o macabro. Entrando a la derecha la puerta de enfermería. Fausto duda antes de abrirla, teme encontrarse a la niña moribunda, o peor: bien viva y con la garganta suficiente para pegar un grito y alarmar a la tripulación. Lo que sin duda podría acarrearles serios problemas ante esa sospechosa agrupación de predelincuentes. Pero la intriga y la obstinación son más fuertes que la precaución o el miedo: abre.

El problema ahora es distinguir algo entre los distintos tonos de negro, pues la permanente iluminación nocturna de seguridad, aunque débil, es mucho más que la ceguera de su ausencia. Por razones obvias, la enfermería no dispone de ese sistema. La grabación nocturna mejorada de su cámara tampoco aporta gran cosa. Pertinente que Bell & Howell mejoraran la mejora.

La mar comienza a inquietarse, meneando al carguero en consecuencia. En el exterior arrecian viento y lluvia, castigando los dos ojos de buey que hay en la enfermería. Poca luz entra por ellos en esa noche cerrada, avanza a tientas con los brazos extendidos: tenía que saber. Encuentra el pie de una cama, un colchón desnudo. Con precaución posa las manos sobre él, en busca de sábanas, mantas, algún cuerpo humano preferiblemente niña. Ahí no hay nada, y tampoco nadie ha dormido sobre ese colchón en las últimas horas: está frío. Se adentra más en la habitación y a tres pasos cortos de vidente sin visión, otra cama. La palpa, hay ropa. Unas mantas arrugadas… Se detiene.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 155



-Pues sí. Es un zapato de niña, tienes razón. Mon dieu.

-Te lo dije. Hay una niña en alguna parte escondida. Y herida. ¿Me crees ahora?

-No sé… Esto no es más que un zapato. No prueba nada, podría ser de cualquiera. Te recuerdo que hay tres niñas entre los pasajeros. Y podría haberse extraviado con el lío de hoy. ¿No crees?

-Uhmm… ¡Faen! Tienes razón… Aunque sigo pensando que deberíamos mirar en la enfermería. O en el puente, quizás se esconda por ahí.

-Es muy arriesgado. ¿Y si nos descubren?

-Ahora o nunca. ¿Cuándo vamos a tener otra oportunidad así? Todos duermen, el puente está vacío… El barco entero parece vacío.


Una racha fuerte de viento casi le arrebata el gorro a Charlotte, que instintivamente se lleva la mano a la cabeza. Gotas de lluvia salpicándole el rostro.


-Está bien, vamos –responde.


Él delante ella le sigue, entran nuevamente a cubierto. De la cantina gruesos ronquidos del marinero sin habitación. O su compañero le hizo un buen trabajo a la morena o ésta estaba muy asustada, porque no salió del camarote. O simplemente la cama era infinitamente mejor que el banco.


Franquean la <>, con permiso del capitán ausente. La poca luz priva de un conocimiento al detalle de la instrumentación y equipos. Tan solo algunos pilotos-testigo activados indicando el correcto funcionamiento de los sistemas autónomos: suministro de energía, vida a bordo, alarmas, radar, señales y poco más. Dos mesas, sobre una las cartas de navegación; a su alrededor cuatro asientos, equipos de radio, sonar y aparataje diverso. En la otra un juego de dados.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 154



Fausto cruza el entrepuente cámara en mano dispuesto a registrar la presencia. Ya en el exterior, casi a tientas, busca a la niña. Agudizando la vista para extraer del fondo de sombras una silueta que la identificase. Charlotte le sigue a prudente distancia. Siendo difícil adivinar su próximo movimiento no le apetecía ser arrollada por un brusco cambio de dirección. El viento sopla a rachas, frío y húmedo. Un oleaje incómodo balancea el barco retenido con el ancla. Fausto nervioso trata de localizar a su niña. Rebusca entre la maquinaria, por los armarios y cajones adosados a los mamparos. Todos candados excepto uno; poco se ve pero dentro no palpa más que herramienta. Y huele a herramienta.

Halla unos peldaños soldados a la pared que ascienden al techo del entrepuente. No se atreve a subir, entre los movimientos del barco, las rachas de viento y sus recuerdos. Demasiado reto para encontrar una niña que sólo ve él.

-¡Faen…! ¡Vámonos!

Da media vuelta hacia popa, a dos pasos pisa un objeto pierde el equilibrio cae al suelo.

-¡¡Faen!!

-¿Qué te ha pasado? –pregunta Charlotte desde su posición, prudentemente inmóvil pegada a la puerta-.

-¡Ay! ¡Que me he caído! ¡Quién me mandará a mí…! Pero, ¿qué es esto?

-¿Lo qué?

-¡Maldita sea! ¡Es un zapato! ¡Un zapato de niña! ¡Tengo la prueba que me faltaba! Ha de esconderse en alguna parte. Si no está en el techo será la enfermería, pero no puede andar muy lejos. ¡Ha perdido aquí su zapato!



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sábado, 13 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO,parte 217



Y su bioquímica cerebral segrega de forma natural el neurotransmisor adecuado para este tipo de situaciones. Dosis extra de noradrenalina como antídoto para la desesperanza. Es en este estado mental de buenaventura y confianza en el ser humano, no permanente por fortuna, que ella elabora su discurso positivista y crédulo. Casi ingenuo. Adoptando la posición del misionero pacificador, preclaro y conversor de ideas, que afirma sin sonrojarse que la verdad, sí, nos hará libres. No precisando a quién ni a cambio de qué.


-¿Qué te ocurrió? ¿Cuándo fue que te marchaste? ¿Quién te decepcionó de tal manera que ya no crees en nadie? ¿Cuántas veces fuiste traicionado? ¿Qué o quién te ha vuelto tan escéptico?


Charlotte formula su habitual batería de preguntas como ráfagas de ametralladora. En ocasiones su problema es la ansiedad, la prisa por saber y resolver. Él responde con un gesto desganado y enigmático. No tiene ninguna intención de contarle su historia, aunque sólo sea por no revivirla.

Para disimular tantas horas juntos, han pasado los días con la flauta entre manos. Ella finge que le enseña, él finge que aprende. No molestar a los pasajeros es una buena excusa para apartarse de todos. No siempre la música es bienvenida, ni bien oída; más cuando nace de una sencilla y chillona flauta.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO,parte 217



Está convencido de que en el pasaje habrá algún valiente que empuñará cualquier arma arrojadiza… A favor del capitán y secuaces. Que la mayoría del grupo se refugiará bajo sillas y bancos alejándose cuanto les sea posible de conflicto y balas. Y de que si hay alguna intermediación será para acusarles de amotinadores y criminales.

En su convencimiento de que el ser humano es cobarde por naturaleza, defiende el postulado de que el conformismo y la obediencia al orden establecido están muy por encima de cualquier lucha del cambio. A pesar de su relativa juventud, su análisis de la sociedad y comportamiento es el del viejo desencantado; harto de camorristas y bullangueros que no dudan en amilanarse y traicionar la causa cuando la situación se complica. Común en el origen, individual en el dramático momento de ajusticiar culpables. Cosa muy distinta a hacer justicia.

Cada cual tiene su mecanismo de evasión ante la hostilidad de estar en el mundo, piensa. El suyo es el cinismo, reconoce que enormemente adaptativo, sumamente útil e irreversible.

El cinismo es el desarrollo natural del desengaño. Charlotte, en cambio, menos resquebrajada por la desilusión y aunque emancipada tardía de la decepción ha elaborado mejores estrategias ante la frustración, trata de convencerle de su error. Por alguna variabilidad genética tal vez procedente de su padre, su estrategia defensiva ante la injusticia y la impotencia la protege contra el abatimiento.


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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 216



Tatjana se estremece recordando aquellos últimos meses en la ciudad. Poco antes de embarcar. Con nuevo nombre, es ahora otra discreta y educada pasajera más que prefiere no ser vista ni oída. Mientras se evade en los recuerdos y el horizonte de otro día luminoso.


Cuatro días han pasado desde que Fausto y Charlotte hicieran su descubrimiento. Y mientras los secuestrados morían bajo sus pies ellos trataban de idear un plan para liberarlos sin provocar una guerra entre los bandos. Seguramente la tripulación tendría armas para situaciones imprevistas, pero en el bando de los japoneses no había más que debilidad y horror: con ambos, no se gana una pelea. Además, quedaba la duda fundamental: ¿qué partido tomarían el resto de pasajeros? En medio de esa incomunicación, de esa confusión de lenguas y mezcla de intereses, incluso del gran desinterés que sentían los unos por los otros, difícil sería que cada cual no defendiera la causa más importante: la propia.

Así, Fausto sostiene la teoría de que en su noble propósito de liberación con toda probabilidad se quedarán solos. Con dos armas una linterna y una flauta para defender al nutrido grupo de mal nutridos que difícilmente podrán hacer algo más que arrojarse a pecho desnudo contra sus captores y morir en su defensa como escudos humanos de sí mismos.



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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 215

Transformó el arte de hacer pan en una experiencia erótica. El detalle de moldear magdalenas en un trance místico. Además la masa fresca permitía esculpir las formas más variopintas. Lo mismo escapularios que objetos sexuales, divinas ostias para la consagración, palmatorias, crucifijos… Cilicios. Y con los cilicios horneados en su punto justo de dureza jugaba ella en la soledad del obrador.

Hasta el pan se reblandecía por la humedad, poco antes de que llegara el resto de empleados. Justificando como horas extras sin cobro aquel tiempo sin horario. Ella, satisfecha y enganchada a esas extraordinarias horas de desenfreno. El jefe, contento: tal vez caído del cielo, qué mejor regalo que una adicta al trabajo sin sueldo.

Su actividad, menos religiosa más sexual siguió en aumento hasta que un día se le fue la mano. Y el tiempo. Al final de un delirante orgasmo con rompehuesos aspaviento pélvico la encontraron un día el jefe y tres empleados. Recogió sus ropas, y con una vergüenza sólo repetida el día de la pelea en el barco, desapareció. Para jamás ser vista.



Superado el shock no traumático, el dueño optó por poner aquellos objetos a la venta. Era pan, al fin y al cabo. Y la operación resultó un éxito. Tanto, que la iglesia más ortodoxa se hizo eco de la combinación litúrgico-festiva y con las debidas influencias consiguió encerrar al panadero con la penitencia añadida de alimentarlo sólo con mendrugos de pan duro.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 214



Morena de ojos grises como el alma. Con una nariz pequeña y respingona. En la mejilla derecha un lunar discreto y en la izquierda el último beso descarado que su amor le robó. Antes de partir para el frente.

Ella trabajó de enfermera sin descanso, con la esperanza de que un día volviera su amado de la guerra: único dueño de sus besos. De que no lo hiciera con el cuerpo hecho pedazos o la mente rota en dos mitades. Vio cumplido su deseo: ni de una forma ni de otra. Él no volvió. Le contaron muchas cosas: que murió con honor que estaba preso que desapareció que estaba vivo que desertó. Todo era cierto: desertó desapareció cayó preso en el ejército enemigo, con dos granadas de mano robadas a un guarda; para reventar a todo aquel que osara detenerle. Se reventó a las puertas de la plana mayor: seis oficiales dos coroneles tres generales, murieron en el golpe de mano. Una acción rápida inesperada eficaz. Doscientos como él hubieran ganado la guerra en seis meses porque no hay ejército que supere la falta de sus mandos.

Trabajó de enfermera sin tregua hasta que la contienda terminó; después, agotada por tantos muertos mutilados y locos abandonó la profesión. Antes le había abandonado a ella el entusiasmo como le conquistó la desesperanza. En una panadería, entre harinas y levaduras encontró consuelo. Amasando con cariño y entrega kilos de pasta. Tanto se entregó que ella no amasaba, masajeaba el producto. Introduciendo dedos y manos en aquellas grandes bolas de levadura y harina amarilla.




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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 213



Pura nostalgia de una infancia tal vez feliz seguro corta.

“Dankje Sinterklaasje!...” corrían los caballos de juguete por la alfombra mientras su madre escribiendo cartas soñaba. ¿O era al revés? “Dankje Sinterklaasje!...” resuena el golpeteo de su calzado contra la cubierta forrada de madera. En las bodegas anhelan los cautivos una señal mientras se alimentan de compañeros asesinados y otros restos que la niña fantasma consigue. A la carrera por las noches recorre el barco con astucia de zorro y sigilo de pantera. Con vista aumentada de lechuza y olfato de buitre. Sin remedio como buitres se alimentan y escuchan como búhos los ruidos distinguibles de la tripulación, pasajeros, ratones… Como ratones corretean por cubierta los niños jugando a perseguirse y atraparse: prácticas de adultos.


-¿Y usted de dónde procede?


Pregunta Dmytro a la dama del vestido morado. Terminados baile y aperitivo el abuelo no ha podido sustraerse a la tentación de conversar con el vivo retrato de su muerta esposa: Tatjana como Ninenka en la ilusión de resucitar a los difuntos. Pero aquella se disculpa con una sonrisa, y con un silencio se levanta y marcha. Cambia la cantina por un paseo en la cubierta, y los ojos que sin gustarle la desnudan, por unas olas y unos rayos de sol que bien le gustaría que lo hicieran. Como los brazos de Sacha.

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PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 212



Y a su madre, que desde el escritorio de caoba redactaba largas cartas de amor a pretendientes imaginarios, la pobre, estaba como un cencerro, mientras él, ajeno al disparate jugaba con caballos de madera en la alfombra de la habitación. “Dat zal wel beter smaken…” Corrían los caballos por la alfombra. “Dankje Sinterklaasje!” zapatea Bleecker en la cubierta. “Dankje Sinterklaasje!...” Pensativo y nostálgico se da cuenta de que aquel chatarrero moldeó como al barro el alfarero para siempre su carácter. Sin pretenderlo ni importarle el resultado. Qué más le daba mientras le fuera útil. La adolescencia aspavientosa y la juventud insumisa eran etapas que sólo podían permitirse ciertas clases de personas: las acomodadas.

Por sus actividades ilícitas encontró él los sellos que después serían su pasión secreta. Por su conducta delictiva recibió las enseñanzas para obtener más provecho del legitimado. Se ejercitó en el individualismo y la desconfianza, en su búsquese la vida como pueda y sobreviva o muera que a nadie le interesa. Se graduó en adelantarse a los demás en cada jugada, para jugársela. A estirar el brazo para pedir fingiendo o robar sonriendo, de acuerdo al momento y la oportunidad. A deslizar sus largos dedos entre chaquetas y gabardinas. Por los bolsos y bolsillos antes de dar el salto a las maletas vestidos de blanco inocente. Fue su primer trabajo honrado el de botones, pero quien se ha criado entre tigres con rapidez muestra las uñas: no pudo controlar ese reflejo. Una presa es una presa puro instinto. Su lado bueno su cara amable su momento dócil quedaba para la colección de sellos: enigmática silenciosa cautivadora abstraída.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 211



En la guerra de la supervivencia, con frecuencia otros saqueadores se les adelantaban. Pero en esa casa abandonada en el campo próxima a un río alejada del camino, rodeada de zarzas y vegetación de conquista, entre humedades goteras desconchones cagadas de rata y meados de gato, apareció bajo el suelo roto de madera carcomida una caja metálica. Cubierta de polvo, oxidada, pequeña, misteriosa. Fue una suerte que el explotador anduviera en la planta inferior, más ocupado arrancando marcos de puertas para hacer leña y calentarse, porque Bleecker tomó aquella caja con el mimo de un tesoro. Y la ocultó entre sus ropas grandes viejas de adulto.

Esa misma noche, después del habitual sin cenar a la cama, cuando todos dormían en su cuarto compartido, bajo la litera a la luz de una vela al tirano confiscada descubrió lo que sería el hallazgo que marcara su existencia: una colección de sellos. Separados por finas láminas de papel, dispuestos con mimo, ordenados con paciencia; quizás alguna vez mostrados con orgullo. Bleecker era muy joven para comprender el valor de aquel hallazgo, no conocía los países ni entendía los idiomas, pero le gustó. Mucho más: le emocionó. Le recordó a su infancia, cuando su padre mantenía abundante correspondencia a causa de sus negocios. En su despacho, sobres papel tinta lacre. Y sellos, muchos sellos. 



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

MEMORIAL DAY



MEMORIAL DAY



Born under a candle light

between it and them,

me,

among all the witnesses of that

incomprehensible fact

again, me.

And against.



Them they you me all.

Since that first day I saw the light

tremble candle light

I live and sleep and dream an cry

alone.



El fondo de ojo que te diste para verme

o para no,

el fondo de mar que arrolló

aquel momento aquellos años aquel lugar

where I was born.

El fondo de armario acumulado

con todas las cosas inútiles guardadas

para el día de mañana.

El fondo de los posos del café que no presagiaron

nuestro destino nuestro futuro: tan amargo.



That night when ghosts where gone

That day the light was off

That time our time passed by.



Your skull my corpse our skeletons.

The cristal bones spread all over the frozen black saloon. 



Oh mam and dad

when and where and why,

better don´t tell me why,



did you leave me alone?





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

jueves, 11 de septiembre de 2014

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 210



Y hubiera sido en el país de no ser porque a su madre le tentó el juego. Se apostó el dinero las joyas la ropa los carruajes las casas los negocios los hijos. Su cuerpo cuando ya no tuvo nada. Revendido tres veces más los intereses a una familia de chatarreros fue a parar él. Ahí aprendió el valor que tiene lo inservible, cómo se prolonga lo agotado y cuántas vidas tiene la basura. A un nivel menos matérico: cuánto duele perder lo conquistado. Qué duro estrellarse cuando se cae del estrellato. Qué difícil asumir las pérdidas la escasez la penuria cuando se ha tenido todo. Tragarse el orgullo hasta olvidarlo. Dejarse insultar sin responder, menospreciar sin pelear. Humillar y consentir. Escarbando entre basura y revolviendo entre chatarra pasó los peores años de su vida. Esos que debieron ser los mejores para formarse y estudiar un oficio.

A él le hubiera gustado ser escritor, para evadirse. Nada le interesaba el mundo de los hombres, de la realidad gris y lluviosa que le había tocado soportar tras los espléndidos días de sol y luz que tan poco duraron. Con sus historias podría resolver esta situación: se marcharía donde quisiera. No fue posible, el peso de la chatarra y la basura le impidió volar. Todo, hasta que un día con su explotador particular entraron en una casa abandonada para arrancar lo que se pudiera vender. Lo hacían a menudo, vivían en un tiempo en que tirar a la basura cualquier cosa era un lujo, así que cuando se presentaba la ocasión robaban donde no parecía haber dueño. Excedentes en ausencia de propietario muy solicitados.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

PÉTALOS DEL PENSAMIENTO, parte 209



Ahora éste, exaltado una vez más por su afán de notoriedad, imparte una clase magistral de degustación para paladares entrenados como el suyo que nadie entiende. Mientras su compañero paseando por cubierta estudia las escasas posibilidades de sacarle algún dinero a esa chusma con la que comparte viaje: pobres de solemnidad desesperados soñadores o fugitivos como él. Su trabajo como botones, fisgón y ladrón, le ha proporcionado el entrenamiento. El sol la información y las estrellas la oportunidad. Planea dar algún golpe un par de días antes de llegar a puerto; lo justo para guardar el botín antes de ser descubierto el robo. No quisiera someterse a otra persecución atrapado en aquella lata de acero; sin pensiones ni burdeles donde burlar el asedio.

Apoyado en la baranda del barco mira a poniente; difuso en la lejanía. Abajo un océano dejándose atravesar por la espada del carguero cierra la herida minutos después. Es una cremallera de silencio. Con el pie golpea el suelo, jugueteando una percusión que vagamente recuerda de sus años de juventud. “Sinterklaas Kapoentje/ Leg wat in mijn schoentje/ Een appeltje of een citroentje/ Een nootje om te kraken...” En su memoria de niño afortunado, cuando su padre hacía dinero como gofres. La suya fue una infancia de lujos caprichos buena educación alimentación y salud. La pelusa de la calle el ejemplo del barrio un modelo en la ciudad.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE